Italo Calvino
El jardín encantado
Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo
había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas
estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban. Por
las vías se caminaba bien y se podía jugar de muchas maneras: mantener
el equilibrio, él sobre un riel y ella sobre el otro, y avanzar tomados
de la mano. 0 bien saltar de un durmiente a otro sin apoyar nunca el pie
en las piedras. Giovannino y Serenella habían estado cazando cangrejos y
ahora habían decidido explorar las vías, incluso dentro del túnel,
jugar con Serenella daba gusto porque no era como las otras niñas, que
siempre tienen miedo y se echan a llorar por cualquier cosa. Cuando
Giovannino decía: “Vamos allá”, Serenella lo seguía siempre sin
discutir.
¡Deng! Sobresaltados miraron hacia arriba. Era el disco de un poste de señales que se había movido. Parecía una cigüeña de hierro que hubiera cerrado bruscamente el pico. Se quedaron un momento con la nariz levantada; ¡qué lástima no haberlo visto! No volvería a repetirse.
—Está a punto de llegar un tren —dijo Giovannino.
Serenella no se movió de la vía.
—¿Por dónde?—preguntó.
Giovannino miró a su alrededor, con aire de saber. Señaló el agujero negro del túnel que se veía ya límpido, ya desenfocado, a través del vapor invisible que temblaba sobre las piedras del camino.
—Por allí —dijo. Parecía oír ya el oscuro resoplido que venía del túnel y vérselo venir encima, escupiendo humo y fuego, las ruedas tragándose los rieles implacablemente.
—¿Dónde vamos, Giovannino?
Había, del lado del mar, grandes pitas grises, erizadas de púas impenetrables. Del lado de la colina corría un seto de ipomeas cargadas de hojas y sin flores. El tren aún no se oía: tal vez corría con la locomotora apagada, sin ruido, y saltaría de pronto sobre ellos. Pero Giovannino había encontrado ya un hueco en el seto.
—Por ahí.
Debajo de las trepadoras había una vieja alambrada en ruinas. En cierto lugar se enroscaba como el ángulo de una hoja de papel. Giovannino había desaparecido casi y se escabullía por el seto.
—¡Dame la mano, Giovannino!
Se hallaron en el rincón de un jardín, los dos a cuatro patas en un arriate, el pelo lleno de hojas secas y de tierra. Alrededor todo callaba, no se movía una hoja. “Vamos” dijo Giovannino y Serenella dijo: “Sí”.
Había grandes y antiguos eucaliptos de color carne y senderos de pedregullo. Giovannino y Serenella iban de puntillas, atentos al crujido de los guijarros bajo sus pasos. ¿Y si en ese momento llegaran los dueños?
Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?
Pero en cierto lugar la sombra de los árboles terminaba y se encontraron a cielo abierto, delante de unos bancales de petunias y volúbilis bien cuidados, y senderos y balaustradas y espalderas de boj. Y en lo alto del jardín, una gran casa de cristales relucientes y cortinas amarillo y naranja.
Y todo estaba desierto. Los dos niños subían cautelosos por la grava: tal vez se abrirían las ventanas de par en par y severísimos señoras y señores aparecerían en las terrazas y soltarían grandes perros por las alamedas. Cerca de una cuneta encontraron una carretilla. Giovannino la cogió por las varas y la empujó: chirriaba a cada vuelta de las ruedas con una especie de silbido. Serenella se subió y avanzaron callados, Giovannino empujando la carretilla y ella encima, a lo largo de los arriates y surtidores.
—Esa —decía de vez en cuando Serenella en voz baja, señalando una flor.
Giovannino se detenía, la cortaba y se la daba. Formaban ya un buen ramo. Pero al saltar el seto para escapar, tal vez tendría que tirarlas.
Llegaron así a una explanada y la grava terminaba y el pavimento era de cemento y baldosas. Y en medio de la explanada se abría un gran rectángulo vacío: una piscina. Se acercaron: era de mosaicos azules, llena hasta el borde de agua clara.
—¿Nos zambullimos? —preguntó Giovannino a Serenella.
Debía de ser bastante peligroso si se lo preguntaba y no se limitaba a decir: “¡Al agua!”. Pero el agua era tan límpida y azul y Serenella nunca tenía miedo. Bajó de la carretilla donde dejó el ramo. Llevaban el bañador puesto: antes habían estado cazando cangrejos. Giovannino se arrojó, no desde el trampolín porque la zambullida hubiera sido demasiado ruidosa, sino desde el borde. Llegó al fondo con los ojos abiertos y no vela mas que azul, y las manos como peces rosados, no como debajo del agua del mar, llena de informes sombras verdinegras. Una sombra rosada encima: ¡Serenella! Se tomaron de la mano y emergieron en la otra punta, con cierta aprensión. No había absolutamente nadie que los viera. No era la maravilla que imaginaban: quedaba siempre ese fondo de amargura y de ansiedad, nada de todo aquello les pertenecía y de un momento a otro ¡fuera!, podían ser expulsados.
