sábado, 17 de agosto de 2013

Minicuentos 68




De la muerte  y  otras sangres  VI                                                                                      

De suicidios
Florentino Chávez

Las más grandes y populosas urbes del mundo se hallan, al fin, sumidas en un silencio profundísimo; inusitado: Ni ruido de herramientas en sus casas, ni sonidos de pasos o de máquinas en sus calles. Como si sus paredes y muros, esquinas y jardines se hallaran a prueba de ruidos. Como si algo, algún aparato potentísimo, desde cierto lugar, absorbiera todo lo que perturbara el profundo y hondo silencio de sus edificios y arterias…
Según estadísticas, el porcentaje más alto de suicidios es causado por el profundo silencio circundante.

Carta de navegación
Ricardo Lindo

Aquí está el mar. Échensele tres cucharadas de pimienta, un poco de sal y revuélvase bien. Cuélese antes de servirse, pues a veces hay dentro algún galápago, o bien una botella de náufrago con un desesperado mensaje en su interior, de modo que el cliente puede atragantarse. En tal caso se dan dos posibilidades:
a) que el cliente os acuse a la policía, pérfido organismo vestido de verde que se ocupa de torturar a los criminales.
b) que el cliente muera, en cuyo caso debéis meterlo en una caja de madera de sicomoro y cantar con lágrimas en los ojos: “Adiós cliente querido”.

Una promesa cumplida
Fabricio Prada Rojas

El niño prometió a la hormiguita, su amiga, permanecer a su lado hasta el final de su vida.
Se sentó a su costado y conversaron tanto que ya no había de qué hablar.
Poco a poco, todo se tornaba aburrido y el niño comenzó a extrañar a sus amigos del barrio. “Es cierto que las hormigas viven menos que los hombres; pero, esta parece inmortal”, pensó, viendo pasar el día.
De repente, el pequeño aplastó con su dedo pulgar a su amiga y se retiró feliz por haber cumplido su promesa.

El tirabuzón
Quetzalcóatl Vizuet

El tirabuzón se hundió en el cercho, girando lentamente. Atravesó la garganta y llegó un poco más allá del cuello. Luego subió vertiginosamente, dejando el cuerpo líquido, transparente. Entonces se hizo un vacío insólito, insospechado: había terminado mi ceremonia de iniciación al miedo


Bredan de Kish
Gabriel Trujillo Muñoz

¿No lo han perseguido los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Jorge Luis Borges

Lleva 30 días huyendo por un desierto vasto e interminable. Sabe que sólo hay un sitio seguro para él en todas las comarcas del mundo, porque hasta hace treinta días era un guerrero y un verdugo, y ahora los poderes maléficos de Sarck, al perseguirlo sin descanso, lo han convertido en una víctima. El universo de la magia ha dado su veredicto y los dioses de Sarck mantienen sus pulgares hacia abajo. Él desconoce sus nombres y atributos, más tiene un vago e impreciso conocimiento de sus formas y sus rostros, y esa pequeña porción de conciencia es suficiente para alentarlo a proseguir caminando, pues sabe que ante cualquier muestra de fatiga sus perseguidores se abalanzarán sobre su cuerpo, con sus espadas curvas y sus gritos ululantes. Más no está totalmente desesperado; y a pesar de casi dos días sin probar alimento ni beber líquido alguno mantiene la esperanza. Como buen guerrero de Kish sabe que su recta espada es un arma formidable y él mismo un magnífico luchador, de los pocos sobrevivientes de la batalla del Valle de las sombras, bajo los muros de la ciudad de Dhalmar. Sus hazañas son bien conocidas en todos los reinos importantes, desde Hiperbórea hasta Crom, y su espada siempre ha estado dispuesta para la destrucción y el saqueo. Por ella brujas y hechiceros han perecido, así como monstruos innombrables, dioses idiotas y guerreros de alta estirpe que han tenido la osadía de ser insolentes ante su presencia; pero aquellos fueron otros tiempos, ahora él es la víctima, el perseguido, el acosado, el que huye sin presentar combate porque sabe que los poderes que van tras él, por haber robado las joyas milenarias del templo prohibido de Sarck, son implacables, engendros a quienes sólo satisfará su muerte, y por eso debe llegar al monte sagrado de Kord; allí los poderes maléficos y él no tendrán ninguna ventaja y sus deformes emisarios contarán únicamente con su habilidad en el combate al atacarlo, porque en Kord ninguna magia funciona, sólo la fuerza bruta y el poder silencioso de las espadas.
Ya el monte sagrado está a la vista; el cansancio y la fatiga de Bredán desaparecen; ya no camina, corre, pero también lo hacen varias sombras grotescas y enormes que reptan por la arena del desierto, intentando alcanzarlo antes de que penetre en Kord y quede protegido de cualquier maleficio.
El combate se inicia…

El diccionario
Carlos Fernández

El hombre abrió el diccionario dos veces y las primeras palabras que encontró fueron: Destino y Metástasis; y desde ese día supo que iba a morir.