martes, 27 de agosto de 2013

La maravillosa vida en "spanglish" de Junot Díaz

El escritor ganó la beca MacArthur y medio millón de dólares para escribir durante cinco años

El escritor dominicano estadounidense Junot Díaz./Juan Fernando Ospina /eltiempo.com
Hace casi 40 años se fue a Estados Unidos. Allá se enamoró de los libros y de las ideas izquierdistas. Practicó boxeo y tiro, pero hoy detesta esos deportes. Cargó mesas de billar. Escribió pésimos guiones cinematográficos. Habla perfecto “spanglish” y trabaja con jóvenes latinos no documentados. Es Junot Díaz, el autor de Los boys, La maravillosa vida breve de Oscar Wao (Pulitzer 2008) y Así es como la pierdes. Así es el genial dominicano que el año pasado ganó la beca MacArthur y medio millón de dólares para sentarse a escribir durante cinco años.
“Perdóname, pero no puedo. Estoy completamente BURIED ahora mismo”. Esa fue la primera respuesta que recibí de Junot Díaz, a finales del año pasado, pocos días después de que le escribí pidiéndole una entrevista. Acababa de conocerse la noticia de que el escritor dominicano radicado en Estados Unidos había sido elegido como uno de los ganadores de la prestigiosa beca MacArthur, que otorga medio millón de dólares para un proyecto de escritura de cinco años. También acababa de publicar en inglés su nuevo libro de cuentos, This is How You Lose Her (que el mes pasado salió a las librerías en español con el título de Así es como la pierdes).
Los mensajes siguieron, por supuesto. ¿Y el próximo mes? ¿Quizá el siguiente? “Paulina, de veras, la vaina no ha mejorado nada. Ahora estoy BURIED DOUBLE”, me decía en otro de sus correos, ya a comienzos de este año.
Junot Díaz, autor de La maravillosa vida breve de Oscar Wao –novela por la que ganó el Premio Pulitzer en 2008 y lo consolidó como una de las voces más potentes entre los autores latinos que escriben en inglés–, es además profesor de escritura creativa en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), puesto que ocupa hace quince años.
De acuerdo: había que aceptar que estuviera ocupado. Pero un día apareció un mensaje en el correo: “… In other news, voy a Medellín el fin de semana que entra. Qué loco, right?”
¿Iba a venir a una conferencia, a un taller, a una feria literaria? No. Junot Díaz vendría de paseo por tres días. Quería escaparse del trabajo en Nueva York y decidió acompañar a tres amigos que tenían planeado pasear por Medellín. Le dije que viajaba. “Pero… ¿viajar desde Bogotá por una entrevista? ¡No creo que valga la pena! Y es caro, encima de todo”, escribía. Le insistí. “Paulina, ¿estás segura? ¡Eso suena como un sacrificio! It seems like a lot”. Al final, Junot terminó por dejar de repetir que era una exageración y aceptó sentarse y hablar de él. Era un sábado soleado.
¿Su niñez marcó su obra?
Mucho. Viví en Santo Domingo hasta los seis años, con mis abuelos, porque mi mamá trabajaba mucho y mi papá estaba en Estados Unidos. Mis abuelos me criaron. Y el que se cría con los abuelos tiene una clase de niñez particular porque hay tanto cariño. Hay tanto maldito cariño. Esa gente me quería un montón. Entonces, la imagen que yo tenía de Santo Domingo era la de un lugar donde nadie me odiaba. Allá no oía un ‘mira este extranjero, mira este latino de mierda’. Aunque yo no era un bruto y veía que mi familia sufría, que era pobre, que en la casa no había teléfono, ni televisión, ni agua corriente.
¿Cómo llegó a Estados Unidos?