Salieron del agua y justo allí cerca de la piscina encontraron una mesa de ping—pong. Inmediatamente Giovannino golpeó la pelota con la paleta: Serenella, rápida, se la devolvió desde la otra punta. jugaban así, con golpes ligeros para que no los oyeran desde el interior de la casa. De pronto la pelota dio un gran rebote y para detenerla Giovannino la desvió y la pelota golpeó en un gong colgado entre los pilares de una pérgola, produciendo un sonido sordo y prolongado. Los dos niños se agacharon en un arriate de ranúnculos. En seguida llegaron dos criados de chaqueta blanca con grandes bandejas, las apoyaron en una mesa redonda debajo de un parasol de rayas amarillas y anaranjadas y se marcharon.
Giovannino y Serenella se acercaron a la mesa. Había té, leche y bizcocho. No había más que sentarse y servirse. Llenaron dos tazas y cortaron dos rebanadas. Pero estaban mal sentados, en el borde de la silla, movían las rodillas. Y no lograban saborear los pasteles y el té con leche. En aquel jardín todo era así: bonito e imposible de disfrutar, con esa incomodidad dentro y ese miedo de que fuera sólo una distracción del destino y de que no tardarían en pedirles cuentas.
Se acercaron a la casa de puntillas. Mirando entre las tablillas de una persiana vieron, dentro, una hermosa habitación en penumbra, con colecciones de mariposas en las paredes. Y en la habitación había un chico pálido. Debía de ser el dueño de la casa y del jardín, agraciado de él. Estaba tendido en una mecedora y hojeaba un grueso libro ilustrado. Tenía las manos finas y blancas y un pijama cerrado hasta el cuello, a pesar de que era verano.
A los dos niños que lo espiaban por entre las tablillas de la persiana se les calmaron poco a poco los latidos del corazón. El chico rico parecía pasar las páginas y mirar a su alrededor con más ansiedad e incomodidad que ellos. Y era como si anduviese de puntillas, como temiendo que alguien pudiera venir en cualquier momento a expulsarlo, como si sintiera que el libro, la mecedora, las mariposas enmarcadas y el jardín con juegos y la merienda y la piscina y las alamedas le fueran concedidos por un enorme error y él no pudiera gozarlos y sólo experimentase la amargura de aquel error como una culpa.
El chico pálido daba vueltas por su habitación en penumbra con paso furtivo, acariciaba con sus blancos dedos los bordes de las cajas de vidrio consteladas de mariposas y se detenía a escuchar. A Giovannino y Serenella el corazón les latió aún con más fuerza. Era el miedo de que un sortilegio pesara sobre la casa y el jardín, sobre todas las cosas bellas’51 y Cómodas, como una antigua injusticia.
El sol se oscureció de nubes. Muy calladitos, Giovannino y Serenella se marcharon. Recorrieron de vuelta los senderos, con paso rápido pero sin correr. Y atravesaron gateando el seto. Entre las pitas encontraron un sendero que llevaba a la playa pequeña y pedregosa, con montones de algas que dibujaban la orilla del mar. Entonces inventaron un juego espléndido: la batalla de algas. Estuvieron arrojándoselas a la cara a puñados, hasta caer la noche. Lo bueno era que Serenella nunca lloraba.
¡Deng! Sobresaltados miraron hacia arriba. Era el disco de un poste de señales que se había movido. Parecía una cigüeña de hierro que hubiera cerrado bruscamente el pico. Se quedaron un momento con la nariz levantada; ¡qué lástima no haberlo visto! No volvería a repetirse.
—Está a punto de llegar un tren —dijo Giovannino.
Serenella no se movió de la vía.
—¿Por dónde?—preguntó.
Giovannino miró a su alrededor, con aire de saber. Señaló el agujero negro del túnel que se veía ya límpido, ya desenfocado, a través del vapor invisible que temblaba sobre las piedras del camino.
—Por allí —dijo. Parecía oír ya el oscuro resoplido que venía del túnel y vérselo venir encima, escupiendo humo y fuego, las ruedas tragándose los rieles implacablemente.
—¿Dónde vamos, Giovannino?
