Las mujeres que leen son peligrosas, de Stefan Bollmann, recorre la historia del arte a partir de esta iconografía que, según Luis Gusmán, atraviesa el placer, la libertad y la prohibición
Poseídas por la lectura./ Revista Ñ |
Hay un libro de Stefan Bollmann: Las mujeres que leen son peligrosas
, que es la historia ilustrada con escenas de mujeres leyendo, y que va
desde la Virgen María a Marilyn Monroe. Un recorrido desde la pintura y
de la fotografía, a partir del siglo XIII y hasta el siglo XXI. Podemos
decir que su mirada interviene esa iconografía. Por lo tanto, este
recorrido excede la disciplina del comentario de un libro, ya que su
lectura nos precipitó en un tema. La escritora y ensayista Esther
Tusquets, en su prólogo, advierte la cuestión y transforma el título del
libro en pregunta: ¿Son peligrosas las mujeres que leen? Esa pregunta
atraviesa este texto.
En Rojo y negro , la
novela de Stendhal, la señora Rènal quien ha contratado un preceptor
para sus hijos, termina enamorándose de éste que se llama Julián Sorel.
Ella no hace más que realizar los sueños de las novelas que lee. A Emma
Bovary le sucede algo parecido: su marido Charles nunca será el
personaje de alguna de las novelas que ha leído. Más contemporáneamente,
Molly Bloom, en su monólogo, vive en la cama esperando que su marido,
Leopoldo Bloom, le traiga novelitas porno eróticas como Las dulzuras del
pecado .
Las mujeres leen novelas y Ricardo Piglia, en su libro
El último lector, cuando habla de la linterna de Anna Karenina, se
detiene en los libros que lee la protagonista. David Viñas también: en
su trabajo sobre Amalia se fija en los libros que estaban sobre el tocador de la heroína romántica: Lamartine, Jorge Issacs.
Llena eres de gracia
En
las mujeres virtuosas, rezo y lectura parecen inseparables. Hay un
cuadro de Simone Martini del año 1333, “Anunciación”, que es un ícono
fundante. En esta anunciación, un ángel se hace presente a la Virgen
María y parece interrumpirla en su lectura. María parece retirarse hacia
atrás como temerosa. Bollmann, describe la epifanía: “su mano izquierda
sostiene un libro rojo –símbolo de su sabiduría– que estaba leyendo y
que mantiene abierto con el pulgar para no perder el pasaje en que
estaba sumergida en el momento de la llegada del ángel que interrumpió
su lectura.” Si bien la lectura ha sido interrumpida, el último detalle
anotado por Bollmann revela, al menos, una contradicción ejemplificada
en ese dedo pulgar abierto, ya que la Virgen conserva su serenidad y no
ha perdido el pasaje que estaba leyendo.
Entre el cielo y la tierra
Hay
un momento en la historia de la cultura en que se pasa de la lectura en
voz alta, a la lectura en silencio, que se supone íntima, solitaria.
San Agustín en sus Confesiones da cuenta de ella. En estas imágenes,
esta lectura que ha ido del rezo fervoroso al musitado, “a los labios y
la lengua quieta”, para decirlo en palabras de San Agustín cuando éste
recuerda cómo leía San Ambrosio. En Las mujeres que leen son peligrosas
hay una fotografía del monumento funerario de Leonor de Aquitania del
año 1204, erigido en el monasterio de la abadía de Fontevrault. Esta,
yace en el sarcófago con un libro abierto. Está leyendo en silencio.
Bollmann afirma que esta escultura no es de ninguna manera la señal de
un placer terrestre autorizado, sino un símbolo de goces celestiales.
Lecturas
solitarias, pecaminosas, lecturas hechas a hurtadillas. En la
oscuridad, con una luz filtrándose por una ventana o con una linterna
oculta como Anna Karenina. Estas lecturas, por ser secretas y
clandestinas, traslucen en las lectoras una agitación angustiosa como en
el cuadro de Franz Eybl: “Joven leyendo”, 1860. También el cuadro de
Peter Ilsted, de 1908, “Interior con muchacha leyendo”. La joven
retirada en un rincón, no en el centro de la escena, revela esa
intimidad que parece exigir la lectura.
Es posible que Bollmann
haga girar la secuencia de su iconografía sobre el placer de la lectura.
La lectura angustiosa está representada por la lectora a la luz de la
lámpara pintada por James Whistler (“Lectura a la luz de la lámpara”,
1859). La lectora sostiene un libro con angustia, muy cerca de sus ojos.
La explicación de la posible miopía de la mujer, no parece un argumento
convincente.
