El escritor y activista por los derechos de las minorías sexuales aborda en jardín las relaciones de poder que se dan en el seno de la familia
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Pablo Simonetti, escritor chileno, autor de jardín./elcultural.es |
Delicada y amarga es la nueva novela de Pablo Simonetti, uno de los autores chilenos actuales más reconocidos. jardín (Alfaguara) -en minúsculas que sugieren intimidad y elegancia- es “una novela corta o un cuento largo, según se mire”, una autoficción embebida de la pasión por las plantas y las flores que el escritor heredó de su madre,
paisajista y autora de libros sobre jardinería. Camelias, rododendros y
azaleas envuelven la historia de Luisa, una madre viuda con la voluntad
anulada por el progreso: una inmobiliaria quiere comprar su casa y
todas las del barrio residencial en el que vive para demolerla y
construir encima grandes edificios de acero y cristal.
El relato se parece mucho a lo que ocurrió realmente en la familia de Simonetti y el
narrador es un trasunto del propio autor: el hermano menor y homosexual
de una familia conservadora que se rebela ante la pasividad y la
autocompasión de su madre, que cede a las presiones de sus
hijos para que venda la casa y se instale en un pequeño apartamento.
Luisa ama su hogar y, sobre todo, el jardín que ha cuidado con mimo en
condiciones climatológicas adversas durante décadas, pero renuncia al
derecho a decidir por sí misma. “Mi madre era un poco así, fue una
víctima pero a la vez contribuyó a perpetuar las mismas dinámicas que
terminaron por victimizarla, al delegar en los demás las decisiones
importantes”, reconoce a El Cultural el autor de Madre que estás en los cielos,
su primera novela y una de las más vendidas en Chile en los últimos
diez años. “Yo también he tenido la tentación del victimismo con
respecto a mi homosexualidad. Mi literatura es el resultado de vencer esa disposición a ser la víctima”.
La manera en que el poder se reparte y se ejerce dentro de la familia
es, pues, el verdadero tema de la novela. “Pensaba que la novela podía
molestar a mis hermanos pero, al contrario, nos ha llevado a compartir
un arrepentimiento común”. El sentimiento de culpa de la familia se
acentúa al pensar que la madre de Simonetti podía haber vivido los años
que le quedaban en su casa, ya que esta fue demolida después de su
muerte.
La idea para esta novela germinó en una noche a partir de tres hechos
que confluyeron casualmente: “En 2013 un amigo pintor que tenía su
taller en la calle donde estaba la casa de mi infancia me llamó para
decirme que la estaban echando abajo. Esa misma noche, otro amigo me
contó que había ido a ver una representación de El jardín de los cerezos,
y al día siguiente tuve una pelea tonta pero enojosa con uno de mis
hermanos. Con estas tres fuentes se fraguó por completo la novela, me
vino de un solo golpe y la escribí en un mes y medio, algo que nunca me
había pasado antes”. Como la obra de Chéjov, jardín es también, en cierto modo, un relato crepuscular de la clase acomodada, en este caso chilena.
El jardín de la identidad
Para Luisa, el jardín es un lugar de identidad. “La vida aún tiene
sentido para ella en ese jardín, que no es un espacio de recreo sino
vital”, explica Simonetti. El escritor tiene su propio jardín entre el
mar y unos cerros verdes poblados por árboles nativos que la humedad de
las neblinas costeras alimentan. Allí escribe. “Yo creé ese jardín,
conozco a cada planta y cuándo está a gusto y sana. Pasear por allí es recorrer mi interioridad, los senderos de mi propio pensamiento”.
En cierto modo, el jardín es también un lugar de identidad para Simonetti: “Yo
siempre he visto la literatura como una dimensión de mi identidad, ya
que nació en mí al descubrir y aceptar quién era yo realmente”,
confiesa el escritor, que abandonó la ingeniería para dedicarse a
escribir después de reconocer su homosexualidad. Su salida del “clóset”,
como dicen en buena parte de Latinoamérica, fue difícil de aceptar para
su católica y conservadora familia. “Fue a finales de los 80, no era
un tiempo favorable a la inclusión y la diversidad, pero las cosas
fueron cambiando y tengo una buena relación con mi familia”, explica
Simonetti.
Hacia la igualdad en Chile
Además de escritor, Simonetti es un destacado activista de los derechos de las minorías sexuales en su país. Fue uno de los creadores de Iguales, fundación que presidió durante dos años. Desde esa posición, ha sido interlocutor de los gobiernos de Sebastián Piñera y Michelle Bachelet
en la redacción y aprobación de dos leyes fundamentales para el
reconocimiento de los derechos del colectivo LGTBI. La primera de ellas,
aprobada en 2012, es una ley antidiscriminación “que fue impulsada en
el último momento, es triste decirlo, por la muerte de Daniel Zamudio”,
un joven homosexual que fue brutalmente apaleado por un grupo de
neonazis en un parque de Santiago y que murió semanas después a causa de
las lesiones que le provocaron. Su caso estremeció tanto a la
ciudadanía que el gobierno aceleró la aprobación de la norma. “Es una
ley simbólica con poca aplicación -explica Simonetti-, pero ha servido
para romper unos cercos discriminatorios que muchas veces no están
escritos y permanecen en la trastienda del país”.
La segunda norma profundiza en el reconocimiento de las libertades de las minorías sexuales y es la Ley de Unión Civil,
que se acaba de aprobar. Cuando la presentó el expresidente Piñera,
explica el escritor, era una ley patrimonial que servía para cuestiones
relacionadas con la administración de bienes y la herencia en las
parejas homosexuales, “pero se ceñía a los bienes muebles, excluyendo
los inmuebles y los vehículos, por extraño que parezca”, asegura
Simonetti. La que ha sido finalmente aprobada por el gobierno de
Bachelet “es un proyecto familiar” en el que los miembros de la pareja
adquieren oficialmente la condición de “convivientes civiles”. “Estamos
muy contentos con su aprobación, es un paso hacia el matrimonio igualitario”
que, en opinión de Simonetti, es la verdadera meta, ya que permitiría
la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales y más derechos a
las familias homoparentales que ya existen. “No se trata de satisfacer
un capricho de los padres, sino de otorgar a los niños que tienen dos
padres o dos madres los mismos derechos que el resto”, subraya
Simonetti. Según el autor, hoy el 70% de los chilenos aprueba la unión
civil y el 55% el matrimonio igualitario si lo entiende sin hijos,
mientras que el 38% de los ciudadanos de Chile vería con buenos ojos el
matrimonio homosexual con hijos.
Según el escritor, estos cambios en la legislación han espoleado un
cambio de mentalidad en la sociedad chilena, ya que ha fomentado el
debate en los medios de comunicación y en la calle en los últimos años.
“La situación ha cambiado diametralmente en los últimos cuatro años, la homosexualidad ha salido de debajo de la alfombra y se ha convertido en un tema de mesa de domingo”.
Simonetti ha contribuido a la apertura de la conservadora sociedad
chilena no sólo desde los púlpitos políticos, sino a través de una
narrativa poblada de personajes en busca de su propia identidad, como en
La razón de los amantes, La soberbia juventud y La barrera del pudor. “Creo que mis novelas han ayudado a mejorar la convivencia en aquellas familias con hijos homosexuales, mostrando la profunda injusticia que existe no sólo en el ámbito del Estado, sino en el de las personas que más nos quieren”.