Había, del lado del mar, grandes pitas grises, erizadas de púas impenetrables. Del lado de la colina corría un seto de ipomeas cargadas de hojas y sin flores. El tren aún no se oía: tal vez corría con la locomotora apagada, sin ruido, y saltaría de pronto sobre ellos. Pero Giovannino había encontrado ya un hueco en el seto.
—Por ahí.
Debajo de las trepadoras había una vieja alambrada en ruinas. En cierto lugar se enroscaba como el ángulo de una hoja de papel. Giovannino había desaparecido casi y se escabullía por el seto.
—¡Dame la mano, Giovannino!
Se hallaron en el rincón de un jardín, los dos a cuatro patas en un arriate, el pelo lleno de hojas secas y de tierra. Alrededor todo callaba, no se movía una hoja. “Vamos” dijo Giovannino y Serenella dijo: “Sí”.
Había grandes y antiguos eucaliptos de color carne y senderos de pedregullo. Giovannino y Serenella iban de puntillas, atentos al crujido de los guijarros bajo sus pasos. ¿Y si en ese momento llegaran los dueños?
Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?
Pero en cierto lugar la sombra de los árboles terminaba y se encontraron a cielo abierto, delante de unos bancales de petunias y volúbilis bien cuidados, y senderos y balaustradas y espalderas de boj. Y en lo alto del jardín, una gran casa de cristales relucientes y cortinas amarillo y naranja.
Y todo estaba desierto. Los dos niños subían cautelosos por la grava: tal vez se abrirían las ventanas de par en par y severísimos señoras y señores aparecerían en las terrazas y soltarían grandes perros por las alamedas. Cerca de una cuneta encontraron una carretilla. Giovannino la cogió por las varas y la empujó: chirriaba a cada vuelta de las ruedas con una especie de silbido. Serenella se subió y avanzaron callados, Giovannino empujando la carretilla y ella encima, a lo largo de los arriates y surtidores.
—Esa —decía de vez en cuando Serenella en voz baja, señalando una flor.
Giovannino se detenía, la cortaba y se la daba. Formaban ya un buen ramo. Pero al saltar el seto para escapar, tal vez tendría que tirarlas.
Llegaron así a una explanada y la grava terminaba y el pavimento era de cemento y baldosas. Y en medio de la explanada se abría un gran rectángulo vacío: una piscina. Se acercaron: era de mosaicos azules, llena hasta el borde de agua clara.
—¿Nos zambullimos? —preguntó Giovannino a Serenella.
Debía de ser bastante peligroso si se lo preguntaba y no se limitaba a decir: “¡Al agua!”. Pero el agua era tan límpida y azul y Serenella nunca tenía miedo. Bajó de la carretilla donde dejó el ramo. Llevaban el bañador puesto: antes habían estado cazando cangrejos. Giovannino se arrojó, no desde el trampolín porque la zambullida hubiera sido demasiado ruidosa, sino desde el borde. Llegó al fondo con los ojos abiertos y no vela mas que azul, y las manos como peces rosados, no como debajo del agua del mar, llena de informes sombras verdinegras. Una sombra rosada encima: ¡Serenella! Se tomaron de la mano y emergieron en la otra punta, con cierta aprensión. No había absolutamente nadie que los viera. No era la maravilla que imaginaban: quedaba siempre ese fondo de amargura y de ansiedad, nada de todo aquello les pertenecía y de un momento a otro ¡fuera!, podían ser expulsados.
Salieron del agua y justo allí cerca de la piscina encontraron una mesa de ping—pong. Inmediatamente Giovannino golpeó la pelota con la paleta: Serenella, rápida, se la devolvió desde la otra punta. jugaban así, con golpes ligeros para que no los oyeran desde el interior de la casa. De pronto la pelota dio un gran rebote y para detenerla Giovannino la desvió y la pelota golpeó en un gong colgado entre los pilares de una pérgola, produciendo un sonido sordo y prolongado. Los dos niños se agacharon en un arriate de ranúnculos. En seguida llegaron dos criados de chaqueta blanca con grandes bandejas, las apoyaron en una mesa redonda debajo de un parasol de rayas amarillas y anaranjadas y se marcharon.
Giovannino y Serenella se acercaron a la mesa. Había té, leche y bizcocho. No había más que sentarse y servirse. Llenaron dos tazas y cortaron dos rebanadas. Pero estaban mal sentados, en el borde de la silla, movían las rodillas. Y no lograban saborear los pasteles y el té con leche. En aquel jardín todo era así: bonito e imposible de disfrutar, con esa incomodidad dentro y ese miedo de que fuera sólo una distracción del destino y de que no tardarían en pedirles cuentas.
