La obra de Parra, uno de los más grandes poetas hispanoamericanos, tiene la extrañeza del artefacto vanguardista y la gracia de una broma, todo dicho con el habla de la gente
Nicanor Parra, poeta chileno que cumplió cien años de vida./adncultura.com |
Nicanor Parra cumple cien años. En el año 2014, fecha
de aniversarios y rememoraciones, sólo un antipoeta podía levantar así
su corazón salvaje. Se está mofando, ahora mismo, como es habitual: se
está mofando de todos, incluida la Divinidad, que lo esperaba en el
siglo XX con los velones encendidos y los cenotafios y la necrológica
puntual. Hasta que dejó de hacerlo porque al antipoeta no hay quien le
diga qué tiene que hacer. La definición es temprana: "¿Qué es un
antipoeta?/ Un comerciante en urnas y ataúdes?/ Un sacerdote que no cree
en nada?/ Un general que duda de sí mismo?/ Un vagabundo que se ríe de
todo/ hasta de la vejez y de la muerte?/ Un interlocutor de mal
carácter?/ Un bailarín al borde del abismo?/ Un narciso que ama a todo
el mundo?/ Un bromista sangriento/ deliberadamente miserable?/ Un poeta
que duerme en una silla?/ Un alquimista de los tiempos modernos?/ Un
revolucionario de bolsillo?/ Un pequeño burgués?/ Un charlatán?/ Un
dios?/ Un inocente?/ Un aldeano de Santiago de Chile?/ Subraye la frase
que considere correcta".
Nicanor Parra es uno de los más grandes
poetas hispanoamericanos, pero esa grandeza está en las antípodas de la
altisonancia: su poesía es inmediata, inventiva, inesperada. Tiene la
fuerza de la consigna, la extrañeza de un artefacto vanguardista, la
banalidad iconoclasta de una broma, todo dicho en el ritmo del habla de
la gente pero dinamitando siempre la opinión generalizada, los lugares
comunes, las sacristías de la razón occidental. La poesía como un acto
de sedición. Parra obró en el ridículo y el absurdo y abrió en su encono
centrífugo el horizonte de la vitalidad, como si fuera un nihilista
festivo, un sarcástico laudatorio, el que celebra la risa en las barbas
de la muerte: "Parra se ríe como condenado/ ¡cuando no se rieron los
poetas!/ a lo menos declara que se ríe// pasan los años pasan/ los años/
a lo menos parece que pasaran/ hipótesis non fingo/ todo sucede como si
pasaran// ahora se pone a llorar/ olvidando que es antipoeta".
Ésa
fue su revolución permanente: la antipoesía. Surgió con su segundo
libro, publicado en 1954: Poemas y antipoemas. A lo cual siguieron
varios volúmenes que profundizaron su poética: La cueca larga (1958),
Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), La camisa de fuerza
(1969) reunidos luego en Obra gruesa (1969). Descendiente natural de
Vicente Huidobro y de su enorme Altazor ("Qué sería de Chile sin
Huidobro / Qué sería de la poesía chilena sin este duende", escribió)
que siempre opuso a la huella monumental de Neruda y asumido discípulo
de Macedonio Fernández y su humorismo de la nada, Nicanor Parra destronó
para siempre al yo trascendente y su sentimentalismo egotista, para
suplantar a la figura del agonista lírico, del poeta vate o el vidente,
por un hombre común: "Los poetas bajaron del Olimpo. [?]/ Nosotros
sostenemos/ que el poeta no es un alquimista/ el poeta es un hombre como
todos/ un albañil que construye su muro:/ un constructor de puertas y
ventanas.// Nosotros conversamos/ en el lenguaje de todos los días/no
creemos en signos cabalísticos". Es decir, un individuo que transforma
también en su caricatura: el "energúmeno". A pesar de su cotidianidad,
esta figura no es un sujeto reconocible en la biografía o la
experiencia: se trata de un remedo burlón del yo romántico y luego del
sujeto lírico del modernismo, que parodia al convertirlo en el pequeño
ego de una especie de sujeto kafkiano atravesado por la risa.
Otro
rasgo de la antipoesía es la busca del habla cotidiana hasta hacer
estallar todos los presupuestos, como si el poeta pudiera transformar la
lengua misma y su capacidad de nominación o, mejor dicho, pudiera
denunciar la arbitrariedad del nombre y asumir la capacidad creadora de
la poesía para mutar los hábitos perceptivos, la experiencia misma de lo
real: "A los amantes de las bellas letras/ hago llegar mis mejores
deseos/ voy a cambiar de nombre algunas cosas.// Mi posición es ésta:/
el poeta no cumple su palabra/ si no cambia los nombres de las cosas./
[...]./ ¿Mis zapatos parecen ataúdes?/ Sepan que desde hoy en adelante/
los zapatos se llaman ataúdes./ Comuníquese, anótese y publíquese/ que
los zapatos han cambiado de nombre:/ desde ahora se llaman ataúdes".
