Millonaria, extravagante y enigmática, la cuentista argentina Silvina Ocampo, mujer de Bioy Casares, es recuperada en un libro de inéditos y en la biografía La hermana menor
Silvina Ocampo, autora argentina colaboradora de la legendaria revista Sur./latercera.com |
La pintura se descascaraba, las manchas de humedad proliferaban. Se
escondían cucarachas en las esquinas. Libros y papeles se arrumaban en
los muebles. Un par de piezas habían sido clausuradas. La servidumbre
seguía por ahí, pero a inicios de los 90 sobre todo, eran las enfermeras
las que abundaban en el enorme departamento de 22 cuartos del barrio
Recoleta, de Buenos Aires. Cuidaban a Victoria Ocampo, que vivía sus
últimos días atravesando la niebla del Alzheimer. Su esposo, Adolfo Bioy
Casares, merodeaba por la casa inquieto, urdiendo planes para salir.
Por esos días, su mujer le dejó de hablar. Habían sido felices. Habían
sido cómplices. Acompañados de Jorge Luis Borges, habían cruzado el
siglo XX como la pareja más sofisticada de la literatura argentina.
Ocampo murió finalmente el 14 de noviembre de 1993, a los 90 años.
Dejaba una veintena de libros de cuentos y de poesía, también tres
novelas, casi todos mal leídos por sus contemporáneos. Pero secreta
nunca fue: hermana menor de Victoria Ocampo, creadora de la influyente
revista y editorial Sur, la autora de Viaje olvidado fue una activa
escritora, amiga de Juan Rodolfo Wilcock y Manuel Puig, objeto del deseo
obsesivo de Alejandra Pizarnik, que operó en las sombras del imperio de
su hermana e intentó una ruta literaria personal, a orillas de Bioy y
Borges.
Según la escritora argentina Mariana Enríquez (Cuando hablábamos con
los muertos), el segundo plano de Ocampo no fue precisamente una
condena. “Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba
controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener
una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva,
ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones”, escribe
Enríquez en el libro La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo.
Recién publicada por Ediciones UDP, la biografía de la autora de La
furia llega para cerrar la revalorización de su obra en Argentina y,
también, despejar los mitos y enigmas que por años han envuelto su vida:
que era lesbiana, que tenía un matrimonio abierto con Bioy Casares, que
odiaba a su hermana, etc. Enríquez se encarga de todo. El libro se suma
al lanzamiento de El dibujo del tiempo, una recopilación de textos
inéditos, prólogos de Ocampo para libros de Cortázar, Borges y Mujica
Láinez, y una serie de entrevistas.
La menor de seis hermanas, Silvina nació en una de las familias más
ricas de Argentina de inicios del siglo XX. Como anota Enríquez, fue una
de las mujeres más extravagantes de su país. Creció en mansiones y
haciendas, educada por institutrices y jugando solitariamente en
extensos parques de la familia. Encantada de niña con la servidumbre y
los mendigos, su infancia marcó buena parte de sus cuentos.
“De ahí -anota Enríquez en La hermana menor- parecen venir sus
cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños
asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños
perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas
brujas, niñas videntes”.
Antes que la literatura, Ocampo intentó una carrera en la pintura y a
fines de los años 20 llegó a París, para estudiar dibujo. Golpeó sin
suerte la puerta de varios pintores, incluidos André Derain y Pablo
Picasso, hasta que a regañadientes tomó clases con Giorgio de Chirico.
Nunca dejó de tener estudios para pintar en sus casas, pero en los años
30, ya de vuelta en Argentina y unida a Bioy Casares, optó por escribir.
La unión con el autor de La invención de Morel, cuenta Enríquez, es
fuente de uno de los más oscuros rumores en la vida de Ocampo: antes que
con el hijo, Silvina habría tenido un romance con su madre, Marta
Casares. Y aunque la autora sigue todas las pistas de la leyenda,
reconoce que es “en cualquier caso incomprobable: todos los testigos han
muerto”. Como fuese, efectivamente, fue la mamá de “Adolfito” quien
hizo de celestina.
Antes de casarse, en 1940, Silvina y Adolfo vivieron siete años en la
estancia Rincón Viejo, propiedad de tres mil hectáreas de los Bioy, a
unos 200 kilómetros de Buenos Aires. Ahí, Bioy Casares terminó de
convertirse en escritor (fue un pésimo estanciero), hizo su primera
colaboración con Borges, y Ocampo escribió su primer libro, Viaje
olvidado. El matrimonio se trasladó a la capital, en 1943, a un edificio
de la familia Ocampo en la calle Santa Fe, ocupando cinco pisos.
Definida por Borges como una “clarividente” y como una “persona
disfrazada de sí misma” por su hermana Victoria, Silvina compartió los
valores estéticos y políticos del grupo Sur, incluido el antiperonismo,
pero renunció a las tramas perfectas y cerradas borgianas, para ejercer
una narrativa más suelta, fronteriza a Puig y Cortázar en el uso del
habla coloquial rioplatense, y que incluso intentó en 1989, cuando se le
aparecía el Alzheimer, en la novela La promesa.
Atractiva a su modo, soportó las innumerables infidelidades de su
esposo. Pero Ocampo también tuvo sus amores paralelos, el más
inquietante fue uno que compartió con Bioy Casares: su sobrina Silvia
Angélica. Enríquez relata y discute el rumor, no lo comprueba. Tampoco
consigue pruebas para confirmar un romance entre Silvina y Alejandra
Pizarnik, salvo el enamoramiento de esta última. Un amor obsesivo. Se
lee en La hermana menor que, horas antes de viajar nuevamente a Europa,
Ocampo recibió un llamado de Pizarnik que prefirió no atender. Ese día,
la poeta se suicidó.