Alejo Carpentier
Los advertidos
…et facta est pluvia super
terram…
I
El amanecer se llenó de canoas. Al inmenso
remanso,
nacido de la invisible confluencia del Río venido de arriba -cuyas
fluentes se
desconocían- y del Río de la Mano Derecha, las embarcaciones llegaban,
raudas,
deseosas de entrar vistosamente en esbeltez de eslora, para detenerse, a
palancazas de los remeros, donde otras, ya detenidas, se
enracimaban, se unían borda con borda, abundosas de gente que saltaba de
proas a
popas para presumir de graciosas, largando chistes, haciendo muecas, a
donde no
los llamaban. Ahí estaban los de las tribus enemigas -secularmente
enemigas por
raptos de mujeres y hurtos de comida-, sin ánimo de pelear, olvidadas de
pendencias, mirándose con sonrisas fofas, aunque sin llegar a entablar
diálogo.
Ahí estaban los de Wapishan y los de Shirishan, que otrora -acaso dos,
tres,
cuatro siglos antes- se habían acuchillado las jaurías, mutuamente,
librándose
combates a muerte, tan feroces que, a veces, no había quedado quien
pudiera
contarlos. Pero los bufones, de caras lacadas, pintadas con zumo de
árboles,
seguían saltando a canoa en canoa, enseñando los sexos acrecidos por
prepucios
de cuerno de venado, agitando las sonajas y castañuelas de conchas que
llevaban
colgadas de los testículos. Esa concordia, esa paz universal, asombraba a
los
recién llegados, cuyas armas, bien preparadas, atadas con cordeles que
podían
zafarse rápidamente, quedaban, sin mostrarse, en el piso de las canoas,
bien al
alcance de la mano. Y todo aquello -la concentración de naves, la
armonía
lograda entre humanos enemigos, el desparpajo de los bufones- era porque
se
había anunciado a los pueblos de más allá de los raudales, a los pueblos
andariegos, a los pueblos de las montañas pintadas, a los pueblos de las
Confluencias Remotas, que el viejo quería ser ayudado en una tarea
grande.
Enemigos o no, los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por su
sapiencia, su
entendimiento de todo y su buen consejo, los años vividos en este mundo,
su
poder de haber alzado, allá arriba en la cresta de aquella montaña, tres
monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de
Amaliwak. No era Amaliwak un dios cabal; pero era un hombre que sabía;
que sabía de muchas cosas cuyo conocimiento era negado al común de los mortales:
que acaso dialogara, alguna vez, con la Gran-Serpiente-Generadora, que, acostada
sobre los montes, siguiéndole el contorno como una mano puede seguir el contorno
a la otra mano, había engendrado los dioses terribles que rigen el destino de
los hombres, dándoles el Bien con el hermoso pico del tucán, semejante al Arco
Iris, y Mal, con la serpiente coral, cuya cabeza diminuta y fina ocultaba el más
terrible de los venenos. Era broma corriente decir que Amaliwak, por viejo,
hablaba solo y respondía con tonterías a sus propias preguntas, o bien
interrogaba las jarras, las cestas, la madera de los arcos, como si fuesen
personas. Pero cuando el Viejo de los Tres Tambores convocaba era porque algo
iba a suceder. De ahí que el remanso más apacible de la confluencia del Río
venido de arriba con el río de la Mano Derecha estuviera llena, repleta,
congestionada de canoas, aquella mañana.
Cuando el viejo Amaliwak apareció en la laja, que a
modo de tribuna gigantesca se tendía por encima de las aguas, hubo un gran
silencio. Los bufones regresaron a sus canoas, los hechiceros volvieron hacia él
el oído menos sordo, y las mujeres dejaron de mover la piedra redonda sobre los
metales. De lejos, de las últimas filas de embarcaciones, no podía apreciarse si
el Viejo había envejecido o no. Se pintaba como un insecto gesticulante, como
algo pequeñísimo y activo, en lo alto de la laja. Alzó la mano y habló. Dijo que
Grandes Trastornos se aproximaban a la vida del hombre; dijo que este año, las
culebras habían puesto los huevos por encima de los árboles; dijo que, sin que
le fuera dable hablar de los motivos, lo mejor para prevenir grandes desgracias,
era marcharse a los cerros, a los montes, a las cordilleras. “Ahí donde nada
crece”, dijo un Wapishan a un Shirishan que escuchaba al viejo con sonrisa
socarrona. Pero un clamor se alzó allá, en el ala izquierda donde se habían
juntado las canoas venidas de arriba. Gritaba uno: “¿Y hemos remado durante dos
días y dos noches para oír esto?”, “¿Qué ocurre en realidad?”, gritaban los de
la derecha. “¡Siempre se hace penar a los más desvalidos!”, gritaron los de la
izquierda. “¡Al grano! ¡Al grano!”, gritaron los de la derecha. El viejo alzó la
mano otra vez. Volvieron a callar los bufones. Repitió el viejo que no tenía el
derecho de revelar lo que, por proceso de revelación, sabía. Que, por lo pronto,
necesitaba brazos, hombres, para derribar enormes cantidades de árboles en el
menor tiempo posible. Él pagaría en maíz -sus plantíos eran vastos- y en harina
de yuca, de las que sus almacenes estaban repletos. Los presentes, que habían
venido con sus niños, sus hechiceros y sus bufones, tendrían todo lo necesario y
mucho más para llevar después. Este año -y esto lo dijo con un tono extraño,
ronco, que mucho sorprendió a quines lo conocían- no pasarían hambre, ni
tendrían que comer gusanos de tierra en la estación de las lluvias. Pero, eso
sí: había que derribar los árboles limpiamente, quemarles las ramas mayores y
menores, y presentarle los troncos limpios de taras; limpios y lisos, como los
tambores que allá arriba (y los señalaba) se erguían. Los troncos, rodados y
flotados, serían amontonados en aquel claro -y mostraba una enorme explanada
natural- donde, con piedrecitas, se llevaría la contabilidad de lo suministrado
por cada pueblo presente. Acabó de hablar el Viejo, terminaron las aclamaciones
y empezó el trabajo.
