sábado, 11 de julio de 2015

Una beldad viaja al ciberespacio

Entrevista. Mezcla de incorrección política y sensualidad mundana, Pola Oloixarac sacudió el ambiente literario en 2008 con su primera novela,  Las teorías salvajes. En la segunda, poder y tecnología mandan

Recrearse. “Necesito mis máscaras”, dice Oloixarac. Aquí, abrazada a su gata Gmail./revista Ñ.

"Gmail, Gmail” no rima bien con “Miau, Miau”. Será por eso que el diálogo entre gata y dueña no cuaja, y el animal se esfuma escaleras arriba. Sabíamos de un felino bautizado Teodoro W. Adorno; de otro al que le pusieron Montaigne, pero ¿Gmail? Semejante bautizo resulta coherente en una casa como ésta enredada en Parque Chas, sobre alguna de esas calles que forman un laberinto circular. Ciclón fijo que bate nombres de ciudades internacionales sin coherencia de mapa (“¿Viste? Cádiz, Atenas y Liverpool están ahí nomás”). No fue fácil llegar hasta acá, por eso ella nos esperó visible, brazo en alto, como si el portón fuera un muelle. Una Loren de ángulos hindúes y mejillas plegables en holluelos. Bata al viento, de las que podría haber llevado un samurái.
Pola Oloixarac –algo que suena a Elena Poniatowska y a Axolotl o cualquier cosa que muerda una “x” de exotismo– nos recibe en un living donde se despliega la biblioteca en gran angular. Lideran el rincón las Dream Notes firmadas por el mismo filósofo que cedió su apellido al gato cortazariano. No abundan los lomos amarillos como era de suponer. En su mayoría, los títulos se aprietan alfabéticamente en inglés (Palahniuk, Pound, Pynchon...). Para contrastar la postal costumbrista de Buenos Aires 2015 (una bandeja que ofrece Chocolinas y Rumbas con etiquetas de súper chino), se elevan sublimes en la pared imágenes de orquídeas, insectos de Surinam y un pulpo negro despeinado de tentáculos. Indudablemente, aterrizamos en el laboratorio de novelas como Las teorías salvajes (2008) y Las constelaciones oscuras (2015), sin contar el libreto de la ópera Hércules en el Mato Grosso (2014). Gmail, Pynchon, Chocolinas, Adorno y Orchidaceae… La irrupción de Oloixarac en lo que denomina el CIA (Campo Intelectual Argentino) hará siete años, llegó escoltada por certeros faros del mundo literario como Piglia (“Su prosa es el gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina”, Ricardo dixit ) y el crítico y profesor Daniel Link, primero. Luego, a la altura de la primera reedición (ya suma cinco), organizó una presentación-brindis de su debut literario en la Biblioteca Nacional, donde ya se insinuaban sus dotes de escritora-performer. Saboreen la escena en YouTube: a la mesa, tres académicos de negro –el crítico Ariel Schettini, el sociólogo Horacio González y el filósofo Jorge Dotti– cercan a una gatita resbaladiza como la de Pepe Le Pew, justamente al momento de comentar una novela donde una estudiante de filosofía intenta levantarse a un profesor. Esta mujer vaya que atesora obra en YouTube: no se pierdan su versión bossa de la Marcha Peronista o el mediometraje televisivo made in Brasil O Universo de Pola Oloixarac .
Apenas publicada, Las teorías salvajes levantó polvareda. Tanto Beatriz Sarlo como los Angry Young Men del site Planta escribieron sendos juicios, con algún rescate por un lado, y por el otro, con una condena absoluta alla Marcelo Polino (“Decir que Oloixarac es un escritora de derecha es erróneo: no es escritora”). Y en medio del polvo, el mapa eroto-teórico que pintaba el libro acabó por superponerse al territorio. Si hasta al brillante crítico español Jorge Carrión se le escapó en una nota al pie que la escritora “estaba buena”. Todos iban cayendo en la telaraña del libro. Incluso la ambición estratégica que podían achacarle a la autora estaba ya tematizada ahí, a la vista de una narradora con un plan de seducción calculadísimo. La novela no se venía con chiquitas, aspiraba a levar cual fresco épico de época: como vista desde el ángulo de un barcito de Puán con Wi Fi, la Buenos Aires alegórica de Marechal buscaba intersectarse con la subcultural de Laura Ramos. Y el ramificado retrato generacional resultó un boom editorial, al punto de haber sido traducido a seis idiomas (entre ellos, ¡el finlandés!).
El primer personaje que inventó esta escritora fue ella misma, importando de Internet dos herramientas, el Nick y el Avatar. “El artista contemporáneo no puede ser un DNI; uno no puede ser carne del Estado”, ahí viene un sorbo de Coca Light, “el néctar del Antropoceno”, y retoma: “Yo prefiero crear mi propia especie y alejarme de mi ser legal. Está bueno crearse nuevas identidades. Es algo que la gente está haciendo todo el tiempo en Internet, ahí se autocura, se autoedita. Hice lo mismo para ser escritora, porque necesito mis máscaras. Como dice la frase, Larvatus Prodeo , avanzo enmascarada. Desde muy chica, a los 8 años, cuando había decidido que iba a ser escritora ya me había puesto seudónimo, Cora Málaga. Yo preferiría no poner atención en mi ser legal, porque ahí sí me siento re paranoica. Puedo hacer cosas libremente en mi vida porque tengo una modalidad playfull debajo de la máscara”.
–Pero haber inventado un nombre tan exótico alimenta más la curiosidad por lo que puedas estar ocultando…
–¡Cómo les encanta denunciar mi nombre de DNI! Pero, basta, yo me autoindexé: vos googleás Pola Oloixarac y sólo aparezco yo. Mi vida personal no me parece importante para nada, por eso jamás me pondría a escribir literatura del yo, del tipo “Me tomé un bondi, acá estoy con mi novio”, eso. Me considero poco interesante como tema. Por otra parte, hay que retrotraerse del Estado. Fijate lo que le pasó a Pablo Katchadjian con su El Aleph engordado .
–A ver.–Por usar su nombre legal, se involucró en un plagio con la obra borgeana, lo cual es seguir dentro de lo canónico, que es fijar una identidad, que para mí es lo que nunca hay que hacer. Por otro lado, intervenir un texto canónico como lo hizo él es dejar el canon en el trono en donde está y con más fuerza aún. Yo también trabajé con El Aleph en Las teorías… , pero lo pensé en relación a la tecnología, que es llevarlo a otro lugar, descentrarlo. La validez de la obra de Pablo quedó probada por ese problema judicial, que era parte del concepto. Así se está completando su obra, por eso no voy a ir al acto en la Biblioteca Nacional el viernes 3, ni firmé el petitorio a favor de su desprocesamiento. Sí escribí un artículo (googlear Hijos terroristas de Borges ), dando mi opinión. La verdad es que el capital simbólico que esta levantando Pablo con esta situación es tremendo: ¿qué son al final esos miles de pesos? Casi nada, es como pagarte una gran campaña de prensa. Y me parece de lo peor seguir insultando a Kodama: la tipa sigue haciendo lo que piensa que tiene que hacer. Es consecuente con su mundo.
