Esta es una pregunta ritual para quienes vivimos en este singular oficio y que regresa cada tanto, como un siniestro bumerán, cuando ya nos creemos a salvo de dudas
¿Te atreves a escribir? /elespectador.com |
Hablo en plural porque supongo que a otros colegas les pasa lo mismo,
eso de que la pregunta vuelva y nos golpee en la cara, pero la verdad
no estoy seguro. Me he pasado la vida creyendo que ser escritor consiste
en encontrar un modo original y nuevo de ser escritor, y ahora me
sorprendo al afirmar que nos acechan problemas comunes. Una suerte de
hermandad o sindicato. Lo sé, es contradictorio. ¿Para qué escribir?
Podría también pensar que sólo a mí me acosa esa pregunta y me golpea
cada tanto en la nariz, si no fuera por las excelentes respuestas que he
leído de otros autores cuando, en medio de una entrevista, dicen por
qué escriben. Aunque no es lo mismo. Una cosa es cuando la pregunta
emerge de tus tripas y te hace doler el estómago por un rato, y otra que
alguien, micrófono en mano, te la haga. Yo creo, pero no puedo
asegurarlo, que los escritores usan frases ingeniosas para esconder sus
verdaderos motivos. Un escritor oculta su verdad igual que un animal
esconde sus heridas, con dolor y algo de vergüenza. Son tiempos
difíciles y si uno sigue golpeando la tecla a diario es porque tiene
buenos y secretos motivos. Más le vale. A juzgar por su correspondencia,
Faulkner escribía para hacerle añadidos a su casa y construir un
cobertizo y ampliar los terrenos de su granja. Proust quiso dar
testimonio del mundo frívolo en que vivió y que tal vez nunca llegó a
comprenderlo. A lo mejor escribió para vengarse de algo o de alguien, o
incluso por amor. No recuerdo qué escritor fue el que dijo “sería mucho
peor si no lo hiciera”, una frase tremebunda, que expresa muy bien el
destino de quienes escribimos. ¿Por qué escribía Hemingway? Para ser
Hemingway, pues a pesar de que sus libros están algo olvidados su figura
sigue creciendo. Hemingway, con todo y disparo en la boca, es hoy más
importante que sus libros. Lo contrario de André Gide, que escribía para
conseguir muchachos, o incluso de Dostoievski, que escribía para jugar y
pagar deudas de juego. Vivieron, escribieron. Es también conmovedor
saber que hay todavía gente que los lee y que lee a Kafka y a Malraux,
pero, claro, son una minoría y pronto se extinguirán. Todo ese mundo
hermoso desaparecerá. Por eso a veces, en ciertas tardes más oscuras que
de costumbre, cuando el bumerán-pregunta regresa y me golpea y quedo
tendido un rato, con la nariz sangrando, me digo que mi generación será
la última que leyó a Céline y a Chejov, la última que estuvo en Santa
María o en Malgudi y que bebió con Bukowski. Y claro, eso me entristece y
me hace sentir solo e inútil, como un invitado al que nadie dirige la
palabra, al que los meseros no vuelven a llenar su copa. Siento incluso
ganas de llorar y escondo las lágrimas. Pero cuando la sangre se seca y
todos se han ido me levanto y, sin saber aún por qué y contra toda
esperanza, invento fuerzas para alargar un poco más esta historia que,
se sabe, no puede tener final feliz.
Otrosí: El antipoeta Nicanor
Parra cumplió cien años ayer 5 de septiembre. “El que sea valiente, que
siga a Parra”, decía Roberto Bolaño. Bien, seamos valientes.
Santiago Gamboa es escritor colombiano.