¿Cuál es la comprensión que está en juego en una narración? El autor de Blanco nocturno
reflexiona sobre la interpretación de textos literarios en un mundo del
que han desertado los dioses. El texto fue recogido en su reciente Antología personal
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Borges, Cortázar, Onetti, Saer, ?bajo la mirada de Piglia. /Rodrigo Néspolo./adncultura.com |
1.
¿Qué quiere decir interpretar un
relato? Muchos han llamado la atención sobre el modo en que Kafka leía
en voz alta La metamorfosis: la risa le interrumpía la lectura. Por su
parte, en la grabación de algunos fragmentos del Finnegans Wake, la voz
de Joyce salta de una consonante a otra con un tono jocoso, suelto,
medio circense, como si nos advirtiera -igual que Kafka- de que se trata
de un relato cómico.
2.
En su novela Cicatrices Saer
interpreta -digamos así- el relato "Examen de la obra de Herbert Quain"
de Borges. En el cuento se describe el proyecto de una novela
"regresiva, ramificada" donde se narran simultáneamente todas las
alternativas posibles de una historia. Si bien, según creo recordar, la
crítica no ha reparado en esta relación, es evidente que Saer se propuso
escribir esa ficción potencial. Los capítulos de Cicatrices repiten el
nombre de la novela de Quain (April, March) y narran cuatro desarrollos
posibles -y simultáneos- de un mismo hecho, con sus variantes y
mutaciones.
3.
La idea del relato potencial como
interpretación -a veces desviada- de un argumento, un texto o un
concepto es el fundamento de la poética del grupo Oulipo, integrado
entre otros por Perec, Queneau, Cortázar y Calvino. Me sorprendió
encontrar un ejemplo de ese procedimiento en una breve e hipotética
definición de la interpretación musical: "Una partitura es simplemente
un indicio de música potencial" (R. Vaughan Williams, Some Thoughts on
Beethoven's Choral Symphony with Writings on Other Musical Subjects). La
realización de esa música potencial está ligada también a la memoria de
otras tradiciones interpretativas. Antes de grabar el movimiento lento
del Concierto en sol menor de Bach, el pianista Glenn Gould le dijo a su
productor Andrew Kazin: "Voy a tocar con toda suerte de voces
interiores y de síncopas, muy en la línea de Wanda Landowska, con un
aire al estilo del Modern Jazz Quartet" (cfr. Kevin Bazzana, Vida y arte
de Glenn Gould).
4.
En 62 Modelo para armar Cortázar
utiliza un capítulo de Rayuela como indicio de una ficción posible. La
novela se despliega a partir de la noción de figura, una configuración
espacial que determina la vida de los personajes. Retoma así, y lleva al
límite, el procedimiento formal de algunos de sus mejores cuentos ("La
flor amarilla", "Continuidad de los parques", "Todos los fuegos el
fuego", "El otro cielo") donde ya intentaba ir más allá de las
estructuras lineales de la narración y establecía conexiones espaciales
entre distintos episodios de un relato. La reacción hostil de la crítica
frente al libro es una muestra de la supersticiosa resistencia nacional
a cualquier motivación narrativa que no responda a las reglas
emocionales de la carrera de Psicología. Habría que releer la novela de
Cortázar en la serie de El castillo de los destinos cruzados de Italo
Calvino, o La vida instrucciones de uso de Georges Perec, es decir, en
el contexto de la literatura potencial, y por lo tanto, fuera de la
literatura argentina.
5.
Recuerdo que hace años en un
curso sobre las novelas cortas de Onetti, en Puán, es decir, en la
carrera de Letras de la UBA, los estudiantes interpretaban con
entusiasmo las oscuras y siempre intrigantes nouvelles de Onetti. En Una
tumba sin nombre, una mujer con un chivo está en la estación
Constitución. ¿Se trataría del devenir animal? "La cara de la desgracia"
-con la historia de la muchacha muda que es asesinada- ¿no era un
intento de decir cómo no hablar ante la ley? Las hipótesis circulaban,
siempre brillantes y sorprendentes, pero en lugar de leer el relato, me
pareció que los estudiantes sólo lo interpretaban. Un día corté el
circuito y les pedí que me resumieran la anécdota de "Tan triste como
ella". Estupefacción, escándalo. Sí, tenían que leer muy cuidadosamente
la histo-ria y hacer un resumen del argumento. ¿Era esa lectura una
interpretación? Lo fue, cada uno de los estudiantes tomaba decisiones en
el entrevero de la historia y estaba obligado a definir uno de los
sentidos implícitos y dejar a un lado los otros posibles. A partir de
ahí la discusión podía enriquecerse porque todos eran expertos en el
relato, ya que lo habían leído como si tuvieran que reescribirlo.
Imaginé que algún estudiante me iba a copiar el relato tal cual -o con
imperceptibles variantes- y me lo iba a entregar como su resumen de
lectura, pero eso no sucedió.
6.
Podríamos plantear
el problema de la interpretación de otra manera: ¿qué quiere decir,
después de todo, entender un relato? o, en todo caso, ¿cuál es la
comprensión que está en juego en una narración? Un relato no argu-menta
con conceptos, no dice nada explícitamente. La interpretación de la
narración no enfrenta una significación equivocada con una significación
cierta; en todo caso, como sucede a menudo, un relato se responde con
otro relato, y esa red de narraciones que se contraponen es una de las
líneas centrales de la historia de la cultura.
