sábado, 20 de septiembre de 2014

Minicuentos 91



Del amor y sus parejas                                                                                                           


Cuento cavernícola
José Luis Basulto Ortega

1.000.000 A. C.
Dos homínidos machos llegaron sudorosos y sangrantes a la cueva oscura.
—¡Guar, guar!
—¿Añt? —preguntó la hembra.
—Añt mmm… mmm…
—Mmm...
—Ajm nya ss..mmm
La hembra se dio la vuelta y frotando su vientre, lloró una lágrima sucia.

Original
Benjamín Preciado

Mujer, probar la manzana será un pecado inútil. Mejor hagamos un pastel.

Cuento chino
Juan José Reyes Palacios

Hace tiempo, yo, Wang Tse, soñé con la mujer más hermosa y perfecta que hombre alguno haya soñado.
En ese sueño nos enamorábamos y vivíamos un idilio por días enteros, hasta que nos vencía el cansancio, quedándonos profundamente dormidos. En el sueño soñaba que despertaba y exclamaba: ¡sólo soñaba! pero en ese momento una mujer hermosa me preguntaba: ¿en qué soñabas, bien mío? Iba a contestarle, cuando en eso desperté; estaba seguro de que todo había sido un sueño. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una mujer perfecta, que susurraba a mi oído: ¿en qué soñabas, bien mío? Entonces ya no supe si con otra mujer, o con la que tenía a mi lado, soñé que había soñado o aún no había despertado.

La piedad del silencio
Svetlana Larrocha
Luego de cuatro semanas, exactamente cuatro semanas negándome tu voz, hoy me has hablado.
Que cómo estoy, preguntas. “Bien” (¿reprocharte que sólo existo cuando nadie atempera tus hambres de afecto?, ¿que siempre me comparaste con nada, mientras te regalaba una flor por cada amante que te supe?, ¿que sin conocerlas rechazaste mis ternuras?). ¿Qué he hecho? “Ya sabes, trabajando”, respondo por inercia (¿presumiré mi recién felicidad?, ¿contarte que he renunciado a la perseverancia de quererte?, ¿que ya no me privo de compartir los goces de la carne porque —entre juegos y placer, arrebatos y sonrisas— alguien me da un fragmento de aquello que jamás me diste?). Entonces, callo. Callo al respirar tu soledad, tu podrida soledad, y no te digo el regocijo supremo de olvidarte.

Dicha efímera
Raquel Granados Monroy
Golpea con fuerza el gastado azulejo imitando el sonido de miles de aplausos que envidiaría el más experimentado artista en su noche de estreno; canto libre y acompañado que emana de la flor de acero inoxidable plantada en la pared, toca mi cabeza convertida en húmeda materia, y peina mis oscurecidos y brillantes cabellos que caen pesados sobre la espalda. Me besa la frente, los ojos, los labios y acaricia cada centímetro de piel como el mejor de los amantes y yo me dejo arrullar en su cálido ambiente como un niño en los brazos de su madre. Momento sublime en que puedo cerrar los ojos y flotar en una nube de vapor, como un querubín de cuadro de iglesia, hasta que soy bruscamente arrancada de este excitante sueño por un ronco y entrecortado quejido. Miro hacia la pared donde mi pobre flor de acero inoxidable, ha perdido su brillante corola, busco desesperada las últimas gotas de cristal derretido que se escurren entre los dedos de mis pies y huyen a toda velocidad entre las rejillas de la coladera, al tiempo que mis ojos traducen mi rabia y desasosiego en otras cuentas transparentes y saladas. Un golpeteo en la puerta es la introducción de una voz aguda que me anuncia: la bomba del agua se ha descompuesto, nuevamente. Maldigo al plomero y me pregunto por qué la felicidad en todas sus formas es siempre tan efímera.

Pecado a medias
Liliana Valderrama Blum

Es conveniente que las sirenas que decidan abandonar el reino de los mares para ir en pos de algún príncipe hermoso, adquieran con anticipación un par de piernas y todo lo que entre ellas debe haber.
Resulta obvio que a ningún príncipe que se jacte de ser decente le gustaría ser acusado de bestialidad a medias.

Débito conyugal
José Luis Cárabes

Por desgracia me enteré de que en la familia de mi esposa abundaban los locos y los débiles mentales hasta que ya estaba casado.
La posibilidad de preñarle un hijo mongoloide acabó con mi libido matrimonial.
Histérica y desnuda me exigía el cumplimiento del débito conyugal.
—Soy tu esposa, eres mi hombre —me gritaba.
Yo sufría el terror de su amenazadora gravidez.
Estoy en deuda con ella. Le adeudo un mongoloide.