La chilena Carla Guelfenbein, premio
Alfaguara de Novela 2015, dice que hay discriminación en el medio hacia
la literatura femenina
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Carla Guelfenbein, premio Alfaguara de Novela 2015 con su obra Contigo en la distancia. /León Darío Pelaez./semana.com |
En las noticias aparecía el video del narcotraficante mexicano el chapo Guzmán, segundos antes de escaparse de una prisión de máxima
seguridad a través de un túnel de 1.500 metros de largo. Carla
Guelfenbein, escritora chilena de 56 años, miraba atenta el televisor y,
sin decirlo, pidió demorar la entrevista unos segundos.
“¿Y quién es él?”, “¿De dónde es?”, “Increíble, esto es de película”,
decía mientras explicaba que apenas se estaba enterando de lo sucedido,
porque llevaba meses desconectada de la realidad; exactamente desde el
pasado 26 de marzo, cuando le informaron que había sido la ganadora del
premio Alfaguara de novela 2015, con su obra Contigo en la distancia.
Este, su quinto libro, narra la historia de dos amores (el de una
escritora –Vera Sigall– y un poeta –Horacio Infante–; y el de un
diseñador y una estudiante de literatura), que se mezclan y se
complementan y terminan construyendo una obra de suspenso que apresa al
lector. Desde hace más de tres meses que recibió la noticia, Guelfenbein
no ha parado ni un segundo; ha dado unas 140 entrevistas, calcula.
Cuando el noticiero deja de mostrar las imágenes con la fuga del
narcotraficante mexicano, Carla Guelfenbein dice que comience la
entrevista y que, por favor, no la llamen “señora” porque si la llaman
así no hay manera de que esta conversación prospere.
Usted escribe desde que era muy niña… ¿qué escribía?
Tenía muchos diarios y hacía un gran esfuerzo por
expresarme de una manera que mis hermanos no entendieran, porque la
obsesión de uno de ellos era leer mis diarios. Empecé a escribir en
clave y ese fue uno de los comienzos de mi búsqueda por otro lenguaje
para expresar lo que quería: usaba metáforas, imágenes, otro tipo de
material que no era el literal para encubrir mis secretos. Era muy
imaginativa, muchas veces no encontraba diferencia entre algo que yo
imaginaba y algo que ocurría. Por ejemplo, yo lo único que quería era
tener una hermana (tenía dos hermanos menores) y me inventé una, no sólo
para mí sino para todos mis compañeros de colegio. Mi hermana era parte
de mi vida y yo nunca me sentí engañando a nadie. Una vez que yo
construía ese personaje, existía.
Parte de ese amor por la escritura y literatura se lo sembró su
mamá, que era filósofa. ¿Qué significa ella en su carrera, en su vida?
Ella fue quien me enseñó a leer, en el sentido de amar
el acto de la lectura, y lo hizo de una forma muy sencilla: creando
espacios muy cálidos alrededor de la lectura; me metía a su cama y
leíamos juntas. Mi madre murió cuando yo tenía 17 años y creo que esa
ausencia a esa edad, me marcó tanto como su presencia. Era muy exigente
intelectualmente conmigo. Me decía que la única manera para una mujer de
tener libertad era ser económicamente independiente, que tenía que
tener una carrera, que tenía que ser inteligente. Cuando ella se fue
vinieron otras exigencias, tener que sobrevivir sin ella.
Y desde muy temprano se encontró con autores que habitualmente se leen más tarde… ¿Qué leía?
Con quien me encontré muy temprano, y acabo de releer, fue con Cortazar. Cuando leí Rayuela,
a los 14 años, volé. Me volví loca, me quería ir a París. También leí
autores como Mario Benedetti, y por supuesto García Márquez. Llegué a
ellos antes que mis compañeros y simplemente me cambiaron el mundo.
Usted es señalada de escribir una “literatura
sentimental”, y de ser “una escritora para mujeres”. ¿Por qué esos
calificativos tendrían que ser negativos?
Ese es el punto, ¿por qué esos calificativos son
negativos? Se considera que las mujeres que leen y escriben sobre otras
mujeres, no hacen una literatura universal. ¿Por qué escribir para
mujeres no es universal? A un hombre que escribe una novela cuyo
protagonista es un hombre, nunca le preguntan “¿señor, usted escribe
para hombres, su novela es masculina?” Es una forma de discriminación.
También hablan de que su obra es “literatura comercial”…
C. G.: Que una novela venda es fantástico pero en este mundo la
literatura y lo comercial está contrapuesto. Esto no es negativo por sí
solo, es la connotación que se le da. También han dicho que mi obra es
“intimista”. Eso no tiene nada de malo, la intimidad no es un patrimonio
exclusivo de las narradoras, es también un patrimonio de los
narradores. De hecho cuando un escritor se mete realmente dentro de su
personaje, se está metiendo en su intimidad. En todo esto que digo no
estoy hablando por mí, yo no necesito defenderme, yo podría quedarme
calladita: tengo un premio Alfaguara, soy reconocida, mi segundo libro
fue traducido a 14 lenguas, me leen en todas partes del mundo y
personalmente nadie me ha discriminado, al contrario, me ha ido muy
bien. Pero siento una responsabilidad de hablar por todas las narradoras
que sí se ven afectadas.
Usted ha dicho que el Premio Alfaguara fue como un huracán. ¿A
dónde la ha llevado ese huracán? ¿Le gusta ese nuevo personaje mediático
que ha tenido que asumir?
Desde el día que recibí el premio no he tenido ni un
minuto. Estaba escribiendo una novela y no he podido a volverme a
sentar. Yo no juego un personaje, esa es la verdad. Si tuviera que jugar
un personaje estaría agotada. Me levanto en la mañana y soy la misma
que te está hablando a ti, que te dice “no me sigas señora”, sin ningún
tapujo… Pero dejando atrás eso, que no me siento un personaje, a mí lo
que me gusta es estar frente a mi escritorio con mi computadora,
escribiendo, leyendo, tomando notas, pensando en mis personajes.
Fue bióloga y diseñadora, ¿qué conserva de esas dos facetas?
Todo se va sumando. Nada queda en el camino. No me
arrepiento de haberme recibido de biología porque hay un montón de cosas
que están presentes, concepciones incluso de la literatura que tienen
que ver con la ciencia. No podría escribir como escribo, ni la forma y
la rigurosidad con la que lo hago, y la concepción que tengo de hacerlo,
sino fuera porque soy científica. Y el diseño me dejó muchísimo: te
obliga a observar, a conceptualizar, a condensar, y eso es lo que yo
intento con la literatura: busco una prosa que sea simple, transparente
pero que al mismo tiempo no pierda su profundidad, que comunique un
montón de cosas.
En un aparte de su último libro usted dice que “la
felicidad llega por los caminos más extraños. A su propio aire. No hay
forma de convocarla ni esperarla”… ¿Por qué caminos le ha llegado a
usted?
Por tantos caminos… y algunos los he convocado. Por
ejemplo, yo no podía tener hijos y me costó muchísimo, unos 10 años. La
primera vez que me hice el tratamiento in vitro, no me resultó. Me
preguntaba cómo podía haber sucedido esto si había hecho todo perfecto,
si había seguido perfecto lo que el doctor me decía. Se me derrumbó
todo. Dije, “no basta esto”. Pero yo no soy creyente, no creo en Dios,
no sabía a qué aferrarme. Hice muchos tratamientos y de repente resultó,
llegó exactamente en el minuto que tenía que ser. Esa fue una felicidad
que ya no estaba buscando y llegó, cuando yo me abandoné, llegó.