Pero el orden favorece la armonía, la relajación, la eficacia y el bienestar. Algo es algo
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El estudio de Francis Bacon, reconstruido en la galería Hugh Lane de Dublín./elpais.com |
Un amigo compartió hace poco unas semanas en Facebook esta famosa foto
del escritorio de Albert Einstein el día de su muerte, entusiasmado por
el hecho de que alguien tan inteligente como el físico fuera tan
desordenado como él. “El orden está en tu mente”, escribió mi amigo, a
lo que yo contesté que sentía ganas de tirar todos esos papelotes y
limpiar esa pobre mesa que no tenía culpa de nada.
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El estudio de Albert Einstein, en total desorden. |
La gente desordenada tiende a decir que en su desorden hay
un sistema y que ellos saben dónde tienen cada cosa. Es más, muchos
opinan que ese caos les ayuda a pensar y a trabajar. En cambio, yo
pienso que son unos vagos que no quieren tomarse cinco minutos para
ordenar esos libros y guardar esos papeles donde toca, así que decidí
llamar al psicólogo Miguel Silveira
para que me diera la razón: “En efecto -contesta, llevándome la
contraria-, hay personas que saben dónde está cada cosa dentro de su
desorden”. Aunque esto no es algo que pase siempre, como añade la psicóloga Amaya Terrón:
"Otra cuestión es que el orden de cada uno es tan subjetivo que donde
uno ve desorden es posible que haya ciertas normas en lo que
aparentemente es un caos".
El vínculo entre desorden y creatividad
Además de que existe este orden interno, tener las cosas
fuera de su sitio “puede estimular la creatividad porque el sistema es
abierto y se presta a surfear buscando salidas, creaciones, soluciones,
caminos”. Eso sí, aunque “las personas creativas sí suelen ser
desordenadas, esto no significa necesariamente que todas las personas
desordenadas sean creativas”. Es decir, tirar los libros por el suelo no
nos va a convertir en genios. "La consecuencia del desorden no es la
creatividad", concluye Terrón.
Silveira no es, ni mucho menos, el único que establece un vínculo entre desorden y creatividad: un estudio de 2013
mostró cómo un ambiente desordenado favorecía respuestas más creativas
de los participantes que uno limpio y arreglado. A modo de compensación,
el mismo experimento puso de manifiesto que la gente ordenada prefiere
la alimentación sana, es más propensa a donar dinero y tira más por lo
clásico que por lo nuevo.
En un artículo publicado en el New York Times,
Katheleen D. Vohs, una de las autoras de este trabajo, también apuntaba
que la tendencia a oficinas minimalistas podía suponer un freno a la
creatividad. No se trata sólo de que no sea posible el desorden, sino de
que cada vez tenemos menos espacio propio.
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Susan Sontag, escritora estadounidense en su estudio. |
En definitiva y para mi contrariedad, hay que tener cuidado
con el “orden perfecto, donde todo está previsto y perfectamente
ajustado en cuanto al espacio y el tiempo, y por tanto donde la
improvisación y la creatividad casi no tienen cabida”, dice Silveira,
que añade que esta pulcritud excesiva “no sólo es signo de rigidez
mental o esclerotización de la actitud del orden. Se asemeja a lo
excesivamente normativizado y pautado y suele ir anejo a un tendencia
obsesiva y algo maniática, y por tanto de déficit de normalidad
comportamental”.
Terrón añade que hay grados en esta necesidad por ser
ordenados: "Es cuando se radicaliza cuando podemos considerar dañino
para la persona: ya no tiene manía por el orden porque le confiere
felicidad, sino que lo hace para huir de la ansiedad que le provoca no
hacerlo o verlo desordenado".
Carraspeo. Muevo ligeramente la libreta para que no quede alineada con la mesa. Tumbo el click de Playmobil.
