La autora discute la noción de que "el amor romántico sea constitutivo de la feminidad". Examina las nuevas formas con que muchas mujeres elaboran "los cambios subjetivos y vinculares" de nuestro tiempo y señala que "en algunos casos, conviven restos del amor romántico y del amor-pasión con nuevas formas que intentan el logro de una paridad donde se puedan conjugar poder, afecto y sexualidad"
Marta Fernández Boccardo, autora de Las mujeres que callan./pagina12.com.ar |
Los amantes, detalle, por Konstantin Somov ,1905. |
A
pesar de los cambios subjetivos y vinculares que la adquisición de
nuevos derechos y roles sociales –como el trabajo remunerado– han traído
aparejados, transitando ya el siglo XXI, la mujer continúa apareciendo
como la principal protagonista del amor. Así lo refleja una y mil veces
la filmografía que se ofrece cotidianamente desde los medios masivos
donde, salvo excepciones, ella es la que siempre sufre, espera, perdona,
soporta, complace y disputa por su amado y su posesión. Sin embargo,
con los nuevos tiempos y con el avasallante desarrollo de las nuevas
tecnologías, se fueron instalando nuevas experiencias, ligadas sobre
todo a la velocidad y brevedad de los tiempos. Estas nuevas experiencias
trajeron aparejada una transformación del universo, que se ha vuelto
cada vez más móvil y perentorio: esto vale para la familia, los
vínculos, el trabajo, la vida. Esta cultura ha dado nacimiento a nuevos
vínculos llamados “light”, leves, livianos, fugaces. Pero, a pesar de
estas transformaciones, es en los vínculos amorosos donde los cambios
son más lentos, al menos para las mujeres, ya que la fuerza de los
mandatos ancestrales todavía mantiene su vigencia.
Distintas consultantes hablan del sufrimiento, causado por el amor o
el desamor: “Para qué me sirve, ya ni siquiera tenemos relaciones, no
sé por qué no puedo separarme. ¿Algún día podré?”; “A mi marido lo amo,
daría la vida por él, pero no lo deseo; X en cambio me vuelve loca, lo
miro y ya quiero besarlo”; “El sábado estuve con X y con Z, pero con Z
trancé nomás”; “Estoy mal porque me dejó Y, no tengo ganas de vivir”;
“No pienso convivir nunca más, si tengo otra relación será solamente
cama afuera”; “Me llamó mi novio virtual, le cuento todo, tuvimos
cibersexo; por lo menos hay alguien que me escucha y me hace bien”;
“¿Qué es para mí Z? Es un amigo cariñoso, sexual, lo necesito, me siento
bien con él, es un amigovio”; “No sé, tengo dudas, no sé si lo quiero
de verdad, es decir, si es amor verdadero”; “Es mejor estar sola, para
cómo están los hombres: deprimidos, desocupados, sin un mango”.
Las mujeres que están en situación de pareja estable, algunas de
ellas desde hace muchos años, invocan el amor-pasión: un marido al que
se ama y no se desea, y algún amante al que no se ama pero se desea. La
pregunta que surge, entonces, es si las mujeres se han apropiado de la
doble moral sexual masculina y/o desean seguir sosteniendo la pareja
debido a la fuerza de lo instituido y/o aluden a una imposibilidad de
terminar una relación o asumir otra que entre en contradicción con el
modelo mujer = madre. Tal vez estas suposiciones no sean excluyentes y
se deba agregar a ellos la dependencia económica y los temores femeninos
–no siempre infundados– a la soledad y al desamparo en cuanto a la
manutención de la familia. La independencia económica y la autonomía no
son tareas sencillas, sobre todo considerando que en las últimas décadas
se ha producido un incremento de la violencia de género y asistimos a
una falta de protección jurídica, además de la recurrencia de empleos
precarizados, tercerizados y mal remunerados, más el aumento de la
desocupación, por lo cual se habla de una “feminización de la pobreza”.
