miércoles, 11 de marzo de 2015

Pablo Simonetti, literatura contra el victimismo

El escritor y activista por los derechos de las minorías sexuales aborda en jardín las relaciones de poder que se dan en el seno de la familia


Pablo Simonetti, escritor chileno, autor de jardín./elcultural.es
Delicada y amarga es la nueva novela de Pablo Simonetti, uno de los autores chilenos actuales más reconocidos. jardín (Alfaguara) -en minúsculas que sugieren intimidad y elegancia- es “una novela corta o un cuento largo, según se mire”, una autoficción embebida de la pasión por las plantas y las flores que el escritor heredó de su madre, paisajista y autora de libros sobre jardinería. Camelias, rododendros y azaleas envuelven la historia de Luisa, una madre viuda con la voluntad anulada por el progreso: una inmobiliaria quiere comprar su casa y todas las del barrio residencial en el que vive para demolerla y construir encima grandes edificios de acero y cristal.
El relato se parece mucho a lo que ocurrió realmente en la familia de Simonetti y el narrador es un trasunto del propio autor: el hermano menor y homosexual de una familia conservadora que se rebela ante la pasividad y la autocompasión de su madre, que cede a las presiones de sus hijos para que venda la casa y se instale en un pequeño apartamento. Luisa ama su hogar y, sobre todo, el jardín que ha cuidado con mimo en condiciones climatológicas adversas durante décadas, pero renuncia al derecho a decidir por sí misma. “Mi madre era un poco así, fue una víctima pero a la vez contribuyó a perpetuar las mismas dinámicas que terminaron por victimizarla, al delegar en los demás las decisiones importantes”, reconoce a El Cultural el autor de Madre que estás en los cielos, su primera novela y una de las más vendidas en Chile en los últimos diez años. “Yo también he tenido la tentación del victimismo con respecto a mi homosexualidad. Mi literatura es el resultado de vencer esa disposición a ser la víctima”.
La manera en que el poder se reparte y se ejerce dentro de la familia es, pues, el verdadero tema de la novela. “Pensaba que la novela podía molestar a mis hermanos pero, al contrario, nos ha llevado a compartir un arrepentimiento común”. El sentimiento de culpa de la familia se acentúa al pensar que la madre de Simonetti podía haber vivido los años que le quedaban en su casa, ya que esta fue demolida después de su muerte.

La idea para esta novela germinó en una noche a partir de tres hechos que confluyeron casualmente: “En 2013 un amigo pintor que tenía su taller en la calle donde estaba la casa de mi infancia me llamó para decirme que la estaban echando abajo. Esa misma noche, otro amigo me contó que había ido a ver una representación de El jardín de los cerezos, y al día siguiente tuve una pelea tonta pero enojosa con uno de mis hermanos. Con estas tres fuentes se fraguó por completo la novela, me vino de un solo golpe y la escribí en un mes y medio, algo que nunca me había pasado antes”. Como la obra de Chéjov, jardín es también, en cierto modo, un relato crepuscular de la clase acomodada, en este caso chilena.

El jardín de la identidad

Para Luisa, el jardín es un lugar de identidad. “La vida aún tiene sentido para ella en ese jardín, que no es un espacio de recreo sino vital”, explica Simonetti. El escritor tiene su propio jardín entre el mar y unos cerros verdes poblados por árboles nativos que la humedad de las neblinas costeras alimentan. Allí escribe. “Yo creé ese jardín, conozco a cada planta y cuándo está a gusto y sana. Pasear por allí es recorrer mi interioridad, los senderos de mi propio pensamiento”.
En cierto modo, el jardín es también un lugar de identidad para Simonetti: “Yo siempre he visto la literatura como una dimensión de mi identidad, ya que nació en mí al descubrir y aceptar quién era yo realmente”, confiesa el escritor, que abandonó la ingeniería para dedicarse a escribir después de reconocer su homosexualidad. Su salida del “clóset”, como dicen en buena parte de Latinoamérica, fue difícil de aceptar para su católica y conservadora familia. “Fue a finales de los 80, no era un tiempo favorable a la inclusión y la diversidad, pero las cosas fueron cambiando y tengo una buena relación con mi familia”, explica Simonetti.

Hacia la igualdad en Chile

 Además de escritor, Simonetti es un destacado activista de los derechos de las minorías sexuales en su país. Fue uno de los creadores de Iguales, fundación que presidió durante dos años. Desde esa posición, ha sido interlocutor de los gobiernos de Sebastián Piñera y Michelle Bachelet en la redacción y aprobación de dos leyes fundamentales para el reconocimiento de los derechos del colectivo LGTBI. La primera de ellas, aprobada en 2012, es una ley antidiscriminación “que fue impulsada en el último momento, es triste decirlo, por la muerte de Daniel Zamudio”, un joven homosexual que fue brutalmente apaleado por un grupo de neonazis en un parque de Santiago y que murió semanas después a causa de las lesiones que le provocaron. Su caso estremeció tanto a la ciudadanía que el gobierno aceleró la aprobación de la norma. “Es una ley simbólica con poca aplicación -explica Simonetti-, pero ha servido para romper unos cercos discriminatorios que muchas veces no están escritos y permanecen en la trastienda del país”.
La segunda norma profundiza en el reconocimiento de las libertades de las minorías sexuales y es la Ley de Unión Civil, que se acaba de aprobar. Cuando la presentó el expresidente Piñera, explica el escritor, era una ley patrimonial que servía para cuestiones relacionadas con la administración de bienes y la herencia en las parejas homosexuales, “pero se ceñía a los bienes muebles, excluyendo los inmuebles y los vehículos, por extraño que parezca”, asegura Simonetti. La que ha sido finalmente aprobada por el gobierno de Bachelet “es un proyecto familiar” en el que los miembros de la pareja adquieren oficialmente la condición de “convivientes civiles”. “Estamos muy contentos con su aprobación, es un paso hacia el matrimonio igualitario” que, en opinión de Simonetti, es la verdadera meta, ya que permitiría la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales y más derechos a las familias homoparentales que ya existen. “No se trata de satisfacer un capricho de los padres, sino de otorgar a los niños que tienen dos padres o dos madres los mismos derechos que el resto”, subraya Simonetti. Según el autor, hoy el 70% de los chilenos aprueba la unión civil y el 55% el matrimonio igualitario si lo entiende sin hijos, mientras que el 38% de los ciudadanos de Chile vería con buenos ojos el matrimonio homosexual con hijos.
Según el escritor, estos cambios en la legislación han espoleado un cambio de mentalidad en la sociedad chilena, ya que ha fomentado el debate en los medios de comunicación y en la calle en los últimos años. “La situación ha cambiado diametralmente en los últimos cuatro años, la homosexualidad ha salido de debajo de la alfombra y se ha convertido en un tema de mesa de domingo”.
Simonetti ha contribuido a la apertura de la conservadora sociedad chilena no sólo desde los púlpitos políticos, sino a través de una narrativa poblada de personajes en busca de su propia identidad, como en La razón de los amantes, La soberbia juventud y La barrera del pudor. “Creo que mis novelas han ayudado a mejorar la convivencia en aquellas familias con hijos homosexuales, mostrando la profunda injusticia que existe no sólo en el ámbito del Estado, sino en el de las personas que más nos quieren”.