La pasión por el fútbol es capaz de
encender y apagar otras pasiones. Esta historia de hinchas obsesionados y
amores fallidos revela una versión de los tristes excesos del fanatismo
|
Ilustración David Avend./elmalpensante.com |
Las pasiones de los hombres son inescrutables. Un amigo argentino, al
que llamaré Pipo Perfumo, ha orientado su vida en torno al fútbol.
Decir esto no es nada. La mayoría de sus paisanos decide sus domingos
como él. Lo singular es que su entrega alteró otra zona de su vida.
Nos conocemos desde hace más de cuarenta años. Llegó a México en la
adolescencia en compañía de sus padres (profesores universitarios
amenazados por los militares) y se integró a la comunidad “argenmex” de
Villa Olímpica sin mostrar otra seña de nostalgia que el anhelo por
ciertos alfajores de Mar del Plata, hasta que un día decidió volver a su
país para que sus futuros hijos supieran lo que significa apoyar al
River Plate.
Lo visité en Buenos Aires en 2011, cuando el equipo de la franja
acababa de descender a segunda división por vez primera en su historia.
Pensé que lo encontraría conmocionado. En sus años de exilio me había
hablado no solo de los jugadores que había visto, sino de Carrizo,
Labruna y Sívori, con la pericia de quien ha atestiguado sus hazañas en
el Estadio Monumental.
Para mi sorpresa, encontré a un hombre más abatido por la edad y la
dificultad para vender su departamento en dólares, que por el descenso
de su equipo. “He sufrido cosas peores”, dijo, como si recitara el
estribillo de un tango. “¿Te acuerdas de Laurita?”, preguntó, apagando
con excesivo énfasis un cigarro.
Era imposible no recordarla, por su belleza y porque Pipo estuvo a
punto de morir por ella. Durante más noches de las que vale la pena
recordar, lo oímos hablar de algo que, a falta de mejor calificativo, él
llamaba “falencia”.
Laurita había sido su Novia Ideal, la chica que nunca se aburría con
su demorada descripción de los jugadores que integraron la legendaria
“Máquina” de River. Todo funcionó de maravilla hasta el momento del
encuentro íntimo. Viajaron a Acapulco, compartieron un día de sol que
ella mejoró con su bikini, y regresaron al hotel. Ahí, él se quedó
pasmado ante el portentoso cuerpo de su amada y su incapacidad de
reaccionar al respecto. A eso le llamaba “falencia”.
Pipo sufrió el estupor del enamorado que no está a la altura de su
deseo en un tiempo en que la química no había inventado pastillas azules
para las “falencias”. Un tiempo antiguo, de bikinis anchos (el dato es
importante).
Mi amigo se sintió tan humillado que rompió la relación. Laurita
había sido comprensiva pero no paciente; trató de tranquilizarlo sin ser
su terapeuta, y a los dos meses se comprometió con un arquitecto.
Pipo quedó devastado. Ese fue el Momento Oscuro de su vida. A partir
de entonces sería, para siempre, la persona que no consumó su pasión con
Laurita.
¿Qué tenía que ver eso con la caída de River a segunda división? En
forma directa, nada. Pero las pasiones turbulentas dan rodeos. “Mi mayor
decepción futbolística ya ocurrió”, Pipo encendió otro cigarro. “Solo
lo supe cuando leí Dudoso Noriega, de Juan Sasturain. Leer
ilustra, hermano. La novela se ubica en Mar del Plata. La gente se
asolea y pasan cosas”. Me quedé esperando el significado de las últimas
dos palabras: “...pasan cosas”.
Pipo Perfumo miró una gaviota que parecía extraviada en el cielo,
incapaz de encontrar el Río de la Plata. Luego dijo: “Nunca me gustó la
playa, pero las mujeres quieren tirarse al sol. Fui consecuente, Juan”.
Esperé que volviera a ser consecuente y aclarara el enigma de una
vez: “Cuando llegamos al cuarto, ella se quitó el bikini”, recordó.
“Venimos de un mundo de bikinis anchos. La mina se había bronceado tanto
que tenía una franja blanca en el pecho y me paralicé. ¡Su piel parecía
la camiseta de Boca! Soy de River, ¡qué iba a hacer! Entonces no me di
cuenta de eso. Solo lo supe al leer el libro. Sasturain habla del
bronceado que de pronto parece una camiseta de Boca. Así entendí el
horror que me provocó ese cuerpo glorioso. De haberlo entendido a
tiempo, habría esperado a que ese efecto demoledor desapareciera de su
piel. Pero no supe analizar mi miedo. En Acapulco sentí un espanto
cósmico y nada más. El fútbol puede provocar eso: si no lo compensas con
educación, te aniquila. Tienes que conocer los límites de tu fanatismo.
Te pido que escribas de eso. Los bikinis de ahora son más pequeños,
pero por ahí despistan a alguno. Además, el fundamentalismo es como la
humedad, se mete en todas partes. Me fui a segunda división antes de que
se fuera River. ¡Por no leer, hermano, por no leer!”.
Alzó la vista. La gaviota había desaparecido. El cielo, rayado de nubes, parecía la camiseta de la selección argentina.