Se acercaron a la casa de puntillas. Mirando entre las tablillas de una persiana vieron, dentro, una hermosa habitación en penumbra, con colecciones de mariposas en las paredes. Y en la habitación había un chico pálido. Debía de ser el dueño de la casa y del jardín, agraciado de él. Estaba tendido en una mecedora y hojeaba un grueso libro ilustrado. Tenía las manos finas y blancas y un pijama cerrado hasta el cuello, a pesar de que era verano.
A los dos niños que lo espiaban por entre las tablillas de la persiana se les calmaron poco a poco los latidos del corazón. El chico rico parecía pasar las páginas y mirar a su alrededor con más ansiedad e incomodidad que ellos. Y era como si anduviese de puntillas, como temiendo que alguien pudiera venir en cualquier momento a expulsarlo, como si sintiera que el libro, la mecedora, las mariposas enmarcadas y el jardín con juegos y la merienda y la piscina y las alamedas le fueran concedidos por un enorme error y él no pudiera gozarlos y sólo experimentase la amargura de aquel error como una culpa.
El chico pálido daba vueltas por su habitación en penumbra con paso furtivo, acariciaba con sus blancos dedos los bordes de las cajas de vidrio consteladas de mariposas y se detenía a escuchar. A Giovannino y Serenella el corazón les latió aún con más fuerza. Era el miedo de que un sortilegio pesara sobre la casa y el jardín, sobre todas las cosas bellas’51 y Cómodas, como una antigua injusticia.
El sol se oscureció de nubes. Muy calladitos, Giovannino y Serenella se marcharon. Recorrieron de vuelta los senderos, con paso rápido pero sin correr. Y atravesaron gateando el seto. Entre las pitas encontraron un sendero que llevaba a la playa pequeña y pedregosa, con montones de algas que dibujaban la orilla del mar. Entonces inventaron un juego espléndido: la batalla de algas. Estuvieron arrojándoselas a la cara a puñados, hasta caer la noche. Lo bueno era que Serenella nunca lloraba.
Italo Giovanni Calvino Mameli más conocido como Italo Calvino (Santiago de Las Vegas, Provincia de La Habana, Cuba, 15 de octubre de 1923 - Siena, Italia, 19 de septiembre de 1985). Escritor importante del siglo XX.
Nació en Cuba, de padres italianos, toda su etapa formativa se
desarrollo en Italia, donde también desarrolló la mayor parte de su
carrera como escritor.
Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas cerca de La Habana en Cuba,1
donde trabajaba su padre Mario, agrónomo, quien dirigía una estación
experimental de agronomía. Su madre, Evelina Mameli, oriunda de Cerdeña, se había licenciado en ciencias naturales.
En 1925, sin embargo, volvieron a San Remo
donde los padres dirigen una estación experimental de floricultura, dos
años después, en 1927, nació su hermano, Floriano, quien más tarde
llegaría a ser un geólogo de fama internacional, además de docente
universitario.
Durante su infancia, Calvino recibió una educación laica y
antifascista, de acuerdo con la actitud de sus padres que se proclamaban
librepensadores. Fue a la escuela infantil St. George College. Después,
durante la elemental, a la Scuole Valdesi, e hizo la secundaria en el
regio Ginnasio-Liceo G.D. Cassini. Tras ello, en 1941, se matriculó en
la facultad de agronomía de la Universidad de Turín, donde su padre
enseñaba agricultura tropical.
Sin embargo, al poco tiempo estalla la Segunda Guerra Mundial y Calvino interrumpe sus estudios. En 1943, fue llamado al servicio militar por la República Social Italiana. Calvino desertó y se unió a las Brigadas Partisanas Garibaldi junto con su hermano. Mientras sus padres quedaban como rehenes de los alemanes.
Una vez acabada la guerra, se mudó a Turín, donde colaboró en unos cuantos periódicos, se matriculó en Letras (se graduaría con una tesis sobre Joseph Conrad) y se afilió al Partido Comunista Italiano (PCI). Fue durante este período de su vida que entró en contacto con Cesare Pavese, quien hizo que fuese contratado por la editorial Einaudi, donde ya trabajaba Elio Vittorini.
El ambiente de la editorial fue fundamental en la formación cultural de Calvino. Ya en 1947 publicó su primera novela: Il sentiero dei nidi di ragno, basada en sus experiencias como partisano. Y en 1949, un volumen de cuentos: Ultimo viene il corvo. Las dos obras fueron escritas dentro de la estética del neorrealismo italiano, a pesar de que, especialmente la primera, tiene un tono de fábula. De esta misma época, y también de temática neorrealista y obrera, con influencias visibles de Pavese, es una novela inconclusa que se tendría que haber titulado I giovani del Po. Calvino buscaba entonces una escritura objetiva e intentaba definir la condición del hombre de nuestra época.