II
“El viejo está loco.” Lo decían los de Wapishan, lo
decían los de Shirishan, los decían los Guahíbos y Piaroas; lo decían los
pueblos todos, entregados a la tala, al ver que con los troncos entregados, el
viejo procedía a armar una enorme canoa -al menos, aquello se iba pareciendo a
una canoa- como nunca pudiese haber concebido una mente humana. Canoa absurda,
incapaz de flotar, que iba desde el acantilado del Cerro de los Tres Tambores
hasta la orilla del agua, con unas divisiones internas -unos tabiques movibles-
absolutamente inexplicables. Además, esa canoa de tres pisos, sobre la cual
empezaba a alzarse algo como una casa con techo de hojas de moriche superpuestas
en cuatro capas espesas, con una ventana de cada lado, era de un calado tal que
las aguas de aquí, con tantos bajos de arena, con tantas lajas apenas
sumergidas, jamás podía llevar. Por ello, lo más absurdo, lo más incomprensible,
es que aquello tuviese forma de canoa, con quilla, con cuaderna, con cosas que
servían para navegar. Aquello no navegaría nunca. Templo tampoco sería, porque
los dioses se adoran en cavernas abiertas en las cimas de los montes, allá donde
hay animales pintados por los Antepasados, escenas de caza, y mujeres con los
pechos muy grandes. El Viejo estaba loco. Pero de su locura se vivía. Había
mandioca y maíz y hasta maíz para poner la chicha y fermentar en los cántaros.
Con esto se daban grandes fiestas a la sombra de la Enorme Canoa que iba
creciendo de día en día. Ahora el Viejo pedía resina blanca, de esa que brota de
los troncos de un árbol de hojas grasas, para rellenar las hendijas dejadas por
el desajuste de algún tronco, mal machihembrado con el más próximo. De noche se
bailaba a la luz de las hogueras; los hechiceros sacaban las Grandes Máscaras de
Aves y Demonios; los bufones imitaban el venado y la rana; había porfías,
responsos, desafíos incruentos entre las tribus. Venían nuevos pueblos a ofrece
sus servicios. Aquello fue una fiesta, hasta que Amaliwak, plantando una rama
florida en el techo de la casa que dominaba la Enorme Canoa, resolvió que el
trabajo estaba terminado. Cada cual fue pagado cabalmente en harina de yuca y en
maíz y -no sin tristeza- los pueblos emprendieron la navegación hacia sus
respectivas comarcas. Ahí quedaba, en luna llena, la canoa absurda, la canoa
nunca vista, construcción en tierra que jamás habría de navegar a pesar de su
perfil de nave-con-casa-encima, en cuyo cuádruple techo de moriche andaba el
viejo Amaliwak, entregado a extrañas gesticulaciones. La
Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo les hablaba. Había roto las fronteras del
porvenir y recibía instrucciones del anciano. “Repoblar la tierra de hombres,
haciendo que su mujer arrojara semillas de palmera por encima de su hombro.” A
veces, pavorosa de su dulzura exterminadora, sonaba la voz de la
Gran-Serpiente-Generadora, cuyas palabras cantarinas helaban la sangre. “¿Por
qué habré de ser yo -pensaba el anciano Amaliwak- el depositario del Gran
Secreto vedado a los hombres? ¿Por qué se me ha escogido a mí para pronunciar
los terribles conjuros, para asumir las grandes tareas?” Un bufón curioso había
permanecido en una barca rezagada para ver lo que podía ocurrir ahora en el
Extraño-Lugar-de-la-Canoa-Enorme. Y cuando la luna se ocultaba ya detrás de las
montañas cercanas, sonaron los Conjuros, inauditos, incomprensibles, lanzados
con una voz tan fuerte que no podía tratarse de la vos de Amaliwak. Entonces
algo que era de vegetación, de árboles, del suelo, de los ramazones, que aún
quedaban detrás de las talas, echó a andar. Era un tumulto tremebundo de saltos,
de vuelos, de arrastre, de galopes, de empellones, hacia la Enorme-Canoa. El
cielo blanqueó de garzas antes del amanecer. Una masa de rugidos, zarpazos,
trompas, morros, corcovaos, encabritamientos, cornadas; una masa arrolladora,
tremebunda, presurosa, se iba colando en la embarcación imposible, cubierta por
las aves que entraban a todo vuelo, por entre cuernos y cornamentas, patas
alzadas, mordiscos lanzados al viento. Después, el suelo hirvió en el mundo de
los reptiles de agua y de tierra, y las serpientes menores -ésas, que hacen
música con la cola, se disfrazan de ananás o traen pulseras de ámbar y de coral
sobre el cuerpo. Hasta bien pasado el mediodía se asistió a la arribazón de
gente que, como los venados rojos, no habían recibido el aviso a tiempo, o las
tortugas, para las cuales los viajes largos eran trabajosos y más ahora que eran
los tiempos de desovar. Por fin, viendo que la última tortuga había entrado en
la canoa. El anciano Amaliwak cerró la Gran-Escotilla, y subió a lo más alto de
la casa donde las mujeres de su familia -es decir: de su tribu, puesto que su
gente se casaba a los trece años- estaban entregadas, cantando, a los juegos y
rejuegos del metate. El cielo de aquel mediodía era negro. Parecía que las
tierras negras de las comarcas negras se hubiese subido, de horizonte a
horizonte. En eso sonó la Gran-voz-de-Quien-todo-lo-Hizo: “Cúbrete los oídos”,
dijo. Apenas Amaliwak hubo obedecido, retumbó un trueno tan horrísono y
prolongado que los animales de la Enorme-Canoa quedaron ensordecidos. Entonces
empezó a caer la lluvia. Lluvia de Cólera de los Dioses, pared de agua de un
espesor infinito, bajada de lo alto; techo de agua en desplome perpetuo. Como
era imposible respirar, siquiera, bajo semejante lluvia, el viejo entró en la
casa. Ya caían goteras, ya lloraban las mujeres, ya chillaban los niños. Y ya no
se supo del día ni de la noche. Todo era noche. Amaliwak, ciertamente, se había
provisto de mechas que, al ser encendidas, ardían más o menos durante el tiempo
de un día o de una noche. Pero ahora, con la ausencia de luz, estaba
desconcertado en sus cálculos, dando noches por días y días por noches. Y, de
súbito, en un momento que el anciano no olvidaría nunca, la proa de la canoa
empezó a dar bandazos. Una fuerza levitaba, alzaba, empujaba, aquella
construcción hecha a los dictados de los Poderosos de las Montañas y de los
Cielos. Y después de una tensión, de una indecisión, de un miedo, que obligó a
Amaliwak a tomarse un jarro entero de Chicha de maíz, hubo como un embate sordo.
La Enorme-Canoa había roto su última atadura con la tierra. Flotaba. Y se
lanzaba hacia un mundo de raudales abiertos entre montañas, raudales cuyo
bramido continuo ponía pavor en el pecho de los hombres y animales. La
Enorme-Canoa flotaba.