Hijos e hijas
Es
una escena familiar. La madre leyendo a los hijos. Lo interesante es
que la escena muestra no sólo una lectura instructiva, escolar o
religiosa, sino de un placer que pareciera compartido. Es posible que la
escena más placentera, casi en el borde de lo bucólico, sea la de una
madre leyéndole a sus dos hijos retratados en una pintura de Anton Ebert
de 1883, cuyo título es: “Cuento para antes de dormir”.
Pareciera
que el tópico de la lectura en compañía, y como compañera, explica que
la existencia de muchos cuadros de niños y niñas adolescentes leyendo.
En las pinturas nórdicas este tema es frecuente. Como bien señala
Bollmann, miran el libro con ojos grandes y abiertos, en señal de
asombro. Mediante la lectura, están descubriendo el mundo. Como se
advierte en el cuadro de Carl Christian Constantin Hansen: “Las hermanas
del artista” de 1826. Es probable que en este catálogo falten aquellos
libros que en nuestra infancia con sus historias terroríficas nos
dejaban paralizados. En ese caso, el pintor hubiera localizado otra
mirada, también infantil: la del miedo.
La dama del perrito
Distintas
mujeres aparecen en la escena de lectura acompañadas de un perro. En la
pintura de Charles Burton Barber de 1879, “Muchacha leyendo con
doguillo”, aparece una joven que mientras lee, tiene en sus brazos y
apoyado sobre su regazo, un cachorrito. Lo que se conocía como perrito
faldero proveniente de China lo que denota cierta señal de exotismo.
Como señala Bollmann, estos perros fueron introducidos en las casas
burguesas como una moda de la época, incluso aquellas figuras hechas de
porcelana, donde esta estética se vuelve un poco kitsch.
Las lectoras sentimentales
En
estos cuadros, la mirada de Bollmann se ha detenido en lo que llama las
sensaciones que produce la lectura. Este efecto se refleja en cierto
sentimiento de suspenso ante lo que se está leyendo y que se revela en
un gesto, una mirada, un hombro desnudo, la mano sobre el pecho, como
poses de cierta lasitud. El libro, su lectura, parecen cortar la
respiración de la lectora, anota con exactitud Bollmann. La podríamos
llamar: una lectura palpitante. De las emociones. Una lectura mística en
el sentido de transporte. Lo que se conoce como estado de éxtasis.
Uno
podría imaginarse a Lou Andreas-Salomé leyendo una carta de Freud, a
Milena leyendo una carta de Kafka, a Louise Colet leyendo los afiebrados
comentarios de Flaubert que pasaban de observaciones literarias a los
encantos de los pies de su corresponsal. Flaubert, quien su pobre Bovary
confundió la vida con la literatura. En las lectoras hechizadas,
Bollmann destaca aquellas imágenes donde las mujeres leen una carta, o
una misiva de amor. Cartas de encuentro o despedida. A esta escena, la
denomina: “momentos íntimos”. Llama la atención la pintura de Pieter
Janssens Elinga (“Mujer leyendo”, 1670) de una lectora cautivada. Es una
criada que está leyendo un best-séller. Abandona sus obligaciones por
la pasión por la lectura. Bollmann habla de la agitación del personaje,
lo que no se advierte en la figura que está de espalda y que no nos
facilita el título del libro. Con lo cual, es difícil adivinar por qué
se trata de un best-séller de la época.
El cuadro de Vermeer,
“Mujer de azul leyendo una carta” (1663/64) en que se ve a una mujer
probablemente embarazada; con lo cual, la espera, la dulce o la amarga,
revela el espíritu del cuadro. Seguramente, está esperando noticias de
su esposo. El mapa del sudeste de Holanda, anota certeramente Bollmann,
que cuelga en la pared de fondo es una alusión al ausente.
Escenografías de lectura
En
estos cuadros, la mirada se detiene en los detalles del entorno, la
luz, el mobiliario, la posición de la lectora. O en el libro, su tamaño,
su encuadernación, si las páginas doradas revelan en su color cierta
cuestión órficamente religiosa. Es una lectura del recogimiento. Un
libro encuadernado en terciopelo rojo, era la alegoría de la promesa de
matrimonio. En estos cuadros, es frecuente que aparezca El libro de las
Horas que además de su carácter de devocionario y de libro de
meditación, señala no sólo el espacio, el hábitat, sino el tiempo de la
lectura.
El cuadro de Edward Burne-Jones, “Retrato de Katic Lewis”
(1886), está dedicado a la hija de su abogado, una niña que cuando la
comenzó a pintar tenía cuatro años y cuando terminó el cuadro tenía
ocho. No parece tan niña. El pintor la sorprende en una lectura que no
es apta para su edad, una historia romántica de San Jorge y el dragón.