Me fui en unos años en que la gente no viajaba tanto y costaba muchísimo más que ahora. Hoy sales de tu país y puedes volver cada año si quieres, si te da la gana. En el año 74 todo era diferente. Era como un exilio. Llegué a Estados Unidos, un país frío, anti-latino, anti-inmigrante, y hasta los mismos latinos no sabían qué era un dominicano. Me metí en una escuela en la que si hablabas español te castigaban. “Aquí no se habla español”, decían. Eso era un defecto. Claro, después de un año ahí, dije Santo Domingo es lo que vale la pena. Pero la política dominicana también se vivía en Estados Unidos. El trauma de la dictadura estaba en los adultos, que se peleaban por la política, unos apoyando a Balaguer, otros a Trujillo. Y yo, niño, oía y veía esa pasión, ese dolor. Y pensaba en mis abuelos.
Vivía en dos mundos.
Mira, yo nací y de lo primero que me di cuenta fue de que tenía a un papá viviendo afuera. Que el mundo no era Santo Domingo. Que el mundo era Santo Domingo y Nueva York. Yo no tenía el privilegio de enfocarme en un país. Era un niño soñando con que mi papá estaba lejos. Siempre tenía mi corazón en uno y otro país. Era un niño pensando, coño, dónde está el viejo; esperando el día en que nos pudiéramos reunir.
¿Cómo fue la relación con su papá?
Ese tipo fue terrible. La masculinidad latina es bien particular. Mi papá era de esas figuras machistas bien abusivas. Era como un monstruo. Y no es solo mi opinión: somos cinco hermanos tan diferentes, tenemos cuarenta y pico de años toditos, y ninguno tiene relación con él, ninguno le habla. Para mí, fue un choque, una sorpresa enorme, que ese papá que yo estaba soñando fuera casi un monstruo. Por muchos años fue algo que negué. Ahora lo puedo hablar abiertamente; ya lo veo claro.
En un ambiente como el que describe, ¿cómo llegó a pensar en la literatura?
¡Pensar en la literatura y en ser de izquierda! Desde niño viví un mundo de derechistas y me di cuenta que esa gente estaba perdida. No entendía de qué hablaban, pero notaba una falta de humanidad y de compasión. Lo reconocí. Pensaba, coño, pero esta gente nada más odia, nada más tiene miedo. Yo tengo odio y miedo suficientes viviendo en este maldito país, ¡no necesito más! El primer cambio grande de mi vida fue decidir ser un izquierdista puro. No tenía la palabra para definirme así, no lo entendía en el nivel ideológico. Pero lo vivía. Mis padres mantenían en casa una especie de ‘dominicalidad’ perversa. Bien derechista, bien Trujillista. Una sub-dictadura. Tú no podías mirar a tu papá a los ojos, tenías que decirle siempre señor. Antes de salir, me revisaba uñas, zapatos, pelo... Si salías como yo estoy hoy –con esta camisa que no está planchada–, golpe. Golpe, mi amor. Si volvía con una mancha en mi ropa, paliza. Y mientras tanto, afuera, tú sentías todo ese movimiento. Yo tenía una profesora en kínder, rubia, blanca, súper hippie, casada con un moreno. Nos contaban que casi no los dejan casarse. Mi primera lección fue: estoy entendiendo este país. Dándome golpes en casa y, afuera, esta gente dándome lectura. Empecé a preferir lo segundo.
¿Leía mucho desde entonces?
Sí, porque yo no hablaba bien inglés. Ese ha sido mi castigo. Siempre he tenido dificultades con los idiomas. Durante los primeros años en Estados Unidos, no podía hablar ingles. Mis hermanos, en cambio, aprendieron de una vez. Yo leía y, cuando lo hacía, me sentía mejor. En tu cabeza, leyendo un libro, no te das cuenta de tus acentos, de tus defectos, de tus errores. Leía muchísimo. Ese fue mi primer amor, aparte de la muchacha de la casa, la que limpiaba, de la que estaba enamorado. Fueron mi segundo amor: los libros.
¿Platónico, el de la muchacha?
