"Los libros estaban situados en una habitación central del edificio, y por ende no había ventanas en ninguna de las paredes. Como la luz eléctrica había sido cortada hacía mucho tiempo, no había otra opción más que llevarse una luz propia. Decían que en una época la Biblioteca Nacional albergaba más de un millón de volúmenes; este número ya se había reducido mucho cuando yo llegué allí, pero aún quedaban cientos de miles, un asombroso alud de palabras impresas. Algunos libros estaban colocados verticalmente en los estantes, otros yacían de forma caótica en el suelo, mientras unos cuantos más se apilaban en montones dispersos. Había reglas estrictas que prohibían sacar libros de la biblioteca, pero a pesar de ello muchos habían salido de contrabando y se vendían en el mercado negro. De cualquier modo, era discutible si la Biblioteca seguía siendo o no una biblioteca. El sistema de clasificación se había desorganizado por completo, y con tantos libros desaparecidos, era casi imposible encontrar el volumen que uno buscaba. Teniendo en cuenta que había siete pisos de archivos, el hecho de que un libro estuviera fuera de sitio era lo mismo que si hubiese dejado de existir; a pesar de que podía estar materialmente en algún lugar del edificio, nadie iba a volver a encontrarlo. " El país de las últimas cosas. Paul Auster. Anagrama.