Three Pines es ese pequeño lugar de Quebec, basado en lugares reales de la zona, del que hablábamos. Una noche, dos individuos mantienen una conversación oscura en una cabaña en medio del bosque. Al día siguiente, una vecina encuentra en medio del bistró del pueblo el cadáver de uno de ellos. Olivier, un joven gay anticuario y dueño del restaurante se ve particularmente afectado por el hallazgo. No sólo porque puede arruinar su negocio. Hay algo más que deja desencajado a este personaje turbio del que es mejor no decir nada más.
El Quebec de la autora
Armand Gamache es el Inspector jefe del Departamento de Homicidios de la Sûreté de Quebec y el encargado de investigar la muerte. Gamache no es un policía normal. Es grande pero su porte y su mirada agrandan su presencia, sin intimidar. Es el protagonista, pero se deja rodear, ayudar. Es jefe, padre y profesor de quienes le rodean. Su hoja de servicio es mítica en la zona, su mirada tranquila y su capacidad para interrogar sin que lo parezca resultan temibles. Venga, ya me van a decir que estamos ante un santo, otro arquetipo clásico de detective bonachón y culto. Se equivocan. Y no sé decirles exactamente por qué, pero el caso es que Penny deja que el personaje lleve la trama y la investigación sin que el lector se entere, que Gamache ocupe rincones sin llamar la atención, que se convierta en el centro sin cansar.
El alma del hombre es dual como lo es Quebec. El bien y el mal luchan en nuestro interior y la autora lo sabe. Azuzados por la codicia, la envidia o el egoísmo podemos llegar a ser los representantes del mal. Aquí y en el paraíso. Y a matar, por qué no. Vean, si no, cómo lo describe la policía Lacoste, citando las enseñanzas del gran jefe Gamache:
“Una de las primeras cosas que se aprende con el inspector jefe Gamache es que las reacciones de los demás no son las nuestras. Y las de un asesino son todavía más raras. Este caso no empezó con el golpe en la cabeza. Empezó años atrás, con otro tipo de golpe. Los asesinos van rumiando; se lo guardan todo, guardan resentimientos. Y esos resentimientos van creciendo. Los asesinatos responden a emociones. Emociones que se vuelven malignas y se desatan”.
El ayudante de Gamache, también recuerda al maestro, cuyas enseñanzas suelen aparecer en boca de otros. Piensa Beauvoir:
“Lo que mata no se ve, había advertido el jefe. Por eso es tan peligroso. No es una pistola, ni un cuchillo, ni un puño. No es algo que veas venir. Es una emoción rancia, descompuesta. A la espera de una oportunidad para golpear”.
Lo dicho: no se fíen.
Como casi toda buena novela negra es una historia coral. En el pueblo viven Clara y Peter, prestigiosos artistas con sentimientos encontrados y no necesariamente positivos sobre sus respectivas carreras; Ruth Zardo, gran poetisa, vieja irritante, bocazas y extravagante; el encantador Gabriel, pareja de Olivier. Al pueblo llegan Marc y Dominique, ejecutivos quemados, pijos que buscan su salvación en un spa de lujo que construyen para disgusto del pueblo. Y hay algo de buenrollismo y cotilleo que está a punto de irritarme, pero aparecen de nuevo las dualidades, los conflictos internos y externos para sostener el nivel.
A veces la literatura tiene extraños caminos para llegar a la gente. Louise Penny empezó a escribir después de más de 20 años dedicada con éxito al periodismo. El camino desde el anonimato hasta el puesto número uno de la lista de los más vendidos The New York Times le llevó más de una década de recomendaciones entre amigos y libreros, un boca oreja que acabó funcionando. Esta novela ha superado cualquier reticencia inicial por mi parte gracias a otra recomendación, muy personal. Los libros y la vida.
Una revelación brutal es también un relato sobre historias, las que contamos a los demás, las que pasan de generación en generación y las que nos construimos en torno a nosotros mismos, siempre deformadas. No es hard boiled, no es realismo urbano, no es novela protesta, ni literatura de la que deja heridas. Es otra cosa y está bien que así sea. Es aparentemente simple, pero ya saben, no se fíen. Lean y disfruten y hoy mejor dicho que nunca: vive le noir!