El “otro“ es “yo“, nuestro propio inconsciente, que se despliega de manera alienígena, como un segundo en discordia
El otro lado no es más que el Yo./pijamasurf.com |
Todo está bien en este mundo, nena.
El otro padre de Coraline
Toda experiencia del “otro” incluye un
elemento de terror de intensidad variable –el “otro” es, claro, un mundo
diferente, que parece no seguir el mismo conjunto de reglas que este,
al que estamos tan habituados. Y el modo más común para experimentar la
otredad es, sin lugar a dudas, la experiencia psicodélica y la
modificación química del organismo. Porque a fin de cuentas, el otro
somos nosotros mismos: el “otro” es “yo”, nuestro propio inconsciente,
que se despliega de manera alienígena, como un segundo en discordia. La
experiencia interior desplegada, entonces, es la causante del terror, al
mostrarse como extraña, como ajena e irreconocible, cuando no es más
que el corazón abriéndose y expandiéndose. El terror se debe a la
pérdida de la brújula perceptual, a la incapacidad de describir una
realidad interior que se muestra extraña –por esto es que la experiencia
psicodélica es idéntica a la abducción extraterrestre. Todos los
elementos se encuentran en ambas experiencias: otro mundo, el terror, un
despertar (¿cuántos abducidos han iniciado cultos new age después de
revivir el trauma de la abducción?). Siempre el inconsciente se
despliega como una pantalla de humo, una fantasía exteriorizada (sea
dentro de los márgenes de la propia conciencia o fuera, como platillos
voladores de Marte).
El terror también se debe a la tacofobia
ontológica, el miedo al aumento frenético y vertiginoso de la velocidad
con la que el mundo extraño nos obliga a percibirlo, como si de un
momento a otro fuésemos corporalmente conscientes de la velocidad a la
que la Tierra rota sobre sí misma y alrededor del Sol y a la que la Vía
Láctea nada en el Universo en la danza pitagórica de fuerzas de gravedad
y electromagnetismo. Como si fuésemos repentinamente conscientes del
movimiento perpetuo, prácticamente transfinito, que sucede
constantemente alrededor nuestro –adentro nuestro. Como si cambiando el
dial de una radio vieja, girando una perilla gastada, captáramos una
frecuencia y en un instante nos viésemos estirados como un personaje de
cómic, siempre hacia adelante y la perilla se encontrase ahora no en una
radio con polvo que nadie usa sino en nuestro plexo solar. Ese terror
es también una experiencia religiosa, como atestiguan los últimos discos
de John Coltrane. Hay una armonía (extraña, alienígena) en el ruido
cósmico y esa iluminación primigenia y terrorífica está repleta de
ángeles y de insectos. La metamorfosis de Kafka adquiere una nueva
lectura, un simbolismo que la emparenta con el gran símbolo moderno del
atavismo psicodélico que es Alicia en el país de las maravillas.
La
historia de Lewis Carroll es casi un manual de comportamiento que
incluye los protocolos necesarios para subsistir en el otro lado y, más
importante, volver. Gregorio Samsa, lamentablemente, no deja de ser
insecto –y llega un punto en que, aunque nos acostumbremos a ese mundo
que puede parecer más real que este, aunque nos enamoremos de los
personajes (interiores) que podamos encontrar, aunque nos terminen
gustando los árboles cuyas raíces se encuentran en todas partes y cuyas
ramas no están en ningún lado, querremos volver y la ventana por la que
ingresamos habrá desaparecido. Todas las habilidades del ocultismo y la
magia práctica se refieren al control del inconsciente; todas las
advertencias nos hablan del peligro de perdernos en ese mundo alienígena
que se encuentra en nuestro interior. Desde los peligros de la magia
negra al “perderse” en un viaje astral hasta el riesgo de los
enteógenos, siempre es la misma historia, el mismo peligro, el mismo
miedo a ser Gregorio Samsa, a que termine el cuento y que la historia
sea una tragedia, una derrota shakesperiana, a que no sea todo un sueño.
La Reina ordena que Alicia sea decapitada, pero después de experimentar
el terror de ser perseguida por un ejército de cartas enceguecidas por
el odio, despierta.
