La calidad de la literatura que producen estos escritores es
controversial, así como lo que representará esta proliferación del
credencialismo literario en los demás países, ¿será que es el inicio de
la producción masiva de escritores a nivel mundial?
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En Estados Unidos proliferan las
Maestrías en Escritura Creativa. La primera fue instituida en la
Universidad de Iowa en 1936, y actualmente existen más de 229 en todo el
país. Las conocidas MFAs (Maestría en Bellas Artes por sus siglas en
inglés), se han vuelto el centro de la literatura gringa en los últimos
años. Autores como Susan Choi, egresada de la Universidad de Cornell,
Junot Díaz, también egresado de Cornell, y David Foster Wallace,
egresado de la Universidad de Arizona, representan una nueva generación
de escritores educados en el arte del lenguaje dentro de un salón de
clases. La calidad de la literatura que producen estos escritores es
controversial, así como lo que representará esta proliferación del
credencialismo literario en los demás países, ¿será que es el inicio de
la producción masiva de escritores a nivel mundial?
Karen Russel, que obtuvo su maestría en
la Universidad de Columbia, y cuyo primer libro fue finalista del premio
Pulitzer en 2012, aseguró al New York Times que no sabe qué
estaría escribiendo si no hubiera cursado el programa. Algo similar
opina Gary Shteyngart, escritor de origen ruso, que aconseja a todos los
jóvenes escritores obtener una Maestría en Escritura Creativa, pues
asegura que sin ella “nadie tomará tu trabajo en serio”. Pero no todos
concuerdan, incluso entre los egresados exitosos. Francesca Abbate,
poeta y profesora del departamento de inglés de Beloit College, asegura
que los programas de escritura creativa pueden ser muy buenos en enseñar
cómo usar el lenguaje, pero que muy difícilmente convertirán en
escritor a alguien sin un genuino interés por las letras. Ahora que
imparte clases de escritura creativa a jóvenes universitarios, intenta
enseñarles que todos tenemos algo que decir, pero que eso no los
convierte necesariamente en escritores.
Si, como dice Gabriel Zaid en Dinero para la cultura,
la universidad no es académica, y las grandes influencias del siglo XX
no salieron de la universidad, sino que entraron a ella una vez que ya
se habían gestado, habría que reconsiderar la literatura que busca
lectores mostrando el título antes que el texto. Zaid dice que “algo
tienen las burocracias […] que desamina la creatividad. Las estructuras
jerárquicas se llevan mal con la libertad creadora. Tienden al
centralismo y la hegemonía. Desconfían de las iniciativas que no se
rigen by the book”. Las universidades podrán enseñar muy bien
el uso del lenguaje, pero enseñar ideas, historias y experiencias es
casi imposible, justo de lo que están hechas las grandes obras. No
importa qué tan bien alguien sepa manejar el lenguaje, el escritor tiene
que salir a vivir, a experimentar, a nutrirse de su entorno para poder
escribir. La prosa puede ser clara, precisa, sin errores, pero si carece
de sustancia el texto no llegará lejos. Lo mismo con la poesía: si no
hay contenido en la forma o en la idea, el autor no vivirá mucho.
Además, es difícil creer que en las universidades no se enseña el canon
en el mejor de los casos, o a escribir bestsellers en el peor.
La renuencia a la innovación es frecuente en los departamentos de
inglés, que enseñan fórmulas para escribir ensayos correctamente. Libros
importantes como La revolución electrónica de Burroughs o Howl
de Ginsberg, son producto de la innovación, de llevar el lenguaje al
límite, y resulta complicado creer que propuestas de ese talante tendrán
cabida en programas universitarios. Por otro lado, la universidad es un
negocio, y como tal prioriza las exigencias de sus clientes: ganar lo
suficiente para vivir decorosamente después de graduarse. Las historias
de zombies no están mal, pero sí muy lejos de hacer historia.
Abbate, que recibió su MFA en la
Universidad de Montana, ríe cuando le pregunto sobre la especialización
que ya ofrecen programas como el del Instituto Pratt de Nueva York en
escritura ambiental o el de la Universidad del Sur de Maine en Justicia
Social. Como si uno pudiera aprender cómo convertirse en el próximo
Allen Ginsberg.
Puede que el énfasis en las ciencias
tenga que ver con la proliferación de estos programas. Los departamentos
de literatura sufren la preferencia de los alumnos por programas con
mejores índices de empleo, y traer de vuelta la atención requiere
demostrar que también son capaces de formar profesionales listos para
tener éxito en el mercado, algo similar a un MBA (Maestría en
Administración de Negocios por sus siglas en inglés). Pero Abbate no
está de acuerdo, dice que los programas de escritura creativa deben ser
vistos como un tiempo para disfrutar de lo que haces, para leer mucho y
conocer gente afín, “porque después nada está garantizado”. De acuerdo
con el New York Times, cada año entre 3,000 y 4,000 escritores
acreditados salen al mercado, y este año alrededor de 20,000 personas
aplicaron para entrar a uno de los programas. La competencia aumenta: la
revista Poetry recibe más de 100,000 propuestas al año y solo
publica 300 poemas. Y con todo y la importancia que parecen cobrar las
credenciales universitarias para ser publicado, muchos de los escritores
más reconocidos siguen estando al margen de las instituciones de
educación superior: Edward Albee y Ray Bradbury siguen siendo estudiados
en las universidades sin tener una licenciatura, y J. K. Rowling y
Emily St. John Mandel lideran las listas de los libros más vendidos sin
necesidad de un MFA.
En el mundo hispano aún no hay un
fenómeno comparable. En México solo existe un programa de licenciatura
enfocado a la creación literaria, y en Sudamérica unas pocas
instituciones ofrecen el Máster. España lidera la adopción de dichos
programas, que ya ofrecen universidades prestigiosas como la Complutense
de Madrid y la Pompeu Fabra en Barcelona. En Estados Unidos ya le han
apostado al éxito que puede tener entre los jóvenes escritores
hispanohablantes, y han puesto en marcha desde hace algunos años el
programa de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva
York, que busca proyectar a nuevas figuras del castellano y promover el
programa en nuestra lengua.
Termino con lo que dice Zaid: “La
cultura libre prospera en la animación y dispersión del diálogo y la
lectura libre […]. Es el centro sin centro de la cultura moderna, más
importante para la innovación que las grandes universidades. […] la
institución del saber jerárquico, autorizado y certificado no es el
medio ideal para la creatividad, menos aún si es gigantesca,
burocratizada y sindicalizada”.
Links a algunas de las fuentes citadas:
http://www.nytimes.com/2015/04/12/education/edlife/12edl-12mfa.html?_r=0
http://flavorwire.com/476264/27-writers-on-whether-or-not-to-get-your-mfa4
http://www.thereviewreview.net/publishing-tips/mfa-or-not-mfa-question