Probablemente sea el modo más familiar, más primigenio, con la que el policía Harry Bosch se exprese y se acompañe. El personaje creado por Michael Connelly se alimenta de saxo y café
Una casa similar a la de Harry Bosch./elpais.com |
"Saqué el saxofón de su funda y lo
coloqué en posición, preparado para tocar. Siempre empezábamos cada
lección conmigo tratando de interpretar Lullaby, una canción de George Cables
que había oido por primera vez en un disco de Frank Morgan. Era una
balada lenta y fácil de tocar para mí. Pero tambíen una composición
maravillosa. Era triste y categórica y levanta el ánimo, todo al mismo
tiempo. La canción apenas tenía un minuto y medio pero para mi decía
todo lo que hay que decir sobre estar solo en el mundo"
Probablemente sea el modo más
familiar, más primigenio, con la que el policía Harry Bosch se exprese y se
acompañe. El personaje creado por el periodista Michael Connelly hace 11 años
se alimenta de saxo y café.
Este es un particular homenaje al detective del autor estadounidense
que forma parte de la serie Los detectives de nuestra vida.
Su madre, la prostituta que
le bautizó como Hyeronimus, acostumbraba a "escuchar discos cubiertos con
fotografías de artistas negros". El extraño nombre y la afición al mejor jazz
fueron, al final, una herencia distinguida para un héroe obsesionado por hacer
justicia, fuese quien fuese la víctima.
La música le acompaña en sus
cavilaciones, o mejor, en sus sentimientos, mirando desde su casa el valle de
San Fernando, cerca de Los Ángeles. Es un nodo de conexión con las mujeres de su vida y le auxilia
cuando se detiene en sus pesquisas.
Me gusta Bosch, que nos ha acompañado en 18 libros (el último de ellos, La caja negra) por
casi todo: la obstinación, la humilde y tenaz rebelión hacia cualquier
jerarquía que le distraiga de su trabajo, que no es otro que el de
resolver con brillantez y muchas heridas, sí, los casos en lo que se ve
implicado…
Pero
lo que más me atrae es esos sonidos que me acercan
desde una esquina auditiva a su esencia. No acaba de convencerme su
extraña candidez, no me resulta creíble esa inocencia en quien fue un
niño sometido al asesinato de su madre, adoptado varias veces entre
estancias en orfanatos, un
soldado aterrado en Vietnam y el incansable buscador de un padre al que
solo conoció casi en el lecho de muerte. Harry debería a estas alturas
convivir
atormentadamente con las infinitas marcas de su biografía. Sin embargo
parece un ser puro y rematadamente sentimental.
Por eso el
saxo de Art Pepper, retorciéndose lastimeramente, me resulta más próximo al hombre magullado
al que creo conocer. Miles Davis me habla de un Bosch más cercano y singular, así como Bill Evans. Soul Eyes, de John Coltrane, me
transporta a los momentos en que Bosch mira a los ojos de sus mujeres,
quizá sabiendo de antemano que pasarán por su vida dejándole, al final,
rematadamente solo... Y con Willow weep for me, de Clifford Brown, que me resulta, en triste, tan similar a Summertime, le veo llorar entre las luces de una ciudad vacía en las horas de la madrugada. Y es curioso, hasta What a wonderful day, de Louis Armstrong, cuya letra es una celebración de la existencia, es sinónimo de soledad para Harry, el leit motiv de su vida. Así lo manifiesta en El último coyote.
Pero todo comenzó con Frank Morgan (en la imagen),
el saxofonista cuya carrera se vio interrumpida por 30 años de adicción
a la heroina. El músico, aplastado por la responsabilidad de ser el
nuevo Charlie Parker, pagó la factura con 20 años de prisión hasta su
retorno en 1986. Bosch adora su versión de Lullaby. Pero lo que yo, al menos no sabía, es que aquella canción sonaba en el reproductor de Connelly cada día antes de que se sentase a escribir la primera novela del detective, El eco negro. El
autor primerizo había hallado el himno de su personaje. Quería que
conviviera con músicos que habían superado grandes dificultades, como
Harry, para conseguir sus propósitos. Y es el caso de casi todos ellos:
Morgan, Coltrane, que pasó años enredado en las drogas o el alcohol;
Pepper, cuya dependencia le alejó 10 años de los escenarios; Evans,
consagrado a la metadona, Rollings, adicto brevemente a los estimulantes
o Armstrong, muy amante de la marihuana.
Me
gustaba pensar que Harry Bosch era más hijo del sonido más original del pasado
siglo que de cualquier otra inspiración. Y no me equivoqué.