La
cartagenera Margarita García Robayo se ha convertido en una de las
voces renovadoras de la nueva literatura del Caribe. Se conversó sobre Lo que no aprendí,
su reciente novela, y sobre la memoria como insumo narrativo. Ella no
siente que García Márquez sea un fantasma literario de su generación
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"Para
escribir necesito absoluto silencio. Esa idea de escritores que se
sientan en los bares y escriben sin parar me parece solo algo romántico,
yo no podría con eso" Margarita García. / Daniel
Mordzinski./elpais.com.co |
Margarita García Robayo contó la anécdota en su natal Cartagena el
pasado mes de enero, en una charla del Hay Festival. Un día cualquiera
se encontró en la web con la reseña que un crítico español hacía de su
más reciente novela Lo que no aprendí, publicada en octubre pasado. En
esas líneas se leía la decepción de alguien que había llegado al libro
con la secreta esperanza de encontrar la misma dosis de realismo mágico
de las obras de Gabriel García Márquez. “La novela de la autora
colombiana”, escribió el crítico casi a manera de reproche, “está
bastante alejada de la verdadera atmósfera del Caribe. Es raro el
espacio geográfico que nos cuenta esta señora porque no se parece al
real”.
En una ocasión distinta, la joven autora tropezó con otra reseña que
le produjo el mismo desconcierto. Corría 2009 y esa vez había sido
publicada en Argentina, tiempo después de que llegara a las librerías Hay cosas que una no puede hacer descalza, libro de cuentos conectados
entre sí por las historias de nueve mujeres del común que compartían la
misma soledad. “Margarita García —se leía también con desdén— tiene una
literatura heredera de ‘Sex and the city’.
Radicada en Buenos Aires desde hace cerca de una década, donde
dirigió la Fundación Tomás Eloy Martínez y ha escrito para Clarín y El
País de España, Margarita ya ha aprendido a lidiar con las etiquetas que
le suponen ser mujer y haber nacido en la región del Nobel de
Aracataca.
Que hablen sus libros. Para eso están. Porque es de las que cree que,
una vez se publican, dejan de pertenecerle. Ella sabe bien que su
literatura no solo no es de género, sino que está bastante alejada de
sujetos perseguidos por mariposas amarillas y de bellezas que, envueltas
en sábanas, ascienden a los cielos. “Detesto las etiquetas. Por eso
suelo decir que las etiquetas en la literatura cumplen la misma función
que los prejuicios en la vida real: te prejuzgan sin darte la
oportunidad de mostrarte. Al comienzo sufría bastante con eso, pero
aprendí que hace parte del oficio, que la prensa encasilla con mucha
facilidad a los autores y a sus obras”.
En ese oficio de la ficción lleva poco, acaso unos seis años. Y
varios premios, entre ellos el de Casa de las Américas en 2014 por su
libro de cuentos Cosas peores. También fue finalista del Premio
Biblioteca de Narrativa Colombiana, junto a Ricardo Silva Romero y Juan
Esteban Constaín y se quedó con la Beca de Creación Literaria de la
Fundación Han Nefkens y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, una de
las más prestigiosas que se otorgan en Europa.
Ese breve tiempo en los caminos de la literatura ha sido
particularmente fructífero: tres libros de relatos Hay ciertas cosas
que una no puede hacer descalza, Las personas normales son muy raras y Orquídeas; una novela corta Hasta que pase un huracán y otra de
más largo aliento, Lo que no aprendí, publicada por Malpaso Ediciones.
La historia que Margarita nos narra en estas páginas es una especie
de reconstrucción familiar a través de la voz de una niña de 11 años que
va contado su vida y la de los suyos durante un mes de vacaciones.
Esa chica es Caty, una preadolescente flaca y aturdida por el ambiente
en el que crece. Se siente como un bicho raro en su familia, con un
padre, abogado de oficio, —pero que ejerce un trabajo alternativo: hacer
sesiones de espiritismo en su casa— y un ambiente matriarcal dominado
por el carácter recio de su madre y la altivez de sus hermanas,
presumidas, populares y con curvas, que distraen sus días en la agitada
vida social de su ciudad.