III
Al principio Amaliwak y sus hijos y sus nietos y
bisnietos y tataranietos trataron, aullantes, de piernas abiertas en las
cubiertas, de concentrarse en alguna maniobra del timón. Era inútil. Circundada
la montaña, azotada por los rayos, la Enorme-Canoa caía, de raudal en raudal, de
viraje en viraje, esquivando los escollos, sin topar con nada, por su misma
debilidad en seguir el enfurecido correr de las aguas. Cuando el anciano se
asomaba a la borda de su Enorme-Canoa, la veía correr, harto rauda,
desorientada, desnortada (¿acaso se veían las estrellas?) en su mar de fango
líquido que iba empequeñeciendo las montañas y los volcanes. Porque a aquél se
le miraba de cerca el exiguo abismo que otrora arrojara fuego. Poco
impresionaban sus labios de lava llovida. Las montañas se reducían en tamaño en
aquella desaparición creciente de sus faldas. E iba la Enorme-Canoa por rumbos
inseguros, a veces, antes de arrojarse a un disparadero de aguas que paraba en
cataratas ya amansadas por las aguas -según el mal cálculo de Amaliwak había
llovido durante más de veinte días, y de aquella manera tremebunda…- dejaron de
caer del cielo. Se hizo un gran remanso, una gran mar quieta entre las últimas
cimas visibles, con sus playas de lado pintadas a millares de palmos de altura,
y la Enorme-Canoa dejó de agitarse. Era como si
La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo le impusiera un descanso. Las mujeres habían
regresado a sus metates. Los animales, abajo, estaban tranquilos; todos, desde
el día de la Revelación, se habían conformado con el yantar cotidiano, de maíz y
de yuca, así fueran carnívoros. Amaliwak, cansado, se echó un buen jarro de
Chicha en el gaznate y se echó a dormir en su chinchorro.
Al tercer día de sueño lo despertó el choque de su nave
con alguna cosa. Pero no era cosa de roca, ni de piedra, ni de troncos muy
viejos, de esos que yacían petrificados, intocables en los claros de la selva.
El golpe había derribado algunas cosas: jarros, enceres, armas, por su
violencia. Pero había sido un golpe blando, como de madera mojada con madera
mojada, de tronco flotante con tronco flotante, en que ambos, después de herirse
las cortezas, siguen juntos sus caminos, unidos como marido y mujer. Amaliwak
subió a los pisos superiores de su embarcación. Su canoa había tropezado, de
soslayo, con algo rarísimo. Sin fracturas había abordado una nave enorme, de
costillares al descubierto, de cuadernas fuera de borda, como hecha de bambúes,
de juncos, con algo sumamente singular: un mástil en torno al cual giraba, según
soplara la brisa -ya habían terminado los grandes vientos- un velamen cuadrado,
de cuatro caras, que agarraba el aire que soplaba por debajo, como una chimenea.
Viendo así la embarcación oscura, que ninguna forma viviente animaba, pensó el
anciano Amaliwak en medirla a ojo de buen comprador de jarras -con chicha
adentro por supuesto. Tenía unos trescientos codos de longitud, unos cincuenta
de anchura, y unos treinta codos de alto. “Más o menos como mi canoa -dijo-
aunque yo he dilatado a lo sumo las proporciones que me fueron dictadas por
revelación. Los dioses de tanto andar por los cielos, poco saben de navegar.” Se
abrió la escotilla de la extraña nave, apareció un anciano pequeñito, tocado con
un gorro rojo, que parecía sumamente irritado. “¿Qué? ¿No atamos cabos?”, gritó,
en un idioma extraño, hecho a saltos de tonalidades de palabras a palabras, pero
que Amaliwak entendió porque los hombres sabios, en aquellos días, entendían
todos los idiomas, dialectos y jergas, de los seres humanos. Amaliwak mandó a
lanzar cabos a la extraña embarcación; ambas se arrimaron, y se abrazó el
anciano de otro anciano de tez un tanto amarillenta, que dijo venir del Reino de
Sin, cuyos animales traía en las entrañas del Gran Barco. Abriendo la escotilla
mostró a Amaliwak un mundo de animales desconocidos que entre divisiones de
madera que limitaban sus pasos pintaban estampas zoológicas por él nunca
sospechadas. Se asustó al ver que hacía ellos trepaba un oso negro de muy fea
traza: abajo había como venados grandes, con gibas en los lomos. Y unos felinos
brincadores, nunca quietos, que llamaban “onzas”. “¿Qué hace usted aquí?”,
preguntó el hombre de Sin a Amaliwak. “¿Y usted?”, contestó el anciano. “Estoy
salvando a la especie humana y las especies animales”, dijo el hombre de Sin.
“Estoy salvando a la especie humana y las especies animales”, dijo el anciano
Amaliwak. Y como las mujeres del hombre de Sin habían traído vino de arroz, no
se habló más de cuestiones difíciles de dilucidar, aquella noche. Y algo
borrachos estaban los hombres de Sin y el anciano Amaliwak cuando, al filo del
amanecer, un golpe formidable hizo retumbar a las dos naves. Una embarcación
cuadrada -trescientos codos de longitud, cincuenta más o menos de anchura,
treinta codos (eran unos cincuenta) de alto- dominada por una casa vivienda con
ventanas laterales, había topado con las dos naves amarradas. En la proa, antes
de que fuesen a requerirlo por una mala maniobra marinera, un anciano, muy
anciano, de largas barbas, recitaba lo inscripto en las pieles de los animales.
Y lo recitaba a gritos, para que todos lo escucharan, y nadie viniese a
requerirlo por la maniobra marinera mal hecha. Decía: “Me dijo Iaveh: "Hazte un
arca de madera de Gopher; harás aposentos en el arca, y la embetunarás con brea
por dentro y por fuera. Al arca harás pisos abajo, segundo y tercero”. “Aquí
también hay tres pisos”, decía Amaliwak. Pero proseguía el otro: “Y yo, he aquí
que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en
que haya espíritu de vida debajo del cielo, todo lo que hay en el la tierra
morirá. Más estableceré un pacto contigo y entrará en el arca tú y tus hijos y
tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo…” “¿No fue eso acaso lo que hice?”,
dijo el anciano Amaliwak. Pero proseguía el otro el recitado de su Revelación:
“Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca,
para que tengan vida contigo: macho y hembra serán. De las aves según su
especie; de todo reptil de la tierra, según su especie; dos de cada especie
entrarán contigo para que hayan vida”. “¿Así no hice yo?”, preguntábase el
anciano Amaliwak hallando que aquel extraño resultaba harto presuntuoso con sus
Revelaciones que eran semejantes a todas las demás. Pero al pasar de embarcación
en embarcación, los nexos de simpatía se fueron creando. Tanto el hombre de Sin,
como el anciano Amaliwak y el Noé recién llegado eran grandes bebedores. Con el
vino del último, la chicha del viejo y el licor de arroz del primero, los ánimos
se fueron ablandando. Se formulaban preguntas, tímidas al comienzo, acerca de
los pueblos respectivos; de sus mujeres, de sus modos de comer. Ya sólo llovía
de cuando en cuando, y eso, como para poner un poco de claridad en el cielo. El
Noé, del arca maciza, propuso que se hiciera algo para saber si toda vida
vegetal había desaparecido del mundo. Lanzó una paloma sobre las aguas, quietas
aunque fangosas en grado increíble. Al cabo de una larga espera, la paloma
regresó con un ramito de olivo en el pico. El anciano Amaliwak lanzó entonces un
ratón al agua. Al cabo de una larga espera regresó con una mazorca de maíz entre
sus patas. El hombre del País de Sin despachó, entonces, un papagayo, que
regresó con una espiga de arroz debajo del ala. La vida recobraba su curso. Sólo
faltaba recibir alguna Instrucción de Aquellos que vigilan el ir y venir de los
hombres desde sus templos y cavernas. Las aguas bajaban de nivel.
