Con una prosa de frases cortantes, sin una sola palabra innecesaria, Jaeggy narra la dulce crueldad que significa que esos años de encierro en internado quizás hayan sido los más bellos de la vida
Portada Los hermosos años del castigo de Fleur Jaeggy/elpais.com |
Fleur Jaeggy (1940) está muy bien editada en España: Tusquets
ha publicado prácticamente toda su obra, desde novelas fundamentales como Los hermosos años del castigo (1989) y Proleterka (2001) hasta los relatos
recogidos en El temor del cielo (1994).
A pesar de ello, esta escritora suiza admirada por Joseph Brodsky y Susan
Sontag, ganadora de premios importantes como el Viareggio, es una desconocida.
Suele ocurrir, cada vez con más frecuencia. Ni la calidad ni el reconocimiento
crítico ni el trabajo editorial garantizan que una obra llegue a los lectores y
permanezca. Al paso que van las cosas, casi todos los escritores necesitarán de
una segunda oportunidad.
Para comenzar a leer a Jaeggy algunos sugieren los
cuentos. Los hermosos años del castigo
es también una muy buena opción. Esta novela corta de marcado tinte
autobiográfico narra los años de una adolescente en el Bausler Institut, un
internado femenino de Appenzell (un cantón suizo), junto al lago Constanza. Que
ese internado esté cerca del manicomio donde murió Robert Walser, como indica
la narradora en las primeras líneas, asocia la preparación de estas estudiantes
a la vida con la opresión institucional y la locura (y también, por cierto, con
la creación artística, vía de escape de la narradora). Sólo hay calma y
silencio en la Suiza de paisajes nevados, pero dentro de las casas y edificios
“sucede algo serenamente tenebroso y un poco enfermizo. Una Arcadia de la
enfermedad”. En ese mundo rígido, donde las adolescentes aprenden sus limitados
roles domésticos, aparece Frédérique, que a los quince años es la más
inteligente y hermosa de todas y parece tener la experiencia de la que las
demás carecen. La novela es la historia de una fascinación: la narradora pierde
el sosiego por culpa de Frédérique, y quiere desentrañar el misterio que
esconde esa mujer inalcanzable.
Con una prosa de frases cortantes, sin una sola palabra
innecesaria, Jaeggy narra la dulce crueldad que significa que esos años de
encierro en internado quizás hayan sido los más bellos de la vida. Jaeggy
enlaza con maestría lo “tenebroso” detrás de la pureza de este mundo con el
enigma de Frédérique. Después de leer Los
hermosos años del castigo, sabemos qué produce el Bausler Institut: orden,
sumisión –“la voluptuosidad de la obediencia”— y locura, sobre todo locura.