Era un niño. Decía que era mi novia.
También boxeaba y practicaba tiro.
Mi papá me llevó a eso, imagínate. Era una casa militar. Duré años metido en eso, pero hoy los odio. No me gusta darle a nadie. ¡Yo soy un nerd! Era cosa de papá y no había opción. Toditos los varones de la familia teníamos que aprender.
¿Cómo empezó a escribir ficción?
Bueno, eso fue tarde. Lo primero que quise fue escribir guiones para películas. Esa fue mi onda los primeros años. Pero era malísimo. Malísimo, te digo. Mis amigos todavía se ríen de esos guiones míos. Ellos los leían y me decían, tigre, deja eso. Tenía que buscar otra manera de apretarme. Entonces empecé a escribir literatura. Me dije: en los guiones no tengo talento, voy a tratar otra vaina. Yo quiero mucho los libros, me encantan las historias, los cuentos. Voy a probar aquí, a ver qué pasa.
Y comenzó a trabajar en el primer libro, Drown,que en español se publicó como Los boys…
Sí. Empecé a escribir seriously, de forma disciplinada, el último año de High School. Mi hermano estaba enfermo, le cayó un cáncer y estuvo un año entero en el hospital. Yo me sentí perdido sin él. También estaba muy frustrado, muy deprimido. Empecé a escribir como una manera de escapar y de encontrar un espacio donde sentía que podía hacer algo. Esas escrituras eran malísimas; eran cosa, como se dice, de juventud. La literatura llegó en los últimos años de la universidad.
¿Hubo editores que le dijeron que no a esos primeros cuentos?
Imagínate. Eso fue en 1991 y yo escribiendo de dominicanos radicados en New Jersey. La gente lo veía como una locura. Hasta mis amigos latinos me decían “nadie quiere leer sobre latinos, nadie quiere leer sobre un dominicano nerd”. Los catedráticos me decían está más o menos, pero también me miraban como un bicho raro. Un profesor me aconsejó escribir sobre otra clase de gente. Pero era lo que yo conocía. La comunidad dominicana. Que no era el pueblo entero, no, yo conocía un gramo de arroz entre una pila de arroz.
En todos sus libros están sumados el mundo dominicano y el estadounidense…
Sí, pero el Estados Unidos mío, no el que, por ejemplo, ven aquí en Colombia. Tú hablas con un colombiano y no puede imaginar mi comunidad. Yo me crié con morenos, el primer inglés mío es el de los morenos. African-americans. Los uní porque los morenos no son tan diferentes de un caribeño. Son otra cultura, pero no tan separada. Busqué la manera de escribir algo donde los dos lados míos pudieran vivir de alguna forma.
Para escribir La maravillosa vida breve de Oscar Wao tardó diez años. ¿Se toma su tiempo para escribir?
En mi último libro (Así es como la pierdes) duré dieciséis años. Cuando acabé Los boys, en el 97, empecé a escribir el último cuento que aparece en el libro nuevo. Es que soy un maldito loco, qué se yo. Soy lento. Meto mano. Creo que escribí 500 páginas de ese fucking cuento y 450 de esas páginas son más malas que el diablo. Malísimas. Hasta yo mismo no lo soporto. Soy esa clase de artista que tiene que escribir primero muchísima basura hasta que llegue algo más o menos.
Perfeccionista…
No sé. Hay gente que es buena en vainas que le resultan difíciles. No creo que la única gente que tiene talento sea la que hace la vaina bien y rapidísimo. No. Hay quienes tienen mucho talento en vainas que les son difíciles. Yo soy uno de ellos.
¿Cuándo siente que un texto está listo?
Se siente. Tú bailas un merengue o una salsa y cuando estás bailando no estás pensando en los pasos, es algo que ya conoces. El que ha leído la cantidad de libros que yo he leído es como un salsero que ha bailado millones de veces. Es como tener un equipo de consejeros. Cuando terminas una vaina, los libros que has leído se ponen de pie y dicen: hecho. Esa es la guía que utilizo. Porque mis emociones no me ayudan nada.