IV
Transcurrían los días y calladas estaban las voces de
La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo, de Iaveh con quien Noé parecía haber tenido
largos coloquios, con instrucciones más precisas que las impartidas a Amaliwak;
de Quien-Todo-lo-Creó y vive en el espacio ingrávido y suspendido como una
burbuja, escuchado por el Hombre de Sin. Desconcertados estaban los capitanes de
las naves, arrimadas por sus bordas, sin saber qué hacer. Descendían las aguas;
crecían las cordilleras en el horizonte de paisajes libres de nieblas. Y, una
tarde en que los capitanes bebían para distraerse de sus propias cavilaciones,
se anunció la aparición de una cuarta nave. Era casi blanca, de una admirable
finura de líneas, con las bordas pulidas y una vela de forma que nunca habían
visto por acá. Se arrimó ligeramente, y, envuelto en una capa negra, apareció su
Capitán: “Soy Deucalión -dijo-. De dónde se yergue un monte llamado Olimpo. He
sido encargado por el Dios del Cielo y de la Luz de repoblar el mundo cuando
termine este horrible diluvio” “¿Y dónde lleva los animales en una nave tan
exigua?”, preguntó Amaliwak. “No se me ha hablado de los animales -dijo el
recién llegado-. Cuando termine esto tomaremos piedras, que son los huesos de la
tierra, y mi esposa Pirra las arrojará por encima de sus hombros. De cada
guijarro nacerá un hombre”. “Yo debo hacer lo mismo con las semillas de
palmeras”, dijo Amaliwak. En eso, de la bruma que acababa de levantarse sobre
las costas cada vez más próximas, surgió, como embistiendo, la mole enorme de
una nave casi idéntica a la de Noé. Una hábil maniobra de los que la tripulaban
ladeó la embarcación poniéndola al pairo. “Soy Our-Napishtim -dijo el nuevo
Capitán, saltando a la nave de Deucalión-. Por el Dueño-de-las-Aguas supe lo que
iba a ocurrir. Entonces edifiqué el arca, y embarque en ella, además de mi
familia ejemplares de animales de todas las especies. Me parece que lo peor ha
pasado. Primero arrojé una paloma al espacio, pero regresó sin haber hallado
cosa alguna que, para mí, significara vida. Lo mismo me ocurrió con la
golondrina. Pero el cuervo no regresó: pruebas de que halló algo que comer.
Estoy seguro de que en mi país, en el lugar llamado Boca de los Ríos, ha quedado
gente. El agua sigue descendiendo. Ha llegado la hora de regresar a las tierras
propias. Con tanta tierra de aquí, de allá, acarreada, depositada, dejada sobre
los campos, tendremos buenas cosechas”. Y dijo el hombre de Sin: “Pronto
abriremos las escotillas y saldrán los animales a sus pastos fangosos; y se
reanudará la guerra entre las especies; y los unos devorarán a los otros. No me
cupo la gloria de salvar a la raza de los dragones, y lo siento, porque ahora
esa raza se extinguirá. Sólo hallé un dragón macho, sin hembra, en el lugar
septentrional donde pacen elefantes de colmillos curvos y donde los grandes
lagartos ponen huevos semejantes a sacos de sésamo”. “Todo está en saber si los
hombres habrán salido mejores de esta aventura -dijo Noé-. Muchos deben haberse
salvado en las cimas de los montes.”
Los Capitanes cenaron silenciosamente. Una gran congoja
-inconfesada, sin embargo; guardada en lo hondo del pecho- les ponía lágrimas a
las gargantas. Se había venido abajo el orgullo de creerse elegidos -ungidos-
por las divinidades que, en suma, eran varias, y hablaban a los hombres de
idéntica manera. “Por ahí deben andar otras naves como las nuestras” dijo Our-Napishtim,
amargo. “Más allá de los horizontes; mucho más allá debe haber otros hombres
advertidos, navegando con sus cargas de animales. Debe haberlo de países donde
se adora el fuego y las nubes”. “Debe haberlo de los Imperios del Norte que,
según dicen, son tremendamente industriosos.” En ese instante
La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo retumbó en los oídos de Amaliwak: “Apártate de
las demás naves, y déjate llevar por las aguas”. Nadie, salvo el Viejo, escuchó
el tremendo mandato. Pero a todos les ocurría algo, puesto que se marcharon de
prisa, sin despedirse unos de otros, volviendo a sus embarcaciones. Cada una
halló la corriente que le correspondía, en un agua que ya se pintaba a la manera
de un río. Y, pronto, el anciano Amaliwak se encontró solo con su gente y con
sus animales. “Los dioses eran muchos -pensaba-. Y donde hay tantos dioses como
pueblos, no puede reinar la concordia, sino que debe vivirse en desavenencia y
turbamulta en torno a las cosas del Universo.” Los dioses se le empequeñecían.
Pero aún le tocaba una tarea que cumplir. Arrimó la Enorme-Canoa a una orilla y,
bajando detrás de una de sus esposas, le hizo arrojar detrás de sus espaldas las
semillas de palmera que llevaba en un saco. En el acto -y era maravilloso verlo-
las semillas se transformaron en hombres que en pocos instantes crecían, pasando
de la talla de niños, a la talla de mozos, a la talla de adolescentes, a la
talla de hombres. Con las semillas que contuvieran gérmenes de hembra ocurría lo
mismo. Al cabo de la mañana era una multitud, pululante, la que llenaba la
orilla. Pero, en eso, una oscura historia de rapto de hembra, dividió a la
multitud en dos bandos, y fue la guerra. Amaliwak regresó rápidamente a la
Enorme-Canoa, viendo cómo los hombres, recién salvados, se mataban unos a otros.