7.
Joyce
postula su novela Ulises como una versión de la Odisea; la
metempsicosis -palabra que Molly no entiende al comienzo del día-
sugiere que el alma del héroe griego ha reencarnado en Bloom, el judío
errante que vaga por Dublín. La historia del viajero, del forastero, del
astuto Odisseo, el polytropos, el hombre de muchos viajes, que está
lejos, siempre en situación precaria, reaparece, en distintas épocas, en
Dante, en Virgilio, en Kafka, en Canetti, y en el Simbad de Las mil y
una noches.
8 .
Lo mismo se puede decir de don
Quijote. Lionel Trilling (en La imaginación liberal) ha señalado que
"toda la prosa de ficción es una variación sobre el tema del Quijote".
Pero quizá no es la prosa de ficción la que encuen-tra su fundamento en
esa novela sino más bien la interpretación personal de la ficción.
Sabemos que el héroe de la primera novela es un lector de novelas; un
apasionado de las ficciones heroicas que sale a la realidad y trata de
vivir lo que ha leído. Muchas veces encontramos esa figura del lector
apasionado en la historia del género: Madame Bovary de Flaubert, desde
luego, pero también el Julien Sorel de Stendhal o el Raskolnikov de
Dostoievski, y lo mismo sucede con Silvio Astier en El juguete rabioso
de Arlt ("Me inició en los deleites y afanes de la literatura
bandoleresca.", así empieza la novela y Astier no hace otra cosa que
vivir -o intentar vivir- lo que ha leído).
9 .
En El
beso de la mujer araña los dos protagonistas, recluidos en una celda,
discuten las interpretaciones de distintas ficciones como una forma de
pasar el tiempo pero también de conocerse y seducirse. Molina, el joven
gay, cuenta películas y al contarlas se identifica con la atmósfera
sentimental del cine de Hollywood; por su parte Arregui, el guerrillero
marxista, sólo ve en esos films la alienación burguesa y la manipulación
ideológica. En un sentido, el libro es una discusión sobre la ficción y
su poder, sobre los modos de interpretar la narración y la fantasía. Lo
extraordinario -y otra muestra de la capacidad narrativa de Puig- es
que los dos terminan por "actuar" en la película del otro: Arregui se
transforma en un héroe romántico, sensible, enamorado y moribundo,
mientras que Molina muere heroicamente en una cita política, asesinado
-y eso no se decide- por la policía, o por los guerrilleros del grupo de
Arregui.
10 .
Bovarismo, el término creado por Jules
de Gaultier (Le bovarysme, 1902) a partir de Emma Bovary, designa "el
poder que tiene el hombre para concebirse otro del que es", o sea, la
posibilidad -o la ilusión- de crearse una personalidad imaginaria y de
tomar como modelo a los héroes de la ficción. De hecho, esa
interpretación pragmática de un relato está muy presente en la cultura
contemporánea (sobre todo en la tradición estadounidense, tan amante de
la verdad revelada, las mentiras periodísticas y la guerra preventiva):
basta recordar al asesino de John Lennon, que se había identificado
hasta tal punto con The Catcher in the Rye (El cazador oculto) de
Salinger que varias veces intentó cambiar su nombre por el del
protagonista, Holden Caulfield, y, antes del crimen, deambuló, con el
libro en el bolsillo, por las zonas de Nueva York cercanas al Central
Park y al Museo de Ciencias Naturales, donde culmina la novela. O
también -para salir de la literatura hacia otros ámbitos de la ficción-
podríamos recordar al joven texano que circuló erráticamente por las
rutas de los Estados Unidos para matar a Ronald Reagan mientras le
escribía cartas a la actriz Jodie Foster porque se había identificado
con el héroe de Taxi Driver, la película de Martín Scorsese. Y más
recientemente, en fin, el enmascarado que irrumpió en un cine donde se
estrenaba Batman para acribillar indiscriminadamente a los espectadores
como si fuera el Joker o Bane o algún otro personaje demoníaco del
cómic.
11 .
La novela ha contado muchas veces la
historia del héroe como intérprete o descifrador de signos; quizá
Marcel, el narrador de En busca del tiempo perdido, ha sido el máximo
protagonista de esa odisea de la interpretación (y el obsesivo
protagonista de las novelas de Thomas Bernhard, una de sus realizaciones
más extremas). A menudo el relato ha hecho de la comprensión desviada
el centro de la trama. Ya no se trataba de las interpretaciones
equívocas del oráculo sagrado que, en la tragedia, llevaba a los héroes a
la decisión inevitable y a la muerte. El protagonista de la novela
busca, en cambio, el sentido en el deambular por la ciudad, en ciertos
gestos triviales, en algunas palabras equívocas, en textos mal leídos (o
leídos demasiado fervientemente). La interpretación equivocada está más
presente en nuestra cultura -y en nuestra vida personal- de lo que nos
resignamos a aceptar. Por eso tal vez la novela ha sido el género que
mejor ha mostrado el desconcierto de la significación en un mundo del
que han desertado los dioses...