Suena a que se define más como lector que escritor…
¡Uf! Cuando veo las diez cosas que hago, los aspectos de mi personalidad, primero aparece el trabajo comunitario; del dos al ocho, aparece lector. Nueve, comelón. Después, escritor.
¿Cuál es el trabajo comunitario que realiza?
Hago mucho trabajo con jóvenes latinos no documentados, también con organizaciones contra el abuso policiaco. Para mí es importante esta tarea porque ser ciudadano significa que le debes algo a tu pueblo. Visito colegios de bajos recursos, en fin, lo que sea, para devolverle al pueblo lo que me ha dado.
¿Cómo ve la relación de los latinoamericanos inmigrantes en Estados Unidos y los que se quedan en sus países?
Es un tema complejo. Si fuera un libro, tendría millones de capítulos. De lo poco que conozco, creo que la gente que se queda en nuestros países no entiende bien lo que le está pasando a un inmigrante ni lo que significa serlo. Y el país que nos recibe tampoco reconoce el aporte que hacemos. Somos huérfanos. Ni nuestro país ni el que nos recibe nos valora. Me parece que somos como la muchacha de la casa, que hace todo pero que nadie la invita a cenar. Es una cosa muy rara.
Volviendo a su propia clasificación, al Junot Díaz-escritor lo deja de último, pero la verdad es que no ha hecho más que recibir reconocimientos, premios, becas.
¿Qué tiene eso que ver? Al final, el libro sobrevive no porque la gente lo lee hoy o porque hoy le dan premio, sino porque mañana lo siguen leyendo. El aplauso de hoy no tiene nada que ver con la forma como la gente va a reaccionar mañana. Yo veo los premios como okey, te pones menos neurótico cuando la gente te premia, pero también lo veo como una guerra, porque sé que tengo que tratar de escribir vainas que sobrevivan. El conocido de hoy es el desconocido del mañana. De todos los libros que quiero tanto, la gente ni siquiera conoce los autores.
¿Cómo ha manejado la fama que le trajo el Premio Pulitzer, que recibió en el 2008?
Ser escritor famoso en los Estados Unidos es como ser famoso porque cocinas bizcochos. A nadie le importa. Es una fama de chepa. Claro, si te toca eso, te sientes bien, pero no significa nada. Hay gente que se vuelve loca, pero otros entienden que no es nada. Para mí, ese éxito está bien, pero no más. Es que mira, yo soy hijo de una dictadura, de un fucking derechista loco; yo veo lo que le pasa a la gente cuando le das un chingue poder. Y fama es poder. El miedo mío era convertirme en comemierda prodictadura, una cosa bien caribeña. Como que si me pongo un saco y soy famoso me tienes que tratar como, wow, yo soy alguien. Odiaba eso, era mi terror de niño, volverme así, y puede que me pase, pero estoy tratando de no serlo.
Dos años después de recibirlo, fue jurado de ese premio. El primer latino elegido para esa tarea.
Si, maldito trabajo, coño. No te pagan nada y duras como seis meses leyendo. Pero ya ves el ambiente en el que me manejo. El racismo. Me muevo en un ambiente donde la mayoría de los latinos que tienen puestos rechazan su latinidad. Ahora mismo yo dizque funciono en un nivel medio alto y la mayoría de los latinos ahí son los más comemierdas; muchos de ellos hablan muy fino, siempre tienen su ropa puesta, no conocen ningún pobre, nunca han ido a una bruja, hasta la música latina no la quiere poner. Nosotros mismos tenemos tanto auto-odio. No todos, pero el mar donde yo nado está medio amargado por eso.
¿Cuál es su método de escritura?
