miércoles, 28 de agosto de 2013

Oscura historia sobre la soledad

Un empleado de limpieza protagoniza Desperdicios, la tremenda novela del escritor canadiense Eugene Marten

"Hay una diferencia entre estar solo y sentirse solo" asegura Marten./revista Ñ

Al igual que su contraparte inglesa, la serie estadounidense The Office depositó durante nueve temporadas la mirada sobre lo que a primera vista podría parecer trivial, anodino, mundano: la rutina laboral de los empleados de una compañía de ventas de papel. Nada más robótico y al mismo tiempo tan rico y mágico: un barril sin fondo de historias personales y pensamientos no dichos que se esconden detrás de la máscara que nos calzamos en el momento mismo en que salimos de nuestras casas para ir a lo que llamamos trabajo.
Sucede todos los días y en todos lados, como en el edificio de oficinas en el que el escritor canadiense Eugene Marten sitúa y desarrolla su nouvelle, Desperdicios (o Waste , en inglés). Como los millones de empleados de limpieza de un ejército invisible que avanza sobre pasillos y salones exfoliados, Sloper desempeña ahí su trabajo en una suerte de mundo paralelo: en el mismo territorio ocupado durante el día por secretarias, contadores, periodistas, agentes financieros, oficinistas, pero completamente vacío por las noches. El único contacto que tiene con aquellos otros seres humanos es a través de los despojos de su consumo (“El servicio prefería que el personal de limpieza hablara de residuos, no de basura, sin importar cómo oliera”).
Como el baqueano tan bien radiografiado por Sarmiento en Facundo , Sloper consume indicios. Es un topógrafo y su gran habilidad es el ejercicio de la mirada. En su búsqueda de productos a reciclar, las botellas de gaseosas medio vacías, los restos de comida china, las ensaladas de papas, las cáscaras de naranjas y los artículos de higiene femenina arrojados en el tacho le sirven a este hombre corpulento y tosco –un ser enajenado del mundo– como extensiones de subjetividades ajenas, como material de lectura para inferir e imaginar la vida de los otros.
Como si los conociera, como si en ese contacto mudo y a la distancia las diferencias se esfumaran y esos otros fueran algo más que desconocidos. Pero fuera de sus fantasías y fetiches ocultos, no los conoce. Son extraños. Aun acompañado por su madre y una vecina en silla de ruedas que se comunica a través de un botón, Sloper está solo.
La imposibilidad de su protagonista de relacionarse física y emotivamente con los demás así hace que Desperdicios sea, más que una novela antropológica sobre los reversos del consumo, una pequeña gran historia oscura sobre la alienación y la invisibilización social. Sobre la soledad como una enfermedad mental en épocas de hipersociabilidad virtual.
No extraña que en el deporte literario (y deformado) de las comparaciones entre escritores, Eugene Marten sea a menudo relacionado por su estilo afilado y por sus personajes retorcidos y siempre fuera de equilibrio con Chuck Palahniuk o con Bret Easton Ellis. Pero esta comparación no le hace justicia. Marten no es un clon ni sus personajes están colmados con la rabia y el cinismo, dos atributos tan palahniukianos. Su descriptivismo extremo, su pesimismo –tan propio de Houellebecq– sobre la condición humana, su pensamiento sobre aquello que no se piensa hacen que su voz sea quizá no única pero sí distinta, propia.
“Hay una diferencia entre estar solo y sentirse solo. Yo estaba solo pero no me sentía solo”, confesó hace unos años el astronauta Al Worden, quien, luego de pilotear en 1971 uno de los módulos de las misiones espaciales Apolo en órbita alrededor de la Luna mientras sus compañeros caminaban en la superficie lunar, se ganó el título de la “persona más sola de la historia”. Si no fuera más que un personaje de tinta y encerrado en una cárcel de papel, Sloper, el protagonista de Desperdicios , con seguridad lo despojaría de su trono.