sábado, 13 de septiembre de 2014

El olvido y sus recuerdos

Me acordé de este poema al leer la noticia del mediocampista alemán Christoph Kramer 

Jorge Luis Borges, citador frecuente de Robert Graves./eltiempo.

Hay un poema del insuperable y exquisito Robert Graves que Borges siempre citaba como si fuera un cuento, porque de alguna manera también lo es. Todos los poemas lo son. Y Borges lo contaba con tanta gracia –en sus conferencias, en sus entrevistas, en sus libros– que nunca dijo el título ni la fecha, solo el nombre del autor, y muchos llegaron a creer que era otro más de sus juegos y artificios: otra festiva y humilde atribución suya de lo suyo a los demás, al otro.
El poema, sin embargo, existe, claro que existe. Se llama El estatero partido y Graves lo publicó en un libro de 1925 y se lo dedicó “al piloto 338171, T. E. Shaw”, es decir a T. E. Lawrence o ‘Lawrence de Arabia’, quien entonces usaba esos seudónimos, o el de John Hume Ross, para estar en la Real Fuerza Aérea o en el Real Regimiento de Tanques sin que el ruido y la sombra de su fama le impidieran ser lo único que él quería ser de verdad en la vida: un soldado y un guerrero, un hombre de acción.
Esa es la historia que narra el poema de Graves que Borges hizo cuento: la de un guerrero que huye de su gloria y vuelve a ser lo que siempre fue, por el solo placer de serlo, por el honor y por el juego. No es, además, cualquier guerrero: es Alejandro Magno, que renuncia a ser dios y emperador y se extravía en el Asia, y allí vive como un soldado más mientras en Macedonia lloran su muerte. Pasan los años y un día, después de un motín, Alejandro recibe en pago una moneda en la que está grabada su cara.
Según Borges, así recobra su pasado y se dice: “Eres un hombre viejo; esta es la medalla que hice acuñar para la victoria de Arbela cuando yo era Alejandro de Macedonia...”. La idea de Graves es quizás más irónica: los generales se reparten solos el botín y por eso se rebelan los soldados, cuando ya no queda nada de valor que darles. Entonces les ofrecen las sobras: monedas viejas, pedazos de plata y de bronce. A Alejandro le corresponde ese estatero roto con su cara en él. ¿No era su imperio más grande?, se pregunta antes de gastar la moneda en una juerga.
De la manera más inesperada y absurda me acordé de este poema y esta historia al leer ayer, tal vez un poco tarde, no lo niego, la noticia del mediocampista alemán Christoph Kramer, quien fue inicialista con su selección en la final del Mundial pasado, cuando tuvo que remplazar a Sami Khedira, lesionado antes de que empezara el partido. La suerte para el pobre Kramer, sin embargo, se fue por donde vino, pues a los 31 minutos del primer tiempo, en una pelota disputada con Ezequiel Garay, recibió un golpe en la cabeza que lo dejó en el piso y sin sentido.
Kramer trató de reincorporarse muy rápido al juego pero el juez pidió que lo cambiaran cuando se le acercó y le hizo la pregunta más desconcertante del mundo y sin duda del Mundial: “Réferi: ¿esta es la final?”. Ahora me entero de que los médicos le han confirmado al jugador que, por culpa de ese mal golpe (como suelen serlo todos), lo más probable es que nunca en su vida pueda llegar a recordar que estuvo allí en el pasto del Maracaná ese 13 de julio del 2014. Sabrá que estuvo, sí, pero jamás podrá recordarlo.
Es decir: el partido que se supone que es el partido de la vida en la vida de cualquier jugador de fútbol; el partido en el que todos los que alguna vez patearon un balón sueñan con estar desde niños, desde el potrero... ese partido va a ser para Christoph Kramer, siempre, un recuerdo vacío y mudo: 31 minutos en los que estuvo y no estuvo en la final del Mundial, y que nunca podrá saber cómo fueron.
Dice él que lo ha repetido mucho en video para “recordarlo”. Supongo que mientras lo hace acaricia la medalla que les suelen dar a los campeones del Mundial.
catuloelperro@hotmail.com
Juan Esteban Constaín es escritor colombiano