El autor antioqueño ganó en Estados Unidos el International Latino Book Award por su novela histórica Santa María del Diablo, otro galardón hispanoamericano que ratifica la calidad de quien fuera finalista del Herralde en 2007
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Gustavo Arango dice que el periodismo “quita el miedo a la escritura
y ayuda a superar bloqueos. Me curó de espantos y me ha hecho muy
productivo en literatura”. /elespectador.com |
La primera advertencia sobre la fuerza
narrativa del colombiano Gustavo Arango la oí de boca del escritor
argentino Tomás Eloy Martínez. Hasta poco antes de su muerte en 2010,
Martínez era profesor de literatura en Rutgers University, en Nueva
York. Allí se reencontró con este exalumno suyo en los talleres de
narrativa de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel
García Márquez.
Arango ya no vivía en su natal Medellín (1964),
donde la violencia le arrebató a su padre a los 20 años, ni dirigía el
suplemento literario del diario El Universal de Cartagena.
Había emigrado a “reinventarse” en Estados Unidos y lo hizo primero como
profesor de español, luego como doctor en literatura latinoamericana y
teoría literaria en Rutgers y ahora como catedrático de literatura en la
Universidad del Estado de Nueva York (Suny), en Oneonta. Martínez leyó
las primeras novelas de Arango y le gustaron tanto que intentó, sin
éxito, que las publicaran editoriales argentinas. Contra todo, la pluma
perseverante de Arango labró el camino. Con El origen del mundo
en 2007 fue finalista del Premio Herralde de Novela, el más prestigioso
de habla hispana, y con esa misma obra ganó el Premio Bicentenario en
México en 2010.
Ahora obtuvo en Los Ángeles, Estados Unidos, el International Latino Book Award en la categoría novela histórica con Santa María del Diablo,
recién publicada en Colombia por Ediciones B. Entre las obras escritas
en el mundo hispanohablante, el jurado, compuesto por editores y
escritores de la American Library Association, escogió la obra de Arango
sobre finalistas como la española María Dueñas con Misión Olvido (Círculo de Lectores). El Espectador
buscó a Arango en EE. UU., donde está radicado desde hace 17 años, pero
lo encontró de vacaciones en Colombia, en el Eje Cafetero, junto a sus
dos hijos.
Los International Latino Book Awards empezaron
reconociendo la literatura en español en EE. UU. y ahora revisan obras
de todo el mundo hispano.
¿Qué significa para usted el premio?
Mucho,
porque se trata de una influyente organización interesada en promover
nuestro idioma y la lectura en español entre los millones de hispanos
(más de 50) que cada vez son más importantes en EE. UU. Es un gran honor
porque en mi caso, además de escritor y profesor de literatura, soy
profesor de español y conozco el impacto de las culturas que representa.
Su obra condensa el apogeo de Santa María la Antigua del Darién, en esa selva de Colombia, primera ciudad española en América.
Sí.
Es la historia de la primera ciudad en tierra firme, muy representativa
de lo que es Hispanoamérica. Es como si allí, en 15 años, estuvieran
condensados lo que han sido los 500 años de historia del continente a
nivel histórico, de intrigas y de crueldad.
Premio para un alumno de Gabriel García Márquez, sobre quien escribió el libro “Un ramo de nomeolvides” (1995).
Esta
novela la escribí porque escribí Un ramo de nomeolvides. Es la misma
metodología de investigación. Recuerdo una entrevista en la que él decía
que el compromiso de los escritores en relación con su oficio es
recuperar lo que es nuestro, refiriéndose a la que consideraba un arma
poderosa: la explosión demográfica. Hoy el español es la lengua que más
crece en EE. UU. y, aunque todavía no hay unidad cultural, esta se dará
consolidando manifestaciones como la industria editorial.
¿Dónde nació esta novela?, porque usted recorrió el Darién siendo periodista.
Cuando
yo trabajaba en El Universal, hace 20 años, fui y también leí el libro
Urabá heroico, escrito por el sacerdote Ernesto Hernández en 1956, y ahí
estaba la historia de Santa María. Desde entonces me preguntaba cómo
nadie había escrito una novela. Estaban personajes como Vasco Núñez de
Balboa (el descubridor de la mar del Sur), Pedrarias Dávila (la Cólera
de Dios), Gonzalo Fernández de Oviedo (el cronista de la Corona, el Dios
de las Tijeras y el autor de la primera novela escrita en el Nuevo
Mundo), Francisco Pizarro y Diego de Almagro (los conquistadores del
Perú), y Bernal Díaz del Castillo (cronista de la expedición de Hernán
Cortés). No faltaba sino organizarla y sólo lo pude hacer en EE. UU., ya
con una situación más estable. Me apoyé también en la Historia General
de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo y la escribí el año
pasado de manera muy intensa. Ahora se ha ido asomando a lectores de
Colombia y Norteamérica.
La novela, apoyada en hechos
históricos reales, se consolidó como tendencia entre escritores
colombianos, con resultados como el reciente Premio Rómulo Gallegos a
Pablo Montoya, por una mirada al Descubrimiento desde las voces de tres
pintores europeos. ¿El periodismo resulta una herramienta muy útil?
