viernes, 9 de noviembre de 2012

El espejo insoportable de la historia

Stephen King se sumerge en 22/11/63 en una trama que conjuga la ciencia ficción, el policial pero también el realismo que tiene como eje el asesinato de Kennedy y una época bisagra en los Estados Unidos

Stephen King. Es uno de los autores más vendidos y leídos del siglo XX./Revista Ñ.
Si el viaje en el tiempo sirve a Jake Epping, profesor de literatura y protagonista de 22/11/63, para ir tras la pista y neutralizar a Lee Harvey Oswald y con ello intentar modificar el curso de la historia moderna, también sirve para evocar la infancia de su autor y reconstruir pieza por pieza, con esa minuciosidad que lo caracteriza, la forma de vida, las costumbres y los prejuicios de los años 50 y 60, una época marcada por las secuelas del macarthismo, la invasión a Bahía de Cochinos, la discriminación racial, el sexo culposo y la crisis de los misiles. Una época en que a diario se oían los nombres de Nikita Khrushchev y Leonid Brézhnev y que JFK pasó de ser senador de Massachussets a presidente de los Estados Unidos. Una época que marca una bisagra cultural y geopolítica y en la que proliferarán las numerosas teorías conspirativas que serán el manjar hipotético de toda la segunda mitad del siglo XX.
Stephen King sumerge a su protagonista en ese contexto de una forma cara al género fantástico: a través de un viaje al pasado a bordo de una particular máquina del tiempo que, más que una máquina, será un deslizamiento casi imperceptible, algo cuyo mecanismo se desconoce y no necesitamos conocer en detalle. Lo fantástico, pues, no radica en la maquinaria sino en la experiencia, en la mirada de Jake Epping ante un pasado lo suficientemente cercano para reconocer en él su propia actualidad de ciudadano proveniente de 2011.
Los traumas históricos
Además de fantástica, esta es una novela histórica y política. No sólo porque trata acerca de uno de los episodios más traumáticos de la historia moderna de los Estados Unidos sino por el espejo idiosincrático al que King está constantemente enfrentando a sus lectores. Similar a la operación que realizó Michel Haneke en La cinta blanca, King abre la caja de los prejuicios americanos históricos, los coloca en primer plano y nos los restriega en la cara, como una manera de decir: de aquellos polvos vienen estos lodos. De esta forma opera una deconstrucción de la mentalidad republicana (King es un simpatizante legendario del Partido Demócrata) y arroja indirectos dardos críticos acerca de lo que es Estados Unidos hoy.
La novela destaca en la reconstrucción de ese personaje ladino, odioso y escurridizo que es Lee Harvey Oswald. Lo vemos a su llegada de Rusia, junto con su esposa e hija. Nos asomamos a su disfuncional intimidad familiar de clase obrera americana. Jake Epping lo acecha como si fuera una presa letal. Lo persigue, lo vigila. Y el resultado es una compleja balanza moral en la que coexiste un idiota fanatizado por la ideología, una víctima de sí mismo y de su entorno, un padre confundido y un maldito asesino.
Pero el pasado, como la novela siempre insiste, “es tan frágil como las alas de una mariposa” y se resiste a ser modificado. “El pasado es obstinado” y está construido como una gigantesca y delicada red de pequeñísimos resortes que pueden saltar y provocar situaciones impensadas. Esto agregará un intenso drama metafísico a una historia que no tendrá nada de sentido aleccionador o didáctico como sí lo tiene la famosa novela de H. G. Wells, construida en esencia como ficción moralizadora. La novela de King, en cambio, está construida como eventual ucronía política.
El rey King
En semejante contexto no podía faltar una historia de amor. Sadie Clayton, alta, rubia y hermosa bibliotecaria, prófuga de un matrimonio paralizado por el fanatismo puritano, será la otra razón de peso por la que el profesor Jake Epping o George Anderson, según se hará llamar en 1960, permanezca en el pasado. La maestría de King se demuestra en esta historia que luce sólo en apariencia secundaria pues Sadie y su entorno permitirán a Jake adentrarse en los pormenores sociales, en los rituales del amor y del sexo, en las habladurías de pueblo, en las relaciones laborales y en definitiva en la idiosincrasia de una América oscura y prejuiciosa que sin duda será el germen de los posteriores neocons y del regreso del Tea Party.
King hace realismo dentro de lo fantástico y pinta un enorme fresco social tan anacrónico como vigente. Aparentemente de ciencia ficción, también esta es una novela de espías, un policial y una historia de amor, donde no faltan los episodios de violencia que colocan a los personajes ante la acción de algún sicótico o de una brutal represalia. Al fin y al cabo se trata del viaje de un ángel justiciero que tiene por objeto asesinar al asesino y así corregir el futuro.
Leyendo a Stephen King suelo pensar en los asuntos de la extensión del relato y en cómo el exceso se convierte, en su caso, en un acierto. Aquella máxima en la que la brevedad se impone sobre casi cualquier otro criterio (sin duda una ley arbitraria aunque no menos cierta) vuelve a ser dinamitada por quien suele ofrecer libros en los que la cantidad de páginas y el peso del libro en kilogramos forman parte inseparable de su propuesta. Una propuesta que muchos han intentado emular pero que sólo el autor de La torre oscura sabe cómo llevarla a buen puerto.