Caty a veces consigue huir del tedio y el desconcierto dando largos
paseos en bicicleta y asistiendo a los encuentros furtivos en una casa
abandonaba con Aníbal, el hijo hippie del vecino.
Y esa vida de la familia transcurre justo en junio de 1991, mientras
el país entero asiste en directo a la discusión de si el temido
narcotraficante Pablo Escobar debe ser entregarse a la justicia.
El origen de esta historia, cuenta Margarita, es un episodio personal
que la marcó: la muerte de su padre. Esta novela supuso, pues, un viaje
a la memoria, a la infancia. Un viaje lento, casi en tren, que terminó
en una ‘estación’ de la que a ella le costó bajarse: entender que la
visión que sus hermanos tenían de su padre y sus antepasados no se
parecían entre sí.
Lo que no aprendí —que ya ha sido traducida a varios idiomas— es
entonces una excusa para hablar de la memoria como insumo narrativo y
ese matrimonio entre la creación literaria y la autobiografía.
*En el pasado Hay Festival contaba que esta segunda novela tiene su
origen en un episodio familiar: la muerte de su padre. ¿Cómo fue ese
ejercicio de comenzar a desandar la memoria y los recuerdos de la
infancia y entender que ahí estaba la semilla de esta novela?
El origen de una historia, en mi caso, suele estar en un episodio
puntual o en una imagen que después va tomando forma de novela o cuento o
incluso ensayo. Es como un chispazo en el que interpreto que tengo algo
para decir, y ese momento / chispazo yo lo puedo ubicar en casi todos
mis libros. Lo que no aprendí tuvo su génesis un día que, habiendo
muerto mi papá, mi familia hablaba sobre él, recordaba cosas, rememoraba
situaciones, rasgos de carácter, en fin, lo que se hace cuando alguien
se ha ido. Y yo percibí que buena parte de lo que contaban, lo que
recordaban de él y por ende de nuestra historia familiar, tenía poco que
ver con mis propios recuerdos. Pensé, ¿cómo puede haber versiones tan
distintas de una historia compartida? Y ahí me dije que quería escribir
una novela al respecto.
Al estar contada en primera persona y por una voz femenina, uno
asume que tiene elementos autobiográficos. ¿Qué tanto de su historia
personal hay en Lo que no aprendí, qué tanto hay en el personaje de
Caty?
No creo mucho en los rótulos en la literatura. No creo que una novela
sea más o menos autobiográfica por el registro que emplee: asumir que
porque está en primera persona y en un género que coincide con el del
autor esa historia es más autobiográfica que otras es, en mi opinión, un
error de juicio. En Lo que no aprendí hay elementos autobiográficos,
efectivamente, pero también los hay en otros libros, quizá de manera
menos evidente, y los seguirá habiendo aunque escriba en tercera persona
sobre un anciano que vive en Alaska. Volviendo a Lo que no aprendí,
Caty es muy parecida al recuerdo que tengo de mí misma a los once años:
curiosa, despistada, esquelética.
Anteriormente, usted había escrito un libro de cuentos Hay ciertas
cosas que uno no puede hacer descalza, que se construye con diferentes
historias sobre mujeres. Y en esta segunda novela suya es muy fuerte la
presencia de lo femenino. ¿Ha temido en algún momento que la encasillen
—que pasa muy a menudo— como una escritora de género?
No he tenido ese temor, no. Como te decía antes, no creo en los
rótulos: son simplistas, circunstanciales y por lo tanto poco duraderos.
Lo que queda de los libros es otra cosa.
En ese mismo sentido, ¿pesa en su narrativa esa sociedad matriarcal tan fuerte en la que crecemos los colombianos?
Pesa como pesa todo lo relacionado con mis orígenes, pero no es el
eje de ninguna de mis historias hasta ahora. Siento que los temas que me
preocupan y de los que suelo hablar son otros: la familia desmoronada,
el quiebre de los vínculos afectivos, la incomprensión y la soledad en
las sociedades contemporáneas, por mencionar algunos.
