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Retrete exterior del 1515 de South 15th Street, Yakima, Washington,
1989. "La primera casa en la que recuerdo con claridad haber vivido",
escribe Carver. |
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El motel de apartamentos de Sacramento, California, que sirvió a Raymond Carver de referencia para su relato "Belvedere" 1989. |
Al mismo tiempo, se distribuye Carver
Country (Anagrama), un libro que Carver planeó antes de morir, con su
amigo el fotógrafo Bob Adelman. En edición a cargo de Adelman y Tess
Gallagher, viuda de Carver, el lujoso volumen para coleccionistas recoge
poemas, cartas inéditas, fotos de lugares y personas fundamentales en
la vida del escritor desde su infancia. Y también incluye la esperada
confirmación de la visita de Carver y Tess Gallagher a Rosario en 1984,
donde dieron una lectura y él habría escrito el esquivo poema
“Cubiertos”, en el que evoca al río Paraná desde la terraza del Jockey
Club.
Seis meses
antes de morir, con dos tercios de su pulmón extirpado a raíz del
cáncer, Raymond Carver le escribió a su amigo fotógrafo, Bob Adelman.
Juntos tenían un proyecto: armar un libro de fotos que diera cuenta de
su vida y su obra. Porque Carver estaba lleno de proyectos sobre el fin
de ese tiempo que él llamó “regalo”, como tituló al poema que fue
publicado en The New Yorker unos días después de su muerte: “No valdría
otra palabra. Porque eso es lo que fue. Un regalo./Un regalo, estos diez
últimos años./Vivo, sobrio, trabajando, amando y siendo amado/por una
buena mujer”. Anagrama finalmente editó aquel libro de fotos que Adelman
y Tess Gallagher –ahora responsables de la edición– titularon: Carver
Country. La edición en blanco y negro en papel de alta calidad –una
verdadera pieza de colección para fanáticos y difícil de hallar– abre
con aquella carta, hasta el momento inédita, a Adelman, fechada el 13 de
diciembre de 1987. Carver es preciso en las indicaciones a su amigo:
qué paisajes fotografiar, qué caminos tomar, qué personas ir a ver en
Yakima, donde su familia se trasladó apenas nacido Carver, en Oregon en
1938. “Hay un hombre que sale en un relato y en un poema míos: ni
siquiera sé si está vivo, pero es un tipo duro y probablemente seguirá
vivo y coleando. Su nombre es Frank Sandmeyer y vive en Queen Street, o
Queen Avenue, cerca de 11th. Avenue. Yo solía pescar y cazar con él, y
lo tenía por todo un experto en esas cosas. Puede que te dijera que no a
algo en un principio, pero en cuanto insistías un poco conseguías lo
que querías.” “La distancia” es el cuento al que se refiere Carver y
donde aparece Sandmeyer, un amigo de su padre. Un extracto del relato se
lee junto a la foto que Adelman le tomó a Sandmeyer, posando al frente
de su casa cubierta por la nieve mientras sostiene una caña de pescar
por ambos lados, de modo que ésta se curva entre sus manos. El libro
conservará esa idea: foto y texto que remite a la foto. También es en
“La distancia” donde el personaje de Claire está inspirado en Jerry
Davis, hermana de Maryann, primera esposa de Carver, y con quien mantuvo
una estrecha relación incluso después de separarse de su mujer. “Sabe
un montón de cosas de mi niñez, y es una buena mujer, y le haría mucha
ilusión que la fotografiaran o que hablaran con ella.” Adelman retrata a
Jerry en su cocina de Yakima. Ella no mira a cámara. De perfil, apoyada
contra la mesada, la mano en la cintura, lee un libro. Atrás, lo platos
en el escurridor, a un lado el detergente y el trapo colgando de la
canilla.
La carta sigue. Un Carver entusiasmado le describe a Adelman cada
lugar con detalle, indicándole por dónde tiene que tomar para llegar a
represas, ríos y arroyos que fueran el escenario de cuentos inolvidables
como “Nadie decía nada” o “Tanta agua tan cerca de casa”. “Si vas en
coche desde Missoula, tienes que cruzar el río Columbia en Vantage,
Washington. Mis padres y yo solíamos ir a pescar corégonos, y a veces
nos quedábamos a pasar la noche en una pequeña cabaña que había allí
cerca, una cabaña para turistas... Escribí un poema sobre este lugar y
pienso utilizarlo como escenario de un relato al que estoy dándole
vueltas.” El poema al que se refiere Carver es “Cebo”, donde describe
cómo su padre cuando iban a pescar “mantenía los gusanos vivos y
calentitos bajo su labio inferior”.
