Caja Negra publicará La noche tiene mil ojos,
reúne escritos de María Negroni sobre la época de oro de detectives,
asesinos y femmes fatales en el cine norteamericano. En el fragmento que
aquí se reproduce, la autora cuenta el origen de su afición por el
género y analiza con agudeza algunos de sus tópicos
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Orson Welles (izq.) en Sed de mal (Touch of Evil, 1958), considerada como la última película de su estirpe./adncultura.com |
You wouldn't kill me in cold blood, would you?
- No, I'll let you warm a little.
(-No me matarías a sangre fría, ¿no?
-No, te dejaría entibiar un poco.)
Llegué al film noir
sin darme cuenta. Atraída, sobre todo, por la fotografía, esos planos
torcidos, en blanco y negro, que tocaban una sinfonía absoluta, parecida
a la que se erguía en los primeros films del expresionismo alemán. Como
dije, me tomó un tiempo darme cuenta de que los principales directores
del film noir norteamericano habían llegado a Hollywood desde Alemania y
se habían traído en las valijas un activo peligroso. No sólo las
afinidades literarias (su debilidad por el Círculo de Jena) sino el
arsenal visual de la "pantalla demoníaca". En su haber, quiero decir, no
sólo había obras maestras como El estudiante de Praga, Metrópolis,
Nosferatu, El Golem o El gabinete del Dr. Caligari; había una escuela de
ideas, lo que se llama una poética.
De pronto, las coincidencias
se me hicieron obvias. También en el noir hay tópicos, tan fijos como
recurrentes. Una hora (la noche), un motivo (el crimen), un personaje
(el detective), una corte de maleantes (fisgones, ladronzuelos,
matones), un peligro rubio (la femme fatale), y una propensión ubicua a
traicionar, robar o matar alcanzan para una fórmula que las variaciones
confirman. Habría que agregar enseguida: en la estructura del noir -en
su trama enrevesada- hay siempre una catábasis o, lo que es igual, un
viaje por las alcantarillas y el submundo urbano, donde se explayan,
como sinécdoques, crimen y castigo, deseo y culpa.
Y, sin embargo,
la geometría en el noir se complica. Allí donde el gótico elige una
dirección obsesiva y unidireccional (se diría una flecha que apunta
siempre hacia abajo, hacia los sótanos donde está -encerrado y
suprimido- el deseo), el noir construye un triángulo con una medianoche
-la femme fatale- instalada en el centro. Marido esposa/amante sexy; o
bien, padre/hija/madrastra sexy; o bien, maligna mujer sexual/jovencita
inocente/víctima masculina son sólo algunas de las combinaciones
posibles.
Moviéndose por ese triángulo, mientras tanto, el
detective -astuto entre astutos- despliega sus dotes de "llanero
solitario", evitando a las mujeres emocionalmente frágiles, sin olvidar
jamás que la ciudad es todo cuanto tiene y quiere tener por familia.
Mientras
tanto, las fantasías sexuales -más bien desbocadas- no aparecen, como
en el gótico, percibidas desde la perspectiva de la infancia.
Se
recordará que los personajes de Psicosis, el Nosferatu de Murnau, el
hijo del "Amo" de Metrópolis, actúan todos como "niños" cuyo
crecimiento, por algún motivo, se ha visto interrumpido. Aquí estamos en
pleno mundo adulto, manchado. De ahí que lo sexual sea más explícito y
que el detective se involucre con la mujer seductora, aunque lo haga
supuestamente para desenmascararla y logre, como "intocable" que es,
salir indemne del trance. Bienvenidos a esta nueva versión del monstruo
femenino.
Una vez más, la viuda negra, con sus largos guantes de
seda, su escote, su corsé, sus tobilleras (y demás arreos para
manipular), transformada en máquina de matar.
Los problemas, se
ve, varían; el efecto no. Hay más: ningún retrato del film noir sería
completo sin alumbrar eso que tuerce subrepticiamente su afectividad
tonal. Me refiero al lenguaje, ese gran protagonista que los
extraordinarios autores del policial norteamericano aplicaron con saña a
una materia viscosa. El lenguaje, me atrevería a decir, es la firma
inconfundible del género, el sello, a la vez tenso e irónico, que se
imprime sobre la imagen y la vuelve dichosamente inestable. No se trata
de sostener que el wit (o "agudeza", como insuficientemente traduce el
castellano), con sus desplantes lacónicos y ocurrencias brillantes, sea
privativo de estas películas; se trata de percibir que, nunca antes,
puso el cine tanto empeño en los duelos verbales, tanto apetito voraz en
los flirteos lingüísticos, las insinuaciones, las propuestas
deshonestas. (Quizá esto explique la fascinación que produjeron estos
films entre los franceses.)
