miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cola de caballo

andrea vitale



Por:Fabricio Franco Talero


Fue noche de rumba y el sol se alza ya en el cenit de un radiante, sensual e impredecible domingo. Los ritmos transcurrieron voluptuosamente entre tambores afro latinos, trompetas caribeñas y sintetizadores europeizantes, dejando en la piel un sabor a mujer que se impregna deliciosamente y en el espíritu, la alegre pasión por ellas. Las maderas del ron bien bebido obran en el cerebro el efecto sedante, que el escalador percibe cuando descansa su cuerpo suspendido en una cuerda tensada sobre el vacio. Así y con el ardiente asfalto desnaturalizando el horizonte, vino a bien un trote desde la calle setenta y dos, por toda la carrera quince hasta la calle cien. La marea de gentes y colores, artefactos y sabores que inundan la ciclo vía bogotana se ve sumamente amigable y natural, cuando para no perder pulmones y corazón se recoge el camino hecho en feroz carrera, con una marcha disminuida en socarrona cadencia. Cerca al descanso final y al tardío almuerzo de carnes picadas, arroz, verduras y papa, todas en un típico calentado, se observaban atravesar apacibles y decididos los transmilenios en la avenida caracas con calle setenta y cuatro. Una mujer bella y joven acompañada de un niño volantón y un hombre adulto venían en sentido contrario con un cachorro hiperactivo y juguetón de una belleza y ternura de esas que dan luces de raza ninguna, la fornitura que adornaba su cuello y pecho no tenía lazo a amo alguno. De acá para allá y de allá para acá transcurrió el libre animal. La escena no era observada mas, cuando un estrepito y un crujido sordos a más de un grito velozmente ahogado, llamaron la atención; bajo el semáforo en verde y el impasible devenir de los articulados la mujer bella y joven cubría su cara con las manos en un gesto de duelo torpe, el hombre adulto tenia la fisionomía estúpida del que sabe pero no entiende y el niño volantón aprendía con el estilo que la vida misma tiene, una lección.