Primero empiezo con un personaje en su cronotopo –como dicen los académicos–, en su tiempo y su lugar. Me imagino, por ejemplo, a ese nerd, dominicano, quedado, pariguayo, como decimos nosotros, que vive en los 90s, que no puede levantar una jeva. O a un muchacho latino, mujeriego del diablo, que tiene su prometida y cree que todo está yendo bien metiendo cuernos a esta jeva y un día ella se da cuenta y lo bota. Pero no como te botan a veces, que te siguen hablando de vez en cuando, no, lo bota full, lo quema completamente. Yo dije coño, eso suena bien. Y entonces arranco con la historia. Yo tenía un plan: quería escribir cinco o seis libros de cuentos que funcionara cada uno como un capítulo de la vida de este muchacho y, cuando terminara, estos libros fueran como una novela de su vida. Tenía que buscar una manera de construir un personaje que pudiera dar material para cinco libros.
Y escribe a mano…
Sí. Porque soy un nerd de los 80. Al comienzo no tenía dinero para una computadora. Y la maña se me quedó. Lo hago a mano y luego lo paso al computador. Y a un Mac, algo como para los bobos, porque no sé nada de computadores.
¿Bota cientos de páginas y vuelve a empezar a mano?
Pero no es tan duro. Trabajo, para mí, es lo que hacía de joven. Diez horas al día y llegar a casa reventado. Botar capítulos, no.
¿Cuál era ese trabajo?
Yo era delivery de mesas de billares. Esa vaina pesa mucho. Trata de mover una mesa de billar a ver qué te pasa. Hice eso diez años. Así pagué la universidad. Trabajaba full time y estudiaba en la noche. La gente me conoce hoy y dice que parezco un nerd raro, pero no sabe que durante años fui miembro de the working class, full. La primera lección de mi vida fue el trabajo duro. Después de eso, todo parece fácil.
¿Y cargar eso tan pesado no lo dejó secuelas físicas?
¿No viste mi cicatriz del diablo? Bueno, doce años cargando mesas de billar terminaron por joderme la columna vertebral. Eso no fue un juego. Tenía un dolor insoportable en la espalda y me tuvieron que operar. Por lo menos tengo seguro médico, así que no tuve que ir preso para pagar el tratamiento.
¿Cómo se volvió tan observador, con esa curiosidad que se siente en sus textos?
Pero todo el mundo tiene eso.
Hay mucha gente va por el mundo sin fijarse en nada.
Gracias a Dios. ¡Imagínate si el mundo entero es tan neurótico como yo! No, pero ser hombre (mujer, también) en un barrio marginal significa siempre estar pendiente. Son mis raíces. Desde mi niñez, yo tenía que acechar todo. Siempre tienes que estar con los ojos abiertos. Y la curiosidad, acuérdate que yo me crié con viejos. Me encantaba preguntarles. Para mí, Estados Unidos era un país nuevo, quería conocerlo, pedía que me explicaran esto y aquello. Hay quienes no miran ni preguntan por vergüenza. Yo no sufro si la gente cree que soy ignorante.
Eso es bueno.
Yo tengo muchísimos defectos. Ese es uno que no tengo. Por eso sigo con mi español. Hay mucha gente que no domina un idioma y siente vergüenza. Pero yo digo, si alguien me va a criticar o me va a juzgar por como hablo un idioma, pues esa gente no va a ser mi amiga. Porque esa es una filosofía que deja la mitad del mundo afuera. Pero defectos míos, bueno, el que escribe, como yo, sabe que estamos tan llenos de defectos que nos toca buscar la manera de dar lo poco bueno que tenemos.
¿Cómo logra el ritmo en la narración?
Yunior de las Casas, como personaje, me ayuda porque cuando uno desarrolla un personaje como él, siempre cree que ese va a ser el último libro. Él no cree en él mismo. Siempre que escribo algo desde su punto de vista, siento una energía exigente.
¿Siente que él es su alter ego?