Y según sus posiciones de combate en la costa elegida para su resurrección, era
evidente que ya se había creado un Bando-montaña y un Bando-valle.
Ya tenía éste un ojo colgándole de la cara; ya venía el otro con el cráneo
abierto por una piedra. “Creo que hemos perdido el tiempo”, dijo el anciano
Amaliwak poniendo su Enorme-Canoa a flote.
Alejo Carpentier y Valmont (26 de diciembre de 1904 – 24 de abril de 1980), fue un novelista y narrador cubano que influyó notablemente en la literatura latinoamericana durante su período de auge, el llamado «boom latinoamericano».2 La crítica lo considera uno de los escritores fundamentales del siglo XX
en lengua castellana, y uno de los artífices de la renovación literaria
latinoamericana, en particular a través de un estilo que incorpora
varias dimensiones y aspectos de la imaginación para recrear la
realidad, elementos que contribuyeron a su formación y uso de lo «Real
Maravilloso».3
También ejerció las profesiones de periodista, durante gran parte de
su vida; y musicólogo, con investigaciones musicales y organizaciones de
conciertos, entre otras actividades; sin embargo, alcanzó la fama
debido a su actividad literaria.4
Aunque durante mucho tiempo se creyó que había nacido en La Habana, Cuba, el hallazgo póstumo de su partida de nacimiento en Suiza probó que su nacimiento tuvo lugar en Lausana.1
Su padre fue el arquitecto francés Georges Álvarez Carpentier y su
madre Lina Valmont, profesora de idiomas de origen ruso. Su infancia
estuvo marcada por un profundo «mestizaje cultural».5 6
La familia se mudó a La Habana, porque el padre tenía interés por la
cultura hispánica y ansias de habitar en un país joven que le permitiera
escapar de la decadencia europea.7
Así, Carpentier creció en trato cercano con campesinos cubanos blancos y
negros, «hombres mal nutridos, cargados de miseria, mujeres envejecidas
prematuramente; niños mal alimentados, cubiertos de enfermedades».8 Una realidad que posteriormente plasmaría en sus obras.8
Su infancia coincidió con los primeros años de la República Independiente,
un periodo en el cual las escuelas se centraban en el pasado colonial
español, debido a la carencia de materiales actualizados: «De acuerdo
con los libros que estaban vigentes y se usaban en la España de finales
del siglo XIX».9
A la edad de once años se trasladó con sus padres a una finca en Loma de Tierra, del reparto El Cotorro, cerca de La Habana.10
De los once a los diecisiete años sus padres se encargaron de su
educación. Él le enseñaba literatura y ella música, lo que fue de gran
influencia en el joven y por la que sintió inclinación desde esa época.
Por esos años, su padre los abandonó y él abandonó sus estudios y empezó
a trabajar para ayudar a su madre.11
Al fin de su educación primaria en Cuba,
fue a París para completar parte de sus estudios secundarios en el
liceo Janson de Sailly donde, tomando cursos de teoría de la música,
llegó a ser en sus propias palabras «un pianista aceptable».12 13
En 1917 ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana para
continuar sus estudios en teoría musical. En 1920 consiguió entrar en la
escuela de Arquitectura de esa misma ciudad, aunque posteriormente la abandonaría.14
A principios de los años veinte empezó a implicarse en política,
especialmente en la «abortada revolución de Veteranos y Patriotas» en
1923.15 Aunque los grupos a los que se afiliaba no fueran específicamente partidistas , sino más bien unidos por el arte,15 estos no carecían de objetivos políticos y desarrollaron una labor de lucha contra la dictadura de Gerardo Machado (ascendido en 1925) y contra el capitalismo norteamericano.15
En 1921 empezó su carrera de periodista, profesión a la que se dedicaría prácticamente el resto de su vida.16 En la sección «Obras famosas» del diario habanero La Discusión
publicó sus primeros trabajos literarios, básicamente resúmenes de
obras conocidas. Ese mismo año abandonó definitivamente la carrera
universitaria y viajó de nuevo a Francia. Al regresar dos años después,
redactó artículos de crítica musical y teatral en La Discusión y El Heraldo de Cuba.17 Su situación económica se estabilizó en estos años, llegando a ser jefe de redacción de la revista comercial Hispania.
Escribió una historia sobre los zapatos para la Unión de Fabricantes de
Calzados y colaboró en la sección de moda de la revista Social bajo el seudónimo «Jacqueline».
En 1923 formó parte de la Protesta de los Trece
junto al Grupo Minorista, del que fue fundador y, aunque descrito por
sus miembros como intelectual y apolítico, participó activamente en la
oposición al presidente Alfredo Zayas.
