lunes, 20 de julio de 2015

En busca del Silva perdido

El Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, hizo esta semblanza del poeta para un libro de la Casa Silva (fragmento)



Ilustración alusiva al Nocturno, el poema más conocido de José Asunción Silva./eltiempo.com
... El problema es saber quién era José Asunción Silva en la vida real. Sus biógrafos han tenido que rescatarlo distorsionado y maltrecho de una maraña de leyendas ridículas y escarnios perversos, urdidos por un medio social que nunca le perdonó su originalidad. “La capital de Colombia es el ambiente más propicio a la locura”, escribió a propósito de eso Baldomero Sanín Cano. “Obliga a caer en las acechanzas de la idea fija”. Con Silva lo fue de un modo encarnizado solo porque era un hombre distinto.
De natura y de familia era corpulento y apuesto, pero de una palidez fantasmal, unos modales exquisitos, una gran sensibilidad humana y artística, una inteligencia diáfana, una labia seductora y una dignidad acorazada. Tuvo una formación literaria precoz, gracias a un ambiente familiar de gran vocación creativa. Don Ricardo Silva, su padre, era un comerciante respetado y un buen escritor costumbrista, y su biblioteca fue el refugio del único hijo varón. Se cree que antes de los doce años José Asunción escribió versos meritorios que no están en sus libros. Viajó a Europa a los diecinueve años para un viaje de estudios de once meses, y cuando regresó parecía que hubiera sido de una década.Era un poeta hecho y derecho, y el hombre mejor educado, el más culto, el mejor vestido, el más serio y puntual, trabajador tenaz y excelente amigo.
José Asunción Silva en un daguerrotipo de la época.

