Irónico y político, buscó que su poesía hiciera “echar sangre por boca y narices”. Ahora vive en un pueblo costero, cerca de Santiago
Nicanor Parra en Buenos Aires año 1994. /Hugo Villalobos./revista Ñ |
Provocando. Parra trabajó con fijurasen tamaño natural. Intentaronfrenar la obra./ Universidad Diego Portales. |
Es probable que mañana, cuando cumpla cien años, el poeta chileno
Nicanor Parra esté en su casa de Isla Negra. Que sus amigos más íntimos
lo hayan llevado hasta ahí desde su casa en Las Cruces, a 115
kilómetros de Santiago, para evitar a la muchedumbre de vecinos que va a
reunirse allí para celebrar su centenario. A las 12 del mediodía, sin
importar donde esté Parra, en todo su país va a leerse “El Hombre
Imaginario”, el poema de 1985 en el que exorcizó un amor frustrado y
que, contó alguna vez, le evitó el suicidio. Va a leerse sin importar
que Parra se haya negado a ser “el poeta nacional”. En todo caso,
prefiere ser “el antipoeta”, pero nadie discute su lugar entre los
artistas más importantes de Chile.
Para que hoy se festeje este
centenario, en el año en el que de este lado de la Cordillera se
recuerda a Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares con la misma excusa, hay
que remontarse a 1914: la Primera Guerra Mundial llevaba algo más de un
mes cuando nació Nicanor en San Fabián de Alico. Fue el primero de
nueve hermanos en un clan de músicos y escritores criados entre las
canciones folclóricas que la madre esparcía por la casa: esos versos
fueron los que contagiaron a su hermana Violeta, una de las cantautoras
más populares de Chile.
De esos nueve Parras, Nicanor fue el único
que tuvo un título universitario: es físico y profesor de Matemática,
materia que enseñó hasta los 82 años. Durante los ‘40 estudió mecánica
avanzada en Estados Unidos y cosmología en Oxford. Las lecciones más
importantes de esos años, no obstante, estarían afuera de las aulas: la
atención que le prestó al habla cotidiana de ciudades más grandes a las
que estaba acostumbrado, el humor, la ironía y el desparpajo que
encontró ahí iban a ser la materia prima de su “antipoesía”.
En 1954 publicó Poemas y Antipoemas, su segundo libro y el debut de una forma personal de entender la literatura, tal vez su aporte más duradero. “La antipoesía no es otra cosa que el ying y el yang, el principio masculino y femenino, la luz y la sombra, el frío y el calor”,
definió alguna vez. Al habla de las grandes ciudades sajonas se le
sumaba la de los “huasos chillanejos” –los gauchos chilenos– para que la
poesía estuviera “al alcance del grueso público”, decía Parra.
“El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos”, escribió en “Advertencia al lector”, y siguió avisando: “Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte”. Los anti-poemas siguieron en libros como Versos de salón, Canciones rusas y Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, entre otros.
Ya había pasado la primera época, cuando hizo su debut literario con Cancionero sin nombre,
en 1937: allí se adivinaba la gran influencia de Federico García Lorca.
Para ese entonces, Pablo Neruda –el poeta nacional que nunca se negaría
a serlo– ya había tenido noticias de Parra a través de una antología
juvenil. Aunque alguna vez Nicanor dijo que le alcanzaba con ser “el
mejor poeta de Isla Negra”, en claro desafío al autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada,
también reconoció que si, en los años 40, Neruda no hubiera recuperado
la valija que había perdido con los antipoemas manuscritos, esos textos
jamás habrían visto la luz. “Su participación en la historia de la
antipoesía es muy positiva”, dijo Parra.
Además de antipoemas, Parra escribió –y como artista visual también diseñó– “artefactos”.
Según sus propias palabras, se ocupó de “seleccionar de aquellos textos
hablados los más intensos, los más significativos, aquellos que
contienen una mayor cantidad de energía”. Por ejemplo, su “artefacto”
“USA” dice “Donde la libertad / es una estatua”, y en otro escribió: “Yo no soy derechista ni izquierdista / yo simplemente rompo con todo”.
Tal vez hablaba de su visita para tomar el té con la esposa de Richard
Nixon, que le valió la hostilidad de la izquierda chilena.
El
crítico y escritor Harold Bloom lo destacó como “incuestionablemente,
uno de los mejores poetas de Occidente”, y aunque ganó el Premio Reina
Sofía en 2001 y el Cervantes en 2011, el Nobel nunca llegó: formalmente,
fue finalista por primera vez en 1995. Y aunque algunos señalan que la
foto en la Casa Blanca le jugó definitivamente en contra, otros aseguran
que la escritora sueca Sun Axelsson, una amante a la que Parra no le
avisó que tenía esposa, se ocupó de obturarle el camino.
“Durante
medio siglo /la poesía fue /el paraíso del tonto solemne /hasta que
vine yo /Y me instalé con mi montaña rusa. /Suban si les parece. /Claro
que yo no respondo si bajan /Echando sangre por boca y narices” , escribió en 1962. Pasó más de medio siglo y la montaña rusa dando vueltas.