La premiada cuentista argentina debuta en la novela con una historia estremecedora sobre la contramaternidad en un pueblo casi radioactivo
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Samanta Schweblin, escritora argentina, autora de Distancia de rescate./elmundo.es
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Una joven madre de ciudad, obsesionada por proteger a su pequeña hija,
en un bizarro pueblo perdido en la llanura argentina, entre herbicidas
letales, un profundo arroyo contaminado, animales muertos por doquier y
niños con inquietantes deformidades en las pocas calles del minúsculo centro urbano.
El padre y marido se demora por trabajo en la gran ciudad y no vendrá
en unos días. El cuadro lo completa una bella y enigmática vecina que
habla de curanderas y migraciones de almas, y cuyo hijo sufrió un
extraño accidente. Ya no es el mismo...
Con esas coordenadas para una trama podrían surgir muchas cosas, pero
en manos de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) solo una: se titula Distancia de rescate (Penguin Random House). Una implacable máquina de relojería narrativa capaz de mantener el vilo al lector, al extremo de arrebatarle la respiración, en poco más de 120 páginas.
Se trata del debut a la novela de una narradora que siempre se ha
reivindicado sin ambages como "cuentista". A juzgar por su cosecha de
premios y distinciones en las distancias cortas no hay objeción posible.
Con su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio (2002) se
llevó el premio Haroldo Conti y el del Fondo Nacional de las Artes de su
país. Con Pájaros en la boca (publicado en España por Lumen en 2010),
traducido a más de una docena de lenguas, el premio Casa de las
Américas. La revista Granta la incluyó en su célebre número especial
dedicado a "los mejores narradores jóvenes en español" y recientemente
se ha alzado con el prestigioso premio francés Juan Rulfo de relato.
Pero la reivindicación sigue siendo válida, porque Distancia de
rescate es más un relato largo o una nouvelle que una novela
propiamente dicha, y Schweblin no lo niega. "Comenzó como un cuento que
me daba algunos problemas, porque lo había abandonado y retomado una
docena de veces y yo no soy particularmente insistente", confiesa. Y el
problema principal al que se enfrentaba la argentina no era de voz o de
modulación narrativa -obstáculo que resolvió magistralmente con un
ambiguo diálogo que abre la historia y que se mantiene, en la misma
indefinición hasta la última página-, sino de extensión. "A las 50
páginas me daba cuenta que apenas tenía un tercio de la historia, y me
abrí a la posibilidad de seguir sin imaginarme que me estaba embarcando
en una novela", dice la escritora. Por lo demás, si es novela o no, le
importa bien poco.
Pero lo que sí le importa a Schwblin y, al parecer -por el
desasosiego sostenido que provoca la lectura de su libro-, se ha salido
con la suya, era "la tensión narrativa". "La tensión del cuento es muy
exigente. Yo si no la tengo en un relato, no puedo avanzar, me aburro",
reconoce. "Y me preguntaba si iba a poder mantener la tensión tantas
páginas".
Esa misma tensión enrarecida y, por momento, escalofriante de Distancia de rescate gira en torno a la figura que le da título al
relato: la distancia de seguridad que procura no trasgredir la madre
para, en caso de fatalidad, socorrer a tiempo a su hija. "Tenía la idea del hilo que se tensa,
de la madre que se arriesga demasiado; pero ese concepto de la
distancia de rescate surgió con el mismo personaje", explica. Más que la
maternidad, el tema de fondo de la pieza es "la no maternidad, lo que
tiene de monstruoso el hecho de cuidar y formar a otro, pero también
deformarlo, eso es lo que siempre me ha llamado la atención", señala
Schweblin, "porque encierra algo violento, más allá de la violencia del
mundo contra la que estás protegiendo a esa ser". "Estoy segura de que
la maternidad o la paternidad te vuelven vulnerable, porque siempre
estás midiendo la distancia del peligro, y eso se complica cuando el
peligro que acecha es invisible".
Vulnerabilidad y peligro que en este caso extremo puede acabar con la
que oficia de madre, aunque en el final difuso o desleído de la novela
no quede del todo claro. "Como lectora los finales abiertos me molestan;
me siento defraudada si el texto no responde a las mismas preguntas que abre",
aclara. "Pero que quede fuera todo lo que no sea neurálgico al relato
no significa que plantee un final abierto", explica la autora que, sin
embargo deja en suspenso las interpretaciones posibles a gusto del
lector, desde la fantástica a la más realista: "La muerte de
animales, los abortos espontáneos y los chicos con graves deformaciones
son comunes en algunos pequeños pueblos del campo argentino,
donde las grandes empresas de plaguicidas curiosamente pagan la
financiación de los centros de atención primaria y las intoxicaciones se
diagnostican como insolación", denuncia.
Como sea, la escritora, que lleva más de dos años instalada en Berlín
gracias a una beca ya finalizada -y piensa quedarse al menos otro par
más, ahora que su pareja ha abierto un bar Croisberg- sabe que las
inquietantes obsesiones que atraviesan sus relatos nunca resultan
inofensivas para el lector. "Soy una absoluta extranjera en Berlín y me gusta esa sensación",
dice, porque en la ciudad puede aislarse, más aún en invierno, "como si
desconectara en mi estudio". "Me siento un bicho raro y soy solitaria",
se sincera. "Sin soledad no puedo producir". Pero claro, a pesar de las
ventajas narrativas que extrae Schweblin de la soledad, el juego tiene
también sus aristas peligrosas. "La soledad termina recalcitrando tus obsesiones, y ese germen de ideas es muy productivo, pero también es peligroso
si no tienes un cable a tierra", aclara. Y puede que ese cable al que
se refiera sea Distancia de rescate, de cuya descarga eléctrica ningún
lector podrá librarse.