En 1952,
siguiendo el consejo de Vittorini, abandonó la literatura
realistico-social y picaresca para dedicarse a una especie de narración
aparentemente fantástica pero que podía ser leída en diferentes niveles
interpretativos. Se trata de la trilogía llamada I nostri antenati, una representación alegórica del hombre contemporáneo. Forman parte de ella tres novelas: El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. La segunda, quizás la más famosa, es fruto de la decepción ideológica del autor que, tras la Invasión de Hungría por la URSS (1956), había abandonado el PCI y apartado el compromiso político.
Aparte de esto, durante los primeros años sesenta, Calvino publicó dos artículos (Il mare dell'oggetività y La sfida al labirinto)
en los que enunciaba una poética ético-cognoscitiva que intentaba
definir la situación del hombre contemporáneo dentro de un mundo cada
vez más complejo y difícil de descifrar. Entraba así en contacto con una
corriente naciente de neo-vanguardia, en cuya poética Calvino veía una profundización en las razones de la tecnología y la industria.
En 1963 publicó La giornata d'uno scrutatore, un libro que, de alguna manera, apareció fuera de lugar y a destiempo. Mientras el llamado Gruppo 63
proponía textos rupturistas, Calvino publicó un texto que era todo lo
contrario a los ideales neo-vanguardistas del citado grupo: una novela
sociológica, psicológica e ideológica.
Aquel mismo año publicó Marcovaldo, ovvero le stagioni in città una recopilación de fábulas modernas en las cuales se evidencia el contraste entre naturaleza y progreso.
En 1964 hizo un viaje a Cuba que le permitió visitar la casa donde había vivido con sus padres y realizar diversos encuentros, uno de los cuales fue con Ernesto Che Guevara. El 19 de febrero, en La Habana, se casaba con la argentina Esther Judit Singer, Chichita. Juntos se fueron a vivir a Roma,
donde un año después nacerá su hija Giovanna. La atmósfera cultural
italiana había cambiado mucho. La neo-vanguardia había consolidado sus
posiciones de prestigio y el estructuralismo y la semiología se habían convertido en las ciencias sociales a las que todos se referían. De estos años son Le Cosmicomiche (1965), una recopilación de cuentos aparentemente de ciencia-ficción pero que en realidad se basan en una corriente fantástica y surreal. Y Ti con zero (Tiempo cero) de 1967 que comparte muchas de estas características.
En 1967 se trasladó a París, incrementó su interés por las ciencias naturales y la sociología y entró en contacto con el grupo Oulipo. Il castello dei destini incrociati (1969), La taverna dei destini incrociati (1973), Le città invisibili (1972) y Se una notte d'inverno un viaggiatore
(1979), las obras que pertenecen a su llamada época combinatoria, son
una muestra de como influyeron en Italo Calvino estos contactos. El
método de construcción de estas obras se basa en la utilización de las
diferentes combinaciones de un cierto número de elementos (como las
figuras del tarot en Il castello...), que dan origen potencialmente a innumerables acontecimientos.
En 1980 volvió a Roma junto con su familia. En 1983 publicó Palomar, en el cual la anécdota se reduce al máximo, en favor de las reflexiones metafísicas y las descripciones.
Italo Calvino padeció un ataque de ictus cerebral en 1985, en Roccamare de Castiglione della Pescaia donde pasaba las vacaciones. Estaba trabajando en una serie de conferencias que tenía que impartir en la Universidad Harvard (y que serían publicadas póstumamente con el título de Lezioni americane, o en español Seis propuestas para el próximo milenio). Fue llevado al hospital de Santa Maria della Scala, pero no pudo superar la noche del 18 al 19 de septiembre y murió.
Póstumamente se publicaron, entre otros libros: Sotto il sole giaguaro, La strada di San Giovanni y Prima che tu dica pronto.
El neorrealismo más que una escuela fue una manera de sentir común a los jóvenes escritores que después de la Segunda Guerra Mundial
se sentían depositarios de una realidad social nueva. Fue en este clima
intelectual que Italo Calvino concibió una breve novela Il sentiero dei nidi di ragno y un cierto número de cuentos que aparecerían agrupados bajo el título de Ultimo viene il corvo.