Esta asociación se integró posteriormente en la «Falange de Acción
Cubana», que organizó el fracasado movimiento insurreccional de la
«Asociación de Veteranos y Patriotas».18
Entre 1924 y 1928, Carpentier ocupó el puesto redactor en la revista Carteles.19 En 1926 asistió a un congreso de periodistas en México invitado por el gobierno de ese país y durante el cual conoció a Diego Rivera,
con quien mantendría una larga amistad. Este periodo fue muy importante
en la formación de su personalidad artística; llegó a conocer todos los
barrios de La Habana y descubrir la arquitectura colonial y el ambiente
de La Habana Vieja, elementos en que se ambientarán después muchos de sus ensayos y novelas.17
Sus obras y afirmaciones de entre los años 1920 y 1928 muestran que se
implicó decididamente en el vanguardismo cubano, trabando amistad con
sus figuras principales.20 Carpentier también amplió su conocimientos musicales escuchando al compositor Amadeo Roldán.21
En 1927, se adhirió al Manifesto Minorista,
firma por la cual sería encarcelado durante siete meses bajo
acusaciones de profesar ideas comunistas. Durante ese tiempo en prisión
redactó la primera versión de su novela Ecué-Yamba-Ó!. Ya en
libertad condicional, en marzo de 1928 acudió a un congreso de
periodistas en La Habana en donde conoció al poeta francés Robert Desnos
quien le ayudó a huir del régimen machadista, entregándole su pasaporte
y sus acreditaciones y ayudándole a embarcarse en un buque con
dirección a Francia.4
Carpentier residió en Francia desde 1927 hasta 1939.22 El tiempo que pasó en ese país enriqueció su mundo y lo introdujo a nuevas técnicas literarias y funciones expresivas.23 Su llegada se produjo durante el boom del movimiento surrealista, cuyos miembros le dieron la bienvenida de brazos abiertos.24
Se estableció en París y colaboró en diversas revistas locales y cubanas con poemas y artículos sobre música.4 Se unió a los círculos musicales de la ciudad, colaborando con el compositor francés Darius Milhaud, el brasileño Heitor Villa-Lobos y el cubano Alejandro García Caturla.4 Este grupo produjo una variedad de poemas, libretos y textos, como Poèmes des Antilles, nuevos cantos sobre textos de Alejo Carpentier con música de M.F. Gaillard.4 Carpentier también escribió la serie de artículos Ensayos convergentes en 1928.4
Con el apoyo de Desnos, Carpentier empezó a formar parte del
movimiento surrealista que iba a influir en sus obras considerablemente.25 Sus dos primeros cuentos cortos, «El estudiante» y «El milagro del ascensor» siguen el estilo surrealista.26
Aunque sus obras más famosas fueron escritas en español, Carpentier
también era capaz de escribir en francés. Por ejemplo, escribió el
cuento «Histoire de Lunes» en francés y, dependiendo de su público, daba
entrevistas en francés o en español.27 Carpentier colaboró en la Révolution surréaliste y conoció a los poetas Louis Aragon, Tristan Tzara, Paul Eluard, y a los pintores Giorgio de Chirico, Yves Tanguy y Pablo Picasso.25
En 1933 terminó su primera novela ¡Ecué-Yamba-Ó! y salió de Francia por poco tiempo para Madrid. En 1936, después de la caída del régimen de Machado, hizo un viaje a Cuba .25 Regresó a París y no volvió a España hasta después de estallar la Guerra Civil Española.25
Carpentier pasó mucho de su tiempo en Francia, entre los años
1932-1939, trabajando en la radiodifusión francesa con efectos de
sonidos y sincronización musical.25 Llegó a ser director de los Estudios Foniric donde dirigió la producción de programas de radio con las técnicas más modernas.28 Dirigió las grabaciones de poemas de Walt Whitman, Edgar Allan Poe, Langston Hughes, Louis Aragon, y otros.28
El tiempo transcurrido en ese país contribuyó a formar su identidad
como escritor; según sus propias palabras: le «enseñó a ver texturas,
aspectos de la vida americana que no había advertido [...] Comprend[ió]
que detrás de ese nativismo había algo más; lo que llam[ó] los
contextos: contexto telúrico y contexto épico político: el que hallela
relación entre ambos escribirá la novela americana».29
Al final de su tiempo en Francia, Carpentier confesó sentir
«ardientemente el deseo de expresar el mundo americano». «América se
[le] presentaba como una enorme nebulosa, que [él] trataba de entender,
porque tenía la oscura intuición de que [su] obra se iba a desarrollar
aquí, que iba a ser profundamente americana».29En 1943 viajó a Haití con su esposa Lilia Esteban y con el director teatral Louis Jouvet;
fue un viaje de descubrimiento del mundo americano, de lo que llamó "lo
real maravilloso". Producto de esta experiencia es la obra El reino de este mundo
publicada en México en 1949. Después de su viaje a México en 1944
realizó importantes investigaciones musicales. Publicó "La música en
Cuba" en México (1945).
Vivió autoexiliado en Caracas, Venezuela entre 1945-1959.2
Algunos críticos consideran esta etapa como la «más fecunda de su vida»
donde plasma lo aprendido durante sus peripecias previas como
estudioso, periodista, crítico musical y editor de cuentos.2 En marzo de 1948 terminó de escribir El reino de este mundo
la cual sería publicada en México en la primavera de 1949. Esta obra
representa la primera vez en más de 15 años que concluyó una novela.30 Müller-Bergh comparó El reino de este mundo con su opera prima, ¡Ecué-Yamba-Ó!, y en su opinión se aprecia una notable madurez en la selección de los materiales narrativos y una mejora estilística.31
También en Caracas compuso íntegramente otras tres de sus grandes novelas: Los pasos perdidos, 1952, inspirada en la geografía venezolana; El acoso, 1956; y El Siglo de las luces, terminada en 1958 pero publicada cuatro años después.32 Además aprovechó la estancia en ese país para conocer mejor la naturaleza del continente americano.30 En 1947 viajó al interior del país, atravesando zonas deshabitadas hasta Ciudad Bolívar.30 A lo largo del trayecto llega a San Carlos de Río Negro, donde conoció algunas tribus originarias americanas.30 Como Carpentier contaría más tarde, este viaje fue el momento en cual «surgió en [él] la primera idea de Los pasos perdidos. América es el único continente donde distintas edades coexisten».33 Con este libro ganó el premio de la crítica parisina al mejor libro extranjero.32
La novela corta El acoso, publicada en 1956,
presenta un episodio sangriento entre bandas de terroristas enemigas,
inspirado por los acontecimientos de la época de desórdenes que siguió
la caída del dictador Machado.31 El Siglo de las luces es inspirado en parte por un viaje que Carpentier hizo al Golfo de Santa Fe en la costa venezolana.31 Carpentier explicó que aunque la novela fue terminada en 1958, no se publicó hasta 1962
porque «necesitaba retoques y el cambio que se observaba en la vida y
en la sociedad cubanas me resultó demasiado apasionante para que pudiera
pensar en otra cosa».34 Carpentier cuenta que «el triunfo de la Revolución cubana me hizo pensar que había estado ausente de mi país demasiado tiempo».34 Hizo planes para regresar definitivamente a Cuba y vendió los derechos cinematográficos de Los pasos perdidos a un consorcio internacional.35
Durante su estancia en Venezuela, Carpentier también escribió la
mayoría de sus cuentos, y algunos críticos arguyen que es muy posible
que son cuentos escritos en otros lugares, como «Los advertidos» y «El
derecho de asilo», tienen como fuentes temas, anécdotas y personajes
venezolanos.2
Carpentier también realizó una gran producción periodística en
Venezuela, publicando cerca de dos mil artículos y crónicas sobre temas
literarios y musicales en su columna «Letra y solfa» en el diario «El
Nacional» entre 1950 y 1959.2
Además, Carpentier también publicó muchos otros artículos, ensayos y
reportajes para el mismo diario, y para otras publicaciones venezolanas,
cubanas, y de otros países.2 Carpentier también enseñó literatura en la Universidad Central de Venezuela y trabajó para la agencia de publicidad ARS de Caracas junto a intelectuales de la talla de Arturo Uslar Pietri.32.
