Mientras nuestros editores se regodean en las mediocres ventas de la literatura criolla, decenas de títulos de gran prestancia son consumidos por el olvido. En efecto, el siglo XX parece querer abandonar a la suerte de las librerías de usados algo de su frágil patrimonio. Por eso propongo este top de los libros colombianos no reeditados y por lo tanto olvidados, en el que espero no haber omitido demasiados
Portada Femina suite de R.H.Moreno Durán |
1. Femina Suite. Da risa pensar que en 1999 un grupo de críticos y
escritores convocados por la revista Semana calificó a Femina Suite como
una de las cinco novelas colombianas más importantes del siglo XX. Pues
bien, casi todos los libros de Moreno Durán tienen ruptura de stock, lo
que hace que su nombre comience a ser un enigma para nuevas
generaciones de lectores. Resulta curioso ver cómo un autor que fue tan
mentado hace algunos años hoy solo es mencionado por algunos
especialistas.
Portada En noviembre llega el arzobispo de Héctor Rojas Herazo. |
2. En noviembre llega el arzobispo. Pese a que el Fondo Editorial
Universidad Eafit reeditó la novela con unos pocos ejemplares hace poco
más de una década (2001) hoy es casi imposible encontrar este monumento
literario colombiano. Incluso ya casi se nos olvida lo grande que fue
esta novela de Héctor Rojas Herazo.
Portada En diciembre llegaban las brisas de Marvel Moreno. |
3. En diciembre llegaban las brisas. Los chismes de pasillo sobre el
desastroso destino de la obra de Marvel Moreno son ya un lugar común en
el mundillo literario. Sin embargo, insisto: es un escándalo no poder
disponer de una edición siquiera medianamente reciente de esta increíble
novela que sacudió a la generación de mis padres. Sus pocos lectores la
leen en fotocopias de los libros de profesores piadosos que aún
recuerdan la que es, probablemente, la mejor novela del siglo XX escrita
por una mujer colombiana.
Portada La otra raya del tigre de Pedro Gómez Valderrama. |
4. La otra raya del tigre. Nos quejamos mucho del estado de la cultura
en Venezuela pero, aunque no lo crean, la única edición disponible de
este clásico es la del hermano país. En efecto, solo la patriótica
acción de la Biblioteca Ayacucho ha permitido que algunos ejemplares se
cuelen en unas pocas librerías. Por lo demás, que a la más importante
obra de Pedro Gómez Valderrama se la coma el tigre (colombiano) de la
desidia.
Portada El patio de los vientos perdidos de Roberto Burgos Cantor. |
5. El patio de los vientos perdidos. Conseguir este ya clásico de
nuestro siglo XX de Roberto Burgos Cantor comienza a ser difícil. Habrá
que insistir en que retomen siquiera una edición conmemorativa,
aprovechando la edición de nuevos cuentos editados por Alfaguara. Un
esfuercito señores editores, no todo son vampiritos y detectives
afrancesados. También se puede reeditar buena literatura.
Portada Celia se pudre de Héctor Rojas Herazo |
6. Celia se pudre. Otro clásico de Rojas Herazo. Se encuentran versiones
alternativas en la Red pero ninguna empresa seria de reeditar este
libro portentoso sobre el que, muy pronto, la Editorial Javeriana
publicará un estudio crítico.
7. Los pecados de Inés de Hinojosa. Traducida en su época al alemán, al
búlgaro y al chino, esta novela fue un verdadero hito en los aburridos
años ochenta y, aunque hoy se recuerda más la serie televisiva –apenas
aceptable– no estaría de más reeditar este inmenso trabajo de Próspero
Morales Pradilla. Claro, no faltará el lector que diga que es sangre de
mi sangre, pero qué carajos, la novela es muy buena.
8. La obra de Zapata Olivella. Pese a que el Ministerio de Cultura editó
Changó, el gran putas en esa biblioteca algo torpemente gigante, no hay
muestra de más desgreño editorial que la obra del maestro Zapata
Olivella. Si en vida apenas tuvo un ápice del reconocimiento que se le
debía, ya muerto su destino es aún peor y de su obra no se consigue casi
nada bien editado.
9. El hostigante verano de los dioses. Es probable que Fanny Buitrago
nunca pensara que su obra se convertiría en un raro objeto de
coleccionistas y es eso precisamente lo que terminó pasando con esta
mítica obra. Los sesenta eran buenos tiempos; había editores que leían y
que, además, ¡reimprimían!