viernes, 20 de marzo de 2015

No, 'ragazzo', no; no soy una 'bambola'

Massimo Carlotto y Marco Videtta escriben un thriller en el que, por fin, las mujeres dan los tiros

Partisanas italianas durante la II Guerra Mundial./elmundo.es

¡Atención, pregunta!: ¿quién dijo que el 'thriller' era un territorio alicatado hasta el techo de machismo rampante? Pues que sepa que estaba muy, pero que muy equivocado. Basta con hojear 'Ksenia' para certificarlo. Aunque, para ello, sea necesario ponerse antes un chaleco antibalas. No vaya a ser que se escape un tiro desde algún párrafo y acabemos liando una parda en mitad de la librería.
Mujeres. Mujeres al borde de iniciar un ataque de 'uzis'. Mujeres cabreadas, armadas y peligrosas. Mujeres con pistolas ametralladoras dentro del bolso. Con cócteles molotov junto al pintalabios. Mujeronas que se enfrentan a hombrecillos corruptos del modo más contundente que existe. A tiros. Sin compasión. De una forma acelerada, 'tarantiniana', socarrona, repleta de acción. Cargándose hasta al apuntador de una 'película' escrita a lo largo y ancho de 367 páginas que no dejan ni un minuto para tomar un poco de aire fresco. Mujeres que, como la Knesia del título, una siberiana de 20 añitos, decide ponérselo complicado a sus extorsionadores. Una forma de entender el feminismo. Quizá tan válida como otra cualquiera. Pero seguro de lo más efectiva.
Mujeres como Luz, Eva o Sara, sus tres compañeras en una empresa de lo más sangrienta cuya primera entrega, esta novela, es la puerta de entrada al ciclo 'Las vengadoras', escrito a cuatro manos por Massimo Carlotto y Marco Videtta, y publicado en España, con su impecable sello de profesionalidad más que demostrado, la editorial Navona en su colección de novela negra.
¡Bienvenidas sean estas cuatro 'reinonas' porque parecen dispuestas a poner un tiro en la frente de todo italiano ful y puñetero que se cruce en su camino!
Lo resume, bastante bien, la rotunda frase que aparece en la contra de cubierta del libro: "Enfurecer a una mujer es peligroso. Enfurecer a cuatro es de locos". Y tanto que sí. Que se lo digan si no a los hermanos Fattacci, dos de los damnificados por la venganza que sirven, cual plato de espaguetis calentitos esta vez, las cuatro señoritas que protagonizan esta genial saga. Ahí va un parrafito de muestra. Que os aproveche:
Los hermanos Fattacci estaban ocupados en interpretar el sentido de un artículo en el periódico 'Messaggero' que contaba lo que les había pasado a Sereno Marani y a don Mario.
-No entiendo un pepino -se rindió Fabrizio-. ¿Pero quién puede haber jodido a Marani y a ese capullo del barman? Y además, justo en el lugar que habíamos preparado para la siberiana.
-¡Bah! Será una banda nueva, de locos. Coreanos, mexicanos, gente de esa -contestó Graziano, ocupado en otros pensamientos-. Yo estoy pensando en cómo nos piramos de aquí. Necesitamos ponernos en contacto con doña Assunta, que saque pasta para el abogado.
-Y también para que nos haga la vida más fácil en esta mierda de sitio. Estoy harto de comer la bazofia del talego. Eh, ¿te acuerdas cuando íbamos a las tiendas y cogíamos o que queríamos?
La mirilla de la puerta blindada se abrió y apareció el rostro de un agente penitenciario.
-Preparaos, os transferimos a otra sección.
-¿Cuál? -preguntó sorprendido Graziano.
-No tengo ni idea -contestó el guardia-. Solo sé que en cinco minutos os pasan a recoger.
Cuando la llave giró en la cerradura con el clásico ruido de hierro, los Fattacci se encontraron frente a seis agentes, el típico equipo listo para calmar los ánimos en caso de protestas.
-No me gusta un pelo -murmuró Fabrizio.
Cargados con sus pertenencias, recorrieron el pasillo de la sección acompañados por las miradas de afrenta de los detenidos. En la rotonda a la que daban las otras secciones, fueron acogidos por un brigadier especialmente divertido, que se unió al grupo.
Al final llegaron al último portón, el de la nueva sección a la que estaban destinados.
-¿Pero esta no es la sección de los travestis? -preguntó Fabrizio.
Graziano no contestó. De un salto se agarró a los barrotes y empezó a gritar.