En ese desierto que es un inmenso
atractor caótico de oasis –en ese desierto que es también un jardín
(como el de Hassan-i Sabbah, como el de Adán), el inconsciente también
se exterioriza en un personaje sin el cual nos perderíamos. Sin
Virgilio, Dante no habría escrito La Divina Comedia. El
Guía como un Santo Ángel Guardián, a veces como un trickster (como si no
quisiera hacerlo o como si estuviese haciendo lo opuesto), pero siempre
asegurándose de que estemos bien. Que no nos terminemos de perder en el
laberinto de la irrealidad. Que si nos caemos buscando la vía de
regreso, nos levantemos –ese guía, un ancla bioenergética es, a menudo,
un gato. Es un gato en Coraline, obra maestra de Neil Gaiman y de Henry Sellick en su versión cinematográfica. Coraline
contiene todos los elementos de la experiencia psicodélica liminal,
cuando llegamos al límite del “otro”. La bruja, los botones, el miedo a
no poder volver. El inconsciente extraterrestre (repleto de insectos:
los dos mundos están llenos de insectos) que irrumpe en la realidad
consensual al punto de que los pilares mismos de la vida cotidiana
desaparecen. La ayuda de un animal de poder, un gato que se encuentra en
los dos mundos y sin el cual Coraline no podría mantener su alma y
salvar a sus padres, la realidad: no es difícil acceder a esa otra
realidad, basta con encontrar la llave que abre la puerta. Lo difícil es
volver.
El filósofo sufí Ibn Arabi escribió en el año 1204 Viaje al Señor del Poder,
un tratado místico sobre ese otro mundo en su aspecto luminoso al que
llaman, bajo ciertos nombres cambiantes, Dios. Una de las peculiaridades
de ese libro es que no se preocupa únicamente sobre cómo llegar a Dios,
sino también sobre cómo volver. No hace falta conocer la obra de John
C. Lilly para saber la importancia del regreso en la experiencia
psicodélica y para detectar a kilómetros de distancia a esas personas
que acaban de tener una experiencia mística químicamente inducida y que
se sienten luz, y que unas semanas después la única consecuencia
palpable del viaje es una incipiente bipolaridad incontrolable que exige
una nueva visita al país de las maravillas (porque Alicia siempre
vuelve, no puede evitarlo –pasan los años, cambian los directores y
continúa volviendo al otro mundo, aunque ese universo sea cada vez más
oscuro y perverso y ninguna película posterior pueda siquiera compararse
a la original de Walt Disney). Las historias de los hermanos Grimm
incluyen todas un elemento macabro, inesperado y terrorífico que
desapareció en el siglo XX. Los reportes de contactos con las ahora
inocentes hadas, a lo largo de la historia, muestran una identidad total
con la experiencia moderna de abducción: las similitudes mitológicas
entre el folclore medieval y la mitología de los “grises” son
abrumadoras.
Y siguiendo a Ibn Arabi, pero con un áurea thelémica, Sebastián no tiene problemas en llegar a Fantasía en La historia interminable, de
Michael Ende –sólo tiene que dejar volar su imaginación al leer un
libro que es todos los libros; el verdadero problema es volver al mundo
real. En la película es cuestión de minutos, prácticamente un epílogo
colorido después de que la Emperatriz Infantil obtiene su nombre, el
momento de disfrute tras la catarsis necesaria tras la muerte de Artax,
pero en la novela es el corazón de la narrativa. Sebastián pierde el
camino en Fantasía, no sabe cómo volver –ni siquiera quiere volver. Al
enfrentarse a los peligros de Fantasía olvidó quién es, quién era y
quién puede llegar a ser. La imaginación está repleta de peligros como
las hadas y los dragones de la suerte, como los OVNIs y brujas malvadas
(y manzanas mordidas), como nuestro propio inconsciente que se
manifiesta como licántropos, insectos trans-yuggothianos y entidades de
cabeza alargada de otras estrellas, como gatos multidimensionales que
hablan y como historias sobre la velocidad acrecentada de la percepción y
el peligro concreto de perderse en otros mundos, cósmicos y primitivos,
maravillosos y, quizás, igual de reales que este.
Twitter del autor: @ferostabio
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opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y
no necesariamente reflejan la posición de Pijama Surf al respecto.