Errata Naturae reedita La escultura de sí, de Michel Onfray, donde el pensador francés apuesta por una ética que escape de la renuncia y la culpa
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Michel Onfray, en una imagen reciente.Charly Triballeu./lavanguardia.com |
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Portada de La escultura de sí. Errata Naturae. |
Errata Naturae ha recuperado, y mejorado, uno de sus primeros libros publicados. La escultura de sí es uno de los títulos más conocidos del pensador francés Michel Onfray,
en el que intenta desarrollar una nueva ética que escape de la renuncia
y la culpa, y que al mismo tiempo se articule como una estética. Ante
el conformismo contemporáneo; identidad propia y afirmación radical de
la vida.
Onfray, acudiendo a Nietzsche (“Sé amo y escultor de ti
mismo”), propondrá la edificación de un yo insumiso e inconformista.
Para ello viaja a Viena y busca un modelo que le sirva de arquetipo. Un
modelo, nos advierte, que no es un corsé, “sino que invita a encontrar
el camino propio”. Y lo halla en la Piazza San Zanipollo, en una estatua
ecuestre de Andrea del Verrocchio que representa el Condotiero
Bartolomeo Colleoni.
Hacia la “bella individualidad”
El
Condotiero, un emblema del Renacimiento, simboliza para Onfray la
elegancia, la energía, la virtuosidad y, en definitiva, lo que el
pensador francés llama “bella individualidad”. No le interesa al autor
su definición histórica sino su figura, que escapa de la moral
cristiana. En el Condotiero encontramos las prácticas subversivas de los
antiguos cínicos: creadores de sus propios valores, una misma exigencia
de estilo y virtud, y un temperamento entre libertario y aristócrata.
Es
la escultura que va esculpiendo Onfray un equilibrio entre la
exuberancia de Dionisio y la forma de Apolo: “Destaca en el arte, en
cierto modo alquímico, de transformar energía inútil en una fuerza que
dispone de un objeto: uno mismo”. La fuerza, apunta el autor, es lo
contrario a la violencia.
El libro es, pues, un distanciamiento
con aquellos que “se creen ateos y que, sin embargo, continúan
sacrificándose por los ídolos, los dogmas y los dictados de los social”.
El objetivo es conservar la independencia de espíritu y fomentar la
excepción. “Hay que dejar de creer que podemos volver bueno aquello que
se dirige a la mediocridad”, insistirá Michel Onfray. La respuesta es la
constitución de una personalidad creativa.
Una estética de las pasiones
Esa
bella individualidad no puede confundirse con el “narcisismo vulgar”,
el individualismo materialista, que “se ciega a sí mismo después de
haber encontrado su propia mirada”. Lo que busca el Condotiero
–convertido ya en modelo ético y estético de Onfray- es el reflejo de
sus potencias: las fracturas, los puentes, los abismos de la geografía
de uno mismo. La masa quiere el mimetismo, la copia, la servidumbre
voluntaria, lo idéntico. El olvido de sí.
El yo inconformista que
defiende Onfray quiere acabar con “esa barbarie que consiste en
erradicar las pasiones”. Una ética afirmativa es, entonces, aquella que
presta atención al goce propio al mismo tiempo que al del otro. El
hedonismo es dinámico y, por lo tanto, escapa del egoísmo. La moral ha
idealizado lo ascético, el acabar deseando no desear más, realizando así
un elogio de la extinción. Por ello es necesaria una patética (una
estética de las pasiones), nos dice el autor, para preferir el Eros al
Tánatos.
Hemos de recuperar la voluntad de goce, concluye Michel
Onfray, “allí donde normalmente triunfan el resentimiento y el ardor por
apagar la energía”.