Los dos libros revelan un escritor con una singular capacidad para
representar la realidad, conjugando el compromiso político y la
literatura de una manera espontánea y ligera. Según contaba el propio
escritor, después de la guerra había intentado contar su experiencia partisana
en primera persona, pero sin obtener resultados satisfactorios. Cuando,
en cambio, empezó a escribir las historias que no le afectaban
personalmente y adoptó un punto de vista objetivo consiguió un trabajo a
la altura de sus propósitos. Sus recuerdos de adolescente y las luchas
partisanas se convirtieron en oportunidades para el conocimiento del
mundo: cada gesto intenta desvelar su significado.
En Il sentiero dei nidi di ragno, la adopción del punto de
vista de Pin —el adolescente protagonista de la narración— hace posible
el carácter fabuloso y fantástico del libro. Mediante esta técnica el
escritor puede describir la realidad como si se tratase de un sueño pero
sin hacerle perder consistencia. Le permite, además, escribir una
novela sobre la resistencia sin caer en una retórica excesiva.
Con este libro, Calvino inicia un modo de trabajar que se convertirá
en una de sus características intrínsecas: la simplificación de la forma
narrativa de manera que toda la obra se convierte en algo legible por
diferentes tipos de lector, incluso por lectores no demasiado atentos.
Calvino siempre se había sentido atraído por la literatura popular, especialmente por el mundo de las fábulas.
I nostri antenati: Con Il visconte dimezzato va un poco
más allá en su camino de la invención fantástica. Ahora se instala
completamente dentro del campo de la fábula y de la fabulación. Si eso
permite una primera lectura en cierta manera superficial, pero
agradable, la novela tiene, además, otra lectura más alegórica y
simbólica, ésta, cargada de significados históricos y políticos,
públicos y privados (demediamiento como división entre ética e
ideología, entre bloques políticos y como división entre ilusión y
realidad). La conclusión de la novela sería, pues, una invitación a la
moderación y al equilibrio, ya que nadie es depositario de la verdad
absoluta.
Muchas de estas características se encuentran también en las otras dos novelas que completan la trilogía. El protagonista de Il barone rampante (El barón rampante) es el alter ego del autor que acaba de abandonar el Partido Comunista
y la idea de la literatura como mensaje político. El hombre, a su
entender, se ha de desvincular de los condicionamientos ideológicos y
políticos, de las ideas preconcebidas y de las imposiciones
intelectuales. La novela, ambientada en la Italia del siglo XVIII es al mismo tiempo una reivindicación ilustrada de la realidad.
En Il cavaliere inesistente (El caballero inexistente) esta fe
en la realidad, sin embargo, ha entrado en crisis. La realidad parece
algo irracional. Y el pesimismo de Calvino se hace más profundo.
Aparte de la producción alegórica y simbólica, Calvino también
produce una narrativa que tiene como objeto, a pesar de mantener la contaminación
proveniente del mundo de lo fabuloso y a menudo del absurdo, la
realidad contemporánea al autor. Reexamina la sociedad y el lugar que el
intelectual (a quien niega unas posibilidades reales de intervención)
ocupa en ella. Este dualismo narrativa-literatura ideológica no sólo se
encuentra en Calvino. Es igualmente presente en otros autores italianos
de la época. Un ejemplo de ello es Elio Vittorini.
Sin embargo, Calvino resuelve el dilema aceptando una literatura en la
cual sólo un lector atento sea capaz de percibir más de un nivel de
lectura. Vittorini, en cambio, no conseguirá resolver esta contradicción
y acabará por no aceptar una literatura no-ideológica y renunciará a la
escritura (1956).
Aparte de la trilogía también pertenecen a este periodo dos libros más: Marcovaldo y La giornata d'uno scrutatore
Marcovaldo ovvero Le stagioni in città se articula en dos series publicadas en dos fechas diferentes (1958 y 1963),
lo que permite apreciar la evolución del autor. La primera serie se
acerca más al terreno de la fábula, mientras que la segunda trata los
mismos temas —los temas de la sociedad urbana— pero llevándolos, en
cambio, de manera irónica hacia el absurdo. En cierta manera, además, se
puede decir que el personaje central de Marcovaldo prefigura el de Palomar y su peculiar mirada sobre la realidad.
En 1963 Calvino acaba con una fase de su producción literaria que
coincide, aunque sea de manera aproximada, con la década de los
cincuenta. Su despedida de esta década es La giornata d'uno scrutatore. Un militante comunista actúa como interventor electoral (scrutatore) del Partido Comunista de Italia
en un manicomio. Este hecho le hará entrar en crisis cuando se enfrente
con la irracionalidad. Según dijo el propio autor, los temas tratados
en el libro, la infelicidad, el dolor o la responsabilidad de la
procreación nunca se había atrevido a tocarlos hasta entonces. La giornata supondrá, además, una suerte de relación de su propio recorrido ideológico.
