De la muerte y otras sangres VI
De suicidios
Florentino Chávez
Las más grandes y populosas urbes del mundo se hallan, al
fin, sumidas en un silencio profundísimo; inusitado: Ni ruido de herramientas
en sus casas, ni sonidos de pasos o de máquinas en sus calles. Como si sus
paredes y muros, esquinas y jardines se hallaran a prueba de ruidos. Como si
algo, algún aparato potentísimo, desde cierto lugar, absorbiera todo lo que
perturbara el profundo y hondo silencio de sus edificios y arterias…
Según estadísticas, el porcentaje más alto de suicidios
es causado por el profundo silencio circundante.
Carta
de navegación
Ricardo Lindo
Aquí está el mar. Échensele tres cucharadas de pimienta,
un poco de sal y revuélvase bien. Cuélese antes de servirse, pues a veces hay
dentro algún galápago, o bien una botella de náufrago con un desesperado
mensaje en su interior, de modo que el cliente puede atragantarse. En tal caso
se dan dos posibilidades:
a) que el cliente os acuse a la policía, pérfido
organismo vestido de verde que se ocupa de torturar a los criminales.
b) que el cliente muera, en cuyo caso debéis meterlo en
una caja de madera de sicomoro y cantar con lágrimas en los ojos: “Adiós
cliente querido”.
Una
promesa cumplida
Fabricio Prada Rojas
El niño prometió a la hormiguita, su amiga, permanecer a
su lado hasta el final de su vida.
Se sentó a su costado y conversaron tanto que ya no había
de qué hablar.
Poco a poco, todo se tornaba aburrido y el niño comenzó a
extrañar a sus amigos del barrio. “Es cierto que las hormigas viven menos que
los hombres; pero, esta parece inmortal”, pensó, viendo pasar el día.
De repente, el pequeño aplastó con su dedo pulgar a su amiga
y se retiró feliz por haber cumplido su promesa.
El
tirabuzón
Quetzalcóatl Vizuet
El tirabuzón se hundió en el cercho, girando lentamente.
Atravesó la garganta y llegó un poco más allá del cuello. Luego subió
vertiginosamente, dejando el cuerpo líquido, transparente. Entonces se hizo un
vacío insólito, insospechado: había terminado mi ceremonia de iniciación al
miedo
Bredan
de Kish
Gabriel Trujillo Muñoz
¿No lo
han perseguido los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
que han jurado su mal bajo la luna?
Jorge Luis Borges
Lleva 30 días huyendo por un desierto vasto e
interminable. Sabe que sólo hay un sitio seguro para él en todas las comarcas
del mundo, porque hasta hace treinta días era un guerrero y un verdugo, y ahora
los poderes maléficos de Sarck, al perseguirlo sin descanso, lo han convertido
en una víctima. El universo de la magia ha dado su veredicto y los dioses de
Sarck mantienen sus pulgares hacia abajo. Él desconoce sus nombres y atributos,
más tiene un vago e impreciso conocimiento de sus formas y sus rostros, y esa
pequeña porción de conciencia es suficiente para alentarlo a proseguir
caminando, pues sabe que ante cualquier muestra de fatiga sus perseguidores se
abalanzarán sobre su cuerpo, con sus espadas curvas y sus gritos ululantes. Más
no está totalmente desesperado; y a pesar de casi dos días sin probar alimento
ni beber líquido alguno mantiene la esperanza. Como buen guerrero de Kish sabe
que su recta espada es un arma formidable y él mismo un magnífico luchador, de
los pocos sobrevivientes de la batalla del Valle de las sombras, bajo los muros
de la ciudad de Dhalmar. Sus hazañas son bien conocidas en todos los reinos
importantes, desde Hiperbórea hasta Crom, y su espada siempre ha estado
dispuesta para la destrucción y el saqueo. Por ella brujas y hechiceros han
perecido, así como monstruos innombrables, dioses idiotas y guerreros de alta
estirpe que han tenido la osadía de ser insolentes ante su presencia; pero
aquellos fueron otros tiempos, ahora él es la víctima, el perseguido, el
acosado, el que huye sin presentar combate porque sabe que los poderes que van
tras él, por haber robado las joyas milenarias del templo prohibido de Sarck,
son implacables, engendros a quienes sólo satisfará su muerte, y por eso debe
llegar al monte sagrado de Kord; allí los poderes maléficos y él no tendrán
ninguna ventaja y sus deformes emisarios contarán únicamente con su habilidad
en el combate al atacarlo, porque en Kord ninguna magia funciona, sólo la
fuerza bruta y el poder silencioso de las espadas.
Ya el monte sagrado está a la vista; el cansancio y la
fatiga de Bredán desaparecen; ya no camina, corre, pero también lo hacen varias
sombras grotescas y enormes que reptan por la arena del desierto, intentando
alcanzarlo antes de que penetre en Kord y quede protegido de cualquier
maleficio.
El combate se inicia…
El
diccionario
Carlos Fernández
El hombre abrió el diccionario dos veces y las primeras
palabras que encontró fueron: Destino y
Metástasis; y desde ese día supo que
iba a morir.