En Hay Festival contaba también cómo se suele encasillar a los
escritores del Caribe con el universo literario de García Márquez. ¿Qué
tanto siente que ha pesado esa tradición en su caso, siendo una
escritora tan joven?
Para mí, personalmente, nunca ha sido un peso. Quizá porque tampoco
ha sido un referente, en el sentido de que creo que todo lo que tenía
que hacerse y decirse en el terreno del realismo mágico ya está dicho
por él. García Márquez es un orgullo, un abuelo prócer, un genio.
Alguien así no podría ser un peso para nadie –al menos para nadie de mi
edad– más bien al contrario. Ahora, es verdad que de cierto modo el
mundo descubrió y entendió el Caribe colombiano, su geografía, su
idiosincrasia, de la mano de los libros de García Márquez, por lo tanto
abordar ese espacio literariamente supone siempre una expectativa
fallida frente a quienes esperan que se les cuente ese universo con la
lupa garciamarquiana. Pero mi mirada frente a ese espacio es,
lógicamente, otra muy distinta.
Volvamos a su trabajo literario. ¿Es fácil pasar del cuento a la
novela? ¿Qué género se le hace más fácil encarar por su estructura, por
la construcción de atmósferas y personajes?
En los cuentos suelo tener una búsqueda más técnica. Disfruto mucho
escribir cuentos porque cada historia me pone frente a un nuevo desafío
en términos formales. Volviendo al registro —que no creo que sirva para
etiquetar, pero sí para analizar quizá cierta intencionalidad del autor—
no sé por qué casi todos mis cuentos están escritos en tercera persona y
suceden en no lugares. No suelo ubicarlos geográficamente, a lo mejor
para conseguir el desapego que creo necesario para encararlos. Los
cuentistas que más me gustan trabajan los cuentos como maquinitas
perfectamente aceitadas y cerradas a las que no les sobra nada, o les
sobra todo, pero de manera intencional. En las novelas, en cambio, me
permito más divergencias, más preguntas sin respuestas, más cabos
sueltos. Diría que soy más laxa en términos formales, pero más dura en
los temas planteados o sugeridos en los argumentos.
En ambos géneros es notorio su interés como autora en fijarse en los
pequeños detalles, en construir relatos casi como una artesana que va
juntando pequeñas cosas...
Para mí los detalles son el esqueleto de una narración, entonces
invierto en ellos con el propósito de que la narración se sostenga firme
y no flaquee.
¿Cuáles son los referentes literarios de Margarita García?
Tengo muchos y van cambiando. En general se mantienen aquellos en los
que encuentro una pretensión minimalista, pero no trivial, más bien al
contrario: aquellos que con pocas palabras alcanzan una profundidad
pasmosa. Por ejemplo Juan Rulfo, José Emilio Pacheco, Josefina Vicent,
Natalia Ginzburg, John Cheever, Raymond Carver, Carson McCullers, Anne
Tyler y una argentina maravillosa que se llama Hebe Uhart.
¿Qué está leyendo ahora?
La Oculta, de Héctor Abad Faciolince.
Usted ha publicado siempre con editoriales independientes. ¿Es mera casualidad o cuesta llegar a los grandes sellos?
En realidad empecé publicando con Planeta en Argentina y con ellos
sigo hasta ahora. Mi próximo libro (Cosas peores) saldrá este año con
Seix Barral, sello de Planeta. Por fuera de Argentina me ha venido mejor
publicar con editoriales medianas e independientes, son cuidadosas y
valoran mucho a los autores como autores. En España me publica un sello
que se llama Malpaso, es sencillamente una gema. En Colombia salió
recientemente Hasta que pase un huracán, una novela corta que editó
Laguna, otra editorial preciosa. Y este año, en Chile, saldrá una
compilación de textos míos (una especie de edición curada) con una
editorial muy bonita que se llama Montacerdos.