Lo inconveniente de la lectura y los efectos de esa inconveniencia se
revelan en el aspecto desordenado de sus cabellos. La manzana que se
encuentra sobre el diván en que está tendida indica cierta indolencia.
En realidad, la chica parece un escudero medieval mimetizada con algún
personaje de las historias que está leyendo.
Por su parte, los
cuadros de Hopper pintan una soledad americana. La chica está en una
habitación de un hotel, y no lee la biblia que suele estar en la mesita
de luz de todos los cuartos sino un folleto para un viaje sin rumbo. La
escena muestra la melancolía de las estaciones de tren y los hoteles de
mala muerte, impersonales; una anomia a veces compartida. En realidad
parece que la chica no agarra el libro, sino que se agarra de él.
Hay
cuadros en los que las mujeres están en peligro pero el peligro se debe
a la depresión, y ya no por una lectura apasionada o por una
imaginación desbordante o la cabeza afiebrada por las historias de amor.
Este estado se refleja en una foto de André Kertész de 1929, titulada
“Hospicio de Beaune”.
La lectura masculina parecía tener en sí
misma un sentido utilitario que no se le otorgaba a la lectura femenina
que era peligrosa; con lo cual, ésta quedaba del lado de lo inútil, el
despilfarro, la diversión. Quizá la aclaración más ejemplar que anota
Bollman es la de un arqueólogo y filólogo kantiano, el suizo Johann Adam
Bergk, quien en 1799 declara que la lectura femenina representaba “un
despilfarro insensato, un temor insuperable a cualquier esfuerzo, una
propensión ilimitada al lujo...” El pedagogo Karl G. Bauer, ochos años
antes, en 1791, ya era precursor de ese rechazo y condena: “la
somnolencia, la obstrucción, la flatulencia y la oclusión de los
intestinos son consecuencias bien conocidas sobre la salud sexual, de
ambos sexos especialmente el femenino”. Si a esto se le agrega una
imaginación desbordada por la lectura y aún más, en el caso de la mujer,
una imaginación febril: las mujeres lectoras eran peligrosas.
El
cuadro de 1760 de Pierre-Antoine Baudouin titulado “La lectura”,
muestra a una mujer que más que abandonada o transportada por la lectura
parece ida. Una pose similar se ve en el cuadro de Ramón Casas y Carbó
de 1895, titulado: “Joven decadente”. Ya su título indica de qué se
trata. Es una joven que no está tendida sobre un diván sino despatarrada
y esa posición corporal revela una indolencia al borde de la posesión.
El filólogo Bergk y el pedagogo Bauer, podrían haber dicho: poseídas por
la lectura.
Marilyn Bloom
En la foto de Eve Arnold tomada en 1952, Marilyn Monroe está leyendo el Ulises .
La pregunta si lo leyó o no tiene poca importancia. La foto es un
documento. Un profesor universitario llamado Richard Brown quiso conocer
la verdad y le pidió a la fotógrafa que le develara la incógnita. Esta
le dijo que ella había ido a visitar a Marilyn y la encontró concentrada
leyendo el libro de Joyce. Eve Arnold cargaba su cámara y así la
inmortalizó, nos cuenta Bollmann.
Marilyn Monroe y Molly Bloom,
dos mujeres para el mayor mito literario del siglo pasado y de este
siglo. Marilyn prosigue con sus lecturas y se anota en la universidad
con un especialista joyceano. El mito de Joyce se ha cumplido. Las dos
mujeres míticas del siglo XX se juntan en el monólogo. ¿Y si en la
versión cinematográfica del Ulises , Marilyn hubiera hecho de Molly en
lugar de la actriz Sandra Milo? Y, entre nosotros, ¿es tan difícil
imaginar a Cristina Banegas mirando esa foto? No. ¿Y si Marilyn lo leyó
fragmentariamente? Finalmente, el profesor Brown confesó que era la
manera de leerlo.
El libro de Bollmann nos ofrece en su
iconografía, cuadros donde uno podría encontrar la imagen de la lectora
moderna. El cuadro de Alexander Deineka que muestra a una militante
rusa en 1914; o la pintura de Vittorio Matteo Corcos: “Sueños”, 1896. El
título es engañoso, no es una soñadora, aclara Bollmann con
pertinencia. El ademán enérgico y su vestimenta, muestran a una muchacha
independiente y decidida. Los libros están amontonados sobre un banco
junto a un sombrero.
Este recorrido iconográfico nos otorga esta
conjetura, es posible que la lectora moderna haya nacido en aquel
intervalo transcurrido entre el monólogo de Molly Bloom y la foto de
Marilyn leyendo el Ulises .