Con respecto al amor romántico entendido como constitutivo de la
feminidad, consideramos relevante referirnos a la idea de Emilce Dio
Bleichmar (El feminismo espontáneo de la histeria, 1994), quien afirma
que, dado el lugar que ocupa la violencia en la construcción de la
feminidad tal como está establecida la identidad femenina con sus
desventajas en una cultura que la devalúa, la niña –para dominar la
angustia persecutoria que el mismo fantasma le provoca al victimizarla–
recurre a los formatos también incrustados del romanticismo:
mistificación y encubrimiento de la violencia por medio de la
idealización del amor. Tal idealización se expresa de modos diversos y
siempre ligada a la idea del amor “verdadero”. Esta idea de un amor
“verdadero” remitiría al mito platónico de la otra mitad, y se aplicaría
al intento de lograr el ideal de completud, mito que continúa vigente a
pesar de que cada vez es más evidente la dificultad de sostener
relaciones duraderas o garantizadas por su estabilidad.
Ahora bien, paralelamente a la continuidad de estas concepciones
ancestrales, aparecen nuevas formas de encuentro, cada vez más
caracterizadas por su fugacidad; es por ello que el código que se
utiliza para denominar esos encuentros amorosos ha ido variando, sobre
todo en las más jóvenes. Palabras nuevas o recicladas dan cuenta de:
curtir, transar, donde antes se decía apretar, chapar. Hacer el amor
pasó al simple “estuve con...”, y esto tal vez se explique por la
fugacidad del encuentro y porque ya no se trata de “hacer como”, sino
simplemente de “estar”.
Para Esther Díaz (Posmodernidad, 1999), lo nuevo de esta cultura es
la intensidad de los cambios; es como si la verdad sobre nosotros mismos
y nuestras relaciones con el otro, fuesen una construcción momentánea,
al modo de relaciones afectivas que, como el horno de microondas, son
intensas y breves, de tiempos cortos y de mayor intensidad. Sin embargo,
y a pesar de lo cambiante y de la vulnerabilidad que esto genera, la
pareja sigue siendo un modelo de vinculación entre los seres humanos
sumamente fuerte, al que muchos hombres y mujeres permanecen aferrados a
pesar del malestar que pueda depararles la convivencia.
La expresión “me dejó” –frecuente en la clínica– siempre se
encuentra acompañada de un gran monto de angustia y connota este “ser
dejada” con el rechazo y la exclusión por causa de la belleza. La
exclusión, en estos casos, está asociada a una selección que se
significa socialmente como un darwinismo social, como la supervivencia
de la más apta, es decir, de la más bella. Esta representación deja a
las mujeres en un estado de vaciamiento afectivo, que se enlaza al
entramado de sus historias de abandono, pero que también genera un
sentimiento de desafiliación, por el cual consideran que han sido
abandonadas por su pareja debido a que nada valioso tienen para ofrecer.
Por supuesto que toda disolución de un vínculo amoroso es dolorosa,
pero en las ocasiones en que estas mujeres relatan la ruptura con una
pareja desde el lugar de “ser dejadas”, el peso del imperativo cultural
las confronta con el fracaso del ideal de agradar, de ser deseada,
elegida y por lo tanto valiosa para el hombre, lo que les da la medida
del valor que son capaces de atribuirse a sí mismas. Como en tiempos
ancestrales, en las parejas tradicionales, el marido es quien confiere
una nueva identidad a la mujer, marca su pasaje a la vida adulta y evita
el fracaso tan temido de no ser elegida.
Sin embargo, y paradójicamente, en la actualidad muchas mujeres
separadas o solteras evitan formalizar relaciones que involucren la
pérdida de su autonomía, aun cuando tradicionalmente el imaginario
social atribuya al varón esta negativa y suponga que es la mujer quien
siempre está preocupada por “cas(z)arlo”. En la actualidad son muchas
las mujeres que afirman que la vida en pareja perturba su proyecto
personal, argumentando el supuesto peligro de demora o de pérdida de su
éxito profesional o en virtud de previsibles conflictos de convivencia.