 Es cierto que nunca le regatearon su gloria. Fue el poeta por excelencia y el centro de la vida artística y social en la capital de un país desgarrado a su vez por los espasmos de las guerras civiles, pero se lo cobraron con sangre en su vida privada. Desde que descendió del coche de regreso lo sometieron a la terapia parroquial de adulaciones públicas y burlas furtivas, y le pusieron el mal nombre de José Presunción. Nunca entendieron que no se le conociera novia a un hombre famoso por sus memorables poemas de amor. No entendieron que hubiera rechazado a una de las solteras más codiciadas de la ciudad, hija y sobrina de presidentes, y que acompañara a sus amigos de bohemia a lugares prohibidos sin arriesgar la virginidad. Entonces lo llamaron –¡cómo no!– El casto José...
En cierto modo era así, no por su moral cristiana, sino por su concepción idealizada del amor, que se le quedaba sin remedio en sueños inalcanzables. Y –a Dios gracias– en poemas sublimes. Esto podría explicar la conducta sexual de Silva que tanto intrigaba a sus vecinos, y podría ser una razón menos aventurada de su pretendido amor ilegítimo por su hermana Elvira, que aun se tiene por cierto, que además era verosímil por la naturaleza del poeta y por algunos datos de su poesía después que ella murió, pero del cual no se tuvo nunca ningún indicio serio, ni visto, ni hablado ni escrito. Salvo uno, que ha escapado a los cazadores de escándalos en una página inadvertida de ‘De sobremesa’, donde Silva se refirió a “una ternura compasiva, más suave que ninguna caricia de hermana”.
La Casa de la Poesía Silva, en Bogotá, conserva la memoria poética nacional.
En otro ámbito, al poeta lo acusaron por la prensa de haberse jugado los cuatro mil pesos que el gobierno le adelantó de su sueldo de secretario del consulado de Guatemala. El anticipo fue cierto, pero no se lo jugó –ni jugó nunca– y lo devolvió al gobierno cuando no pudo asumir el empleo. Lo atormentaron con cargos de torpeza y deshonestidad en su manejo del negocio heredado del padre, y de haber burlado a sus acreedores en la liquidación de las deudas. La quiebra fue cierta y con gran estrépito, pero las deficiencias de Silva no fueron morales ni técnicas, ni fue el único ni el más quebrado del país por el desorden de las finanzas públicas, pero solo él navegaba con bandera de dandy y de poeta. Su capacidad y su interés en los negocios que no parecían cosa suya se notan no solo en ‘De sobremesa’, sino en muchas de sus cartas y en testimonios de la época. Empezaron en el almacén de su padre desde la adolescencia, y siempre encontró tiempo en Europa y en Caracas para mejorarlos. Pagó hasta el último céntimo de las obligaciones de la quiebra, y siguió viviendo y manteniendo a su madre, Vicenta Gómez, y a su hermana Julia, con lo que podían dejarle sus colaboraciones en periódicos y revistas, o dibujando y redactando anuncios de publicidad. Hasta la víspera de su muerte estuvo trabajando en su proyecto personal de una fábrica de baldosines y mármoles artificiales. Con la misma seriedad fue consecuente con su credo liberal y mantuvo siempre su buena amistad política y literaria con el general Rafael Uribe Uribe, a pesar de algunas discrepancias tardías.
No padecía en silencio, por supuesto, pero siempre prefirió no referirse en público a la mezquindad y las envidias de sus compatriotas. En una carta privada que mandó a su familia desde Cartagena de Indias lo escribió con todas sus palabras: “(Aquí) lo hacen descansar a uno de los tipos artificiales y llenos de pretensiones que tanto abundan en (Santafé de Bogotá), de todos los tontos (de allá) que están creyendo que la elegancia consiste en ser de palo y se sienten todavía estropeados del porrazo que se dieron al caer de las estrellas”. También estaba a gusto con sus amigos de Caracas, donde fue secretario de la Legación de Colombia, y pasó los que fueron quizás los meses más felices de su vida. Todavía hoy –a cien años de su muerte y por encima de la agudeza y la paciencia de sus biógrafos– el hombre que Silva fue en realidad continúa enrarecido por el óxido de las leyendas malignas. Todas ellas –juntas o por separado, o barajadas al derecho y al revés– han seguido enseñándose en los colegios y repitiéndose por pereza mental como explicaciones de su suicidio a los treinta y un años…
Cartagena de Indias, 1996
(Prólogo a  José Asunción Silva. Poesía Completa. De sobremesa. Casa de Poesía Silva).
Gabriel García Márquez
Aparte. En José Asunción Silva/ Casa de poesía Silva
FernandoCharry Lara                                                                                                                                                    
  … En varias frases dejó traslucir que la experiencia intelectual es tan válida como cualquier otra: “la lectura de los grandes poetas me produjo emociones tan profundas como son todas las mías: esas emociones subsistieron por largo tiempo en mi espíritu y se impregnaron de mi sensibilidad y se convirtieron en estrofas”. Es irrevocable, en verdad, la sospecha de que la literatura tiene con asiduidad su origen en la literatura y no sólo, tal lo pensaron Whitman o Rilke, en la experiencia vital. Se ha recordado que Victor Hugo dijo, palabras más o menos, que “Homero sin duda tenía su Homero”. Con lo que quiso persuadir de que una de las virtudes de la imaginación de un poeta es la de fecundar a otros poetas. Además, Silva quiso crearse su propio mundo cultural, ajeno como era a lo preponderante en el ambiente colombiano que le rodeaba: apenas el costumbrismo, el academicismo, el romanticismo tardío o lo humanístico...
La voz de las cosas
Si os encerrara yo en mis estrofas
frágiles cosas que sonreís,
pálido lirio que te deshojas,
rayo de luna sobre el tapiz
de húmedas flores, y verdes hojas
que al tibio soplo de mayo abrís,
si os encerrara yo en mis estrofas,
pálidas cosas que sonreís!
¡Si aprisionaros pudiera el verso
fantasmas grises, cuando pasáis,
móviles formas del Universo,
sueños confusos, seres que os vais,
ósculo triste, suave y perverso
que entre las sombras al alma dais,
si aprisionaros pudiera el verso
fantasmas grises cuando pasáis!
(Poema de Silva citado por Charry)