miércoles, 25 de junio de 2014

Nuevas avenidas del resentimiento

Ciberamenazas. Al ampliarse a la Web el campo de batalla de la opinión, el antisemitismo, la xenofobia y la misoginia se apoderan de los comentarios 

Comentar o no comentar. Discriminación en la Web./revista Ñ
 
“Veo que no sos muy atractiva; igual puedo esforzarme en violarte”; “Estoy contento de vivir en tu mismo barrio. Todas las tardes miro al cielo y pienso que un día de estos te voy a violar. Y después te voy a cortar la cabeza”: estos eran los comentarios a un artículo escrito por la estadounidense Amanda Hess.
Para los autores y periodistas la aparición de Internet representó una expansión providencial de la audiencia y la posibilidad de multiplicar su opinión y contactar al lector de manera personal. En el siglo XXI los grandes escritores descendientes de la era de la imprenta fueron pasados a relevo por un ejército de internautas que desprecian la argumentación, entusiastas cultores del comentario descalificador, que reproduce los pulgares del circo romano. Cada día un nuevo usuario pone en su perfil de Facebook que es periodista y ejerce a su modo la indagación de lo real. Pero 20 años después de la expansión masiva del correo electrónico, Internet empezó a ser una criatura impredecible con móviles propios.
“No me gusta lo que escribís. Y voy a matarte. Te lo prometo.” “En este momento estoy pasando frente a tu casa”. Eran las 5 y 30 de la mañana cuando la periodista Amanda Hess , que escribe columnas sobre vida cotidiana y sexualidad, empezó a recibir en su celular mensajes de este tenor. Estos se replicaban en su cuenta de Twitter. Alguien llamado Headlessfemalepig (Cerdasincabeza) había creado una cuenta especialmente para atormentarla. Y quizá también para ejecutar algunas de sus amenazas. ¿Cómo saberlo? ¿La apelación a una identidad falsa pone en duda la veracidad del acosador? En todo caso, ¿a quién pedir auxilio? ¿Al 911? ¿Cómo explicarle a la policía que una cuenta de Twitter te quiere matar? En un extenso artículo publicado en enero en el Pacific Standard , Hess describió en una vibrante primera persona la clase de ordalía que le espera a una periodista bajo la siguiente pregunta: “¿Por qué las mujeres que escribimos no somos bienvenidas en Internet?” Amanda reflexionaba que las amenazas existieron, fueron reales. No por haber sido enviadas por Twitter eran menos acechantes que el anónimo en el teléfono o enviado por carta. Su alegato contra los comentarios misoginos se viralizó y acabó inspirando una columna en The New York Times Comentar o no comentar
Con motivo del Salón del Libro, en marzo, revista Ñ publicó en las páginas diarias de Clarín una extensa entrevista a Susana Rinaldi hecha en París. Rinaldi ha manifestado su adhesión al oficialismo. Cinco minutos después de subir, la pieza motivaba unos comentarios ofensivos irreproducibles, que invariablemente comenzaban con una descalificación misógina, para luego acusarla por sus convicciones.
Si bien Hess afirmaba que el comentario misógino es la primera injuria, los comentarios infames del más variado signo crecen en virulencia y se han sistematizado en la prensa del mundo entero. Esa columna de expresiones sin filtro, que pueden ser moderadas sólo por palabras clave, construye sus pisos con misoginia, xenofobia y antisemitismo. Son todas expresiones que consideramos meramente discursivas, sin calibrar su peligrosidad. Ni su capacidad de contagio... Se trata de las nuevas autopistas del resentimiento social y la segregación, dentro de la superpoblada metrópolis de la Web. Ya no se trata del clásico troll aislado, que sobresaltaba al bloguero virgen. Hoy el de comentarista es un oficio asalariado; así como existen blogueros K, los hay anti K. Es notorio que estos actores anónimos serán combustibles de la pelea política en toda democracia. De hecho, desde hace ya tiempo la mayoría de los diarios online discuten ventajas y deméritos de la apertura –total, relativa o nula– de comentarios a sus notas. Y esa será una divisoria de aguas importante en el futuro.