Pero
si bien la antipoesía juega con las arbitrariedades del sentido del
lenguaje, a la vez cultiva las certezas de los ritmos del habla. Sobre
eso Nicanor Parra siempre tuvo una sensibilidad alerta y una frescura de
canción (en su familia abundan los folkloristas, como su hermana, la
gran Violeta Parra, con la que tuvo un vínculo profundo y a la que le
enseñó también cuestiones de versificación). La antipoesía está viva
porque vive en ella "la sustancia lingüística de las diferentes
comunidades a lo largo de la historia". Parra incluso teorizaba acerca
de la relación entre la métrica castellana y el habla de la comunidad.
Sostenía que el verso de once sílabas, el endecasílabo, era la síntesis
rítmica que constituye la columna vertebral del español y que se
manifiesta en la oralidad. Al borrar los aspectos retóricos que ofrecía
la estructura del endecasílabo clásico, Parra trabajó en lo que él
llamaba un "endecasílabo oral". De allí que considerara el ritmo de la
métrica íntimamente ligado al habla común del español un resultado del
verso. En conversación con Leónidas Morales T., dijo:
El
octosílabo predominó en una época. Predominó hasta el momento en que se
hizo la síntesis. Porque en una época estaba por una parte el
octosílabo, como el mester de juglaría, y por otra parte el mester de
clerecía, que era el de catorce sílabas. Ya está. Se produce la
síntesis. Ocho más catorce, igual veintidós. Partido por dos, igual
once. Síntesis, medio aritmético, que pasa a ser el metro no tan sólo de
la poesía, sino del habla española. [?]. Estos no son ni juglares ni
clérigos sino que es el común de los mortales ya. Una especie de nueva
clase sociocultural. [?]. Nosotros venimos de la oralidad, no vamos a
construir un mundo aparte.
Otro
rasgo de la antipoesía es su carácter indeterminado y contradictorio:
poesía que no fusiona los contrarios sino los mantiene en movimiento.
Parra fue profesor de matemáticas y de física y afirmó a menudo que le
interesaban el principio de indeterminación y el principio de
relatividad como condiciones propias de la antipoesía. Pero también lo
definió su descubrimiento del Tao Te Ching, de Lao Tsé, al que alude
varias veces como una especie de modelo de esa tensión de contrarios que
no se subsumen entre sí. Como señaló su gran heredero poético, el poeta
chileno Enrique Lihn, "al hablar del Tao, Parra diseña el modelo de lo
que llama su antipoesía". Lihn cuenta al respecto una hermosa anécdota
ocurrida en 1985, al salir de la presentación de Hojas de Parra, cuando
el poeta le confiesa:
Antes de leer el Tao Te Ching yo era una
especie de hoja en la tormenta; debo haber sido un iniciado porque,
leyéndolo comprendí mis propios poemas. Fijate tú lo que dice el sujeto
que habla en ese libro: ?No hay nada superior a la virtud en el mundo?
Bueno, eso no tiene nada de especial. Pero, atención que viene lo
siguiente. Punto dos: ?Rehuye la virtud porque ella te puede conducir al
abismo'. Y ahí te deja el libro. Plantea las contradicciones sin
resolverlas, nada de síntesis: tesis y antítesis. Tú lees eso y sientes
que te están hablando de algo real. El hablante lírico, digamos, no se
deja nunca atrapar. Es imprescindible no fallar. A lo mejor, pensar para
contradecir es negarse a entender. Te instalas en una doctrina y todo
lo que no hace sistema con ella, deja sencillamente de existir o en la
práctica hay que eliminarlo.
De
este cauce poderoso partieron los libros siguientes de Nicanor Parra.