Los ladrillos del hombre común
Carver construyó una obra universal con los ladrillos de su vida de
hombre común. Se convirtió en el cuentista estadounidense más importante
de la segunda mitad del siglo XX, siguiendo aquel consejo de su padre
que fue su emblema: “Escribe sobre cosas que sepas”. En su ensayo “De
Bobbery y otros poemas”, Carver afirma: “Cuando veo uno (de mis poemas)
estoy viendo la radiografía de mi mente en ese momento. Algo parecido a
lo que se cuenta en ellos pudo haberme ocurrido en un momento u otro y
haber permanecido oculto en la memoria hasta dar con la manera de
sacarlo”. Significa que en el caso de Carver, quizá más que en cualquier
otro autor, poder ver lo que él vio –en este caso a través de la lente
certera de Adelman– enriquece su mundo narrativo. Así es como quien haya
leído “Diles a las mujeres que nos vamos”, no podrá dejar de comparar
la manera en que Carver le indica a Adelman en su carta cómo llegar
hasta las rocas pintadas (que esté atento al cartel y al desvío), con
cómo lo hace la voz del narrador en el relato mismo: “Salió de la
carretera y se detuvo bajo unos árboles. La carretera se bifurcaba allí,
en Picture Rock, de donde partía un ramal para Yakima y otro para
Naches”.
Carver y Maryann Bruck Carver se casaron en 1957. El tenía 19 años. A
ella le faltaban dos meses para cumplir 17 y estaba embarazada. Antes
de cumplir 18 descubrió que estaba embarazada otra vez. “¿Qué más puedo
decir? No tuvimos juventud. Nos encontramos desempeñando papeles que no
sabíamos cómo interpretar. Pero lo hicimos lo mejor que pudimos”,
declaró Carver en un reportaje cuando ya esa vida había quedado atrás,
había dejado el alcohol y era un escritor reconocido. La versión de su
ex mujer de los veinte años que pasaron juntos puede seguirse con
minuciosidad en el testimonio biográfico que ella escribió en Así fueron
las cosas (Circe, 2007). Ahí se los ve a los jóvenes Maryann y Raymond,
haciéndolo lo mejor posible: cambios constantes de trabajo, mudanzas
(casas prefabricadas, piezas al fondo de otras casas, moteles, pensiones
para estudiantes), acarreando a sus hijos por todo el estado en un
mismo día si era necesario. Los disímiles trabajos por los que los
Carver pasaron para sobrevivir son capturados por Adelman en tiempo
presente: un afilador de sierras de “Boise Cascade” donde trabajó el
padre de Carver y casi toda la familia; una operaria en una fábrica de
enlatados; un cultivador de lúpulo. “Estas vidas son sobre las que
prefiero escribir: las vidas de las personas que no tienen éxito. La
mayor parte de mi propia experiencia, directa o indirecta, tiene que ver
con la última situación”, dijo en el reportaje para el The Paris
Review. “Que Ray sea un gran escritor” dirá Maryann que era el sueño de
ambos y que al poco tiempo de casarse pasó dos semanas envasando fruta
para comprarle a él su primera máquina de escribir.
No sólo son los lugares lo que mueven a Carver en esos tiempos a
escribir una vez fuera de su trabajo, arriba del auto, en una libreta
apoyada sobre sus rodillas. O en un lavadero mientras la ropa de la
familia gira dentro del tambor. También los abismos. Entonces está la
foto del interior del Humbolt Dinner, de Aracata, en California, el bar
donde Carver situó “No son tu marido”, aquel relato en que el esposo, un
vendedor desocupado, va a visitar a su mujer que trabaja como camarera
por la noche (en la vida real Maryann lo fue) y se acoda en la barra
como un cliente más. Entonces escucha que dos hombres trajeados con la
corbata desanudada hablan del culo de su esposa. También el motel Diablo
Riviera, escenario del relato “Belvedere”, donde una pareja joven se
entusiasma cuando consigue quedar a cargo de un motel y utilizan
diferentes suites para hacer el amor. Hasta que él se enreda con una de
las mucamas y todo se desmorona. Carver trabajó como recepcionista de un
motel. Y también como empleado de maestranza en el Mercy Hospital de
Sacramento, en California (otra foto), donde una vez se encontró con una
pierna “pálida y bien torneada” encima de la mesa de la sala de
autopsias que debía limpiar. Pero Carver guarda un buen recuerdo de los
casi tres años que trabajó allí, porque le permitía escribir. “Yo sólo
tenía que trabajar dos o tres horas por noche, pero me pagaban por ocho
horas. Así que volvía a casa de madrugada pero a una hora razonable,
para ser capaz de levantarme por la mañana y escribir cuando los niños y
mi esposa, que trabajaba vendiendo vitaminas puerta a puerta, ya no
estaban.” Hasta que, en vez de volver a casa, Carver empezó a quedarse
en los bares. Corría 1968. Para 1975, bebía todo el día. No pasaban dos
horas sin que tomara vodka. Descontrolado, llegó a golpear a Maryann con
una botella porque había coqueteado con un hombre durante una fiesta.
Le cortó una arteria cerca del oído. Pudo haberla matado. El no la
pasaba mejor: “Tengo una imagen de mí mismo en la sala de estar con un
vaso de whisky en la mano y la cabeza vendada por una caída provocada
por un ataque alcohólico”. Una foto de Maryann en un primerísimo primer
plano aparece en Carver Country junto al devastador poema “Milagro” que
retrata ese último tiempo: “Van en un vuelo –sólo ida– de Los Angeles/a
San Francisco, los dos borrachos y repatingados”.
