Los libros ofrecen personajes célebres que quieren vivir lo que leen: el Quijote y Madame Bovary, entre ellos. En la vida real sucede al revés: solemos leer lo que hemos vivido, afirma la autora
"Se llega a un libro como a una tierra ignota", dice Hopenhayn./revista Ñ |
La publicación de un libro no es necesariamente la aparición de
una nueva lectura. En cambio, una nueva lectura sí puede dar cuenta de
la aparición de un libro. Cuando de niña me dieron a leer Alicia en el país de las maravillas
, me pareció todo menos maravilloso. Aburrido, estúpido y sobre todo…
incómodo. No sabía que en aquel entonces yo tenía la misma edad que
Alicia (el propio Humpty Dumpty, le dice a la infanta malhumorada que
los siete años es “una edad bien incómoda”.) Me resultaba antipática,
mañosa; todos parecían estar pasándola bastante mal en ese mundo
distorsionado y plagado de encrucijadas. Muy pocos eran felices, y las
pequeñas alegrías no tenían ningún sentido. Ni siquiera la ventaja de
festejar el “no cumpleaños” o “el incumpleaños” (según la traducción)
364 veces al año. Para mis incipientes creencias, el tiempo se regía por
un calendario estipulado. Me horrorizaban sus personajes, ¡esas ínfulas
vivientes!: una oruga fumando, misteriosa y oronda, flores jocosas,
despreciativas, un conejo sumiso, en apuros, o el gato Cheshire, un
bigotudo lunático. Cómo no me iba a caer mal a los siete años, este
diálogo no sólo de locos –literalmente- sino hermético y displicente:
“-…A mí no me gusta tratar a gente loca - protestó Alicia. - Oh, eso no
lo puedes evitar - repuso el Gato- . Aquí todos estamos locos. Yo estoy
loco. Tú estás loca. - ¿Cómo sabes que yo estoy loca? - preguntó
Alicia. - Tienes que estarlo afirmó el Gato- , o no habrías venido
aquí.” " Venir aquí”, dice el gato. Algo de eso implica un libro. “Leer
aquí” es haber llegado a alguna parte. Para mi desesperación infantil,
el diálogo continuaba así: “–Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por
favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? –Esto depende en gran
parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato. –No me importa
mucho el sitio... - dijo Alicia. –Entonces tampoco importa mucho el
camino que tomes – dijo el Gato.
– ... siempre que llegue a alguna
parte – añadió Alicia como explicación. - ¡Oh, siempre llegarás a
alguna parte - aseguró el Gato- , si caminas lo suficiente!” Se llega a
un libro como a una tierra ignota. Y esa llegada es única, la primera.
El lector es un descubridor de sí mismo en lo que escribió otro. Al
hacerlo propio, vuelve la lectura inédita –y la locura, un mal menor.
Sin ir más lejos –expresión que bien le gustaría al conejo de Carroll–, tenemos el caso argentino de Pierre Menard, autor de El Quijote, de Jorge Luis Borges. Menard quiso hacer de su lectura inédita un nuevo texto. Se puso a escribir El Quijote
, como si fuera la primera vez. Atención: no a reescribirlo, ni
transcribirlo, ni copiarlo… ¡Hacer que aparezca!... ¿No es ésa la
esperanza del libro, quedo y callado en una biblioteca? ¡Que aparezca un
lector! ¡Que advenga una nueva lectura! La lectura inédita que el libro
está esperando. Borges, de manera sublime, complejiza el asunto:
“Menard no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote
. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del
original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir
unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea–
con las de Miguel de Cervantes.” Se propone entonces escribir la lectura
del Quijote de su tiempo, una lectura contemporánea, sin importar que El Qujote
se hubiese publicado cientos de años antes. La tarea es tan absurda
como ideal: hacer que coincida la escritura con la lectura, y que de esa
unión, aparezca una escritura nueva… ¡Pero si lo que está escribiendo
Menard también resultaría un texto apto a nuevas lecturas inéditas que a
su vez modificarían la contemporaneidad del mismo! El cuento se vuelve
cada vez mejor: “El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente
idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico.” O sea, que
la lectura es siempre más rica que el texto original, ya que tiene el
agregado de su contemporaneidad. “Menard dedicó sus escrúpulos y
vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente (…) Menard,
(acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte
detenido y rudimentario de la lectura.” ¿Podríamos deducir de esta
cita que hay un “idioma ajeno” propio del lector? De algún modo, sí. Y
por doble vía. La subjetividad (del lector) y la contemporaneidad (del
texto). Yo misma escribiendo esta lectura de la lectura del cuento de
Borges sobre la lectura de Menard de su lectura del Quijote,
empleo un “idioma ajeno” al “libro preexistente”, ¡el de mi lectura!
Podríamos considerarlo a éste, un idioma íntimo, el de cada uno y de su
tiempo, desligado de la interpretación, pero propio de la lectura y sus
efectos impredecibles.
La literatura cuenta con varios personajes
afectados de lecturas. Los más celebres son Don Quijote, por los libros
de caballerías y Madame Bovary por las novelas y biografías de heroínas.
Son personajes literarios que quieren vivir lo que han leído. En la
vida real, la lectura sería inversa (¡salvo casos de excesiva
identificación!): se lee lo que se ha vivido. Es decir, se encuentra en
los libros, como dije al comienzo, algo de lo propio. Roland Barthes
apunta a ciertos párrafos inolvidables que, en el momento de su lectura,
lo llevaron a levantar la cabeza. Es el gesto de un reconocimiento. La
pregunta sería: ¿de quién a quién? Podemos encontrar una respuesta,
poética por supuesto, en la Explicación falsa de mis cuentos, de
Felisberto Hernández: “En un momento dado pienso que en algún lugar de
mí nacerá una planta… Sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o
algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos”. La
transformación en poesía ocurre en los ojos del lector. No habría poesía
previa a la lectura del poema.
Ahora entiendo mejor mi asunto con Alicia (o tardía fascinación). Mis “lecturas” de los siete años hacían poesía con otra cosa.
Alicia en el país de las maravillas recién apareció cuando mi lectura la volvió poesía para mis ojos, hasta ese momento, una lectura inédita.