Carpentier regresó a Cuba en 1959 donde volvió a residir en la capital.36
En 1962, llegó a ser el director ejecutivo de la Editorial Nacional de
Cuba, órgano del gobierno revolucionario que organizó las exigencias
editoriales del Ministerio de Educación, Consejo Nacional de
Universidades (La Habana, Las Villas y Oriente), las ediciones de la Academia de Ciencias de Cuba,
Editorial Juvenil, y el Consejo Nacional de Cultura, grupo que incluye
la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Archivo Nacional,
la Biblioteca Nacional, la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el Instituto de Artes Cinematográficas Cubanas (ICAIC) y la Casa de las Américas.35 Carpentier también fue el vicepresidente del UNEA, hizo crítica literaria en la Gaceta de Cuba y colaboró en publicaciones extranjeras como Sur, Insula y Les Langues Modernes.37
El siglo de las luces fue publicado en México en 1962.36 Carpentier fue designado ministro consejero de la Embajada de Cuba en París.37 Publicó en París Literatura y conciencia política en América Latina que incluye los ensayos de Tientos y diferencias con excepción de La ciudad de las columnas.37
Carpentier también dirigió un programa cultural de Radio Habana en
1964, «La cultura en Cuba y el mundo», en el cual los temas principales
eran la novela y la música en América Latina.37 Al final de 1964, publicó la colección de ensayos Tientos y diferencias en México.37 En 1965, Carpentier terminó el libro El año 59,
la acción del libro se desarrolla en La Habana y es inspirada en la
Revolución cubana. También escribió una obra teatral titulada El aprendiz brujo.37
En 1972 se editan en Barcelona El derecho de asilo, Concierto barroco y El recurso del método.
Además, recibió un extenso homenaje en Cuba por su septuagésimo
aniversario. Tres años después la Universidad de La Habana le concedió
el título de Doctor Honoris Causa en Lengua y Literatura Hispánicas.38
y recibió el premio internacional Alfonso Reyes. Se le confirió el
Premio Mundial "Cino del Duca", cuya dotación donó al Partido Comunista
de Cuba.
En 1976, le fue conferida la más alta distinción del Consejo
Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la
Universidad de Kansas, el título de Honorary Fellow. Es electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. En 1978 la más alta distinción literaria de España, el Premio Miguel de Cervantes, fue recibida por Carpentier de las manos del rey Juan Carlos. Donó al Partido Comunista la retribución material del premio.
La Editorial Siglo XXI publicó "La consagración de la primavera" en 1979. El arpa y la sombra fue editada en México, España y Argentina. Recibió el Premio Medicis Extranjero por El arpa y la sombra –el más alto reconocimiento francés para escritores extranjeros.
Carpentier era conocido como uno de los primeros que introdujo el
término de "lo real maravilloso" y el neo-barroco en América Latina.39
Carpentier, ampliamente conocido por el estilo barroco de sus
escritos y su teoría de "lo real maravilloso", tuvo entre sus obras más
famosas ¡Écue-Yamba-O!, Alabado sea el Señor (1933) sobre el folclore y mitología afrocubanos, El reino de este mundo (1949) y Los pasos perdidos (1953).
En ¡Écue-Yamba-O!, tuvo una perspectiva más hacia la
etnología. En esa obra, se presenta el tema de la cultura afro-cubana.
Se critica la política de la dependencia de Cuba bajo los Estados
Unidos, y las fotos en el libro hacen que la obra se vea como
antropológica y no pura ficción. Hay algunas teorías que afirman que la
colección de imágenes (no de humanos) reflejan la influencia surrealista
en Carpentier así como una vista de la cultura.40 En el prólogo de El reino de este mundo, una novela sobre la Revolución haitiana, describió su visión de "lo real maravilloso" o lo maravilloso real, que algunos críticos interpretan como sinónimo del Realismo mágico, aunque otros disienten a este respecto, contrastándolo a consideraciones de escritores como Miguel Ángel Asturias o Gabriel García Márquez.
Como la música era muy importante para Carpentier, tiene sentido que
la haya utilizado en sus libros. Por ejemplo, para dar ritmo y
musicalidad al texto de El reino de este mundo, enfocado en lo
afro-cubano, Carpentier utiliza el idioma creole. Encontramos este
recurso cerca de dos escenas muy importantes en el libro.41
Aunque los escritos de Carpentier no sean biográficos, se puede
observar claramente en sus obras las influencias de los eventos de su
vida. Además se pueden intuir sus puntos de vista y opiniones a través
de sus personajes y argumentos.42
En Los pasos perdidos, el protagonista nos lleva en un viaje
por la selva, un adentramiento iniciático cuya meta es encontrar el
origen de la música en viejos instrumentos y formas de habla. En la
selva escuchamos todos los sonidos de la naturaleza a medida que el
personaje se integra paulatinamente a este mundo, y se relaciona con los
habitantes, aunque finalmente esta integración resulta bastante
superficial.
Muchos de los temas en las obras de Carpentier se ubican alrededor del mestizaje cultural,43
lo que es un aspecto esencial en su representación del ser
latinoamericano. En sus obras tempranas de Carpentier, escribió mucho
sobre los negros y la experiencia del hombre en relación al cosmos.44 45 Tuvo un grande interés en la cultura afro-cubana dentro de sus obras y música. Aún en su cuento Histoire de Lunes, que fue escrito en francés, aparece el tema de la cultura afro-cubana.46
El hombre blanco, aunque aparece en las obras de Carpentier con poca
frecuencia, representa cuatro instituciones opresivas en América latina:
la cárcel, la iglesia, la esclavitud y el imperialismo extranjero.44 A través de este estilo se explican los ritmos africanos en la poesía de Carpentier.47
El viaje también es muy importante en las obras de Carpentier. En
todas sus obras existen personajes que realizan un viaje o están en
movimiento, lo que quizás deriva de la vida viajera de Carpentier.48.
La idea de lo real maravilloso fue introducida en un artículo publicado en el periódico "El Nacional" en 1948.49 El año después apareció en la introducción de El Reino de Este Mundo.