Por ejemplo los dos volúmenes de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui
(1977-1979). Como si tomara en solfa el propio sujeto antinómico de los
antipoemas, ahora la voz poética se transforma en la de un predicador
popular al modo de una mascarada. Se torna uno de esos sermoneadores
callejeros que asumen su santidad en las plazas públicas. Con el propio
dinamismo de la contradicción, al artero yo de los antipoemas, Parra le
crea otro antagonista: el hablador loco e ingenuo y que anda en toga y
publica folletos de redención. Se inspiró en un personaje real que
conoció en los años treinta y se llamaba Domingo Zárate Vega, "un cura
francotirador de una iglesia inexistente, que al mismo tiempo es Cristo y
no es la iglesia oficial". Afirmativo y con el autoritarismo de los
consejos maternos, de los maestros de escuela, de los oradores de
barricada, el Cristo de Elqui demuestra que es imposible predicar y que
todo énfasis totalizador se vuelve ridículo: "Toda prédica cae en el
Cristo de Elqui -dice Parra-y ahí se vienen abajo los discursos
ideológicos, políticos o religiosos". Parra todo lo relativiza y allí
ejercita de nuevo una anárquica libertad. "El escritor es una república
independiente", escribió. Otra vez la indeterminación y la relatividad
como política poética. Hojas de Parra (1985) reúne poemas escritos entre
1969 y 1985 y allí el antipoeta y el predicador se unen en una especie
de sujeto que caricaturiza el nombre mismo del poeta. "Habla Parra",
como un ventrílocuo de sí mismo y explota la forma del poema bajo los
discursos circulantes, desde la mera noticia hasta la pancarta, desde el
monólogo dramático hasta la copla, como forma de intervención pública.
En pleno régimen de Pinochet, escribe, por ejemplo: "17 ELEMENTOS
SUBVERSIVOS/ fueron sorprendidos ayer/ en los alrededores de La Moneda/
transportando naranjas/ y un ejemplar de la Sagrada Biblia// 3 de ellos
se dieron a la fuga/ no sin antes batirse con la policía/ que se vio
obligada a actuar en defensa propia //los delincuentes resultaron
muertos". O bien: "CHILE fue primero un país de gramáticos/ un país de
historiadores/ un país de poetas/ ahora es un país de? puntos
suspensivos".
Precursor del pop y de la poesía coloquialista,
adelantado de la poesía política y del humorismo en poesía, gran
referente de la poesía de los años sesenta, moderno irredento, Parra
también revolucionó la forma misma del poema profundizando tanto la
exploración de lo tipográfico como su dimensión espacial. Como si fuera
un trapero del mundo del signo o un semiólogo de los restos, el
antipoeta no sólo es el que oye e imita las múltiples voces colectivas,
sino también aquel que lee y reproduce todas las formas en las que el
mundo social se autodesigna: letreros, grafitis, frases hechas,
opiniones, noticias, nombres, fórmulas. En eso consiste la serie que
llamó Artefactos (1972) y en una dirección similar los Trabajos
prácticos (1996) y los Artefactosvisuales (2001). Allí una imagen
cualquiera o una fotografía se combina con una inscripción para generar
un efecto de concentrada incongruencia, un sarcasmo, una paradoja o un
chiste. La imagen toma aquí el lugar del espacio cultural o cotidiano
que la leyenda altera: la foto de un tomate atravesado por un clavo es
una "naturaleza muerta"; un huevo en equilibrio vertical sobre una
superficie especular oscura es el "Descubrimiento de América", la
desmañada caligrafía del poeta en letras mayúsculas con un recuadro que
dice: "El pensamiento muere en la boca". Como el arte recién hecho del
ready made, los artefactos de Parra combinan la aparición de un objeto o
un resto como arrancado a la vida cotidiana y sometido a la antipoesía.
Una experiencia singular en la poesía hispanoamericana, que podría
compararse, como una verdadera descendencia creativa de los Artefactos
de Parra, con los notables Poemas plagiados, del poeta argentino Esteban
Peicovich . Ambos destronan con cada uno de sus experimentos la persona
del poeta y lo transforman, cada uno a su modo particular, en
bricoleur, es decir, conforman el poema a partir de materiales
heterogéneos que se hallan disponibles, a mano, y que reciclan en una
nueva estructura, que es también una respuesta poética a lo real. Y
siguieron otros libros, como los publicados en el 2006: Obras completas
& algo +, Obras públicas o Discursos de sobremesa, en el cual se
transcriben las series de poemas con los cuales Parra pronunció diversos
discursos, por ejemplo el elogio de Juan Rulfo en "Mai Mai Peñi" al
inaugurar la Feria del Libro de Guadalajara en 1991 o la celebración de
Vicente Huidobro en "Also sprach Altazor" en el centenario de su
nacimiento, 1993). Un continuo irreverente: "La poesía pasa - la
antipoesía también / el poeta nos habla a todos / sin hacer diferencia
de nada".
El iconoclasta, el sedicioso, el libertador, el antipoeta Nicanor Parra hoy cumple cien años: hay un día feliz.