Es
que se ha dispersado el mito de la originalidad, de inventar ficciones
de la nada. También surgen ficciones de lo que es poco conocido o ha
sido mal contado. Es otra opción creativa muy interesante. Vuelvo a
citar a García Márquez cuando dijo que los escritores jóvenes tenían la
tarea de reescribir la historia. Entonces varios identificamos que la
historia que hemos recibido es muy escueta y manipulada. Hay que meterse
a estudiarla y confrontarla a través de distintas fuentes y para eso me
sirvió la formación de periodista. El periodismo quita el miedo a la
escritura y ayuda a superar bloqueos. Me curó de espantos y me ha hecho
muy productivo en literatura.
Aunque usted ya había
publicado “Criatura perdida” (2000), “La risa del muerto” (Premio Marcio
Veloz Maggiolo, Nueva York, 2002), “El país de los árboles locos”
(2005) y “Una noche en el bosque” (2009), ¿se puede decir que “El origen
del mundo”, la historia de Magnífico Delgado, fue su graduación?
Tiene
toda la razón. Lo sentí por lo del Herralde y por ser premiado en
México, por encima de importantes escritores, en el país de Juan Rulfo y
sor Juana Inés de la Cruz, dos de mis grandes influencias literarias.
Fue la graduación porque no he sido un autor comercial y eso hace que
uno trabaje sin la presión editorial, más por la vocación y la pasión.
(Así
se ha hecho realidad, una y otra vez, la fantasía de Magnífico, maestro
de escrituras creativas, “bebedor de rocíos, oteador de volcanes”: “Ya
había escrito la historia del hombre que se buscaba a sí mismo. Le había
reportado un premio literario. La gloria efímera había permitido que
una editorial se interesara en sus cuentos más bizarros, aquellos que
había escrito al salir de las tinieblas. Con eso y su carrera académica
había construido poco a poco su perfil de artista respetado y poco
leído””.)
Como Borges, Onetti, Cortázar (de quien hizo una biografía), sor Juana transita sus novelas y cuentos.
Sí.
Por ejemplo el título y el alma de La brújula del deseo, la compilación
de mis cuentos entre 1986 y 2014, editada por la Universidad Pontificia
Bolivariana de Medellín, viene de versos de ella.
¿El trabajo de profesor universitario de español y literatura le deja el tiempo ideal para escribir?
Sí,
porque trabajo en una universidad pequeña del estado de Nueva York,
vivo muy cerca y mi día a día transcurre entre libros, clases y
borradores, que era la vida que soñaba.
¿Qué diferencia hay entre el autor de esa primera novela y la sexta, “Santa María del Diablo”?
Criatura
perdida estuve cinco años escribiéndola para perder el miedo, para
saber cómo se hacía. Fue el comienzo del proceso de aprendizaje con una
historia abstracta de un naufragio y una persona que espera algo, como
la construcción de un sueño, y la terminé con el compromiso personal de
no arrepentirme después de haberla escrito. Ahora narro con una
sensación de mayor libertad creativa. Uno se atreve más, es menos
convencional, menos respetuoso de las formas clásicas, incluso de la
gramática misma.
Usted es discípulo de García Márquez,
pero su prosa no tiene nada que ver con el realismo mágico. ¿Cómo se
liberó de esa influencia?
No fue complejo. Sólo hubo que
dejarlo en la memoria y liberarse de él. Nunca tuve ese problema porque
siempre le admiraba el oficio, el rigor, esa capacidad de superarse
novela tas novela a pesar de que dijeron que no lograría ninguna más
después de Cien años de soledad y vinieron El otoño del patriarca, etc.,
la reinvención. No ha sido una presencia molesta sino inspiradora. Un
error de la siguiente generación al Nobel puede ser mirar más el
contenido o tratar de imitarlo cuando lo importante es la búsqueda
interior de la voz propia.
Por ahí llegamos a Tomás Eloy Martínez, quien primero me habló de usted. ¿Qué aprendió de ese maestro?
A
transitar la frontera entre la realidad y la ficción. Cómo la realidad
se puede enriquecer con la ficción y cómo la ficción inventa realidades.
Cómo a través de la palabra escrita uno puede influir en otras maneras
de pensar. Le estoy muy agradecido porque cuando leyó mi primera novela
se la llevó a editores conocidos y volvió decepcionado porque no querían
arriesgarse con autores que no tenían nombre, que al menos garantizaran
la venta de 5.000 ejemplares. La risa del muerto también le gustó
muchísimo. Cuando estaba con él era extraña la sensación: recuerdo que
trabajaba en su última novela, Purgatorio, y era más de lo que él me
preguntaba sobre mis escritos que lo que me contaba de su propio
trabajo. Era tan sencillo y tan generoso que nos patrocinó ediciones de
libros y revistas.
¿En qué borradores está trabajando?
Trabajo
en varios proyectos a la vez. Sigo escribiendo cuentos sin afán, ahora
con historias de relaciones de parejas, y tengo un par de novelas: una
inspirada en los manuscritos que encontré en una biblioteca cerca a mi
casa, la historia de una bibliotecaria que dejó unos cuadernos en 1895, y
la otra es sobre la travesía de 14 años de un ángel que viajó entre
China y Sri Lanka en busca de libros budistas. Vamos a ver con cuál me
engancho primero.