Dicen que es uno de los grandes temores de los que escriben, y forma parte de la imagen popular del escritor: el pobre artista se mesa el cabello, atormentado por su propio bloqueo, paralizado ante una hoja impoluta, ante un documento de texto vacío
"Muchos de esos trucos me sirvieron luego para escribir ficción, y los he ido adaptando para la narrativa."/gabriella.com |
No es tan frecuente como uno
se podría imaginar, pero ocurre. Muchos lo atribuyen al miedo
(miedo a fracasar, a escribir algo que no merezca la pena); otras veces
se debe, sencillamente, a una falta de ideas. Y es normal, no podemos
tener ideas todo el tiempo, a todas horas. No somos máquinas inspiradas
de producir genialidad.
¿O lo somos?
¿Cómo son tan productivos algunos artistas? ¿Por qué parecen un
caudal constante de originalidad, de creación? ¿Qué tienen ellos que no
tengamos nosotros?
No sé vosotros, pero yo rara vez sufro ya de ese temido síndrome. Cuando escribía para Lecturalia,
hubo una época en la que producía bastantes artículos a la semana. No
es un ritmo que le desee a nadie, porque, sí, hay un número limitado de
cosas que se pueden decir sobre el mundo de la literatura, y había
ocasiones en las que me quedaba paralizada, a medio camino entre el
miedo a haberme quedado seca y el vacío cerebral. Así que me vi obligada
a recurrir a muchos trucos y maneras para activar los jugos creativos,
para obligar a las musas a visitarme, lo quisieran o no (reconozco que
el principal era pasarme horas perdida en el maravilloso agujero de
tiempo que son las secciones culturales de periódicos de todas partes, y
las webs de actualidad literaria y editorial, y acababa siendo el
remedio peor que la enfermedad). Pero muchos de esos trucos me sirvieron
luego para escribir ficción, y los he ido adaptando para la narrativa.
Así que, amigos escritores, amigos narradores, os ofrezco aquí mis
trucos personales. Igual algunos no son para todo el mundo. Pero creo
que alguno acabará por sacaros del atolladero:
1. Anota, anótalo todo: El buen escritor no depende
de la inspiración del momento. Tiene un baúl de recuerdos, una base de
datos de ideas, una libreta de notas. Yo apunto cosas constantemente: el
color de una flor que no había visto antes, un detalle de una
conversación, una imagen que he soñado, una frase que se me ha ocurrido
mientras me duchaba, algo curioso que le ocurre a alguien a quien
conozco. Parasito mi realidad, y también la realidad de otros. Así, si
estoy sin ideas, si no sé sobre qué escribir, solo tengo que abrir la
libreta y aprovecharme de todo lo acumulado. Y por supuesto mi carpeta
de marcadores en mi explorador es infinita. Lo bueno (y malo) de esto es
que, cuando abres este canal de influencia, ya no puedes cerrarlo. Todo
te parece fascinante, y encuentras maravilla en las cosas más
estúpidas.
2. Apunta tus sueños: Como he dicho en el punto 1,
los sueños pueden entrar dentro también de esa base de datos. Nos
ofrecen imágenes y acciones que nunca surgirían de nuestra mente
consciente, por lo que apuntar lo que más nos llama la atención (no es
necesario describirlo por completo, solo tomar nota de aspectos que nos
parecen interesantes) puede ser muy útil para referencias posteriores.
3. Escribe a diario: La escritura es una práctica
que mejora cuanto más se ejerce, pero también lo es la inspiración.
Desde que escribo a diario mis ideas se han multiplicado por mil:
obligar a tu cerebro a funcionar de cierta forma de manera periódica
hace que entres en modo inspirado de manera automática en cuanto
reconoce que estás haciendo algo que lo exige, como sentarte delante del
ordenador a teclear. Es importante también hacerlo siempre a la misma
hora; yo escribo a primera hora, antes de que los pensamientos del día
me hayan invadido. Si acabo escribiendo por la tarde, por ejemplo, mi
cerebro está en otra cosa y ahí sí que tengo que pelearme con el
documento. Pero imagino que en cada caso será diferente: algunas
personas funcionan mejor por la noche.