Algunos argumentan que cerrar los comentarios lesiona derechos no sólo de acceso sino también de expresión: podría ser interpretable como una nueva forma de censura. Pero también están quienes creen que los comentarios, lejos de promover la discusión, la licúan en ofensas y descalificaciones. ¿Para quién se escriben los diarios? ¿Para los comentaristas? ¿Y para quiénes más? Hess diría: “para los acosadores seriales”.
La Web no es una burbuja; se trata de un lugar lleno de ruido. El mundo virtual empieza a ser por lo menos la decidida ampliación de las fuerzas que se despliegan en el mundo real. Desde sus inicios lo fue, cuando comenzó siendo la arena de lucha de intereses económicos, militares y políticos. En un ensayo de 1992 el autor de ciencia ficción Bruce Sterling se preguntaba por qué la gente quería cada vez más estar en Internet. La respuesta de entonces era “por la libertad”. Para Sterling, Internet en aquellos años todavía podía parecer el raro ejemplo de una anarquía moderna y verdadera: “No existe una Internet S.A. No hay censores oficiales, ni jefes, ni junta directiva, ni accionistas.” ¿Es verdad que hace 20 años Internet era así? Pues bien, ahora ya no lo es.
Fuego cruzado
La británica Caroline Criado-Perez es la más famosa destinataria en lengua inglesa de “amenazas en línea”. Eso ocurrió después de que ella pidiera al gobierno británico que pusiera más rostros de mujeres en los billetes ingleses (cuando el Banco de Inglaterra anunció sus intenciones de reemplazar a Elizabeth Fry con Winston Churchill en el billete de £5): “¿El Banco de Inglaterra no podría hacer un pequeño esfuerzo por poner a una mujer que no haya sido reina en alguna de sus monedas?” Después de eso las amenazas de violación y de muerte se empezaron a multiplicar en su cuenta de Twitter. “Creo que podría violarte. ¿Qué te parece mañana a las 21? ¿Nos encontramos cerca de tu casa?” Así es como podemos arribar a una primera conclusión: los comentarios misóginos, antisemitas y xenófobos son hechos por sujetos pro-monárquicos...
En Teoría King Kong (2006), la feminista punk Virginie Despentes escribió que en la etapa que sigue a la violación de una mujer la única actitud que el machismo tolera es que la víctima se señale y dirija contra sí misma la violencia recibida. Pero Despentes dice más: que el machismo, la descalificación de la mujer y la violación son las diferentes formas de una “guerra civil” contemporánea. Quizá por eso ella, que hizo dedo y fue violada, volvió a hacer dedo, negándose a dirigir contra sí misma la violencia recibida. Quizá algo de todo esto haya impulsado a Criado-Perez a reenviar a todos sus seguidores de Twitter cada uno de los mensajes que sus acosadores le enviaban. Sus acosadores también comenzaron a recibir en sus cuentas de Twitter cuotas multiplicadas de la violencia que habían enviado.
Anónimos en el banquillo
Una cuestión jurídica y policial se aloja detrás de todo esto. Si hay usuarios de Internet que franquean los límites entre lo real y lo virtual, pregonando amenazas de violación y muerte, también hay otros que reclaman garantías para sus derechos. ¿A quiénes deberían elevar sus reclamos? ¿A la policía? ¿A los jueces? ¿Al Estado? ¿A los directivos de las redes sociales? ¿A las empresas proveedoras de Internet? En los Estados Unidos, donde se supone que debería existir la mayor legislación sobre el asunto, sólo hay tres leyes federales que se aplican a los casos de “acoso cibernético”. La primera de esas leyes fue aprobada para abordar el acoso a través de correo postal, por telegrama o por teléfono. Eso ocurrió en 1934, ocho décadas después de que Antonio Meucci inventara el teléfono. Si Internet comenzó su carrera de masificación en 1992, eso hace suponer que una buena legislación para Internet quizá sea posible en 2072.
En Ampliación del campo de batalla el novelista francés Michel Houellebecq sostiene que, después del dinero, la sexualidad es el “segundo sistema de diferenciación social”. La sexualidad y la economía son sistemas que generan ganadores y perdedores. La lucha de géneros es otra forma de la lucha de clases. Y hay quienes ganan y pierden en los dos tableros. En el de la conquista del pan y en el de las camas. En el mundo occidental hace poco cada cual se las arreglaba con quién pasar la noche. Pero desde que apareció Internet millones de hombres, mujeres y niños entran a ese universo compensatorio para hacer lo que el muro de la vida real a veces mezquina. Hay quienes piensan que la aparición de este “espacio para las fantasías” que es la Web ha hecho el mundo real más seguro. Sobre todo para los niños y para las mujeres.