Después vendrá Sfida al labirinto (dell'esistenza) donde
Calvino toma posición el debate sobre el lugar a ocupar por el
intelectual que, según él, ha de individuar los modelos teóricos éticos y
cognoscitivos que nos puedan permitir entender, aunque sea de manera
parcial, el caos de la realidad y dar así un sentido a nuestra
existencia.
Sin embargo, dos libros, en los que se aprecia el influjo de diferentes ciencias, Le cosmicomiche y Ti con zero (Tiempo cero) abrirán una nueva fase de ciencia-ficción.
En verdad, no obstante, no nos encontramos delante de libros de
ciencia-ficción. Lo que Calvino hace es reflejar una peculiar proyección
de su análisis humano y social. De hecho, en los últimos cuentos de Ti con zero, los protagonistas ya no son los mismos que en el resto del libro o en Le cosmicomiche, por decirlo de alguna manera, ya no son tan de ciencia-ficción, sino que son personas normales
que buscan una solución científica a sus problemas. Calvino se pregunta
hasta qué punto la razón y la ciencia pueden modificar la relación
concreta del hombre con el mundo. La búsqueda existencial, aunque
frustrada, no se interrumpirá nunca.
En los años sesenta, Calvino se apunta a una nueva manera de hacer
literatura, entendida ya como artificio, ya como un juego combinatorio. A
su entender, hay que hacer visible la estructura de la narración para
el lector y así aumentar su complicidad. Es en esta época cuando Calvino
se acerca a una clase de escritura que podría ser definida como
combinatoria porque el mismo mecanismo que permite escribir asume un
papel central en el interior de la obra. Calvino, de hecho, se ha
convencido de que el universo lingüístico ha suplantado a la realidad y
concibe la novela como un mecanismo que juega con las posibles
combinaciones de las palabras. A pesar de que este aspecto puede ser
considerado como el más cercano a la neo-vanguardia, Calvino se
distancia de ella tanto por su estilo como por su lenguaje,
extremadamente compresibles ambos.
Esta nueva concepción de Calvino es fruto de numerosas influencias: el estructuralismo y la semiología, las lecciones impartidas por Roland Barthes sobre el ars combinatoria, el acercamiento al Oulipo de Raymond Queneau, la escritura laberíntica de Jorge Luis Borges, además de la relectura del Tristram Shandy de Laurence Sterne a quien definirá como el padre de todas la novelas de vanguardia de nuestro siglo.
Cristalización de esta nueva concepción de la literatura será Il Castello dei destini incrociati (1969) al que se añadirá en 1973 La Taverna dei destini incrociati y donde el recorrido narrativo es confiado a la combinación de las cartas del tarot.
Un grupo de viajeros se encuentran en un castillo. Cada uno de ellos
tendrá una aventura que contar pero no pueden porque han perdido la voz.
Para comunicarse, por tanto, utilizan las cartas del tarot y así
reconstruyen, gracias a las cartas, los sucesos que les han ocurrido. En
este libro, Calvino utiliza las cartas del tarot como un sistema de
señales, como un auténtico lenguaje propio. Cada figura impresa depende
del contexto en el que es pronunciada. El intento de Calvino consiste en
quitar la máscara de los mecanismos que están en la base de todas las
narraciones. La novela, pues, va más allá de sí misma, ya que es una
reflexión sobre su propia naturaleza y configuración.
Este juego combinatorio también ocupa un lugar central en su siguiente libro, Le città invisibili (1972) (Las ciudades invisibles), una especie de reescritura del Libro de las maravillas de Marco Polo, en el que es el veneciano quien describe a Kublai Khan
las ciudades de su imperio. Estas ciudades, sin embargo, no existen en
otro lugar que en la imaginación de Marco Polo, viven nada más que
dentro de sus palabras. Por tanto, para Calvino, la narración puede
crear mundos, pero no pude destruir «el infierno de los vivos» que está a
nuestro alrededor y para combatirlo, como se sugiere en la conclusión
de la novela, no se puede hacer otra cosa que no sea dar valor a aquello
que no es infierno.
En Las ciudades invisibles la exhibición de los mecanismos combinatorios de la narración todavía es más explicita que el El Castillo...,
lo es incluso en la estructura misma de la novela, segmentada en textos
breves que se suceden dentro de un estructura de marco.