Dije estilo, sexualidad, lenguaje.
Esta tríada requiere de una sede para explayarse y la encuentra, por
supuesto, en la ciudad. No cualquier ciudad, sino la gran urbe
norteamericana (Nueva York, San Francisco, Chicago, Los Ángeles)
enarbolada como una suerte de antípoda extrema de lo rural, como si se
tratara de imprimir una distopia sobre el mito de la Nueva Jerusalén que
trajeron al continente los primeros cuáqueros y divulgaron luego las
caravanas calvinistas durante la Conquista del Oeste. Así, el noir
escribe sobre la pantalla palabras sucias que componen una serie (de la)
B: booze (alcohol), blondes (rubias), blood (sangre), bullets (balas).
Hay
que decirlo enseguida: la época de gloria del film noir coincide con la
Segunda Guerra Mundial (The Maltese Falcon, de John Huston, es de 1941)
y culmina a finales de los años 50, cuando el noir parece haber
agotado, por exceso y exacerbación, su arsenal de imágenes. No por nada
Touch of Evil (1958), de Orson Welles, es a menudo considerada como la
última película del género: lo que se ve allí no es más que el grado
cero de una estética, su más acabada pesadilla: un mundo donde el
tráfico de drogas, el comercio sexual, y los comportamientos ilícitos
endémicos se han adueñado de las oscuras calles de una ciudad
fronteriza, sin más "protección" que un policía obeso, alcohólico y
racista, encarnado por el mismo Welles.
Son épocas difíciles, de
desconcierto social y valores que se tambalean: los soldados regresan a
un país cambiado, donde las mujeres tuvieron que salir a trabajar para
mantener el hogar, y ya no responden, no al menos con entusiasmo, a la
moralina insulsa estilo Doris Day.
También la vieja red urbana
hace aguas y aún falta para que se afirme el modelo alternativo del
suburbio ordenado, con sus horrendas casas todas iguales, sus cuatro
perros, cuatro televisores y cuatro autos. Aún no existe, quiero decir,
una versión tangible de lo que vendrá. Por ahora, todo huele a podrido:
predominan las zonas intransitables donde el crimen es rey y la pobreza
medra. La "jungla de asfalto" es uno de los nombres de esa calamidad.
Basta circular por sus callejones turbios, sus empedrados mojados por la
lluvia y detenerse, de vez en cuando, en lugares de paso (estaciones,
casinos, cabarets, aguantaderos) para captar su clima inhumano, su
escenografía de neón y desconsuelo. En eso se especializa la cámara del
film noir: en invocar, por medio de largos flashbacks, los vericuetos de
una historia escondida.
Por si algo faltaba, por esos mismos años
el senador McCarthy desata en Washington la paranoia del peligro rojo,
invocando la ética de la eficacia -la eficacia de la Lista Negra- para
instaurar un régimen de persecución ideológica que interroga, censura y
deja sin trabajo a muchos directores, guionistas, técnicos y actores de
Hollywood, obligando a muchos de ellos a (volver a) exiliarse.
Dije
persecución ideológica; tendría que agregar que tal persecución es
también, sin mucho disimulo, una cruzada de la moral protestante.
Y
sin embargo, a pesar de los controles del tristemente célebre
Production Code, Hollywood no se amilana. No del todo. Nunca antes ni
después se dio allí semejante constelación de artistas participando de
un mismo proyecto estético. La lista es impresionante y abarca técnicos,
sonidistas, músicos, productores, fotógrafos, y directores que, como
dije, muchas veces provenían de Europa del Este. [...]
Con esta artillería, el film noir organiza su resistencia, sin duda un poco extraña.
Como
si dijéramos: bajo la figura de los galanes recios y las rubias
glaciales -no inmunes al goteo erótico y "asesino" de la sensualidad-
una versión diferente de los hechos tiene lugar: más temprano que tarde,
ese ácido corrosivo termina con la pulcritud y las buenas costumbres
que reclaman siempre las fuerzas del orden, y permite desarticular,
aunque más no sea en forma provisoria, los intentos de normalización y
control..