Debido al error, el escritor colombiano quedó erróneamente vinculado a un título nobiliario. Crónica de una anécdota
Gabriel García Marqués, según la traducción al árabe./elespectador.com |
¿Se puede decir algo nuevo sobre Gabriel García Márquez que no hayan
expresado anteriormente biógrafos, cronistas o allegados del escritor?
Resulta un grato descubrimiento encontrar un dato que posiblemente el
mismo autor desconozca.
Como expresarían periodistas y medios de
comunicación, cuando lanzan las primicias noticiosas, estoy en capacidad
de informar que el premio Nobel de Literatura del año 1982 pertenece a
la nobleza, a pesar de sus convicciones ideológicas. Aunque uno no se
imaginaría a García Márquez defendiendo a la institución monárquica como
lo hace Álvaro Mutis, puede que su ardiente sangre caribeña tenga
tintes azules.
La vida del autor colombiano es tan fascinante como
su obra, da para muchas anécdotas, incluso indirectas y no provocadas
por él mismo, como la que le escuché al escritor y traductor egipcio
Ahmad Yamani hace algunas semanas durante el lanzamiento en Abu Dhabi
del libro Diez poemas colombianos, selección lírica que tradujo Yamani
al idioma árabe, en un esfuerzo editorial para divulgar la literatura
colombiana en los países del golfo Arábigo concretamente.
En medio
de un ameno diálogo literario, concertado en la Embajada de Colombia en
los Emiratos Árabes Unidos, entre el poeta y profesor colombiano Juan
Felipe Robledo y el mencionado Ahmad Yamani, quien reside en España,
este último explicaba que en el mundo árabe no se conoce mucho de la
rica literatura colombiana, básicamente a García Márquez, por tratarse
de un clásico universal, cuya obra ha venido ganando terreno incluso en
países que la tenían censurada por motivos políticos o religiosos.
El
detalle simpático es que cuando aparecieron los primeros títulos del
escritor colombiano publicados al idioma árabe, quien realizó la
traducción tomó el segundo apellido del escritor colombiano como Marqués
y no como Márquez, por lo cual algunos lectores de Oriente Medio y
posiblemente de otras latitudes del mundo creen que se trata del marqués
Gabriel García, otorgándole al autor colombiano un título adicional a
su laureada existencia, esta vez de índole nobiliaria.
Esto pone
de manifiesto varios temas interesantes en un solo caso. Ante todo, la
importancia de las traducciones y sus riesgos implícitos. Está visto que
una buena traducción, incluso, puede mejorar obras que en su lengua
original no son tan afortunadas, mientras que una mala traducción puede
cambiar hasta la identidad del escritor original. Asimismo, la necesidad
de tener siempre presentes las tildes que hacen la diferencia en todas
las palabras de nuestra lengua castellana, incluidos los apellidos, algo
que antiguamente los profesores de gramática acentuaban en sus clases.
Así
las cosas, sin proponérselo, Gabriel García se incorpora al grupo de
escritores que han ganado un título nobiliario, bien sea por su origen,
como el conde Tolstói, o por su trabajo, como el marqués Vargas Llosa.
Aunque en la historia será difícil encontrar un parangón al caso de un
escritor signado tanto por su título, por su obra, sus pasiones
personales y su apellido, como ha resultado el marqués de Sade.
Lo
mejor del caso es que el título de marqués se lo ha dado al caribeño
Gabo, como lo llaman sus amigos, la literatura misma. Un episodio que
transcurre en el reino de la imaginación, ese rico patio de juego donde
Gabriel García Márquez suele divertirse.
Alguien dirá que la vida
se encarga de demostrar que es capaz de crear situaciones que sólo se le
ocurrirían al rey del realismo mágico.