El impacto global del realismo mágico.Texto con el que el gran escritor británico lamentó la muerte del Nobel colombiano Gabriel García Márquez
Salman Rushdie en Madrid, España, donde se presentó con motivo de la IX edición de la Noche de los Libros. /elespectador.com |
Gabo vive. La extraordinaria atención que recibió la muerte de
Gabriel García Márquez alrededor del mundo, y la genuina tristeza que
sienten sus lectores ante ella, nos indica que sus libros aún están
vivos. En algún lugar un “patriarca” dictatorial está ordenando que
cocinen a su rival y lo sirvan a sus invitados en una gran bandeja; un
viejo coronel espera una carta que nunca llega; una hermosa joven está
siendo prostituida por su desalmada abuela; y un más amable patriarca,
José Arcadio Buendía, uno de los fundadores del nuevo pueblo de Macondo,
un hombre a quien le interesa la ciencia y la alquimia, le declara a su
horrorizada esposa que “la tierra es redonda, como una naranja”.
Vivimos
en una edad de mundos imaginarios, de mundos alternos. La Tierra Media
de Tolkien, el Hogwarts de Rowling, el universo distópico de Los Juegos
del Hambre, lugares donde los vampiros y los zombis merodean. Estos
lugares están en su mejor momento. Sin embargo, a pesar de la
popularidad de la literatura fantástica, en los mejores microcosmos
literarios hay más verdad que fantasía. En el Yoknapatawpha de William
Faulkner, el Malgudi de R. K. Narayan, y en el Macondo de Gabriel García
Márquez, la imaginación se utiliza para enriquecer la realidad, no
escapar de ella.
Cien años de Soledad tiene 47 años, y a pesar de
su colosal y duradera popularidad, su estilo, el realismo mágico, ha
dado paso a otros tipos de narración, en parte debido a la enorme
magnitud del logro alcanzado por García Márquez. Uno de los más
reconocidos escritores de la siguiente generación, Roberto Bolaño,
comentó pública y efusivamente que el realismo mágico “apesta” y se
burló de la fama de García Márquez, llamándolo un “hombre terriblemente
complacido de haberse codeado con tantos presidentes y arzobispos”. Fue
una pataleta, pero demuestra cómo para muchos escritores
latinoamericanos la presencia de semejante coloso era más que un poco
molesta. (En algún momento Carlos Fuentes comentó, “tengo la sensación
que los escritores latinoamericanos ya no pueden utilizar la palabra
‘soledad’, porque les preocupa que las personas crean que es una alusión
a Gabo. Y creo que pronto tampoco podremos utilizar la frase ‘100
años’, continuó pícaramente. Ningún otro escritor ha generado un impacto
comparable en los últimos cincuenta años. Ian McEwan ha comparado
acertadamente su supremacía a la de Charles Dickens. Ningún escritor ha
sido tan ampliamente leído ni tan profundamente amado desde Dickens,
como Gabriel García Márquez.
La muerte de este gran hombre puede
dar por terminada la preocupación de los escritores latinoamericanos
sobre su influencia, y puede permitir que su obra se aprecie de manera
no competitiva. En reconocimiento a la deuda de García Márquez con
Faulkner, Fuentes llama a Macondo, su país, Yoknapatawpha, y este puede
ser un mejor punto de entrada a esta obra. Estas son historias de gente
real, no cuentos de hadas. Macondo existe, y esa es su magia.
El
problema con el término “realismo mágico” es que cuando las personas lo
dicen o lo escuchan, lo que están diciendo o escuchando es solo la
parte de la ‘magia,’ sin prestar atención a la parte del ‘realismo.’ Si
el realismo mágico solo fuera magia no sería importante. Sería un
simple capricho, escribir porque todo puede pasar, pero nada tiene
efecto. Es debido al hecho que la magia del realismo mágico está
profundamente arraigado en la realidad, porque nace de la realidad, y la
ilumina de maneras hermosas e inesperadas, que ésta funciona.
Consideremos el famoso fragmento de Cien años de soledad:
“Tan
pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el estampido de
un pistoletazo retumbó la casa. Un hilo de sangre salió por debajo de
la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso
directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió
pretiles, pasó de largo por la calle de los Turcos, dobló una esquina a
la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la
casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la
sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió
por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor,
avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo
de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano
José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se
disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.
-¡Ave María Purísima! -gritó Úrsula.”
Algo
absolutamente fantástico sucede aquí. La sangre de un hombre muerto
cobra propósito, casi que cobra vida propia, moviéndose metódicamente a
través de las calles de Macondo hasta que descansa a los pies de su
madre. El comportamiento de la sangre es “imposible,” sin embargo el
fragmento se lee como verdadero, el viaje de la sangre como el viaje de
la noticia de su muerte desde la habitación donde se pegó el tiro hasta
la cocina de su madre, y su llegada a los pies de la matriarca Úrsula
Iguarán, se lee como la máxima tragedia. Una madre recibe la noticia de
la muerte de su hijo. La sangre vital de José Arcadio puede y debe
continuar viviendo hasta que lleve a Úrsula la triste noticia. Lo real,
en conjunto con lo mágico, gana dramatismo y fuerza emocional. Es más
real, no menos.