Las ciudades..., de hecho, está compuesta por nueve capítulos,
cada uno dentro de un marco en cursiva en el cual sucede el diálogo
entre el emperador de los tártaros,
Kublai Khan, y Marco Polo. Dentro de los capítulos se narra la
descripción de cincuenta ciudades, según unos núcleos temáticos. Esta
construcción arquitectónica compleja está indudablemente dirigida a la
reflexión del lector sobre las modalidades compositivas de la obra. En
este sentido, Las ciudades invisibles es una novela fuertemente metatextual, ya que induce a la producción de reflexiones sobre sí mismo y sobre el funcionamiento de la narrativa en general.
Sin embargo, la obra más metanarrativa de Calvino es seguramente Se una notte d'inverno un viaggiatore
(1979). En esta novela, más que en ninguna otra, Calvino desnuda los
mecanismos de la narración, desencadenando una reflexión sobre la
práctica de la escritura y sobre las relaciones entre el escritor y el
lector. El libro lo forman diez capítulos insertos en un marco: en
verdad los capítulos son diez incipit de otras tantas novelas. En el marco,
sin embargo, se narra la historia entre el Lector y la Ludmilla, la
Lectora, una aventura tradicional a la que no le falta el final feliz.
La narración empieza con el Lector que va a comprar un ejemplar de la
novela de Calvino Se una notte d'inverno... pero que después de
unas cuantas páginas descubre que el libro está defectuoso, está
compuesto por cuentos todos iguales. Vuelve entonces a la librería y
allí encuentra a Ludmilla (a quien le ha ocurrido lo mismo). Así empieza
una historia compuesta sólo con principios de novelas. Cada vez que
Ludmilla y el Lector se sumergen en una novela por la que se apasionan,
la narración se interrumpe por los más diversos motivos. Al final el
Lector no conseguirá completar la lectura de las novelas, pero se casará
con la Lectora a quien, en la cama, antes de apagar la luz, dirá que
está acabando de leer Se una notte d'inverno un viaggiatore de
Italo Calvino. Los diez principios de que se compone el libro
corresponden cada uno a un tipo diferente de narración. Con este ejercicio de estilo a la manera de Queneau,
Calvino ejemplifica cuales son los modelos y los estilos de la novela
moderna (desde el de neo-vanguardia hasta en neo-realista, desde el
existencial al fantástico y surreal). En la base de la narración está
encajado el esquema de las Mil y una noches, dentro del que Calvino coloca las sugerencias y las solicitudes provenientes de la novela contemporánea.
Se una notte d'inverno... es substancialmente un juego en el que Calvino, casi de manera provocativa, hace gala de sus trucos
de narrador. Pero es un juego serio, casi dramático, porque quiere
mostrar la imposibilidad de conseguir el conocimiento de la realidad. La
novela tuvo un éxito considerable, tanto en Italia, como en otros
países, especialmente en los Estados Unidos, donde fue leído de manera inmediata como un ejemplo de literatura posmoderna. Obras. Orlando furioso. 2013.Un misterio en el laberinto.2013.Seis propuestas para el próximo milenio 2012.El camino de San Giovanni 2012.La hormiga argentina. 2012.La entrada en guerra 2011.Correspondencia (1940-1985) 2010.Por qué leer a los clásicos 2009.Mundo escrito y mundo no escrito 2006.Cuentos populares italianos 2003.Ermitaño en París. Páginas autobiográficas 2001 (2004).La gran bonanza de las antillas 1991.(2012).Bajo el sol jaguar 1988 (2010).Cuentos fantásticos del siglo XIX 1985 (2005).Seis propuestas para un nuevo milenio 1985.Palomar 1983 (2001). Colección de arena 1980 (2001).De fábula 1980. Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad 1980 (2013).Si una noche de invierno un viajero 1979.La taberna de los destinos cruzados 1973.Las ciudades invisibles 1972 (2013).Los amores difíciles 1970 (2009). El castillo de los destinos cruzados 1969. Irene, la prostituta más grande del mundo 1968.Tiempo cero 1966.Las cosmicómicas 1965 (2011).La jornada de un interventor electoral 1963 (2012).Marcovaldo 1963 Nuestros antepasados 1960. El caballero inexistente 1959.La nube de smog1958.El barón rampante 1957.La especulación inmobiliaria.1957 (2010).El vizconde demediado.1952 (2010).Los jóvenes del Po. 1951. Por último, el cuervo.1949.El sendero de los nidos de araña 1947. (2010).
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto:El cuento del día. Bibliografía:lecturalia.com. Foto:internet