–Volvamos a la paranoia.–Y, bueno, la forma en que funciona la literatura es la paranoia. Uno arma mundo. Y la definición clínica de paranoia tiene que ver con la construcción de un mundo. Me pasa que cuando me obsesiono con temas, empiezo a ver todo conectado; hasta que no entiendo la conexión, no paro. Sos un paranoico en el momento en que tenés las intuiciones, pero todavía no terminaste de hilar todo. Lo mismo sucede con el exceso de información en que vivimos. Por eso, es claro que tenemos que encontrar las armas cognitivas para aprehender un mundo que ya no es un mundo dado, que no es el kantiano, ya no existe un mapeo de antemano. Es un mundo de tantas layers , que nuestro esfuerzo tiene que ver con crearnos nuestras propias constelaciones.
Ajá, al fin desembocamos en el hashtag #ConstelacionesOscuras. Si en la novela debut uno de los atractivos para el lector joven pasaba por admirar el virtuosismo a la hora del linkeo (Morrissey/Borges/Snuff Movies, por citar un párrafo al azar), esta vez, las teorías salvajes prefirieron darse menos a la fuga, para “constelar” en una historia sobre el saber tecnológico, contada desde Latinoamérica y a escala de ciencia ficción (arranca en Las Canarias, allá por 1882, para no cerrarse del todo en Bariloche, llegando el 2024). Al final de la novela, las hilachas narrativas y teóricas se hilvanan de manera magistral, destilando un estilo que no denuncia precursores locales. “ Las teorías… tenía que ver con mi relación con las ciencias humanas, la antropología, la etnografía”, explica. “En ese entonces, mi milieu (medio) era la facultad, Puán, pero para esta novela me mudé a Ciudad Universitaria (risas), a Exactas. En este milieu hay sujetos políticos más complicados, que tienen otro rol en la aceleración del capitalismo. Me interesaba hacer una biografía de Internet a través de un personaje, atravesando los últimos bastiones libertarios instanciados en la historia de un hacker , Cassio. El empieza con un espíritu súper subversivo, cuando se pensaba que Internet iba a revolucionar todo, y de pronto eso se convierte en el campo de juego de todos, y al mismo tiempo se convierte en un proyecto político inconmensurable, como un Leviatán, que nunca había sido posible imaginar. De algún modo, en Las teorías… se ve la relación con un Leviatán que se basa en la relación entre Estado y violencia, pero en Las constelaciones… , el Leviatán ya no es humano, pertenece al mundo de la inteligencia artificial, que es mucho más enorme”.
–La novela arrincona al hacker entre la decisión de ser un capitán del caos o la de ser un soldado del capital.–Como sujeto político, el hacker nos predispone a una relación con el conocimiento muy especial: se da cuenta de que conocer es traicionar. Sólo a través de la destrucción puede saber y verificar las reglas. El suyo es como un modelo cognitivo destructivo, ya no se parece a ese sujeto kantiano que tiene sus categorías como cantidad o cualidad y las baja a la realidad y así la organiza. Este tipo para poder conocer se tiene que meter adentro de la máquina, que es como entrar a la selva y no saber con qué se va a encontrar. Por eso, en la novela hay hackers y virus makers como Cassio o Max, y también exploradores del siglo XIX, como Niklas. Cassio se enfrenta a la segunda naturaleza tecnológica, antropocénica, que es nuestro medio actual, pero en el 1800, Niklas exploraba la Naturaleza directamente, sin un camino pre-trazado, y como veía fenómenos que estaban fuera de los saberes de su época, tenía que inventar teorías. Considero al hacker el personaje político de la época. Son los únicos que se involucran en una relación compleja con la nueva configuración del poder, que no es la de la vieja militancia. Conozco de cerca a un montón de hackers desde chica (de hecho, está casada con un ex hacker y actual programador, que sus dedicatorias resumen como “EK”, gracias al cual investigó el barilochense Instituto Balseiro, locación básica de la novela). Consustanciados con la máquina, ellos ya están transitando un camino psicológico que no se aprecia mucho a sí mismo como humano.Ya empezaron a mutar como cyborgs , son los primeros mutantes. Y sí, todos pasan por ese momento en que tienen que decidir si dedicarse al mal o desmarginalizarse. Wikileaks compartió un video de los 90, donde unos hackers avisaban que la Web es re insegura, que la podían voltear en un segundo, que si el mundo no estalla es porque ellos eran gente muy copada.
–La novela busca iluminar un poco el lado oscuro, siniestro y conspirativo de Internet, pero la gente mascotizó las redes, siente que ahí no podría estar nunca el enemigo, sino los amigos de Facebook.–Si lo comparás con la economía política en el siglo XIX, el liberalismo insistía en que la libertad pasaba por poder comerciar; con la cibernética, ahora la libertad pasa porque te puedas comunicar. Parece que por ese lado pasan todas las revoluciones incluso en países pobres: si el tipo tiene Instagram, es la prueba de que sus derechos individuales están garantizados. Si subís tu foto desnudo a Twitter, sos libre.
–Peor es cuando se niega a Internet como medio de espionaje del mercado y de control del Estado, bajo la excusa de la “democracia tecnológica”.–Es una idea artera y funcional a lo que está pasando en realidad. Argentina tiene una de las mejores capacidades biométricas del mundo: cuando entrás y salís del país, te toman la foto y la huella digital, a eso lo podés unir con tu historia clínica y con tu trayectoria de la tarjeta SUBE y a toda esa información la podés cruzar con la AFIP y la data que dejás en Facebook y en Google. Cuando tenés un Estado avanzando sobre los individuos en combinación con la tecnología, tu posibilidad de resistencia y escape es mínima. ¿Cuál es tu posibilidad de randomizarte ahora, vivir aleatoriamente fuera del control y la vigilancia del Estado, como soñaban los hippies en los 60, eso que representaba La Maga de Cortázar? Pero hoy nadie está dispuesto a hablar de eso, porque están todos entretenidos sacándose fotos en Instagram.
–Entonces tu novela pertenecería al realismo, no sería ciencia ficción.–Se trata de un reloj sólo unos minutos adelantado. Más bien, es ciencia ficción del presente.