Los años limpios
El 2 de julio de 1977 Raymond Carver deja el alcohol para siempre.
Antes, pasa por diferentes centros de desintoxicación que Adelman
retrata: el porche de Duffy`s en Calistoga, California, que Carver
utilizará como escenario en “Desde donde llamo”. Durante los diez años
de recuperación, Carver escribirá largas y dedicadas cartas a personas
que no conoce pero que como él buscaban salirse del alcohol. “Lo que
hagas tiene consecuencias, hermano, para bien o para mal.” Esa frase
atribuida a Bill Kittredge le gustaba citar a Carver en esas cartas. Una
de ellas, inédita, aparece en Carver Country, “al señor Hallstrom”:
“Dios, todo este asunto del alcohol es un tormento tal, y lleva tanto
tiempo y esfuerzo enfrentarse a ello; (...) siga bien, no beba. Piense
en mí si alguna vez le entran ganas de tomar un trago. Sé que si yo
puedo contenerme y no beber, hay esperanza para casi todo el mundo”.
Tess Gallagher temía que volviera a beber, dice en un extenso cierre
de Carver Country. Y cuenta cómo, sobre todo en un principio, los
fantasmas del pasado lo perseguían: solía negarse a atender el teléfono
porque le recordaba cómo sus acreedores lo perseguían. O ponía en
práctica su gimnasia aplicada a otras situaciones, como la vez que no
tenía ganas de ir a un congreso de literatura. Carver llamó a los
organizadores diciendo que su madre había sufrido un derrame cerebral:
“Rápido –cuenta Gallagher que Carver dijo no bien colgó–, ¿cuáles son
los síntomas de un derrame cerebral? ¿Qué es lo que pasa cuando lo
tienes? Van a volver a llamarme para preguntarme por ella”.
En su relato “Tres rosas amarillas”, Carver recrea la escena de la
muerte de Chejov, cuando su médico en vez de salir corriendo a buscar
oxígeno, pide champán para brindar con su paciente. Con el mismo
espíritu afrontó Carver el último tiempo. Prolífico y con plena
conciencia de que se le iba la vida. Esto se refleja en poemas como “Mi
muerte”; “Para Tess” y el inolvidable “Ultimo fragmento”: “¿Y
conseguiste lo que/querías de esta vida?/Lo conseguí./¿Y qué
querías?/Considerarme amado, sentirme/amado en la tierra”. El 15 de mayo
de 1988, en su discurso tras recibir el título honorífico de doctor en
Letras, Carver terminó con una frase que bien podría considerarse el
legado carveriano: “Intenten no olvidar que las palabras, las palabras
correctas y verdaderas, pueden tener tanto poder como los actos”. Carver
murió a los 50 años en su casa de Port Angeles después de terminar “Un
sendero nuevo a la cascada”. El último día se reunió con familiares y
amigos para ver el video de la fiesta de casamiento con Tess en Reno, el
17 de junio, y el viaje de pesca por Alaska unos días después.
El libro cierra con una cronología donde se encuentran algunos datos
curiosos y reveladores, como que el primer texto publicado de Carver es
una carta titulada “¿Dónde está el intelecto?”, de 1958 –el año de
nacimiento de su hijo Vance– en el colegio donde estudiaba, el Wildcat
del Chico State College. O que en el verano de 1984, “por encargo de la
U.S. Information Service, Raymond Carver y Tess Gallagher llevan a cabo
una gira por Brasil y Argentina”. Este dato viene a corroborar el que
anda dando vueltas en nuestro país: Carver dio una conferencia con su
mujer en la Asociación de Intercambio Cultural Argentino Norteamericano y
luego habría estado en el Jockey Club, donde habría escrito el poema
“Cubiertos”, citado en el libro Rosario Ilustrada. Guía Literaria
(2004).
En su reseña sobre “My Moby Dick”, de William Humphrey, publicado en
el Chicago Tribune en octubre de 1978, Carver arranca: “Los grandes
siempre se te escapan. Eso deprime. Casi siempre. Este nuevo libro de
William Humphrey trata de un hombre que pesca al más grande de todos y
luego lo pierde. Pero no se deprime. Se da cuenta de que la experiencia
lo ha enriquecido”. Quizá por esa manera que halló Carver de
reconvertirse es que nunca lamentó ese pasado. Por el contrario, como el
tipo sin manos que golpea a la puerta de un hombre solo, en su
inigualable relato “Visor”, ve la vida desde otro ángulo. Tal como
escribe en el prólogo su editor francés, Olivier Cohen: “Hoy no puedo
evitar pensar que el arte de Carver, en su vida como en sus libros,
consistió en aupar a sus contemporáneos a un punto desde donde pudieran
ver –siquiera por espacio de un instante– aquello para lo que han sido
siempre ciegos”.