Con un panel moderado por Jaime Abello, el Hay Festival rindió homenaje a Gabriel García Márquez
La carreta literaria recorrió las calles del pueblo que vio nacer a Gabriel García Márquez./eltiempo.com
De la tierra natal de Gabriel García Márquez se puede decir que aquí el Macondo de novela y el municipio real se funden en uno solo. Comienzó el 'Hay Festival' en Cartagena
No de otra forma podría explicarse que en esta población del Magdalena, durante un homenaje al Nobel de Literatura, las primeras palabras tuvieron que ver con un acueducto o con la espera de casi cien años por él, por el agua potable. Y que esa realidad, además, se cuente en clave de texto literario.
“El acueducto tiene muchos efectos literarios y hubo algo que no fue ficción: cuando se abrían las llaves de los cataqueros, salían pescaditos y un alcalde dijo ‘frítenlos’. Nosotros ya estamos trabajando para cumplir con el sueño de que se vuelva una realidad”, dijo ayer el ministro de Vivienda, Luis Felipe Henao, y aseguró que no es literatura.
Los múltiples Macondos
Ayer, por las calles de este municipio, también llamado ‘Cataca’, los personajes de Gabo anduvieron por la Casa Museo, hubo música y se habló de él en los rincones de la que fue su casa, hoy convertida en museo, en un evento llamado ‘Gabo, de regreso a Macondo’.
“Esta es la tierra de los amores, de las tristezas pero también de los sueños”, dijo el alcalde de la población. “Macondo es la transposición poética de Aracataca”, dijo el escritor Juan Gabriel Vásquez o “Macondo es como un mundo y es un mundo que le ha dado la vuelta al planeta”, según Conrado Zuluaga, uno de los expertos en la obra de Gabriel García Márquez.
“Existe una dualidad entre el Macondo de la ficción y Aracataca”, según Jaime Abello Banfi. Y uno que llegó por mensaje de video: “Macondo sí existe”, dicho por el presidente Juan Manuel Santos.
Pero Macondo es también un árbol. Uno alto, de cuello flaco y pocas hojas, que está en el camellón de los almendros y que, por arte de la literatura que posee la magia de convertir unas cosas en otras, se volvió un nombre global.
“Para nosotros, García Márquez es como el aire, que lo impregna todo. Yo creo que cada pueblo es un Macondo”, dice Jorge Carrillo, un gabólogo local que se sabe de memoria las frases completas con las que comienzan las novelas del nobel colombiano.
Durante el homenaje en la Casa Museo Gabo, que se hace en el marco del Hay Festival, Abello recordó que el escritor ayudó en la creación de este encuentro literario y comenzó preguntando a los invitados qué sentían al pisar la tierra donde él concibió parte de su obra.
“Hoy podría dibujar esta casa de memoria. Aunque esta es mi primera vez aquí, la conozco, sé que en este jardín en 1927 había flores y que cuando Gabo salió a la calle vio a una mujer andando por la calle con el cuerpo de su marido en una mano y la cabeza en la otra, y que él se lamentó de que lo llevara cubierto, porque no pudo verlo. Lo mismo que la historia de Amaranta, que murió soltera”, dijo el escritor Vásquez.
La conversación derivó hasta hablar de las múltiples facetas de Gabo y de su intención de ser un “antiintelectual”, como expresó el autor de El ruido de las cosas al caer.
“Faulkner dijo una vez: ‘Yo no hablo de literatura porque eso no me interesa, solo soy un campesino que cuenta cuentos’, y García Márquez dice eso: ‘Soy el hijo del telegrafista de Aracataca’. Ese es el que me interesa, el Gabo que cuenta cuentos, prestidigitador, el mago que nos enseña cosas sin darnos sermones”, dijo Conrado Zuluaga, quien recordó que Gabo es alguien que se tomó 20 años para escribir Cien años de soledad y sostiene que antes de enfrentarse a la página en blanco, hay que saber el tono.
En Aracataca tienen sus propios expertos. Los niños participan de un concurso anual llamado Gabolectura y los profesores se saben de memoria textos enteros de sus obras.
Eso quedó claro cuando el maestro Gaspar Enrique del Río pidió la palabra para recitar un corto texto que se ingenió para que sus estudiantes se aprendieran los nombres de 30 obras de Gabo.
O cuando Zuluaga y Vásquez se enfrascaron en dilucidar cuál era la palabra correcta con la que se inicia El coronel no tiene quien le escriba, y entonces un hombre se paró entre el público y les dio la respuesta: “El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más que una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata”.
Este reconocimiento a sus obras sirvió para concluir que el mejor homenaje a Gabo es leerlo; y esto a su vez detonó el tema del acceso a los libros y a un problema más grave: que en Colombia no se consiguen las obras del Nobel.
“Los derechos los tiene Norma y solo hacen ediciones pequeñitas de sus libros para los colegios”, dijo Zuluaga, y Abello explicó que “está complicada la circulación de los libros de Gabo, porque una editorial que antes nos llenó de orgullo no los está publicando de la forma ideal”. Hubo consenso en que el país pida la liberación de los derechos y se siga leyendo al Nobel de los colombianos.
Como la charla transcurría en un buen pueblo y costeño, hubo espacio para el chisme:
–A mí me gustaría saber por qué Vargas Llosa le empujó la mano a García Márquez –preguntó un hombre del público.
Hubo risas. Nadie se atrevió a dar una respuesta ante la pregunta que se ha hecho en muchos espacios. Y Vásquez contó una historia que poco se sabía: “Vargas Llosa les pone calificaciones a los libros y yo vi que en la última página le puso 20 a Cien años de soledad”.
Al final, otro preguntó por las groserías en la obra de Gabo y tras una explicación de Zuluaga, Abello Banfi dio por terminado el evento: “Con un afortunado mierdazo, concluye el encuentro literario de Gabo con su Macondo”.
Gabo avala concurso literario
En el encuentro, el Ministerio de Cultura también anunció que García Márquez dio autorización para crear el Concurso Hispanoamericano de Cuento, que llevará su nombre. El certamen se lanzará en la próxima Feria del Libro de Bogotá y entregará 100 mil dólares (unos 200 millones de pesos). Además, se anunció que se iniciará la restauración de la Casa del Telegrafista, donde vivió y trabajó entre 1923 y 1926 Gabriel Eligio García Martínez, padre del Nobel de Literatura.