El péndulo de la historia a veces juega a favor. ¿Recuerdan cuando la
novela negra era un género menor, casi vergonzoso, y en ciertos
ambientes comentarla parecía necesitar una buena excusa, como lo cómoda
que había sido la hamaca? Difícil justificar que uno se había zampado Milleniumo que era adicto a Wallander. Lo propio era hacer como si hubiera pasado el verano leyendo a Victor Klemperer. Que tal vez.
Y está claro que Stieg Larsson no es Cervantes, ni Nooteboom, ni Le
Clézio, pero que las miles de páginas que tejió no solo atrapan, sino
que pintan con las herramientas del arte una imagen del mundo que no
está en las guías ni en la prensa. Sino escondida.
Y eso ha sido lo interesante. De pronto, para conocer Grecia
necesitamos leer a Markaris, para saber de Perú nos gustó Roncagliolo,
para recorrer México nos sirvió el desasosegante Yuri Herrera, los
países nórdicos perdieron su espejito mágico de la mano de Jo Nesbo o
Henning Mankel; y la cocina y los criminales de Sicilia no tuvieron
mejor escaparate que Camilleri. Y es entonces cuando empezamos a admitir
que las mejores tragedias griegas o las obras maestras de Shakespeare
nos contaban cosas parecidas. Con intriga, con dolor, con muerte y
desesperación. Con calidad.
Hoy, la situación no solo ha dado un giro sensacional, sino que nada
ni nadie parecen brillar sin aproximarse a la etiqueta negra, que
contagia pompas de glamour a quien se acerque. Los focos del escenario
se han girado hacia el universo negro y, si te sitúas a tiro, eres
tendencia. Los últimos grandes en apuntarse han sido el premio Princesa
de Asturias de las Letras, concedido a Leonardo Padura; el Planeta que
ganó Jorge Zepeda Patterson; y los Goya, que llovieron sobre un producto
canónico como Isla Mínima.
“Recuerdo cuando trajimos a Padura y vendió dos ejemplares, uno de
ellos a la propia librera…”, cuenta Ángel de la Calle, director de
Contenidos de la Semana Negra. “Y hoy es premio Princesa de Asturias”.
Estamos a bordo del tren negro, que lleva a decenas de autores a la cita más veterana y callejera del género: la Semana Negra de Gijón,
que mantiene la chispa después del susto que supuso la victoria del
Foro Asturias en una región de tradición roja, como manda el reglamento
negro. Con menos presupuesto, pero las mismas ganas, arranca el
festival, y bajo el foco no solo están los grandes autores del momento,
sino una colección de estrellas que poco o nada tienen que ver con la
sangre y las pistolas, pero sí con la diversidad que ha llegado hasta
aquí: desde Sergio Ramírez y su enorme Sara, novela cargada de
humor fino, habilidad y riqueza, hasta Gioconda Belli en recital poético
con Luis García Montero; pasando por Luis Alberto de Cuenca, Antonio
Muñoz Molina o Elvira Lindo.
Porque para que todo esto haya sido posible, cuenta De la Calle, no
es que la novela negra se haya abierto a otros géneros o territorios,
que también; es que los demás se abrieron al negro. Por eso están hoy
aquí.
“Triunfa lo negro, sí, porque son tiempos negros, duros y
complicados”, asegura el director. “La novela negra está ejerciendo de
espejo del poder; el poder se mira en él y no le gusta lo que ve. Por
eso triunfa”.
“Todo lo que tiene que ver con el mal, con el genoma conectado a la
capacidad del hombre para hacer daño nos atrae, nos reconocemos en el
mal, nos sentimos cómodos”, asegura el autor argentino Marcelo Luján.
“Lo negro triunfa por lo noble y por lo innoble. Por el negocio, pero
también porque hay muchos buenos escritores. La novela negra se ha
convertido en algo que complementa el periodismo porque está dando
literatura a la realidad”, asegura el también argentino Carlos Salem.
“Esto consiste en cuestionar los límites de nuestras democracias”, dice
el colombiano Gustavo Forero, autor de Desaparición, novela que
narra la toma del Palacio de Justicia por el M-19, EN 1985. La misma
Gioconda Belli, a bordo del tren negro que ayer viernes nos ha traído a
Gijón, nos cuenta que también prepara una novela criminal. “Me interesa
el aspecto psicológico de esa parte oscura del ser humano”.
La explosión negra también brilla en televisión, donde las series más
exitosas también cumplen los cánones, desde Europa a Estados Unidos.
Porque el fenómeno es tan global que no se vislumbra una marcha atrás.
Si el péndulo de la historia se anima a quedarse en el lado bueno del
mal, hará justicia. Iluminará para siempre el inevitable lado oscuro
que llevamos dentro, desde los tiempos del Antiguo Testamento a los de
Shakespeare. O hasta hoy.