Del amor y sus parejas
Cuento cavernícola
José Luis Basulto Ortega
1.000.000 A. C.
Dos homínidos machos llegaron sudorosos y sangrantes a la cueva oscura.
—¡Guar, guar!
—¿Añt? —preguntó la hembra.
—Añt mmm… mmm…
—Mmm...
—Ajm nya ss..mmm
La hembra se dio la vuelta y frotando su vientre, lloró una lágrima
sucia.
Original
Benjamín Preciado
Mujer, probar la manzana será un pecado inútil. Mejor hagamos un pastel.
Cuento
chino
Juan José Reyes Palacios
Hace tiempo, yo, Wang Tse, soñé con la mujer más
hermosa y perfecta que hombre alguno haya soñado.
En ese sueño nos enamorábamos y vivíamos un idilio por
días enteros, hasta que nos vencía el cansancio, quedándonos profundamente
dormidos. En el sueño soñaba que despertaba y exclamaba: ¡sólo soñaba! pero en
ese momento una mujer hermosa me preguntaba: ¿en qué soñabas, bien mío? Iba a
contestarle, cuando en eso desperté; estaba seguro de que todo había sido un
sueño. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una mujer perfecta, que
susurraba a mi oído: ¿en qué soñabas, bien mío? Entonces ya no supe si con otra
mujer, o con la que tenía a mi lado, soñé que había soñado o aún no había
despertado.
La piedad del silencio
Svetlana Larrocha
Luego de cuatro semanas, exactamente cuatro semanas
negándome tu voz, hoy me has hablado.
Que cómo estoy, preguntas. “Bien” (¿reprocharte que
sólo existo cuando nadie atempera tus hambres de afecto?, ¿que siempre me
comparaste con nada, mientras te regalaba una flor por cada amante que te
supe?, ¿que sin conocerlas rechazaste mis ternuras?). ¿Qué he hecho? “Ya sabes,
trabajando”, respondo por inercia (¿presumiré mi recién felicidad?, ¿contarte
que he renunciado a la perseverancia de quererte?, ¿que ya no me privo de
compartir los goces de la carne porque —entre juegos y placer, arrebatos y
sonrisas— alguien me da un fragmento de aquello que jamás me diste?). Entonces,
callo. Callo al respirar tu soledad, tu podrida soledad, y no te digo el
regocijo supremo de olvidarte.
Dicha efímera
Raquel
Granados Monroy
Golpea
con fuerza el gastado azulejo imitando el sonido de miles de aplausos que
envidiaría el más experimentado artista en su noche de estreno; canto libre y
acompañado que emana de la flor de acero inoxidable plantada en la pared, toca
mi cabeza convertida en húmeda materia, y peina mis oscurecidos y brillantes
cabellos que caen pesados sobre la espalda. Me besa la frente, los ojos, los
labios y acaricia cada centímetro de piel como el mejor de los amantes y yo me
dejo arrullar en su cálido ambiente como un niño en los brazos de su madre.
Momento sublime en que puedo cerrar los ojos y flotar en una nube de vapor,
como un querubín de cuadro de iglesia, hasta que soy bruscamente arrancada de
este excitante sueño por un ronco y entrecortado quejido. Miro hacia la pared
donde mi pobre flor de acero inoxidable, ha perdido su brillante corola, busco
desesperada las últimas gotas de cristal derretido que se escurren entre los
dedos de mis pies y huyen a toda velocidad entre las rejillas de la coladera,
al tiempo que mis ojos traducen mi rabia y desasosiego en otras cuentas
transparentes y saladas. Un golpeteo en la puerta es la introducción de una voz
aguda que me anuncia: la bomba del agua se ha descompuesto, nuevamente. Maldigo
al plomero y me pregunto por qué la felicidad en todas sus formas es siempre
tan efímera.
Pecado a
medias
Liliana Valderrama Blum
Es conveniente que las sirenas que decidan abandonar el reino de los
mares para ir en pos de algún príncipe hermoso, adquieran con anticipación un
par de piernas y todo lo que entre ellas debe haber.
Resulta obvio que a ningún príncipe que se jacte de ser decente le gustaría ser acusado de bestialidad a medias.
Resulta obvio que a ningún príncipe que se jacte de ser decente le gustaría ser acusado de bestialidad a medias.
Débito
conyugal
José Luis Cárabes
Por desgracia me enteré de que en la familia de mi
esposa abundaban los locos y los débiles mentales hasta que ya estaba casado.
La posibilidad de preñarle un hijo mongoloide acabó
con mi libido matrimonial.
Histérica y desnuda me exigía el cumplimiento del
débito conyugal.
—Soy tu esposa, eres mi hombre —me gritaba.
Yo sufría el terror de su amenazadora gravidez.
Estoy en deuda con ella. Le adeudo un mongoloide.