A cien años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial
Matrimonio literario. ABC y Silvina Ocampo, a las puertas del sanatorio Cemic el 9 de septiembre de 1979./revista Ñ |
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse
testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al
recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase,
recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios
íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó
cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte,
el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes
(que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el
autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.
El
80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una para su
hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de
Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la
escritora Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con
Alzheimer; la de su hija Marta, víctima en 1994 de un accidente de
tráfico ridículo y fatal; la del mismo Bioy Casares en 1999 y
finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los 42 años de edad–
encadenó varios juicios sucesorios con un resultado insospechado. La
carambola del destino quiso que los derechos de autor de dos de los
escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y
gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con
un dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del
expediente judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en
manos de la madre de Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan
aplicado como admitido.
Al conmemorarse mañana el centenario de
su nacimiento, detenerse en los detalles nunca revelados de este
folletín judicial de casi 15 años y más de 4.000 fojas es indagar no
sólo en las reediciones y futuros libros de inéditos de ABC y de
Silvina, sino también en el destino de uno de los tesoros más preciados
de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos de enorme valor
literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso comprar y
trasladar a los EE.UU. en 2000 (Ver en la pág. 44 “La biblioteca ...”).
La
saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad política de
nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el expediente
registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás cuentas
involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron
en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados,
recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de
mantenimiento, honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las
versiones difieren: allegados al escritor sostienen que su intención de
beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo asistió los
últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la
relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos
desde 1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos
juicios sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según
una fuente que pide reserva. Consultados por Clarín para este
artículo, los jóvenes Bioy declinaron participar por tratarse de “un
tema muy personal”. Pero declaraciones previas de Florencio, realizadas a
Alejandra Rodríguez Ballester para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los 20 años en sucesión”.
Otras
fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo de Bioy,
publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican que
la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el
quinto de su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y
la tasación de la biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de
Posadas 1650, donde Bioy y Silvina Ocampo vivieron gran parte de su
matrimonio de 53 años. La propiedad –697 metros cuadrados más terraza,
situados en una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos
millones setenta y cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién
en junio de 2013 la justicia ordenó que parte de ese dinero se usara
para pagar el grueso del legado. La enfermera cobró, en efectivo,
307.706 dólares, salvados de la pesificación por su carácter de depósito
judicial (según resolución de abril de 2002).
No es la única
sorpresa de un juicio sucesorio que bien valdría una serie de televisión
y del que participaron decenas de abogados (algunos murieron y fueron
reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar o de cobrar),
escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y expertos
varios. Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares
–valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de
pesos– y la mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no
están en manos de su familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y
heredera de Fabián Bioy Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy
Casares tuvo con ella en 1963. “Finita”, una bellísima mujer de alta
sociedad por entonces casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros
tres hijos, se separó cuando Fabián tenía 6. Al morir este en 2006,
soltero y sin descendencia, lo heredó su madre.
La razón de los
porcentajes asignados a Fina Demaría y a los nietos de Bioy tiene
fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta entonces llevaba
el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y derechos, entre
ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy recibió a la
muerte de ésta, en 1993. Durante el juicio sucesorio, además, Fabián
inició otro contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción
de Rincón Viejo, un campo que el escritor había donado a su hija, Marta
Bioy Ocampo (concebida con otra de sus amantes, María Teresa von der
Lahr, y luego adoptada, amada y criada por Silvina como propia).
Rincón
Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una propiedad de más
valor literario que económico (más de siete millones y medio de pesos,
según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando los
años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo
un folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia
materna de Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la
increíble amistad entre el donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte).
Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el sitio donde
él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas de
sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes
(1954). Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de
la familia de Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a
ser compensado por su valor, de allí que la mayor parte del dinero
obtenido por el piso de Posadas le correspondiera a él y, a su muerte, a
su madre, Fina.
El campo es administrado por Florencio
Basavilbaso Bioy, el nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas
–Victoria y Lucila– corresponde la otra mitad de los bienes y derechos
de autor de Silvina Ocampo, heredada por Marta. Y además, los derechos
morales sobre las obras de sus abuelos. Explica un conocedor de la
causa, quien pide anonimato: “Los derechos morales que apuntan a
preservar la integridad de una obra y la buena imagen de un escritor,
tras su muerte le corresponden más a su sangre que a cualquiera. A
Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando ellos, a sus
nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas obras
que encontraran inconvenientes? “Tendrían voz en el tema, pero no creo
que requieran hacerla oír nunca, porque es un trabajo que se hace con
mucho conocimiento y respeto”, señala el experto. Este juego de
equilibrios se relaciona con los inéditos de ambos autores en cuya
edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los curadores
Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra de
Silvina Ocampo). El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue
donado por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos
años de su vida en la preparación del monumental Borges. “Los
derechos de autor son de Fina Demaría, pero la decisión de qué se
publica, cómo se publica y cuándo se publica corresponde a Martino”,
precisa esta fuente. Hay además fotografías, una obra que Bioy
desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada
(recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro Cultural San Martín.
La
conservación y el destino de la biblioteca y papeles privados hallados
en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por mitades a la
Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial
aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los
herederos. “En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por
la biblioteca, pero como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la
valuación estaba pendiente, se desestimó.” La oferta de esa universidad
llegó al juzgado por correo. En lo peor de su enfrentamiento con el ex
marido de su hija Marta, Teresa Costantini ofreció comprarle la
biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con uso de ésta para Bioy.
Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos problemas en la
familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no teníamos
garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única. En
una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente registra otra
“propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada.
Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.