Con prosa precisa, el mexicano Yuri Herrera presenta una historia intensa sobre una ciudad arrasada por una epidemia
Portada La trasmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera./adncultura.com |
Las primeras páginas de esta nouvelle de
Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) presentan una ciudad azotada por
una epidemia de carácter indefinido, donde la muerte ha ingresado con
sus ejércitos y pasea por las calles su poder absoluto. Y como señala el
título, la transmigración - el viaje que se supone realizan las almas
en busca de otra carne que las aloje- es de los cuerpos. El Alfaqueque
será el encargado de que un par de muertos hallen su merecido y sagrado
descanso. En la Antigüedad, hubiera sido el dios Hermes el día en que
intervino de manera discreta y secreta, acompañando al rey troyano
Príamo para que el colérico Aquiles le devolviera el cuerpo de su hijo
Héctor. Durante los últimos siglos de la Edad Media, podría haber sido
un funcionario al servicio de la corona de Castilla, manumisor de los
cristianos que se encontraban en poder de los musulmanes, es decir, un al-fakkâk . En La transmigración de los cuerpos
es un negociador, y las circunstancias son muy otras: los hombres ya no
batallan para la epopeya, las cosas se arreglan al margen de la ley, en
medio de madrinas (informantes de la policía), un avieso empleado
judicial, un portero de prostíbulo, matones, hamponcitos y un colega del
Alfaqueque, el Menonita.
Las autoridades han pronunciado por primera vez la
palabra "epidemia". La ciudad se repliega al interior de las casas, sólo
algunos pocos transitan por un amenazante vacío, confirmado por los
cortejos fúnebres, vigilado por la policía y los retenes militares. En
el momento en que el Alfaqueque está por encontrarse con su milagro -la
Tres Veces Rubia le ha hecho un lugar en su cama-, un llamado lo arroja a
la calle y lo pone a trabajar. Su lengua abandona los rincones de la
mujer deseada y se transforma en la palanca del verbo. "Él no sobresalía
en nada, más que en amansar maldiciones." En un terreno en el que "la
transa es providencia", el Alfaqueque y sus dos colaboradores, el
Ñándertal y la enfermera Vicky, tendrán que intervenir para que dos
familias enfrentadas intercambien dos cuerpos, y así puedan enterrar a
sus muertos. Los Castro y los Fonseca se odian desde la época en que no
había un Alfaqueque que los ayudara a ponerse de acuerdo. Ahora la
casualidad y la mala interpretación de los hechos ha puesto al hijo de
los Fonseca en manos de los Castro, y a la hija de los Castro en manos
de los Fonseca.
Un odio de culebrón, ya lavado por los años, encuentra
su oportunidad de reencenderse durante el estado de excepción impuesto
por la epidemia. La amenaza de muerte despeja el escenario y aprieta la
atención de un narrador que se concentra en lo esencial, que describe
poco y reflexiona en breves dosis. Su registro apenas se separa del
discurso de los personajes; el lenguaje es casi siempre coloquial,
jergozo a veces, pero al mismo tiempo muy preciso y estéticamente
trabajado. Una historia de trama pequeña: unos pocos hechos describen un
ámbito vencido por la desesperanza, donde sólo hay lugar para las
pequeñas victorias. Como la de la palabra, que conquista a la Tres Veces
Rubia o evita a la violencia, a pesar de la desconfianza que se
materializa en el tapabocas (barbijo). Como el detective de un policial
negro, el Alfaqueque investiga y transita ese mundo en el que muy poco
se ha salvado del óxido, en el que cada tanto "el cero se levantaba y se
tragaba todo". Es consciente de "que el verbo es ergonómico" y de que
"sólo hay que saber calzarlo con cada persona"; pero no cree en sus
propias mentiras. Hay en él una última reserva de agua pura, un resto de
lo que ya ni siquiera se sabe cómo nombrar pero que permanece a salvo.
Un último gesto que desafía la nada sacralizando y resignificando lo que
finalmente queda: los cuerpos.
La trasmigración de los cuerpos
Yuri Herrera
Periférica
134 páginas
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