Turrón del bueno. Del de la 'viuda negra'. Montaña de ferreros roché
deliciosos y adictivos que ocupan la legible cantidad de 140 páginas.
Modiano, Patrick, llega a casa por Navidad y lo hace este año gratamente
'nobelizado'. 'Habemus' escritor de los de Parker en astillero y su
prosa, suave y gélida como los copos navideños de un belén galo, engaña
tanto como los productos gourmet que nos anuncian los del Lidl. Modiani
es, posiblemente, el único de los últimos Premios Nobel que puede fardar
de serlo.
Del resto, salvo honrosas excepciones -entre las que se encuentra el
Vargas Llosa de sus primeras obras- no son más que un listado del Ikea,
con nombres de pronunciación imposible, que han facturado los de la
Academia Sueca. Los Nobel, Ikea y esas albóndigas infumables que nos
colocan en la cafetería del mismo como si fuesen un verdadero 'Caprice
des dieux'. Nos toman por idiotas estos suecos. Aunque, en ocasiones,
aciertan. Y lo de Modiano ha sido un pleno al 15. Todos somos Modiano.
'Un pedigrí' , 'En el café de la juventud perdida', 'La hierba de las
noches', 'El horizonte', 'Villa Triste', 'Calle de familia'... Ni una.
Ni una sola de sus novelas se le caen al lector de las manos. Lo cual es
mucho decir en estos tiempos de escritorzuelos de mierda que corren.
Novelas cortas, sí; pero densas, inmensas. Repletas de humanidad y
poesía. Podría decirse, sin cometer perjurio, que Modiano es el reverso
glorioso de una belga, también autora de 'nouvelles', y con pegada a lo
Joe Frazier: Amélie Nothomb. Vale que uno está 'nobelizado' y la otra
no. Pero hay algo, en ambos, que parece salido del mismo caletre.
'Accidente nocturno' llega a España de la mano, como no podía ser de
otro modo, de los chicos de Anagrama, quienes han publicado ya la obra
casi al completo del gran Patrick. Y 'Accidente nocturno' sorprende, y
mucho, porque siendo Modiani cien por cien se pasea con chulería gala
por el 'noir' más negro que hayamos leído últimamente. Chica atropella a
chico y chico persigue a chica por un París 'modianesco' que contiene
entre sus calles y párrafos tanto de 'thriller' inusual como de guión de
película francesa de la viejísima renovada escuela. El resultado es una
de esas obras que quedan grabadas en un lugar de la mente del lector
durante el resto de la vida.
Yo, en vuestro lugar, me dejaría atropellar, sin dudarlo, por este Modiano 'kamikaze'. Ahí os dejo con el arranque:
- "Entrada la noche, en un día lejano en que estaba a punto de cumplir
la mayoría de edad cruzaba la plaza de Les Pyramides en dirección a la
plaza de La Concorde cuando salió un coche de entre las sombras. Primero
pensé que me había rozado; luego noté un dolor agudo del tobillo de la
rodilla. Había caído desplomado en la acera. Pero conseguí levantarme.
El coche dio un bandazo y chocó contra uno de los arcos de los
soportales de la plaza con ruido de cristales rotos. Se abrió la puerta y
salió tambaleándose una mujer. Un hombre que estaba a la puerta de
hotel, bajo los soportales, nos acompañó al vestíbulo. Nos quedamos
esperando, la mujer y yo, en un sofá de cuero rojo mientras él llamaba
por teléfono en el mostrador de recepción. La mujer tenía heridas en la
mejilla, en el pómulo y en la frente, y sangraba. Un individuo moreno y
robusto con el pelo muy corto entro en el vestíbulo y se nos acercó.
Fuera, había gente alrededor del coche, que tenía las puertas abiertas, y
uno tomaba notas como para levantar un atestado. Cuando nos estábamos
subiendo al furgón de emergencia de la policía me di cuentea de que
habíamos perdido el zapato izquierdo. La mujer y yo estábamos sentados
juntos en el banco corrido de madera. El individuo moreno y robusto iba
en otro banco, enfrente de nosotros. Fumaba y nos echaba de vez en
cuando una mirada fría. Por la ventanilla con rejas vi que íbamos por el
muelle de Les Tuileries. No me habían dejado buscar el zapato y pensé
que se quedaría allí toda la noche, en plena acera. No tenía ya muy
claro si era un zapato o un animal lo que acababa de dejar abandonado,
aquel perro de mi infancia al que atropelló un coche cuando vivía en las
inmediaciones de París, en una calle que se llamaba Docteur-Kurzenne.
Estaba hecho un lío, a lo mejor me había dado un golpe en la cabeza al
caerme. Me volví hacia la mujer. Me extrañaba que llevase un abrigo de
piel.