Se presenta una exposición, preámbulo de Kosmópolis, sobre la influencia del autor alemán en artistas y narradores del siglo XXI
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Aspecto de la instalación de Carlos Amorales, situada en el vestíbulo de la exposición sobre Sebald./Ferrán Sendra./elperiodico.com |
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Una de las fotografías realizadaspor el pintor Jan Peter Tripp a Sebald. |
En poco más de 15 años, los que van desde su tardío debut como escritor cumplidos los 40 hasta su muerte a los 57 años en un estúpido accidente de carretera cerca de su residencia en Norwich, Inglaterra, el escritor alemán W. G. Sebald (1944-2001) se convirtió en uno de los autores europeos de mayor calado intelectual de finales del siglo XX, al que solo parecía faltarle el Nobel para el refrendo público de su valor. No pudo ser. El choque frontal contra un camión lo impidió. Catorce años después de su muerte, llorada en Inglaterra y un tanto ninguneada en su país natal, una exposición, Las variaciones Sebald, muestra en el CCCB no tanto una hoja de ruta de la complejidad de su escritura, como de la irradiación que su obra ha provocado en escritores y artistas plásticos y conceptuales de ahora mismo.
Hay muchos temas en la base de la escritura del autor de Vértigo, Los emigrados, Los anillos de Saturno y Austerlitz -sus cuatro obras mayores-. El paseo físico -Sebald es sobre todo un caminante parsimonioso-. El peso de la memoria histórica -era hijo de una familia que abrazó el nazismo y él nunca se curó de la culpa de los campos de concentración-. La emigración -llegó a Inglaterra, donde vivió la mayor parte de su vida como profesor, cuando tenía 21 años-. Además, sus libros incorporan fotografías en los textos a modo de prueba de lo vivido -hoy es una tendencia recurrente en la moderna literatura-, aunque como asegura el escritor Jordi Carrión, comisario de la muestra, «la narrativa de Sebald siempre traspasa los límites de lo autobiográfico -lo real- y la ficción».
OTRAS MIRADAS / Un total de 13 artistas plásticos y cuatro escritores han sido convocados por Carrión y por el artista y escritor mexicano Pablo Helguera, coautor del proyecto expositivo, para que muestren su obra más sebaldiana. En esa nómina brilla la ausencia de Enrique Vila-Matas, quizá el escritor español más cercano a los postulados del alemán.
En la muestra merece una mención especial el retrato del autor realizado por el pintor hiperrealista Jan Peter Tripp, que fue su amigo durante 30 años. El retrato ha sido cedido por la viuda del escritor que no visitará, por lo menos oficialmente, la muestra porque es tan reacia como lo fue su marido a enfrentarse con las cámaras. Tripp, que sí ha estado presente, le recuerda, lejos de su característica imagen hosca y melancólica, como un hombre más bien jovial: «¿Era obsesivo? Su obra quizá lo fuera pero él era muy divertido. Además, no tenía mucho aguante con la bebida, dos copas eran capaces de tumbarle». Manuscritos, imágenes y postales completan esa mirada mínima que la exposición dirige más directamente al escritor.
Un enjambre de 30.000 mariposas negras situadas en el vestíbulo de exposición dan la bienvenida al visitante. Se trata de Black cloud, obra del mexicano Carlos Amorales. «Soñé con mariposas y solo cuando empecé a imaginar esta instalación me di cuenta de que las mariposas procedían de mi lectura de Austerlitz, donde también aparecen», explica.
Un cuento sebaldiano de Julià de Jodar, realizado mediante bricolage literario, puede escucharse mediante auriculares. Más emocionante es la pieza de la poeta colombiana Piedad Bonnett, quien además de aportar un poema ha intervenido -anotado, dibujado en los márgenes, coloreado- un ejemplar de Los anillos de Saturnocon los lápices y la caja de colores de su hijo, de quien Bonnett relató su enfermedad y suicidio en Lo que no tiene nombre.
La memoria histórica está en la base de piezas como las de la alemana Andrea Geyer, que utiliza los diarios y las diapositivas de su abuela, una mujer muy viajera, y en las bucólicas y rurales fotografías de la norteamericana Susan Hiller o en las fotografías de la norteamericana Taryn Simon, A living man declared dead, una serie de retratos de individuos ordenados por sus distintos linajes. Más localmente, la catalana Núria Güell compró merchandising fascista de la Fundación Francisco Franco con una tarjeta falsa (a nombre de un maquis ya fallecido) que la entidad nunca cobró y que la artista se cuidó de enterrar en una cuneta. Por su parte, el madrileño Fernando Sánchez Castillo, famoso por haber enterrado una estatua ecuestre de Franco, presenta aquí los trabajos de preservación de monumentos madrileños -como la fuente de Neptuno- durante la guerra civil.
Más poética es la aportación del holandés Guido Van der Werve, una película en la que se le ve correr, nadar, pedalear e incluso ejercer de hombre antorcha entre Francia y Polonia para evocar la idea de que el corazón de Chopin fue trasladado a su Varsovia natal tras su muerte.