Todavía hay desacuerdos entre los que estudian literatura sobre
exactamente lo que es la diferencia entre lo real maravilloso y el
realismo mágico, si hay una.50
Carpentier describió lo real maravilloso en su introducción: "Pisaba
yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron
en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa de
colectiva produjera un milagro el día de su ejecución... A cada paso
hallaba lo real maravilloso."51 Al fin de la introducción Carpentier puso una pregunta a los futuros lectores: "¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?"52 Así aisló su concepto a algo exclusivamente latinoamericano y no nacional.53 En El reino de este mundo," lo real maravilloso forma una perspectiva más de la historia- no es necesariamente una ficción.54
Añadió más descripción en su libro Alejo Carpentier: América, la imagen de una conjunción: "Lo
real maravilloso es eso, , una revelación privilegiada, una iluminación inhabitual,
una fe creadora de cuanto necesitamos para vivir en libertad; una
búsqueda, una tarea de otras dimensiones de la realidad, sueño y
ejecución, ocurrencia y presencia.".55
El "realismo mágico" es un término acuñado por el crítico de arte alemán Franz Roh en su ensayo de 1925 Postexpresionismo: los problemas de la nueva pintura europea, publicado en la Revista de Occidente de Ortega y Gasset y tras un cierto debate aplicado a las producciones de literarias hispanoamericanas.56 (El reino de este mundo fue publicado por primera vez en 1949). Juan Barroso VIII definió el realismo mágico así: "...la
combinación de temas que reflejan la realidad dentro de una exactitud y
hondura detallística con técnicas que aunque rompen con las leyes
dentro de la unidad total de la obra."57
Lo real maravilloso tiene que verse como el producto de su relación
con el surrealismo, así como del contacto con la realidad
latinoamericana. Con esta expresión Carpentier quiso diferenciar la
realidad surrealista latinoamericana de la creada en el Viejo
Continente; es decir que lo que para el surrealismo tenía que ser
producto de una creación literaria, para el latinoamericano se convertía
en "el pan nuestro de cada día" que podía ser tocado diariamente en
cualquier lugar. El elemento importante en lo real maravilloso de
Carpentier es el milagro de la cotidianidad americana visto sin la
necesidad de creer en algo más, como no sea la propia maravilla de la
creación que a diario se vive en Latinoamérica.
Las obras de Carpentier han tenido un impacto en el mundo literario y
cultural. Aunque muchas de sus obras han añadido a su estatura, la
recepción crítica de su obra nos dice que el género de la literatura
Latino Americana ha sido ampliado. Carpentier intenta cambiar el enfoque
de la experiencia Latino Americana con nuevas perspectivas, e incluye
su propia experiencia de su fondo cultural complejo.58
Se dice que Carpentier ofrece una nueva perspectiva en el pasado colonial de América Latina.58
El mundo novelístico de Carpentier ha creado un universo en cual “los
mismos problemas se repiten con insistencia, siempre dentro de
distintas situaciones, siempre en tiempos diferentes, siempre en
escenarios mudables”.59
Sus obras han creado el concepto del hombre que es siempre lo mismo
para el novelista y el tiempo es una mera ilusión en un universo en el
cual los hombres viven en un tiempo sin tiempo.60
Los personajes que Carpentier crea son “personajes de hoy pero también
de ayer y seguramente de mañana” que participan en revoluciones de ayer
que también podrían ser las revoluciones de mañana, y en sus obras
podemos ver la presentación de temas históricos y personales más
variados a través de la superposición de planos en lo individual y en lo
social. Esta visión del tiempo y la historia es una de las influencias
más claves que Carpentier ha tenido sobre la literatura latinoamericana.
La descripción de la cultura de Occidente es también una de las
características predominantes en la obra del autor que ha influido en la
escritura después de sus publicaciones.60 Su influencia es evidente en autores de toda América como el chileno José Donoso y su El obsceno pájaro de la noche, el mexicano Fernando Del Paso y su novela Noticias del Imperio, el colombiano Germán Espinosa y La tejedora de coronas,61 así como en los novelistas cubanos contemporáneos Leonardo Padura y su La novela de mi vida y Fernando Velázquez Medina en su obra Última rumba en La Habana.
Anualmente se celebra el Premio de Novela, Cuento y Ensayo Alejo Carpentier.
El premio se instituyó en 1999, y su acto de premiación formó parte del
Programa General de la IX Feria Internacional del Libro de La Habana.
El anuncio público de los galardonados siempre tiene lugar el 26 de
diciembre, fecha en que se celebra el natalicio del insigne escritor
cubano. Música. Aunque Carpentier es primordialmente conocido como autor, es también musicólogo62
La música era un elemento muy presente en su familia; su abuela era
pianista, su madre tocaba el piano y su padre fue violonchelista.63
Carpentier estudió teoría musical en el Liceo Jason de Sailly de París y
en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana; era pianista.14
Durante su tiempo en Francia, Carpentier entró en los círculos
musicales parisienses y colaboró con bastantes compositores, resultando
en la producción de las poemas, libretos y textos de varias obras
musicales:4 Yamba-Ó, tragedia burlesca, música de M.F. Gaillard, estrenada en el Théâtre Beriza, París, 1928. Poèmes des Antilles, neuf chants sur les texts de Alejo Carpentier, música de M.F. Gaillard, Edition Martine, París, 1929. Blue, Poema, música de M.F. Gaillard, Edition Martine, París. La Passion Noire, cantata para diez solistas, coro mixto y altoparlantes, música de M.F. Gaillard, estrenada en París, julio de 1932. Dos poemas afrocubanos, Mari-Sabel y Juego Santo, para voz y piano, música de A.G. Caturla, Edition Maurice Senart, París, 1929. Novelas. ¡Écue-Yamba-O! (1933). El reino de este mundo (1949). Los pasos perdidos (1953). El acoso (1958), novela corta. El siglo de las luces (1962). Concierto barroco (1974), novela corta. El recurso del método (1974). La consagración de la primavera (1978). El arpa y la sombra (1978). Cuentos. Viaje a la semilla (1944). Guerra del tiempo (1956). El Camino de Santiago (1967). Los convidados de Plata (1972). Ensayo. La música en Cuba (1946). Tristán e Isolda en tierra firme (1949). Tientos y diferencias (1964). Literatura y conciencia en América Latina (1969). La ciudad de las columnas (1970). América Latina en su música (1975). Letra y solfa (1975). Razón de ser (1976). Afirmación literaria americanista (1979). Bajo el signo de Cibeles. Crónicas sobre España y los españoles (1979). El adjetivo y sus arrugas (1980). El músico que llevo dentro (1980). La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos (1981).Conferencias (1987). Libreto de ópera. Manita en el suelo, música de Alejandro García Caturla. Filmografía. Cortázar: Apuntes para un documental, dirección de Eduardo Montes-Bradley, Argentina, 2001 (Participación testimonial). El recurso del método, dirección de Miguel Littín, México, Cuba, Francia, 1978, adaptación de su novela homónima (1974). Premios. En 1956 gana el Prix du Meilleur Livre Etranger por su novela Los pasos perdidos (Francia). En 1975 recibe un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana (Cuba). En 1975 recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes (México). Es hecho Miembro Honorario de la University of Kansas (Estados Unidos). Recibe el Premio Mundial Cino del Duca (Francia). En 1977 recibe el Premio Cervantes (España). En 1979 recibe el Premio Medicis Extranjero (Francia).
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto: ciudadseva.com. Foto: Internet.