Hace cuarenta y tres años apareció en una finca cercana a Medellín, el cadáver de un hombre asesinado. Se trataba de Diego Echavarría Misas, empresario, filántropo, mecenas de la cultura, persona querida y respetada por la sociedad
Portada El mundo de afuera, de Jorge Franco, Premio Alfaguara 2014./alfaguara.com, 2orillas.co |
Don Diego se distinguía por ser miembro de
una de las familias más destacadas, había recibido una esmerada
educación en Europa, estaba casado con una alemana con quien tuvo una
hermosa hija, lamentablemente muerta a los diecinueve años. Vivía en un
castillo rodeado de fuentes, árboles y cipreses en una de las laderas de
El Poblado, el barrio de los privilegiados.
De no ser por la muerte de la hija, esta podría servir de inspiración
para un cuento de hadas. Pero el violento final de la historia de don
Diego se encargó de derrumbar la aparente seguridad de una familia que
jamás volvería a ser la de antes. Lo mismo ocurriría con Medellín y con
el resto del país, que poco tiempo después se verían sujetos al terror
del secuestro generalizado, un vil negocio a manos del hampa con oscuras
conexiones, terror no solo de los más adinerados sino de familias de
pocos recursos.
Ya el país se había estremecido con la noticia de otros secuestros.
El de Elisa Eder, una niña de tres años raptada en Cali y rescatada
pocos días después. No ocurrió igual con su padre, Harold Eder,
propietario del ingenio La Manuelita, plagiado dos décadas más tarde por
Tirofijo, ni con Oliverio Lara, secuestrado en su finca Larandia y
obligado a cavar su tumba antes de ser decapitado.
Se trataba de casos lamentables, aunque aislados. Pero el secuestro
de don Diego pareció abrir las compuertas al más horrendo de los
crímenes.Pasados cuatro años los habitantes de Medellín estaban tan
acorralados por el hampa, que el en ese entonces presidente Alfonso
López no dudó en tomar de incógnito un avión de Avianca, aterrizar en la
ciudad sin escolta visible, llegar sin previo aviso al Club Unión y
convocar a personajes del gobierno, la industria y el comercio. Venía a
brindarles apoyo y a tratar de encontrar una solución al problema,
además de demostrarles que la situación no era tan desesperada. Allí
estaba la prueba, en su persona incólume.
Jorge Franco, un escritor más preocupado por ejercer bien su oficio
que por desfilar por las pasarelas de la fama así ésta lo persiga, acaba
de publicar una novela sobre el secuestro de don Diego, El mundo de afuera, ganadora del premio Alfaguara. Un libro que el lector no podrá abandonar hasta no haber llegado a la
última frase de una trama perfecta, pese a conocer desde el comienzo el
trágico final.
Pero la novela no se reduce a un caso particular en una ciudad de
provincia. Los hechos que relata son el espejo de una realidad dolorosa
para el país, algo que ha sucedido tantas veces en el pasado y que
lamentablemente sigue ocurriendo. Por sus páginas desfilan jóvenes
llenos de una desmedida ambición de dinero, las mujeres sin escrúpulos
que los secundan, una juventud que se presiente perdida en un mundo
donde los valores se van desdibujando, una historia de amor, la obsesión
de un bandido por una princesa, una familia rodeada de privilegios en
medio de las diferencias sociales. El libro de Jorge Franco también
revela lo fácil que es plagiar a una persona, y lo mal que pueden salir
las cosas. Todo ello con un acierto tal en las descripciones, con una
agilidad en los diálogos y en el cambio de escenas, con un lenguaje tan
ajeno a los rebuscamientos, que cada frase suena a verdad y la historia
cobra vida frente al lector.
Como telón de fondo está el problema de la inequidad, magistralmente
contrastada entre los refinados habitantes del castillo que viven
rodeados de obras de arte, ofrecen conciertos en sus salones, hablan
otros idiomasy se mueven por el mundo como si les perteneciera, y los
secuestradores, jóvenes que contemplan el futuro con desaliento. Esta es
una de las razones por las cuales recurren a métodos violentos para
encontrar una suma fabulosa que los hará sentirse ricos durante unas
semanas, tal vez salir del país en busca de mejores horizontes.
La literatura no puede pretender nada mejor que ser buena literatura,
no engañar al lector, como decía hace poco otro escritor, Rafael Baena
en una entrevista, no aburrirlo. Si la novela de Jorge Franco hace un
llamado a un país más justo es otro de sus méritos. Sin duda atraerá
millares de lectores así como el interés de los productores de cine,
pues parece hecha para ser llevada a la pantalla.
A tantos méritos se suma el golpe de suerte publicitario que le
ofreció sin pretenderlo la presidenta de la junta directiva del Museo El
Castillo, el mismo de la novela, por no estar de acuerdo con algo de lo
expuesto allí. Para un escritor en el momento de presentar su libro, es
un escándalo envidiable, que hará que su éxito sea aún más arrollador. Y
para el país, una muestra de incultura y de la mentalidad pacata
también denunciada en la obra, y que tanto nos agobia en Medellín.