Algunos estudios plantean que hay una correlación entre el aumento de la pornografía en línea y la caída de las tasas de violación en Estados Unidos. Pero la otra cara es que muchos hombres que podrían haber regulado con éxito sus impulsos oscuros ahora tienen lo que parece ser una luz verde para convertirse en “abusadores virtuales”. Porque ellos simplemente creen que en Internet están jugando un “rol”. O porque la mujer a la que se le hace una amenaza de violación es suficientemente distante y a un mismo tiempo mucho más real de lo que podría serlo el personaje femenino de una película porno (con la que, de hecho, no tienen ninguna interacción). En 2006 investigadores de la Universidad de Maryland establecieron un grupo de cuentas falsas en línea y con ellas entraron a distintas salas de chat. Las cuentas con nombres de usuarios femeninos recibieron un promedio de 100 mensajes de amenazas con lenguaje sexualmente explícito por día. Las cuentas con nombres masculinos sólo recibieron 3,7 amenazas.
Un blanco móvil
También son potenciales víctimas de violencia cibernética las colectividades nacionales. El 18 de mayo de 2013 el club Maccavi de Tel Aviv le ganó al Real Madrid la Final Cuatro de básquet. Eso desató la furia de españoles que se lanzaron a la Web decididos a hacer apología del Holocausto y a convertir el hashtag #putosjudíos en “Trending Topic”: “Eso en tiempos de Hitler no pasaba” (sic).
A partir de allí se inició una pesquisa judicial contra 17.500 cuentas de Twitter. El caso produjo 23 detenidos y, finalmente, tres twitteros españoles encarcelados. También hace muy poco el gobierno español promovió la elaboración de un proyecto para combatir la “ola de violencia” y el “incentivo al odio” que circula por la Web. En el proyecto se prevén penas de uno a cuatro años y multa de seis a doce meses a “quienes fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio (...) contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada (...) por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a ideología, religión o creencias (...) sexo, orientación o identidad sexual…”.
Los dirigentes políticos son el gran blanco de los insultos cibernéticos. Para muchos también se debe reparar en la amenaza de cierta “cortesía posmoderna” que puede estar alojada en el corazón de una nueva legislación para Internet. Cortesía muy norteamericana por cierto. Y muy “socialdemócrata”. Es una tendencia que consiste en negarse a emitir cualquier juicio crítico por temor a herir la susceptibilidad del otro. Es una extraña cortesía que propone un paradójico no reconocimiento de la diferencia. Apelar a una coexistencia pacífica en la Web tal vez sería una forma de construir un escenario estéril y homogeneizador, la consideración de que Internet puede ser la isla de una “democracia virtual”, la construcción de un teatro del “como si” (en Internet, en el mundo real). Para los internautas que se identifican con la cultura hacker se debe combatir cualquier intento que pretenda hacer migrar hacia Internet una legislación policial traspolada de la vida real. Por el contrario, todavía se debe empujar a Internet hacia ese horizonte experimental y libertario con los que la Web –y la revuelta política en las calles–, alguna vez soñaron.
 Tweets y gritos discriminatorios
El Observatorio Web del Congreso Judío Latinoamericano recopiló en abril expresiones de odio en la Web. Son búsqueda en Google: se tomaron palabras clave relevantes para distintas comunidades y se analizaron las primeras 20 respuestas.
* Sobre la comunidad judía: el 27,78% de los resultados son negativos.
* En relación a inmigrantes bolivianos: 25% de comentarios negativos.
* Respecto de los extranjeros de origen paraguayo: 10%.
En Twitter * Se escribieron 5.603 tweets con la frase “negro villero”.
* Hubo 1,74 tweets por minuto con la palabra “villero”: 75.285 en el mes.
* El 12,26% de los tweets que hacen referencia al Holocausto judío lo niegan o banalizan.