En febrero, por primera vez, la secta terrorista Boko Haram
atacó dos ciudades de Níger cerca de la frontera con Nigeria. La cuenta
es pesada: murieron 109 yihadistas, cuatro militares y un civil. En este
contexto, la comisión electoral ha decidido posponer hasta el 28 de
marzo las elecciones presidenciales para hacer llegar algunos millones
de boletas electorales a los ciudadanos en la zona de guerra, y asegurar
los lugares de votación. Los Estados Unidos, junto con la mayor parte
de las organizaciones civiles en Nigeria, protestan la decisión de
postergar la elección, que según las predicciones será muy pareja. El
escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986, ha
estado siempre muy involucrado en la vida política de su país. En
prisión dos años durante la guerra de Biafra, hacia el final de los
sesenta, condenado a muerte treinta años después y luego forzado al
exilio durante la dictadura del general Sani Abacha, Soyinka expresa sus
sentimientos ante la negligencia del gobierno de su país y a las
atrocidades perpetradas por Boko Haram.
–¿Cuál es su reacción
ante la intervención de los ejércitos de Chad, de Camerún o de Níger,
que avanzan al interior de sus fronteras para hacer el trabajo del que
se tendría que hacer cargo el ejército de su país?–Invocar la
inviolabilidad de nuestra soberanía en la lucha contra Boko Haram y
contra el terrorismo, como hizo nuestro gobierno, ha sido de un nivel de
idiotez y arrogancia increíbles. Ante las atrocidades, nuestros vecinos
comprendieron que se trataba de una agresión global y que la respuesta
debía ser global. Si Chad, Camerún y Níger intervienen, es para evitar
que Boko Haram se propague como un incendio también en sus territorios.
–¿Usted siente vergüenza cuando ve la incapacidad de los dirigentes de su país en poner fin a las brutalidades de Boko Haram?–Antes
que nigeriano y africano, soy un ser humano. Frente a estos crímenes
contra la humanidad no me siento agredido como un nigeriano en un país
soberano, sino como un hombre. No siento vergüenza. Ellos son los
responsables, quienes deberían avergonzarse, tanto los unos como los
otros. Yo estoy furioso y me siento humillado por mi propio gobierno.
–Por un lado las urnas electorales, por otro, la sangre y las cenizas de las masacres. ¿Cómo vive este contraste?–Lo
cierto es que el gobierno de Goodluck Jonathan se ha mostrado incapaz
de ejercer el poder, demostrando una total falta de imaginación para
responder a las agresiones. La opinión pública nigeriana lo sabe bien,
se da cuenta de que el gobierno ha despertado demasiado tarde para
responder a una insurrección que con el tiempo ya se ha consolidado. Si
se toma en cuenta sólo el secuestro de los 200 estudiantes de Chibok el
año anterior, cualquier presidente en cualquier otro país del mundo
habría reaccionado con el mayor vigor posible en los diez días
sucesivos, o habría ofrecido su renuncia. Y aquí no ocurrió ni una cosa
ni la otra.
–Pero Boko Haram se fundó hace más de diez años, de
modo que la responsabilidad recae también en los gobiernos que lo
precedieron…
–Sí, y todos cometieron el error de subestimar el
avance de la islamización. Por ejemplo, durante la presidencia de
Obasanjo, entre 1999 y 2007. No se hizo nada para fortalecer ciertos
principios constitucionales de laicismo cuando Estados federales como
Zamfara (actualmente en la zona controlada por Boko Haram) decretaron la
aplicación de la Sharia. Así, han reforzado el poder de los rebeldes.
El presidente Goodluck Jonathan es culpable, claro que junto a otros, de
no haber comprendido que la agresión del islam radical iba a crecer.
–¿Tiene
más confianza en el opositor, el ex presidente Muhammadu Buhari, de
quien usted mismo ha combatido sus tendencias “fascistas”?–Sería
un salto a lo desconocido, aunque conozcamos su pasado en materia de
violaciones a los derechos humanos. Pero al mismo tiempo no podemos
continuar con el sistema que encarna el presidente saliente Jonathan.
Entonces nos queda un solo candidato, y es un verdadero pecado en un
país de 150 millones de habitantes, que contiene tanta gente más
responsable, más inteligente y provista de mayor imaginación. Cada uno
deberá decidir según su propia conciencia.
–Usted habla de la “insurrección” de Boko Haram. ¿Y de su barbarie?–Es
una insurrección bárbara, absolutamente. Pertenece a una “especie” que
ha abandonado hace mucho tiempo la comunidad de los seres humanos. Pero
no son solamente nigerianos. Son agentes de un fundamentalismo a escala
planetaria, cuya capacidad de reclutamiento se refuerza nutriéndose de
una lectura perversa del Corán, con el único objetivo de hacer enemigos a
todos los que no son como ellos, hasta entre los propios musulmanes.
Agreguemos las desigualdades sociales, exclusión, pobreza y van a ver
que el fenómeno se vuelve explosivo.
–Se acusa al ejército de ser brutal en extremo o tan corrupto como para negarse a combatir. ¿Esto es cierto?–No
podemos soportar más violencia, sea la del Estado o la sectaria. No
queremos que la violencia sirva de instrumento para la regulación de la
sociedad. ¿Pero qué puede hacerse cuando pequeños grupos atacan una
comunidad? Si debe existir un ejército, se necesita para proteger a las
víctimas. Es una responsabilidad moral, con la condición, es claro, de
que el ejército se comporte con un mínimo de respeto por los derechos
humanos.
–¿En su opinión, cómo han terminado las muchachas secuestradas en Chibok? ¿Será posible salvarlas?–Se
sabe que las dividieron en pequeños grupos. Algunas se vendieron como
esclavas, como objetos sexuales, otras murieron por enfermedad o
asesinadas. No las volveremos a encontrar intactas. Serán mujeres
desgarradas toda su vida. El deber de nuestra sociedad es asegurarse de
que los que perpetraron esta acción innoble, que han abofeteado a
nuestra nación, paguen de un modo u otro este crimen contra la
humanidad. Este secuestro no podrá borrarse de nuestra memoria. Es una
mancha indeleble en nuestra historia.
© Traducción del francés, Elda Volterrani.
© La Repubblica. Traducción del italiano: Andrés Kusminsky