 “El peronismo es nuestro Antropoceno”

Fiel a sus gestos de incorrección política (que le valieron el mote de “la Houellebecq con polleras” aquí y allá), Pola Oloixarac propone asimilar el Antropoceno –la era geológica que depende del impacto negativo de los seres humanos sobre el planeta– al peronismo.
En su novela, extrema la imaginación tecnológica que alimentaron aquí exiliados de la Alemania de posguerra, como Kurt Tank (el avión Pulqui) y Ronald Richter (Proyecto Huemul). “Somos el laboratorio a cielo abierto del Antropoceno, que acá se llama peronismo. Es un mutante que no se detiene, que va a seguir mutando. Las historias de Antropoceno empiezan en el 45, con la caída de Hiroshima, y la nuestra empieza ahí, y eso implica el peronismo y todos los movimientos que se hicieron para salir de él. El proyecto del movimiento siempre fue biopolítico: la forma en que se arman las categorías amigo/enemigo equivale a generar un cuerpo inmunológico”, afirma. Por si fuera poco, luego de enumerar a sus autores favoritos (Borges, Gombrowicz, Piglia, Cozarinsky), donde brillan por su ausencia colegas coetáneos, no teme citar a dos escritoras tachadas por “gorilas” entre sus preferencias. “Quiero reivindicar ahora a Martha Lynch: era dark esa mujer, oscurísima. Se relacionó con Massera, fue humillada, se suicidó. Y estuve leyendo a otra ‘escritora peligrosa’, Beatriz Guido.
El incendio y las vísperas es una novela muy atrevida, literatura gótica hecha en la Argentina”, asegura.