El realismo mágico no es invento de García
Márquez. El escritor brasilero Machado de Assis, el argentino Jorge Luis
Borges, y el mejicano Juan Rulfo lo precedieron. García Márquez estudio
detenidamente Pedro Páramo, la obra maestra de Rulfo, y comparó el
impacto que le causó con la Metamorfosis de Kafka. (En el pueblo
fantasma de Comala es fácil ver dónde nació el Macondo de García
Márquez). La sensibilidad mágico-realista no se limita a América Latina.
Aparece esporádicamente en mucha de la literatura universal, y García
Márquez era un reconocido lector.
El interminable caso de Dickens,
Jarndyce v. Jarndyce, en su obra Casa desolada, encuentra un reflejo en
Cien Años de Soledad, en el tren que durante una semana pasa
interminablemente a través de Macondo. Tanto Dickens como García Márquez
son maestros de la exageración burlesca. La Oficina de Circunlocución
de Dickens, un departamento gubernamental que existe para hacer nada,
habita la misma realidad ficticia que todos los gobernadores y tiranos
indolentes, corruptos y autoritarios de la obra de García Márquez.
El
Gregor Samsa de Kafka, quien se convirtió en un enorme insecto, no se
sentiría incómodo en Macondo, donde la metamorfosis es una situación del
común. El Kovalyov de Gogol, cuya nariz se desprende de su cara y
deambula alrededor de San Petersburgo, también se sentiría a gusto allí.
Los surrealistas franceses y los fabulistas americanos también guardan
esta compañía literaria, inspirada en la idea de lo novelesco de la
ficción, su elemento de invención, una idea que desprende la literatura
de los confines de lo naturalista y le permite aproximarse a la verdad a
través de caminos más salvajes y tal vez más interesantes. García
Márquez sabía que pertenecía a una familia extensa. William Kennedy
afirma que dijo “en Méjico el surrealismo corre por las calles”, y luego
que “la realidad latinoamericana es totalmente rabelasiana.”
Pero
he de repetirlo: las ilusiones necesitan de suelo firme a sus pies.
Cuando leí por primera vez a García Márquez yo no conocía ningún país de
Centro o Sur América. Sin embargo, en las páginas de su obra encontré
una realidad conocida a través de mi propia experiencia en la India y
Pakistán. En ambos lugares existe el conflicto entre la ciudad y los
pueblos, e igualmente hay una enorme disparidad entre los ricos y los
pobres, entre quienes tienen poder y quienes no lo tienen, entre los
grandes y los pequeños. Ambos son lugares con una fuerte historia
colonial, lugares donde la religión cobra especial importancia, donde
Dios está vivo, e infortunadamente también los piadosos.
Conocí
los coroneles y generales de García Márquez, o al menos sus contrapartes
indias y pakistanís; sus obispos son mis mullah, sus mercados mis
bazares. Su mundo era el mío, traducido al español, No es de extrañar
que me haya enamorado de él, no por su magia (aunque, como escritor
criado con las maravillosas historias del oriente, también tenía su
encanto) sino por su realismo. Sin embargo, mi mundo era más urbano que
el suyo. Es esta sensibilidad del pueblo que le da un sabor especial al
realismo de García Márquez, un pueblo en el cual se teme a la
tecnología, pero una joven devota ascendiendo al cielo es perfectamente
creíble; en donde, al igual que los pueblos de la India, los milagros
están en todas partes y cohabitan con lo cotidiano.
Era un
periodista que nunca perdió de vista los hechos. Un soñador que creía en
la verdad de los sueños. También era un escritor capaz de producir
momentos de belleza delirante y a veces cómica. Al comienzo de El amor
en los tiempos del cólera, “el olor de las almendras amargas le
recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. En el Otoño
del Patriarca, cuando el dictador vende el Caribe a los americanos, los
ingenieros náuticos del embajador americano “se apoderaron de él en
piezas numeradas para administrarlo lejos de los huracanes en las
auroras de sangre de Arizona, con el reflejo de nuestras ciudades,
nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes”. El primer tren
llega a Macondo y una mujer enloquece de miedo: “-Ahí viene -alcanzó a
explicar- un asunto espantoso como una cocina arrastrando un pueblo”. E
indiscutiblemente la más inolvidable de todas: “El coronel Aureliano
Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió
todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas,
que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el
mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a
setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a
una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un
caballo”.
Ante tanta magnificencia, nuestra única reacción posible es la gratitud. Es el más grande de todos nosotros.
© 2014, Salman Rushdie