4. Medita: No es necesario meditar como tal, solo
relajarse y no pensar en nada en concreto, dejar que los pensamientos
fluyan. La meta es liberar la mente de preocupaciones y otros intereses,
vaciarla un poco para que lleguen las ideas por sí solas; se trata de
estar unos minutos sin hacer ni pensar en nada en concreto (¿difícil,
eh?), solo quedarse en el momento. Cuando estoy atascada con un texto,
meditar siempre me ayuda. También sirve simplemente cambiar de
actividad, cualquier cosa que aleje tu mente del texto en cuestión y te
permita verlo con otra perspectiva.
5. Música: Esto no sé si le funciona a los demás
como a mí, pero soy bastante sensible a cierto tipo de música.
Determinados álbumes y grupos me inspiran siempre. Y algunas letras son
puntos de arranque para cuentos, poemas o incluso artículos.
6. Haz ejercicio: Creo que esto va unido al punto 4.
El ejercicio hace que a veces nuestra mente entre en un estado
diferente, en un “no pensar”, fija solo en las acciones del cuerpo, que
son un campo de abono muy propicio para las ideas. Cuando nado se me
ocurren mil cosas (pena que no sea muy práctico llevar una libreta de
apuntes a la piscina). He llegado a redactar una conferencia bajo el
agua (y sí, pena no haber llevado una libreta de apuntes).
7. Utiliza lo aleatorio: Uno de mis favoritos. Me
produce un extraño placer verme obligada a utilizar temas o palabras que
normalmente no usaría. Es un reto, una forma de autosuperación difícil
pero muy efectiva. Hay muchas formas de hacerlo: elegir palabras aleatorias, temas aleatorios, incluso patrones narrativos aleatorios. Es divertido y los resultados pueden sorprenderos.
8. Freewriting, o escritura libre: Ya escribí un artículo sobre este tema.
La escritura libre te permite simplemente soltar todo lo que te esté
pasando por la cabeza, libre de los límites del estilo. Aunque luego no
haya mucho aprovechable, nos ayuda a soltarnos, a entrar en esa fase de
fluidez en la que producimos más y mejor.
9. Escribe a mano: Cambiar de formato ayuda, os lo
aseguro. Si tienes pánico al documento de texto en tu ordenador, prueba a
escribir a la antigua. Pero no de cualquier manera: pon algo de música
ambiental, siéntate en la cama o en un sofá cómodo, utiliza un bolígrafo
especial (o una pluma) y un papel cómodo (o incluso lujoso, para mí los
cuadernos Paperblank siempre son una fuente de inspiración). Crea un
ambiente distinto, relajado.
10. Escribe en público: Esto puede parecer un poco extraño, y para los más tímidos será impensable, pero hay estudios que aseguran que el bullicio de una cafetería ayuda al proceso de escritura (hasta hay una app para reproducir el ruido propio de este tipo de local, sí, en serio).
Este truco se asemeja al anterior: se trata de cambiar de entorno, de
tener un sitio y formato diferente que nos permita reiniciar el proceso,
además de los beneficios que tiene, por lo visto, un ambiente de
trabajo más o menos relajado, el murmullo de fondo de este tipo de lugar
público. Durante un tiempo, cuando vivía en Granada, escribía en
cafeterías por cuestiones prácticas, y, una vez superada la vergüenza
ante las miradas confusas de camareros y clientes, puedo confirmar que
es de lo más productivo.
Estos son solo diez apuntes, los que a mí personalmente me funcionan,
pero os aseguro que hay muchos más (muchos escritores tienden a
escribir al revés, desde el final, cuando se bloquean, por ejemplo; para
otros lo ideal es una buena lectura, que la musa llegue desde la pluma
de buenos autores). ¿Qué trucos os sirven a vosotros?