Si, pero también hay que entender que es una estrategia. Porque yo escribo esa energía de Yunior (que se está quemando ese tipo, está corriendo de su propia vida), tengo que buscar la manera de entenderlo. Yo he pasado por cosas parecidas, pero no al mismo nivel que Yunior. Tengo problemas en los que hasta ahora yo mismo no puedo entrar. Él me ayuda a enfrentar pero, al mismo tiempo, a escapar de cosas. Y es un tipo tan extremo, tan solo. Él es mucho más solo que yo.
Con temor de ser él mismo…
Total, él no puede. Siempre anda detrás de una máscara. Y lo entiendo. No hay un hombre que no se haya dado cuenta de eso en su vida, que si no tienes la máscara de hombre te van a decir maricón, pendejo, quedado. La primera lección de ser hombre es ponerte tu máscara bien. Porque, mira, el hombre que se presenta no es él. Mis dos hermanas, desde niñas, siempre me decían, ese novio crees que es así pero es otro. Es uno de los costos de ser hombres: que tienes una máscara pesa muchísimo. Yo me di cuenta de eso a mis 20 años que no podía con eso.
¿Y se quitó la máscara?
Sí. Si nosotros nos hubiéramos conocido en la universidad, tú no podías imaginar cómo era yo. Un monstruo. Todo lo que hacía era ejercicio. Gimnasio. Acuérdate del trabajo que hacía, repartidor de mesas de billar, y también me comportaba como un bruto de la calle. Nunca hablaba de libros; quería ser un tigre típico, pero me di cuenta de que ese disfraz no valía la pena.
¿Cómo se dio cuenta?
No hay un hombre que no sepa que eso es un juego. A mucha gente le encanta ese juego, pero yo me estaba quemando. Por otro lado, veía a mi papá, que era el hombre latino típico pero eso se lo estaba comiendo, eso fue como otra clase de cáncer. El tipo era infeliz e hizo que su familia entera sufriera.
En sus libros aparecen muchas mujeres, sobre todo en el último. ¿Cómo trabaja los personajes femeninos?
Oh! Mi mamá (una doña fuerte, campesina) sus hermanas y mis hermanas. Ese ha sido el patrón. Esas mujeres eran súper tremendas. Las hermanas mías, bueno, no puedes imaginar el carácter que tienen. Me daba miedo, a mis veinte años, presentarles mis novias a mis hermanas porque decían unas vainas que no puedes imaginar. La vergüenza que yo pasaba.
¿Ellas saben que son su patrón?
No, pero uso la fuerza, la energía que tiene la mujer caribeña. Como hombre, tengo el defecto de que me criaron en una cultura de no ver a las mujeres como seres humanos. En Santo Domingo y Estados Unidos es lo mismo, con flavors diferentes, pero el mismo trago. Las dos culturas no ven a las mujeres como seres humanos. Tengo esa limitación y sé que debo trabajar el doble para tratar de vencerla. Sé que las mujeres que escribo en mis libros, mis personajes femeninos, están manchados por ese defecto. Busco corregirlo.
La infidelidad atraviesa su nuevo libro, Así es como la pierdes. ¿Por qué le interesó el tema?
Soy hombre latino, no soy lindo, no soy buen mozo, y el hombre latino que no es buen mozo es un maldito mujeriego. No todos, claro. Y esa cultura hace un daño a las familias, a las relaciones, que me llamó la atención. Es como un privilegio, pero también es una trampa. Un hoyo donde cae el hombre, él no es la víctima, pero se le daña la vida. Es muy interesante. Mi papá era mujeriego. Nos llevaba a los varones a conocer sus novias. Eso fue como trauma. Cuando un papá te hace eso, significa que ya estás tostado para tu vida entera. Yo veía que muchos de mis amigos tenían la misma experiencia, así que vengo de esa vaina y quería escribir sobre eso.
