Un libro repasa la desgraciada historia de las relaciones de Franz Kafka con las mujeres
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Grete Bloch. |
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Dora Dymant. |
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Franz Kafka junto a Felice Bauer. |
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Milena Jesenská./elperiodico.com |
La figura y la obra de Franz Kafka puede ser examinada desde muchos
puntos de vista parciales. El judaísmo. La tensión existente con la
figura paterna. La conexión entre los sueños y su ficción. El humor, el
absurdo... Sus vínculos con Praga, y la convivencia de las culturas
alemana y checa. O su relación con las mujeres, que es como se aproximó a
Kafka el erudito Nahum N. Glatzer en un libro publicado en 1986, Los amores de Franz Kafka,
traducido por primera vez al castellano para Ediciones del Subsuelo. Un
vaciado, comentado e interpretado, de la información dispersa en la
correspondencia y los diarios de Kafka, de sus amantes y de su amigo Max
Brod.
Como todo lo que tenga que ver con el escritor checo, no
se trata de una cuestión fácil. Kafka siente repugnancia ante el acto
sexual -el deseo "de una bien definida abominación, de algo levemente repugnante, penoso, inmundo"-
pero mantiene relaciones que no se quedan ni mucho menos en lo
epistolar. No deja de sentir la necesidad de ser amado por una mujer,
por una después de otra, o al mismo tiempo, pero la opinión sobre las
capacidades de estas es como poco displicente -"es curiosa la falta de agudez de las mujeres"-. Se siente inválido para el matrimonio -"no soy espiritualmente apto", dice-,
pero se compromete tres veces (dos con la misma mujer). Demasiada
confusión, que lleva a Glatzer a preguntarse, ya en la primera línea del
prefacio, "si Franz Kafka sabía qué es el amor".
La editora Laura Claravall cree que, al margen del valor de la selección de textos que Glatzer utiliza, este muestra "ecuanimidad, al margen de interpretaciones sensacionalistas y con el espíritu de dar una imagen lo más clarificadora posible".Glatzer
repasa cada una de las relaciones que mantuvo Kafka (incluyendo la
fraternal con quien cree que fue su verdadero amor, su hermana Ottla):
un primer intercambio carnal con una dependienta que, en la habitación
de una pensión, realiza "una pequeñísima cosa repugnante" que le
hace retraerse; el encuentro, relación epistolar, compromiso y ruptura,
entre 1912 y 1917, con la secretaria de dirección berlinesa Felice
Bauer, una mujer "con los pies en el suelo, sana, enérgica y de gustos básicamente burgueses";
durante este periodo, la relación en un balneario con la jovencísima
suiza Gerti Wasner y con la amiga de Bauer Grete Bloch, que debía mediar
entre ambos y acabó, según su versión, teniendo un hijo con Kafka,
fallecido a los 7 años; tras la ruptura con Felice, la relación con la
traductora y escritora Milena Jesenská, de 1919 a 1923, truncada por la
enfermedad de Kafka y las reticencias de ella, de las que se lamentaría
amargamente, a romper con su matrimonio; y finalmente, en el último año
de su vida, su desesperado proyecto de vida con la militante sionista
Dora Dymant, con quien fantaseaba con abrir un restaurante en Palestina y
que le acompañó hasta su muerte en 1924.
En lo más parecido a una síntesis de la cuestión con la que empieza el libro, Glatzer concluye: "El
amor no era lo bastante fuerte para superar su soledad, mientras que su
soledad era demasiado fuerte para permitir que el amor creciese".