La frase tan popular y tan frecuentemente escuchada últimamente: “marido
cama afuera”, expone desde su formulación uno de los fantasmas más
temidos por las mujeres: el de la servidumbre; no en vano esta expresión
proviene de una modalidad de trabajo de las empleadas domésticas.
En otros casos, también, lo que se pone en juego es el deseo de
conservar la atracción y el romance o de evitar interferencias en la
carrera profesional o en el desempeño laboral (Irene Meler, Amor y
convivencia entre los géneros a fines del siglo XX. Apuntes del
Seminario Psicoanálisis y Género, 1995). Como en tiempos remotos, los
imaginarios sociales continúan dando más estatus a la mujer casada que a
la soltera. Las preguntas ¿solita? o ¿sos sola? son frecuentes al
dirigirse a una mujer que no convive con un hombre, mientras que el
empleo del diminutivo alude a una infantilización: si “no tiene marido”
todavía es una niña-señorita que padece cierta desprotección
constitutiva de su identidad. El estereotipo “solterona” no ha perdido
vigencia, e impulsa a operar en función del mandato del matrimonio y de
la maternidad, sobre todo por la presión del medio familiar y social.
Vale destacar además que, paralelamente a estos estereotipos, rige
una concepción utilitarista en la relación con el otro, propia de la
lógica de mercado. La expresión ¿para qué me sirve? es una pregunta
frecuente de las mujeres a la hora de tomar decisiones sobre la pareja.
También son muchas las quejas que se escuchan sobre la falta de deseo
sexual, incluso muchas de las jóvenes no tienen o no han tenido jamás
relaciones sexuales, hecho inimaginable en los años ’60 o ’70 del siglo
pasado. Esta queja por la falta de deseo sexual encubre el miedo a un
encuentro con ese otro y es síntoma de la alienación a la que conduce la
exacerbación del narcisismo y del individualismo. A nivel
sociocultural, es feroz la oferta de pornografía y de mensajes que
instan más al autoerotismo que al intercambio sexual. Las nuevas formas
de relacionarse entre los géneros revelan una ausencia de vocablos
capaces de designar estos vínculos que no tienen cabida en el universo
simbólico; ejemplo de ello son los neologismos: novio virtual y
amigovio. Aunque el novio virtual, puede estar en un plano más ilusorio,
ambos aluden a una construcción que no tiene las características
contractuales de la pareja pero que incluye aspectos amistosos con los
hombres y, en el caso del amigovio, articulados con prácticas sexuales.
Es que el abandono del lugar de esposa-madre y los proyectos de
autonomía inciden en la búsqueda de nuevos lazos afectivos con el otro,
lazos que puedan trascender la lógica de la dominación.
En algunos casos, conviven restos del amor romántico y del
amor-pasión con nuevas formas que intentan el logro de una paridad donde
se puedan conjugar poder, afecto y sexualidad.
También es muy frecuente escuchar quejas sobre la dificultad de los
hombres para aceptar un tipo de relación que respete la autonomía
femenina. La famosa frase “ya no hay hombres” indica, al mismo tiempo,
la caída de ciertos ideales con relación a la masculinidad. Son tiempos
difíciles, de soledad, pero a la vez de búsqueda de nuevos encuentros
con el otro, en los que el amor tiene numerosas aristas: mandatos
ancestrales que anhelan caer, viejos amores que perviven y nuevas formas
que asoman en un intento, no sin conflicto, de generar lazos que
impliquen un reconocimiento mutuo de ambos partenaires.
* Textos extractados de Mujeres que callan. Violencias de género y
efectos en la subjetividad femenina, de reciente aparición (ed.
Entreideas)