Muchos dicen que es imposible ser fiel…
Qué es esa mierda. La infidelidad es una opción. Tienes que elegirla. El que dice que no elige o que fue porque su papá… qué mierda. Todos estamos jugando, ahí te dan tus cartas y tu decides el juego. La vaina es que ser hombre te da privilegios, ser hombre latino más, como que te ayuda a optar por esa opción, pero tú tienes que elegir. Somos imperfectos, como seres humanos. Hay unos que practican esa imperfección dentro de su relación, otros se la quieren meter en su nariz.
Le he oído decir que es mucho más difícil mantener una relación que escribir un libro.
No hay duda. Creo que es lo más difícil, estar presente con otro u otra, y mantenerse vulnerable por años. Eso es bien difícil porque la intimidad, el amor, viene de ser vulnerable. Eso cuesta. Conozco personas que tienen una relación de años y me dicen que viven juntos pero no están juntos. Ese es el último reto. Para mí el gran desafío del ser humano es mantenerte vulnerable a tu pareja. En el último libro, Yunior está hablando de todos los abusos, de todas las vainas que les pasa a las mujeres de su vida. Todas esas diabluras que él y su hermano arman es parte de un proyecto. ¿Por qué da tanto testimonio de la violencia contra las mujeres? Porque es testigo contra él mismo. Está diciendo yo cometí todo esto, ahora, qué crees tú.
La primera línea del libro es: “No soy un tipo malo”…
Y ahí ya tú sabes que este tipo es un loco. Mira, hay mucha gente que dice el pasado es pasado, no lo quieren pensar. Lo que me interesa de Yunior es que él presenta todo su pasado, y también todos sus defectos y toda la vaina mal hecha, muestra lo que he hecho. Eso es difícil sobre todo para un hombre.
¿Qué siente por Yunior?
Que la próxima vez que tenga un proyecto como estos voy a buscarme un personaje más abierto, porque él no me habla. Duro años esperando que me hable. Tengo un tipo que es muy cerrado. El próximo proyecto va a ser un poco más fluido.
Los une el gusto por la ciencia ficción.
Yo vengo de esa onda, sí, pero de otra manera. Tenemos gustos distintos. Por ejemplo, Yunior no soporta mucho los artistas nerd que son derechistas. Yo sí. El odia a la derecha. Yo lucho contra ella, pero no la odio. No tengo el coraje que tiene ese muchacho. Tu puedes escribir alguien mucho mejor que tú mismo, Yunior es mucho más inteligente, tiene más coraje.
¿También ve series en televisión?
Claro, mi amor. No sé si has visto esas series que vienen de países nórdicos, como The killing, son buenísimas. Algo que los colombianos conocen desde hace muchos años es que hoy la gente que tiene talento en la narrativa está trabajando en televisión. Para el resto del mundo eso ha sido algo nuevo. Ustedes lo han tenido claro desde hace veinte o treinta años.
¿En realidad le resulta tan difícil escribir?
Qué se yo. Me encanta leer. Y todos los libros que leo, todo ese gusto y amor y energía que me da la lectura, es lo que trato de comunicar en mis libros. Pero el proceso, no. No me divierte.
El año pasado ganó la beca MacArhur. Medio millón de dólares para sentarse a escribir durante cinco años...
Pero mira, mi mamá lo puso claro: son cien mil dólares cada año, te sacan el 40 por ciento para impuestos, te quedan 60 mil por año. Tú no puedes dejar tu trabajo porque estás pagando la renta para mi casa. Eso me dijo. Sí, doña. Claro que celebré la beca. Pero en Estados Unidos 60 mil significa que no puedo dejar mi trabajo. No puedes, si pagas la renta de dos casas.
¿Ya tiene otro libro en mente?
Quiero escribir uno sobre una latinamerican wonder woman. Una súper héroe latinoamericana con todos los poderes. Ese es el plan. Los planes son gratis, sabes. Lograrlos es otra cosa.