Las ventajas del orden
Eso sí, no todo es malo en el orden: favorece “la armonía,
la relajación, la eficacia en el rendimiento y el bienestar con uno
mismo”, añade Silveira. A nuestro cerebro le resulta agradable y por eso
busca patrones, estructuras y normas. Tal y como muestra la teoría de los cristales rotos,
la limpieza y el orden promueven los comportamientos legales y morales,
mientras que un ambiente desordenado puede llevar a lo contrario.
De hecho, el caos también puede suponer un problema. Por
ejemplo, en el trabajo o con la pareja: “Si uno de los dos es muy
ordenado y el otro caótico, esto dará lugar a conflictos y choque de
intereses, y eventualmente se puede desembocar en descarrilamiento”.
Es decir, hay límites, tanto en un sentido como en otro:
“Si el desorden y la desorganización son elevados favorecerían también
el caos, el estrés y la confusión”, explica Silveira. Y eso lo complica
todo: “Las relaciones personales, el trabajo, el estado mental”.
Como dice Eric Abrahamson, autor de A perfect mess (Un follón perfecto), en esta entrevista publicada en The Globe and Mail,
pasar 20 horas ordenando tu mesa no te va a devolver 20 horas de
eficiencia. Según Abrahamson, puede ser más útil dejar que el desorden
se amontone en lugar de lidiar con él constantemente, siempre que no se
superen ciertos límites. Es decir, se trata de admitir que vamos a
perder la batalla contra la entropía y siempre (o casi siempre) habrá
algo fuera de sitio.
Coindice Terrón, que es más escéptica en lo que respecta al
vínculo entre orden y desorden, pero añade que "es posible es que las
personas que tengan una obsesión por el orden, dediquen tanto tiempo a
éste que no les quede tiempo ni recursos para la creatividad".
La clave está en encontrar el equilibrio: “Cierta dosis de desorden
es conveniente para dar un toque de improvisación, de informalidad y de
frescura a la vida", explica Silveira. Y al revés: "Cierto orden externo
facilita el orden y disciplina mentales, o sea, un orden interno de las
ideas y sentimientos”. Entre otras cosas porque “luego no hay más
remedio que aplicar un método” para llevar cualquier idea a cabo.
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Stephen King manteniendo el equilibrio. |
Rutinas o el orden en el tiempo
Es decir, por mucho que el desorden pueda ser estimulante, también
necesitamos espacios de trabajo y hábitos más o menos estructurados, que
suponen un orden temporal, por usar el término de Abrahamson. En Daily Rituals se recoge la cita del compositor John Adams,
cuando dice que “la gente más creativa que conozco tiene hábitos de
trabajo muy rutinarios y no particularmente glamurosos”. Otra cita del
mismo libro, esta del poeta W. H. Auden: “La rutina, en un hombre
inteligente, es un signo de ambición”.
La rutina puede ayudar a automatizar muchos procesos y liberar la
mente “para hacer el trabajo que le es más propio”, añade el filósofo
William James, que jamás fue capaz de llevarlo a cabo, según se cuenta
también en Daily Rituals. Es más, el libro no sólo recoge
experiencias de gente estructurada, sino que habla también de gente como
el pintor Francis Bacon, que tenía el estudio, digamos, ligeramente
desordenado.
De todas formas, no somos cien por cien ordenados o
desordenados, “sino que esto puede cambiar incluso para ciertos ámbitos.
Una persona puede ser muy ordenada en el trabajo y más desordenada en
lo que respecta a la higiene o al sueño”, añade Silveira. Aunque quien
es muy desordenado, suele serlo en todo.
Silveira me tranquiliza cuando añade que no estoy condenado
al frío y cuadriculado mundo de la obsesión por el orden: “Se puede
modificar o moderar este comportamiento y entrenar la creatividad con
método y supervisión". El objetivo es entrenarse para encontrar
soluciones a diferentes problemas “y abrir compuertas y nuevas vías y
conexiones”.
Comenzaré poco a poco y dejaré el boli aquí. No, mejor aquí. Sí, ahora está bien. Creo. No sé. Yo lo veo fuera de sitio.